lunes, 14 de mayo de 2012

Esperanza y gloria (1987) - John Boorman

El notable británico John Boorman, que ya nos había presentado un trabajo tan estupendo como perdurable con su maravillosa Excalibur (1981), en esta oportunidad nos presenta un trabajo que se percibe como su propia concepción de lo vivenciado durante uno de los eventos seguramente más significativos y recordados por el director, el bombardeo a Londres por parte de los nazis durante el mayor conflicto bélico hasta el momento, la segunda guerra mundial. Definitivamente con directrices e inclinaciones que algo guardan de autobiográfico, Boorman nos introduce en lo que vieron los londinenses, en su experiencia de primera mano, todo mostrado a través de la lupa, a través de los ojos de un niño de nueve años, que vive con su familia, y que irá creciendo en medio de los escombros, ese sería su bizarro playground, temiendo y escuchando los bombardeos, y a la vez los miembros de su familia van creciendo también, y tiene la cinta un final conciliador, perfecto colofón, simbólico y preciso. Mantiene el buen británico una de sus características en su película, la utilización de una banda sonora soberbia, que se luce por muchos momentos, y que enmarca la historia de una familia común y silvestre, los vecinos de al lado, una familia cuyo hijo nos servirá de lente para apreciarlo todo, desde su infantil perspectiva. No alcanza definitivamente el nivel ni grandiosidad de su magna obra épica, pues tiene obviamente otra directriz, pero es un film apreciable y disfrutable.


     



Es 1939, son tierras londinenses, se vive escuchando en las noticias las constantes amenazas de guerra, pero hasta ese momento solo eran eso, amenazas. Sin embargo, se produce el inminente conflicto, invasión a Polonia, se declara la guerra a Alemania, se declara el estado de emergencia. Es el mundo de Bill Rowan (Sebastian Rice-Edwards), cuyo padre, Clive (David Hayman), se enlista, y será enviado al combate. Hay un perenne riesgo, constantes alarmas, se vive en constante peligro, pero los Rowan se mantienen siempre juntos. El bombardeo comienza, arde Londres, en la ciudad hay muchas áreas repletas de escombros, mientras Bill, con sus nueve años, asiste al colegio, a sus clases que son interrumpidas para ponerse todos las máscaras anti gas. Asimismo, se junta con unos rapaces de su edad, una pandilla con quienes juegan y se divierten en medio de la destrucción. En esas circunstancias, un soldado herido de guerra llega hasta las inmediaciones. Su hermana mayor, Dawn (Sammi Davis), por su parte, comienza a salir con ese soldado. Con su madre y hermana pequeña, resisten toda la violencia del fuego y las bombas, mientras Dawn sigue su idilio carnal con el soldado Bruce Carrey (Jean-Marc Barr).




Los niños juegan entre las ruinas y escombros, y entonces el padre regresa, Clive está de vuelta. Se divierten todos apreciando un dirigible en una ocasión, Dawn intensifica su romance, mientras ha llegado Navidad, los brindis se suceden. Bruce debe partir a combatir de nuevo, sepáranse con su chica. Clive también debe partir otra vez, y entonces la madre tiene un acercamiento a un viejo amigo de su esposo, (Colin Higgins), personaje con el que quedó un amor trunco en el pasado. Entonces se produce un intenso incendio en el barrio, todo queda severamente agraviado. Sin casa, surcan las aguas de un lago buscando nuevos horizontes. Llegan hasta la casa del abuelo George (Ian Bannen), donde se quedan, y con quien Bill se divierte jugando, e impensadamente, una bomba caída en el lago les proporciona grandes cantidades de pescado. Entonces regresa Bruce del frente, se junta nuevamente con Dawn, se casan, hay muchas celebraciones y regocijo en la familia, la guerra también se perfila hacia su recta final. Dawn resulta embarazada, nace el hijo, un nuevo Rowan llegó al mundo, y finalmente la escuela de Bill es bombardeada, en escombros e incendiándose, los niños gritan y celebran con algazara.




Boorman, conocido por sus ejercicios sobre experiencias con los conflictos bélicos, configura de esta forma su cinta, con relativa clave enternecedora, edulcorada, pues es el mundo infantil e inocente de un niño londinense de nueve años. Acaso que mucho tuvo que ver con el Boorman infante, verídico testigo de los bombardeos, y es el pequeño Bill en la cinta, quien nos sirve de vehículo para presenciar todo, es con la lupa de su infantil perspectiva con la que vamos presenciando todo. No podría evitar el notable director británico darle un guiño a la que muy probablemente sabe es su obra cumbre, la mencionada Excalibur, cuando Bill, siempre desde su mundo de niño, juegue en el jardín con unas figurillas, y una de ellas, sea el mago Merlín. De esta forma es que el realizador nos presenta la que acaso es su personal visión de lo sucedido, un mundo de intimidad familiar, una visión cercana, en la que se entremezcla la incertidumbre y la angustia de la guerra con el otro hilo narrativo, el crecimiento y florecimiento de la vida, a través de su familia, del desarrollo del niño Bill, y más específicamente, Dawn y su final embarazo. De esa forma se configura el bello simbolismo final, en medio del sufrimiento, de la muerte y la destrucción, surge también la vida, al final del holocausto, nuevas vidas se encienden con esperanzadora luz, el clan florece, la vida continúa.





Todo es un entramado de las vivencias de los Rowan, y la voz en off del protagonista, si bien escasa durante el filme, sirve para dar mayores adentramientos y acotaciones a la historia. Como se mencionó, la banda sonora es un elemento a resaltar, como siempre con el buen Boorman, que domina estupendamente este apartado, la música sabrá ser intensa, señorial, elegante, potenciando y enriqueciendo mucho las determinadas situaciones, irá desde arreglos de orquesta hasta muy vívidas y movidas secuencias de jazz, abundante e intenso jazz durante principalmente las escenas de los rapaces divirtiéndose entre la destrucción, es un soundtrack con un amplio registro en su contenido. Alejado ya de la superproducción, del sobrenatural mundo épico de su obra magna, ahora vemos el mundo real, tocaba explorar el mundo real, y nos presenta esta notable obra de comedia y drama, con poderosas figuras para presentar con maestría una historia bizarra y lamentable, tristemente célebre, aparte de lo mencionado, niños jugando entre la destrucción, vemos a niños usando máscaras de gas en su escuela. Son pues bizarras imágenes, verídicas imágenes de algo que ocurrió, algo vergonzoso, pero el gran Boorman tiene el pulso y el tacto de mostrárnoslo con exquisita clave cómica por momentos, dosis de drama en otros, y claro, ese estupendo final conciliador, todo ha terminado ya, pero algo nuevo inicia, y no sería la última vez que el realizador se animara a dirigir cintas sobre guerra. Agradable película, digerible y divertida, no es lo mejor del director, pero se erige como un trabajo muy serio, inteligentemente realizado, un trabajo a la altura de su realizador.




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