Severo y contundente, armonioso y
metafísico, un filme que se inscribe entre lo mejor de un cineasta que descolla,
es un filme que inaugura un nuevo momento en la filmografía de un artista que
apunta maneras muy diferentes a la abismal mayoría. El británico Peter
Greenaway, poseedor de por sí ya de un estilo sin par, de un lenguaje sumamente
personal, tan personal como detallista, perfeccionista, de armonía plena y
bizarra, presenta un filme que inaugura lo que algunos consideran una trilogía,
es la cinta que exhibe por vez primera ciertos lineamientos que en el futuro ciertamente continuará evolucionando. Experimental y temeraria
versión, genial versionada del británico cineasta de la obra final de su
coterráneo, el titán literario William Shakespeare, La Tempestad, y Greenaway toma este tema, lo adapta solemnemente, y
lo funde con su descomunal despliegue audiovisual, su concepción tanto
cinematográfica, como teatral, y ciertamente también su dominio pictórico,
temas todos que se desarrollarán líneas más adelante. Se alinea al primigenio
texto el cineasta, el duque de Milán, Próspero, ha perdido su sitio de poder en
detrimento de su traidor hermano, Antonio. Próspero, en su exilio junto a su
hija, Miranda, estudiará, a través de veinticuatro textos, las diversas ramas
del conocimiento humano, que a la larga le darán descomunal poder de
hechicería, fuerzas incontenibles con las que recupera su ducado, mientras
Miranda se hace mujer y se enamora del hijo del desertor. Cuando Próspero
alcance la cima de su poder, y tenga a los traidores a su merced,
finalmente les concederá la absolución, no aplica correctivos, sino que perdona
a los desertores, y renuncia a todo su poder, casándose finalmente los
enamorados Miranda y Fernando. Con el respeto debido al memorable contexto,
Greenaway funde dicha circunstancia de espacio y tiempo con su particularísimo
estilo y lenguaje, utilizando recursos de su inventiva para su narrativa, en un filme experimental, denso, oscuro y metafísico,
literario y mayúsculo de Gereenaway.
Inicia la acción con la inmediata explicación del primero
de los libros, el Libro de Agua, en un atemporal lugar en el que vemos a un
anciano, enumerando todos los tipos de líquidas manifestaciones, acompañado, a
distancia, por un infante de etérea presentación. Ambos planifican una
tormenta, que azotará un navío. Se aborda a continuación el Libro de los
Espejos, mientras, tanto el anciano Próspero (John
Gielgud), como el
infante de rojo pañal se movilizan por palaciegas locaciones ritualistas.
Próspero se lamenta por las humanas pérdidas que pueda haber generado el
hundimiento del barco azotado, pues su hija Miranda (Isabelle
Pasco), exiliada con
él, sufre mucho por ello, postrada en cama. Próspero afírmale no fue nada grave,
mientras rememora cómo ya fueron doce años desde que perdió su ducado de Milán,
su hija tiene ahora 15 años. Entre sus recuerdos, está su hermano Antonio (Tom
Bell), traidor a quien Próspero delegó buena parte de las decisiones administrativas de
su dominio, mientras realizaba sus estudios. Los libros se suceden, estudios
cromáticos, atlas de viajes, estudios de anatomía con libros sangrantes que
cuestionan a Dios. Rememora cómo fueron expulsados, por Alonso (Michel
Blanc), aliado del
traidor, empero pudiendo rescatar algunos de sus amados libros, gracias a un
fiel servidor. Próspero vuelve a la acción, y para materializar la tormenta
marina que desea, llama a Ariel, el bebé que canta como idílica fémina, que
añora su libertad, pero deberá pagar a Próspero primero por haberle ayudado a
liberarse del tormento de la bruja Sicorax, que lo fundió a un pino.
Cuando Miranda se recompone, su padre la lleva a ver a su
esclavo Calibos (Michael
Clark). Calibos es
hijo de Sicorax, también fue ayudado por Próspero y su magia, pero por pretender
forzar a Miranda, perdió los favores del hechicero; es ahora una aberración de
lo que alguna vez fue. Mientras se estudia el Libro de las Plantas, aparece un
náufrago, Fernando (Mark
Rylance), personaje
que gusta prontamente a Miranda. El Libro del Amor nos es mostrado,
mientras Próspero, sabedor del clandestino idilio, amenaza a Fernando,
pero Miranda aboga por él. Libros de las utopías y las quimeras se suceden,
libros de viajeros, es entonces que aparecen Trinculo y Esteban, que se
encuentran, y conspiran contra el ex duque. El idilio de los jóvenes Miranda y Fernando continúa; paralelamente, Calibos planea cómo deshacerse de Próspero, le traiciona,
pretende ayudar a que lo derroquen. El hechicero, siempre con su fiel Gonzalo
(Erland Josephson) a su lado, perdona al joven Fernando, le concede a su hija,
libros de autobiografías y tipologías fluyen, los arreglos para la joven pareja
se van ultimando. Próspero prevé con facilidad lo que planea Calibos,
desbarata el plan y somete al esclavo y sus dos amos, que suplican al hechicero que tenga piedad, y logran conmoverlo. Próspero perdona a todos los
náufragos, mientras se reparten los enhorabuenas y parabienes, la celebración
es plena, pues todos gozan de la indulgencia, hasta el aberrante y resentido
Calibos. La renuncia de Próspero a su poder también es total, se deshace de todos
sus amados textos, incinerándolos o lanzándolos al mar, renuncia a su poder,
libera a Ariel, nos da un mensaje final. El singular viaje ha terminado.
Culmina de esta forma un muy
ambicioso proyecto de Greenaway, una de sus más ambiciosas empresas, sino la
más ambiciosa de sus singulares apuestas. Esto se debe en buena parte a que el
cineasta toma y respeta -algo ya de por sí positivo-, los temas centrales de la
primigenia obra, del texto literario del inmortal maestro Shakespeare, se anima
el británico cineasta a tomar el tema y el contexto históricos. Italia, fines del siglo
XVI e inicios del XVII, el duque de Milán ha sido traicionado y derrocado,
aprenderá hechicería, ajusticiará a los traidores, pero ante todo, hará gala de
su corazón y capacidad de perdón. Respeta el director ese plano, empero, y como
es natural, funde estos elementos con su propia imaginería y creación
artística, y si bien por momentos deja de lado ese plano, el histórico, para
dar preponderancia a su fuerza audiovisual, es notable e imposible dejar de
destacar el hecho de que respete la obra de la que bebe su propia creación, es
una de las claves de su éxito, de la solidez del filme, su atrevido proyecto
encuentra al premio debido. De esta forma, mayúsculos temas a nosotros serán
plasmados, temas metafísicos, la magia, el esoterismo, y ciertamente, son temas
que se sienten próximos al propio cine del autor, hechicerías y conjuros,
maldiciones, semidioses, simplemente, tópicos mágicos, como su mismo cine, pues
es este su aporte, su aportación que se va a amalgamar con el memorable escrito
del maestro literato coterráneo suyo. Hablando ya ahora de su creación, de
su filme, es interesante el recurso
formal que propiamente da cierta identidad a la cinta, el recurso que
prontamente, desde las primeras secuencias, se plasma, el recurso de lo que
podríamos llamar un doble plano, un
plano dentro de otro, un plano enmarcando a otro, uno de los elementos con los que se
corroborará posteriormente la unidad de la obra del británico. Esto, pues si bien
el elemento se ausentó por completo en la siguiente entrega, El Bebé de Macon (1993), resurge y se
plasma nuevamente en la obra siguiente, The Pillow Book (1996), y en ambos casos, este recurso se manifiesta
abundantemente, elevando el nivel experimental del trabajo, otorgándole mayor
dinamismo, densidad y complejidad, es un recurso novedoso, fresco; se inaugura
pues con este filme un nuevo recurso técnico, el personal lenguaje
cinematográfico de Greenaway va tomando nueva forma.
La música, cómo no, viene a ser
un elemento también muy importante en el filme del británico cineasta: obra y
gracia de Michael Nyman, el acompañamiento musical, con su distinguida tónica
clásica, eleva el nivel ya depurado de las imágenes, y nos proporciona una
combinación audiovisual notable, atrapante y seductora, bizarra y armoniosa,
oscura y onírica, densa y barroca. Por supuesto, el acompañamiento musical se
funde con ese otro elemento que otorga la categoría de soberbio filme, y es el
trabajo visual, el trabajo de fotografía realizado por Sacha Vierny, ya asiduo colaborador de la obra del cineasta,
que genera esas imágenes tan limpias, tan sanguíneas por momentos, carmesí
demencia, carmesí armonía y bizarría, dos artistas que se conocen, producen
audiovisual y notable belleza, su constante colaboración vuelve a su arte más
que arte, es arte a la vida fundida. Se consigue una lobreguez alturada,
armoniosa oscuridad -todo es oscuro, todo es lóbrego, por momentos, solo la
tormenta derrama algo de luz en la escena-, es un ambiente lúgubre, pesadillesco
pero a la vez lúdico, lugares sobrenaturales que se sienten más herméticos y
para un humano ordinario inalcanzables gracias a esa música, la amalgama de
ambos campos nos hace ver a los humanos como meras herramientas, como
maquinales y hieráticos apéndices del atrezzo, pues el despliegue escénico y
musical lo es todo. La innegable formación e influencia teatral también se
manifiesta en Greenaway, sus exquisitas películas se diferencian por esa alta
dosis de materialización teatral, que se manifiesta en la concepción de sus
escenas, en la composición, es decir la distribución de sus elementos, cinematográficos y humanos, en
los que una escena pequeña va abriendo paso, lentamente, a través de los
travellings, a una sola y descomunal escena, que a su vez encuadró no solo a la
primera, sino a otras escenas, a otros
encuadres. Así, veremos planos dentro de planos, en un dinámico y sutil
despliegue de desbordante dominio de Greenaway, que hace cine, que hace
teatro, que hace pintura, todo en unas cuantas tomas. Deslízase su cámara por
los escenarios, por las surreales locaciones que ha generado, Greenaway, con el
brillante Vierny de lugarteniente, se ha convertido en un ya ducho y pleno poeta visual, creador de imágenes, limpias y ricas, rebosantes de detalles, todo confluye en
una hermosa armonía, multi artística armonía.
La originalidad y calidad de
reconocible del arte de Greenaway reposa justamente sobre esa característica
suya, esa capacidad como otros muy pocos cineastas, de dominar y manejar la
perspectiva teatral, de fundirla con el cine generando un arte mayor, y a esta
capacidad, de entrelazar encuadres y planos soberbiamente -los primeros planos
harán también su labor, multiplicando la expresividad de ciertos protagonistas,
siempre que no se materializa el citado recurso de plano dentro de un plano-,
colabora por supuesto el otro elemento mencionado, el ámbito pictórico. Es ese
un elemento del que Greenaway también hace gala de dominio, pues cual cuadro
del siglo XVI, plasma y concentra toda su obsesiva construcción escénica, su
exquisito barroquismo visual, en las ricas imágenes que engalanan el filme,
tienen severa solidez por esa característica, encuadres que emparentan la
concepción a un ángulo pictórico, pues la composición, la distribución de los
elementos humanos y cinematográficos, es tan ordenada, tan armoniosa, que en
efecto, parece que vemos una secuencia de fotogramas de pinturas barrocas, tres
artes visuales en una. Entre las secuencias que descollan a ese respecto,
tenemos la del encuentro de los amantes, Amanda y Antonio, el encuentro amoroso
tiene lugar en paradisiaca e idílica locación, un bello halo de romanticismo se
respira, ahí apreciaremos, cómo cada encuadre parece una pintura renacentista,
académica y rigurosa, hermosa. Pero el despliegue no termina ahí, y es que todo
se amalgama, las declamaciones de los protagonistas de sus diálogos,
multiplicando la solemnidad, el vistoso juego coreográfico, la voz y
narraciones en off, sumados a los
recursos ya detallados, refuerzan pues esa compacta creación que desfila entre
distintas disciplinas artísticas, la solemnidad y belleza del teatro,
multiplicada por las posibilidades técnicas del cine, la representación de la
realidad adquiere una nueva cota, las posibilidades representativas se
multiplican ante este inacabable abanico de dominio por parte del cineasta. Y es que aunque son múltiples las locaciones, los lugares en los que se
desarrollarán las acciones, el dominio y el equilibrio que se apreciarán en
todos ellos será el mismo, se notará la unidad conceptual, y cómo no, si vemos
la sanguínea armonía, el casi mórbido equilibrio carmesí durante todo el metraje,
rojo omnipresente, en las vestimentas, en los decorados, túnicas, fondos, Greeeneay y Vierny esparciendo esos intensos rojos, esparciéndolos por
el filme, como los esparcen por la filmografía toda.
Asimismo, entre las figuras que
exhibe el cineasta, tenemos a Ariel, el semidiós, infante interpretado por tres
distintos bebés, una de las sobrehumanas presencias, que inicialmente vemos
miccionando mientras se columpia, y que canta con idílica voz de soprano, una
de las actividades que a lo largo de todo el filme repetirá el infante,
mientras numerosos hombres van desfilando mostrando su desnudez, otro elemento
que tiene su simbolismo; en esos dionisiacos lugares, los hombres son como
herramientas, se los muestra desfilando hieráticamente, pues son casi una
maquinal parte del atrezzo, la ropa
es innecesaria, las herramientas se necesitan desnudas -para apuntalar este particular apartado, para los entendidos del tema será casi inevitable hallar singular analogía artística en otro titán del arte, el prodigioso Miguel Ángel Buonarotti, y su conocido uso de los ignudi en casi toda su pictórica producción, y sí, otra vez, hallamos pues recursos de la pintura renacentista, todo es consecuente, todo es coherente-. Otro elemento central
del filme viene a ser el aberrante Calibos, buen ejemplo de la declamación que
se menciona, Calibos habla sin hablar, su plasticidad, su histrionismo, son su
mejor lenguaje, mientras su parlamento se desliza en off. Es cine arte, cine arte al alcance de pocos, es cine, es
teatro, es pintura, es literatura, y otra secuencia magnifica viene a ser la
secuencia en la que Próspero va definiendo el rumbo a tomar, se le suplica tenga
piedad, que muestre alma, y el derrocado duque en efecto hace gala de su buen
corazón, perdonando a todos, y dándose el mencionado segmento; todos, cual etéreo séquito, siguen al hechicero, que declama, habla con los dioses, mientras el
despliegue de la cámara, su lento alejamiento, su sucesión de descubrimientos
de nuevos planos y encuadres, elevan esos instantes a lo mejor del filme, es
Próspero el meollo de lo que sucede, el centro de la escena, como una teatral
escenificación, una magnifica orquestación de la que Greenaway es el maestro, el arquitecto. Hablando del desenlace, Greeneway respeta correctamente la
historia, la historia que algunos consideran el epílogo artístico de
Shakespeare, y el perdón, la absolución, uno de los temas centrales de la obra, también se plasma en la versionada al cine. La virtud por encima de la
venganza, la grandeza anida en el hechicero, que renuncia incluso a todo su
fabuloso poder, y al final habla a la cámara, a nosotros, y nos pide nuestra
propia absolución. En el apartado de intérpretes, siendo el despliegue visual el
corazón de todo, los actores cumplen con solvencia, estarán a la altura expresiva de sus personajes, John
Gielgud es el
central, es Próspero, su dominio y sobriedad encajan a la perfección con el
anciano hechicero, su aporte es el debido para dar cimiento al corazón, al
protagonista; Isabelle Pasco
cumple en su secundario papel de la hija Miranda, Michael
Clark se luce como el
espectral y aberrante Calibos, y mención especial para el recientemente finado Erland
Josephson, un dios nórdico de la actuación, fetiche de Ingmar Bergman, en secundario papel y enriqueciendo curriculum. Filme notable, a
la altura de todo un poeta de la imagen, un filme sobre magia concretado por un mago de
las artes, Greeneway prosigue así su particular andadura en el séptimo arte, sigue construyendo su legado cinematográfico.
A penas la ví ayer... no se si es porque recién voy conociendo a Peter, pero me parece que hay cierta similitud con A.Jodorowsky en la forma de expresar e interpretar ciertos roles.
ResponderEliminarSaludos, y felicidades por el Blog.
Gracias, Greenaway es uno de los invitados de lujo del sitio.
ResponderEliminarGracias, yo amo a este director y tu comentario es maravilloso. ¿Cómo puedo verla online? No lo consigo. Sara
ResponderEliminarLamento no tener un enlace, lo mejor es adquirir el filme y apreciarlo cuando uno desee..
EliminarSi por favor como hago para verla?
ResponderEliminarTe recomiendo adquirirla..
EliminarNo soy gran cineasta, soy ilustrador y diseñador gráfico. Como tal pienso que este film está a la misma altura que la obra de Duchamp "La fuente".
ResponderEliminarHe tenido que ver esta película para un trabajo que estoy haciendo y en fin... me ha parecido una obra espectacular a la vez que inútil. Pienso que hay muchos artistas que se limitan a reírse del resto, exigiendo todas sus cualidades artísticas, pero sin duda los peores son los que a través de su presuntuosa mente, crean obras conceptuales que después exigen ser tratadas como la mejor obra jamas exigida. A este segundo grupo incorporaría el film de Prospero's Books.
Sinceramente, soy un inculto del cine, pero lo respeto pues que es el arte mas reproducido en nuestra era. Creo que como arte debe apelar a los sentimientos y transmitirte algo, pero no tiene ningún derecho ha hacerte perder 2 horas de tu vida mediante la escenificación de pomposos encuadres, desnudos innecesarios y diálogos incoherentes. No todo el arte conceptual debe ser apreciado por el echo de considerarse arte.
Tu opinión es válida, pero jamás definiría ver un filme de Greenaway como "perder 2 horas de tu vida".. discuerdo completamente..
EliminarSufrir dos horas de tu vida sería una definicion más apropidada...
EliminarInfames..
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