Notable ejercicio de ciencia ficción de Terry Gilliam, en el que se narra uno de los temas
obsesión del género, viajes en el tiempo. Un personaje viene enviado desde un
futuro desolador en el que la raza humana ha sido prácticamente aniquilada.
Este personaje es un peligroso convicto del futuro, que recibe una suerte de
última oportunidad de recuperar su libertad en ese apocalíptico mundo,
completando esa misión, viajar al pasado, a 1996, momento en el que el letal
virus causante de la catástrofe todavía se encontraba en su etapa de pureza, y
podía ser examinado. Pero el viaje traerá mayores complicaciones de las
pensadas, incluyendo una relación sentimental que pondrá al viajero temporal,
en una disyuntiva de si regresar a ese mundo de pesadilla, o quedarse en el
pasado, con ella, su psiquiatra. Dentro de los innumerables ejercicios de
ficción que se aprecian, tanto de décadas pasadas, como los desastrosos filmes contemporáneos,
la cinta resulta una decente y agradable experiencia, que no cae en aparatosos
ni artificiales ornamentos innecesarios, para centrarse en la historia, y en
los eventos inesperados que poco a poco van cobrando sentido y coherencia. Está
interpretada la cinta por un serio Bruce Willis como el futurista aparente
lunático, Madeleine Stowe
como su psiquiatra enamorada, y un por entonces no tan risible ni estropeado
Brad Pitt, que entrega uno de sus escasos filmes digeribles. Atractiva cinta, e
imperdible para los fanáticos de este género cinematográfico.
Un texto inicialmente nos informa
de una profecía hecha por un lunático, en 1996, millones morirán, los animales
gobernarán la tierra de nuevo. Vemos una imagen de una balacera en un
aeropuerto, todo es onírico, tras lo cual, despierta James Cole (Willis). Es
una prisión subterránea en un futuro indeterminado, y es elegido como “voluntario”
a una misión, salir a superficie, a recolectar insectos, cosa que hace bajo
extrema seguridad, encontrando un oso y un león en la deshabitada superficie.
Peligroso delincuente, su gran oportunidad consistirá en viajar al pasado,
recolectar información sobre el virus causante de la desgracia humana, su casi
aniquilación, y es así que rápidamente es enviado a 1990, año en que la doctora
Kahtryn Railly (Stowe), recibe la noticia de que hay un terrible criminal, es
Cole, ella lo examina, y tras esto afirma que no es un delincuente, es un
lunático. Es trasladado hasta el manicomio de Railly, donde Jeffrey Goines
(Pitt) es un interno, y le enseña el lugar, y pronto incluso lo ayuda a
escapar de ahí, aunque es recapturado, y vuelve al futuro. De vuelta en su tiempo,
afirma fue enviado a 1990, cuando debía ser a 1996, por lo que es re-enviado,
primero llegando a la Primera Guerra Mundial, luego al año objetivo. Allí,
vuelve a encontrar a Railly, la rapta, se dirigen a Filadelfia, le explica que
allí nacerá el virus en estado puro, debe llevar muestras al futuro.
Encuentra de nuevo a Goines, ya libre, hijo de un químico
ganador del premio Nobel, pero no obtiene información importante, salvo que el
propio Cole en el manicomio le dio una idea de aniquilamiento global. Vuelve al
futuro otra vez, la raptada doctora es rescatada, ella se convence de que no es un lunático, le cree. Cole, por su parte, ha sido indultado ya,
pero pide ser enviado de nuevo al pasado, ya conocedor de ese mundo, ha
memorizado el itinerario del virus, Railly lo encuentra otra vez, buscan a
Goines, que es en realidad un mero fanático protector de
animales, su ejército, una pandilla de otros fanáticos, son los 12 monos. Cole
no desea ser rastreado ya ni volver al futuro, se arranca los incisivos, el medio de encontrarlo, quiere quedarse en el siglo XX, con Railly. Los 12 monos, tras secuestrar a Goines
padre, liberan animales del zoológico por la ciudad, Cole y Railly planean
dejar la ciudad, van al aeropuerto, donde está un sujeto siempre vinculado al
raptado Goines, es el Dr. Peters
(David Morse). Railly advierte tarde que está relacionado a la catástrofe,
libera el virus, y al querer Cole eliminarlo, se produce la onírica y repitente
balacera. Finalmente, un niño Cole, avista a la psiquiatra, y ella a él,
mientras Peters aborda el avión, esparcirá el virus.
Concisa y sólida cinta la de Gilliam, en la que, como se
mencionó inicialmente, uno de sus atractivos radica en que no gasta excesiva
energía ni elementos en representar secuencias ineludibles para otros refritos del
género. Sin artificiosos ni maquinales viajes temporales, somos introducidos
desde el inicio a la acción, lo que importa, sin desperdicio de tiempo ni
componentes, y esos sencillos desplazamientos en el tiempo, si bien bruscos,
jamás quiebran la ilación. Son perfectamente coherentes, el viaje en sí es
mostrado escuetamente, pero nunca se pierde la coherencia, y no se ve
aparatoso, así como tampoco se desvía la atención en la máquina temporal,
prodigioso elemento de otros ejercicios de ficción, y la cinta esquiva esos
aparatosos artificios, mantiene su seriedad y consistencia. A su vez, somos
introducidos a un mundo singular, con científicos estrafalarios, ellos tratan
de salvar ese mundo de pesadilla, un mundo en el que se nos desliza la perenne
interrogante, de si presenciamos realmente una ficción, una fantasía, o una
realidad que, ciertamente, el humano se busca con su podrido comportamiento, es
una compacta historia de supuesta demencia apocalíptica, pero no cae en los
amaneramientos ni facilismos de otras cintas. Una de las secuencias más
seductoras viene a ser el pasaje onírico, la surreal balacera que
se siente inicialmente inconexa e incomprensible, inconexas imágenes que no se
entienden del todo al comienzo, pero que van cobrando consistencia y validez
conforme avanza la acción, se va identificando a la doctora en el sueño, va
madurando la secuencia conforme se desarrolla la acción, todo se va aclarando,
hasta que se empalma en el final, y sirve de perfecto e inmejorable corolario a
la cinta. Todo cuadra, y se aprecia el detalle de Cole niño, en el presente,
asistiendo a su propia muerte, la de su yo del futuro, y la única que entiende
todo es Railly, la que paradójicamente cae en el complejo de Casandra, conocedora
de un fatal destino e imposibilitada de cambiarlo, tema que debatía en un
simposio. Quedan detalles del homenaje al titán Hitchcock, apreciándose a Jimmy
Stewart y Kim Novak en Vertigo,
luego, Los Pájaros, en el cine en el que se va reforzando el atemporal
romance del criminal del futuro, y la doctora, que siempre se conocieron, pero jamás
imaginaron de qué forma. Agradable resulta asimismo la inclusión del clásico What A Wonderful World de Louis Armstrong, como corazón de la banda sonora, además de la
inconfundible melodía de introducción de Astor Piazzolla. Agradable y
rescatable cinta ficcional, rescatable dentro de los innumerables y mediocres
ejercicios actuales.
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