Polanski había entrado ya al siglo XXI, y con arrollador éxito gracias a su El pianista (2002), en la que, pese al éxito cosechado, no hace más que dejar patente que es completamente otro director, completamente diferente al de siglo pasado. Una de las atribuciones conocidas del polaco fue su gusto a realizar puestas en escena de obras literarias, a llevarlas a la pantalla grande, no pocas adaptaciones realizaría, y en esta oportunidad se ocupa del inmortal clásico de Charles Dickens. Tras una decepcionaste década de los 80, la de los 90 sería más prolífica, pero ciertamente variopinta, donde resalta con nitidez la provocadora Lunas de Hiel (1992), para después ir poco a poco bajando el nivel, es su hasta ahora etapa final, en la que entremezcla proyectos de orígenes franceses, yanquis y británicos. El aspecto británico es el que sale a relucir ahora, con la adaptación del joven Oliver Twist, en la primera mitad del siglo XIX, huérfano que vive de las iglesias, de los orfelinatos, y que se ve inmerso en el mundo de los ladronzuelos, niños que hurtan diversos elementos, todos al mando del ambicioso y viejo Fagin, inescrupuloso sujeto que tiene atrapado al pequeño Oliver, no dejándole escapar de ese mundo de descomposición y perdición, pero del que finalmente podrá encontrar un alivio. Trabaja nuevamente Polanski con el inglés Ben Kingsley, a quien ya conociera una década atrás en La muerte y la doncella (1994), cumplidor dentro de un reparto que no brilla en demasía. Numerosas adaptaciones evidentemente tiene este clásico de la literatura, cada uno tendrá su favorita versión, y esta es una aceptable puesta en escena de Polanski, del nuevo Polanski.
Inicia la acción con el infante Oliver (Barney Clark), que es llevado a un hospicio, ha vivido siempre de las caridades de la iglesia, y los religiosos están cansados de eso. Llega el hospicio, donde trabaja con otros huérfanos, y donde el hambre es lo más amenazante, junto con malos tratos. Un buen día, por el mero hecho de pedir más alimento, es separado del grupo, se decide darlo a quien lo solicite, y está a punto de ir como ayudante de un deshollinador, pero Oliver, temeroso, ruega no le entreguen a ese sujeto. Logra evadirlo, y termina yendo con otro personaje, el señor Sowerberry (Michael Heath). El nuevo hogar tiene un negocio de funeraria, y come Oliver las sobras del can entre los ataúdes. Pero en el lugar, otro niño que ahí habita la hace la vida imposible, y tras pelear con él, Oliver escapa, camina mucho, hasta llegar a Londres. Sigue caminando, una anciana lo ayuda, y en un mercado conoce a otro niño, apodado Truhán, niño de la calle, que le enseña algunas cosas, y lo lleva a la casa donde habita, donde el viejo Fagin (Kingsley) se encarga de dirigir a muchos otros huérfanos callejeros. Ellos roban astutamente pañuelos, relojes, etc., de los bolsillos de los transeúntes, se les enseña a perfeccionar el robo, en una casa donde solo hay dos mujeres, entre ellas Nancy (Leanne Rowe).
Sin embargo, ya en la calle, realizando un robo, es aprehendido, pese a que solo observaba, el juez lo condena, pero el agraviado, el distinguido señor Brownlow (Edward Hardwicke), atestigua que él es inocente. Se lo lleva a su casa, una fina residencia, y cuida de Oliver, lo limpia y viste muy bien, lo cree un buen chico, pero la gente de Fagin, entre ellos Bill Sykes (Jamie Foreman), lo acechan. Un día, mientras hace una diligencia para Brownlow, Bill y Nancy recapturan a Oliver, lo llevan donde Fagin, se dividen el dinero, libros y finas ropas que su protector le había dado, pese a que Nancy se compadece y lo defiende. Bill hostiga a Oliver, y prepara un nuevo golpe, a la casa del propio señor Brownlow, y durante el allanamiento, Oliver intenta alertar al caballero, pide auxilio, pero es herido de bala por Bill. Nancy se compadece genuinamente de Oliver, incluso contacta a Brownlow para que lo ayude. Bill mata a golpes a Nancy, y él y Fagin son buscados por la policía. Finalmente lo encuentran por su enorme perro, Turco, la policía y una muchedumbre lo persiguen, y al huir por los tejados, termina ahorcándose a sí mismo. Oliver se queda con el señor Brownlow, y tiempo después, va a ver a Fagin, recluido en un manicomio, desquiciado.
De esta forma el realizador polaco muestra el vistoso mundo inglés del siglo XIX, y ya con toda la experiencia de quien ha recreado en anteriores oportunidades mundos de otra época, configura una recreación muy decente de aquellos años. Así, con su conocida habilidad y extremo detallismo, reconstruye el Londres en su inicio victoriano, caóticas ciudades, repletas de gente, de malandrines, robos, mayormente perpetrados por rapaces que practican el pickpocketing, robar de los bolsillos sigilosamente; es un bajo estrato al que Polanski nos crea la ilusión de volver con su correcta recreación, tanto en las vestimentas, así como las calles, las estructuras, los edificios, toda esa sapiencia suya, sumado a el acceso ya a presupuestos más fuertes, permiten a Polanski hacer una muy decente reconstrucción de aquellos años en Inglaterra. Son épocas de austeridad, en donde las iglesias ofrecen unas libras junto con niños, la alarmantemente creciente cantidad de vagabundos, y de niños particularmente, los vuelve un lastre, y la iglesia los regala cual mercancía, mientras las autoridades esnifan cocaína en plena luz del día, a las puertas de los hospicios, auténticos infiernos, igual que la ciudad; es un ambiente caótico. Algún momento interesante ofrece por supuesto el director, como unas agradablemente sorpresivas imágenes bucólicas, cromatismo de naturaleza relativamente desconocido en Polanski. Veremos unos bellos y verdes a más no poder prados por los que Oliver camina, rumbo a Londres, muestra con belleza esa brillante naturaleza, y lo hace con encuadres muy inteligentes, que se aprecian también en imágenes más grises, por supuesto, menos brillantes, es decir menos luminosos, pero con la misma excelente composición: días grises, puestas de sol también, en la que se demuestra lo impecable de la fotografía, uno de los puntos fuertes del filme. Además esto se manifiesta también en unas fulgurantes imágenes tipo postal, notables planos generales de las más características estructuras londinenses.
Es ese el bello pero bizarro universo en el que se desenvuelve Oliver, un infernal mundo del que no hay encape, en el que está atrapado en la podredumbre, en la miseria, en la desgracia, donde la escoria humana lo aparta de las mejores oportunidades que se le dan. Ese mundo lo conforma, para empezar, Bill, el despreciable infeliz, el peor de todos, sórdido asesino, insoportable ladilla, que hace la vida imposible a Oliver, y al que se le ve con el detalle del enorme cánido, un gran bóxer albino, el Turco, causante de su captura por la policía. Está además, por supuesto, Fagin, el viejo encargado del cuchitril de los rapaces, el que, pese a todas las desgracias, nunca fue excesivamente tirano con Oliver, y él sabe apreciar eso, cuando va a ver a un malogrado y descompuesto Fagin al manicomio, perdió el juicio, su decadencia se consumó; en este apartado considero que el mejor aporte a nivel actoral es, con distancia, el de Ben Kingsley, con su remarcable interpretación del mañoso y literalmente retorcido viejo ladino, con todos sus tics, registros y modulaciones. Es el que más nos convence de su personaje, añoso y condenable sujeto, una de las mejores interpretaciones que he visto de este decente actor británico, ya conocido para Polanski. Director gustoso de las adaptaciones cinematográficas de obras literarias, el realizador polaco materializa esta muy sobria y notable muestra de ello, hace gala del dominio en el área que tiene, y aunque ya no colabora su habitual Gérard Brach en el guión, configura un apreciable ejercicio que, empero, consolida la imagen del Polanski contemporáneo, muy alejado del sórdido y desenfrenado genio de décadas pasadas, sin que esto imposibilite, claro, que realice obras respetables. Segunda película del siglo XXI para el realizador, que despidió de la peor manera el siglo XX con la indecible La novena puerta (1999), para luego subir el pistón y realizar una cinta ineludible para el director, donde plasma mucho de su propio infierno de niñez, El Pianista (2002). Es otro Polanski ya, su forma más oscura va quedando paulatinamente atrás, cosa lamentable, pero el desarrollo del cineasta viene tomando estos rumbos, y sin esa bizarría, hay que hacer cierto esfuerzo por descubrir nuevas bondades en el polaco; esto es, para los conocedores del mejor Polanski, pues los no entendidos del tema ni siquiera lo notarán.
a mi la peli me ha gustado, no he visto las otras aunque la verdad cambiaron muchas cosas dle libro, aún así la historia puede disfrutarse y creo q el mérito está mucho en la ambientación, vestuario y maquillaje.
ResponderEliminarAdemás Polanski incluye a charlye bates en la peli! Un personaje secundario pero muy importante en la obra de dickens, pues es el quien ayuda a q atrapen a Sikes y que casi en ninguna peli incluyen!
besos te invito a mi blog
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