viernes, 19 de agosto de 2011

Cobra Verde (1988) – Werner Herzog

Última de las cinco colaboraciones de la sociedad Kinski-Herzog, y una de las más poderosas visualmente hablando. Herzog es ya a estas alturas un viejo zorro, curtido, experimentado en casi todos los aspectos de un realizador, que estando ya en la quinta (y sin saberlo última) de sus colaboraciones con el irascible Kinski, sabe exactamente cómo extraer lo mejor de este temperamental actor, ese loco arrebatado, que retrataba perfectamente sus lunáticos personajes, y que moriría tres años después de estrenada esta película.








En esta ocasión, encarnará a un villano, el bandido brasileño conocido como Cobra Verde, en un filme con dos partes marcadamente distintas.  Una primera parte cruda, con escenas fuertes como la brutal amputación del brazo del operario de una de las máquinas azucareras, y donde el bandido da muestras de su indomable carácter, comportamiento casi animal que simplemente arrolla todo a su paso, subyugando todo lo que le salga al frente (idóneo papel para Kinski, ¿verdad?), tanto a su ocasional patrón, como a sus tres hijas. Ante la afrenta de poseerlas a todas, es desterrado por su patrón al África, donde espera que encuentre una muerte segura tratando de reinstaurar el comercio de esclavos en una inhóspita tierra donde ser blanco es sinónimo de muerte, y donde un desequilibrado rey manda despóticamente.

Pero con lo que no contaba el patrón es que Cobra Verde simplemente se impone donde sea, y como sea. Ya en la segunda parte de la película, Herzog nos introduce con su estilo y categoría en tierras africanas, y donde el protagonista dará su mayor prueba de carácter comandando un ejército de mujeres para destronar al loco monarca. La película nos asaltará con profundos y significativos diálogos y fuertes simbolismos. Como el hecho de utilizar mujeres en batalla, las mujeres son más letales que los hombres en ese territorio, son las asesinas de mañana, como las nombra el lugareño ayudante de Cobra Verde, que contra todo pronóstico logra imponerse en tierras africanas, alcanza títulos nobiliarios, triunfa. O como el diálogo donde Cobra Verde se da cuenta que ha sido abandonado por quienes apoyó, y ante la definición de su compañero de esclavitud, el peor error de la humanidad, él la define como un crimen, un inherente crimen innato al corazón del hombre, para su deshonra, significativa definición por parte de alguien que pasó los últimos tiempos lidiando directamente con ella. Pero todo el esfuerzo se acumula y termina pasando factura a un finalmente fatigado bandido, abandonado por la gente que ayudó, traición y esclavitud que lo acaban empujando hacia su final.









El final es tremendamente simbólico. Un agotado Cobra Verde decide abandonar todo, retirarse y dejar toda esa tierra, toda esa esclavitud, toda esa imperante enfermedad e inanición. En una secuencia profunda y muy rica, vemos a Kinski caminando por la bahía, seguido por un hombre enfermo de polio, que asiste silencioso a sus últimos instantes: Cobra Verde intenta llevar un bote al mar para así poder escapar de toda la podredumbre. En una simbólica imagen vemos a Kinski jalando el bote, tirando de las sogas con sus propias manos, en una tranquila alegoría al terrible yugo de la esclavitud del que no pudo escapar, una esclavitud con la que él inició traficando, pero que finalmente se apoderó de él y se convirtió en su condena; una esclavitud de la que él mismo no pudo liberarse, que lo arrastró a la muerte, cuando, completamente agotado, cae rendido, bañado por las aguas del mar, rozando solo superficialmente la libertad, tocando solamente la espuma del océano, incapaz de escapar de la esclavitud; incapaz de despegarse de esa tierra, expira. El cuadrúpedo testigo silenciosamente contempla todo, mientras se nos muestran los créditos finales teniendo de fondo a las mujeres guerreras cantando con una sonrisa que, con lo visto, resulta escalofriante, las mujeres guerreras, las mujeres asesinas son la imagen final de este crudo relato, con el que nos despedimos de la colaboración Kinski-Herzog. En la final colaboración del dúo, deja por supuesto Herzog patente todo su dominio como realizador en tierras indómitas, salvajes, visualmente potentes, y el director dota a su filme de toda la fuerza cromática que el escenario puede ofrecer, configura una cinta con su sello, que se siente hermanada a las otras cuatro, parte de lo que podríamos denominar una serie, la serie de cinco cintas juntos colaborando. Hasta siempre y gracias, maestros.


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