Otro de los filmes capitales de
este gran titán del séptimo arte, otro pedazo de arte que supera la línea de lo
que es meramente arte, obra maestra
de un maestro, o mejor dicho, una de las obras maestras de este indeleble
maestro cinematográfico. La Pasión de
Juana de Arco es un trabajo que alcanza el nivel de filme de culto, filme
mítico, y pocas veces aseveraciones de este tipo fueron tan vigentes, tan
ciertas y patentes. Como en otros trabajos también imperecederos de otros
gigantes camaradas cineastas suyos, estilo Fritz Lang o el prodigioso Murnau,
la descomunal película sufre severos embates no únicamente humanos, sino también
históricos antes de ver a la luz. De esta forma, el filme no pocas mutilaciones
sufriría, hasta tener que conformarnos con alguna copia cercana, con ver lo más
cercano a lo que alguna vez fue la obra original. Nos adentra al gran Carl
Theodor en los días de uno de los más tristemente célebres hechos históricos,
uno de los sucesos bélicos que mayor impronta dejaron, la recordada Guerra de los Cien Años, que
entre los siglos XIV y XV, millones de vidas tomó en el conflicto entre
franceses e ingleses, y que tuvo inmortal heroína en Juana de Arco. Empero, el
filme se centrará en los días posteriores al conflicto, y en el juicio que se
le realiza a Juana, cuando se le juzga por herejía, y en el que las
fuerzas del clero se esmeran por conseguir que la heroína se retractara de sus
aseveraciones de que, a través de visiones santas, Dios le encomendó la misión
de salvar a Francia. Uno de los ejercicios más sobrecogedores y de sello
inolvidable, con un trabajo de primeros planos que se ha vuelto mítico, La Pasión de Juana de Arco permanecerá
imborrable como uno de los trabajos clave de un cineasta de leyenda, inspirador
de otros posteriores y también genios mayores del cine, seguidores suyos.
Se inicia la cinta con unos
textos, unos escritos nos dicen que el filme se centrará en el juicio que se le practicó a Juana de Arco luego de la Guerra de los Cien años, que acabó en su
muerte, se trata de un muy nutrido diario del suceso. Las primeras imágenes que
vemos son las de una cámara de audiencias, donde se realiza un juicio, la
acusada aparece, es Juana de Arco (Maria Falconetti), ella jura solemnemente decir únicamente la
verdad, y nada más que la verdad. Las primeras interrogantes que se le hacen
son sobre su origen, sus padres, su edad, y su supuesta calidad de enviada de
Dios, lo que se le refuta, pero ella, firme y resoluta, reafirma que es una
enviada de Dios, se le encomendó la misión de combatir a los ingleses y salvar
Francia. Asevera Juana, asimismo, que aparte de oír voces divinas, en una
ocasión llegó a visionar al arcángel San Miguel, ella no claudica en su posición.
Algunos soldados ingresan al recinto, ancianos prosiguen con el interrogatorio,
el juicio sigue su curso, y Juana no abdica, pero va mostrando una actitud de
resignación. Con arbitrariedad se conduce el proceso, en el que, a toda costa,
escépticos miembros del clero intentan que Juana deje de afirmar con tanta
entereza, que tuvo contacto divino y que es enviada de Dios, no aceptan ese
argumento como su salvación, pero es en vano, ella no claudica, mientras recibe
una carta.
La implacable inquisición prosigue
su trabajo, al no claudicar ella, es transportada a una cámara de torturas, donde
bizarra coronación le es practicada, su entereza va decayendo, y si bien no
habla mucho ya, nunca deja de sostener sus argumentos. La demencial situación
continuará, atrapada en el proceso, Juana no puede hacer mucho, se le ofrecen
algunas vías de salvación, se le ofrece ser bautizada, también algún
salvoconducto para que salve el pellejo, todo a cambio de que deje de proclamar
lo que ellos consideran herejías inaceptables. El clero se da cuenta que no pueden
quebrar el espíritu de Juana, ella es resoluta, su resignación no cede tampoco,
y se le obliga a firmar unos documentos, contratos estériles que ella firma ante
la insistencia, para después ser condenada indefectiblemente a la hoguera. Es
entonces que Juana, cada vez más apesadumbrada, abre su corazón, se sincera,
hace una declaración con toda su alma, despertando asimismo la empatía y favor
popular, congregaciones se manifiestan, pero no hay mucho más que se pueda hacer,
la condena ha sido ya dictada. Se inicia entonces la ejecución, ante las
miradas de decenas de personas, se enciende la hoguera, conmoción se genera en
muchos, por la situación y por el fuego. La indignación de la gente, sin
embargo, no puede hacer nada, el fuego arde y va consumiendo a la acusada por hereje, pero su heroicidad, y su pureza, consiguen que su alma sea impermeable
a las llamas.
Para proseguir
con los detalles de ese inacabable frenesí de la exaltación del poético rostro
de nuestra protagonista, veremos no pocas veces un par de delgados y brillantes
canales acuosos que surcan sus mejillas, ella llora, saladas lágrimas nos
multiplican su suplicio, su impotencia, potencia su expresividad, su dolor, nos
obliga a empatizar con ella, pues la
sobrecogedora fuerza de esa sinfonía de primeros planos, que por momentos rozan un poderoso halo
siniestro, nos envuelve, nos domina, nos vuelve parte de la demencia kafkiana
que atormenta a Juana. Es de esta forma que el filme se convierte en imperecedero
compendio, en un manual de cómo se hace un trabajo de primeros planos, en el
que los actores se vuelven todo, el trabajo de cámara hace infinitas las
posibilidades, pues nunca los rostros de los protagonistas fueron tan
estudiados, tan escrutiñados hasta la obsesión, sus registros, sus gestos, sus
llantos, Juana, y además, los ancianos del clero, los inquisidores, y su
demencial acusación, con sus expresiones frías y herméticas como témpanos,
también van creciendo durante el filme, es una clase magistral del cineasta
sobre cómo narrar sin palabras, cine mudo del mejor, que se acercaba a su ocaso. Pero la
magia de Dreyer no se limita “solamente” al trabajo de planos, no. Dreyer es un
maestro pleno en la puesta en escena, y el montaje no podía, ni mucho menos, no
estar a la altura de tan magnífico despliegue cinematográfico. Es así que los
primeros planos no serán unos meros primeros planos, la desbordante
expresividad que de ellos emana, también se sustenta y se plasma en buena
medida gracias al tipo de encuadre que el danés dómine sabrá para nosotros
generar, y así, la faz de la Falconetti será casi todo el tiempo encuadrada en
contrapicado, variando la angulación de este factor, pero manteniendo muchas
veces ese estilo, y consiguiendo un efecto que magnimiza la imagen que vemos,
su dolor, sus lágrimas, su impotencia, el trabajo es mayúsculo, descolla en
todos los ámbitos, es una pieza maestra de arte. Por supuesto, necesario es
decir que todo lo anteriormente analizado, muy diferentes sensaciones sabrá
generar, dependiendo de cómo se vea el filme, en su original y netamente muda
(ausencia de todo sonido) versión, o la re versionada en la que se anexa
acompañamiento musical, son dos experiencias muy distintas; es la opción muda por la que se optó para redactar el presente artículo, persiguiendo la versión que
según ciertos críticos permite tener otra visión, críticos como Bazin, que
afirmaba la muda versión permitía entender y reemplazar el silencio de voces,
para escuchar las voces del silencio.
Todo este complejo trabajo de
cámara deviene en una severa e íntima cercanía, nos aunamos indefectiblemente
con el lamento del relato que presenciamos, se obtiene una cercanía obsesa,
severa cercanía al dolor, lo que nos funde con el desgarrador drama, nos funde
esa cercanía plena de obsesión, en la que hasta vemos cómo una mosca se posa en
el rostro de la fémina, vemos las lágrimas, las gotas de sudor surcar también
ese rostro de poesía. La puesta en escena, la composición de los encuadres,
pues, alcanzan un nivel mayor, un nivel más allá de la representación, la
capacidad representativa del filme alcanza niveles mayúsculos, la naturalidad,
lo espontáneo, lo cercano e íntimo, amalgamado todo en un solo producto,
materializan pues algo poderoso, magnífico, sublime, la kafkiana situación nos
alcanza también, la intensidad no conoce límites. El espacio en off, receptáculo de la mayoría de
miradas de sus fogosos ojos, alcanza también importancia, es un espacio al que
Juana dirige sus pupilas, pero sabemos que en realidad es una mirada al vacío,
ese campo de off, indefinido campo,
es a donde se dirigen desorbitados globos oculares, una mirada perdida,
desesperanzada, apagada, nos preguntamos, ¿qué ve?, ella ve… su mundo.
Inevitable e innegable es asimismo que el arte de un alma como la de Dreyer, de
tan oscura imaginería, y hermanada a las de sus contemporáneos camaradas, otros
nombres selectos y ya citados del cine, Lang, Murnau, produjera pues un cine,
un filme, que se adscribiera a las principales vertientes audiovisuales y de
estilo de la corriente en boga por entonces, el imperecedero expresionismo
alemán. Es de esta forma que vemos poderosos claroscuros, claroscuros
lumínicos, pero claroscuros humanos muchas veces también, marcados y poderosos
contrastes luminosos, luces y sombras que se contactan naciendo esos marcados
contrastes, y reforzando aún más los planos que se vuelven marca registrada del
danés. Por supuesto, todo este entramado desemboca también en que se magnifique
el trabajo de los actores, y, como se ha mencionado, la principal baza actoral
del trabajo, Maria Falconetti, demuestra que entonces, cuando el cine carecía
de sonido, los actores eran ciertamente actores, los requerimientos
histriónicos, lo importante y capital de su dominio, de su abanico de
registros, era providencial a la hora del éxito o fracaso de su interpretación,
y esta mujer de teatro deja patentes sus facultades, innegable es que su
descomunal e inolvidable actuación, intensa, siniestra, mística, es en buena
medida responsable de que este filme tenga tan privilegiado lugar en la historia.
Siendo consecuentes, el presente
artículo se centrará en la versión fílmica que lo inspira, en la mística
silenciosa de la versión netamente muda, la versión que, como asevera el texto
inicial de aquella edición de DVD que se visionó, es meramente algo cercano a lo que alguna vez fue la
versión original, y es que ese es otro motivo por el que el filme desfila
entre lo legendario, lo mítico, por su carácter de rareza, de obra maestra
perdida en el tiempo, inédita e inaccesible para muchos, una masa a la que ni
siquiera le interesa o está enterada de la magnitud de este pedazo de arte. La historia de la citada versión de esta película nos dicta, asimismo, que la lata conteniendo sustancial metraje de aquel corte del filme, se halló en el armario de una
institución mental en Noruega. Así de fortuito fue el hecho de esta
reconstrucción, de este intento de recuperar lo perdido, pues la íntegra
película, pese a quien le pese, perdida está para siempre, al igual, otra vez,
que muchos trabajos de sus colegas, los padres expresionistas, pues es como
si un siniestro halo de incomprensible voracidad se cerniera sobre justamente
la corriente cinematográfica de la oscuridad y las tinieblas por excelencia.
Por supuesto, trabajos de esta magnitud, de este fuerza visual, muchas veces se
logran gracias a que un genial director de orquesta, un maestro director del
cine, se rodea de otros genios, pero genios con los que de alguna forma ya se
ha conectado artísticamente, y que, por ello, se conocen de una forma tal que
se sabe lo que se busca el uno del otro, generando pues un trabajo consecuente,
un estilo unitario, una unidad audiovisual, estética, expresiva, siempre
alineada durante los trabajos en que se continúe la colaboración. A este
respecto, trabaja Dreyer nuevamente con Rudolph Maté, camarógrafo con el que el
danés cineasta encontraría poderosa filiación en sus oscuros nortes artísticos,
y con quien volviera a trabajar, entre otras ocasiones, en la producción de
otra obra mayúscula, Vampiro / Vampyr (1932), que también ha sido en su momento comentada en este
sitio. Maté posteriormente iniciaría su particular e independiente
carrera como cineasta, aunque sin consolidarse como un director espectacular,
ciertamente lo mejor de su producción sería como responsable de cámara,
generando esos claroscuros, esos contrastes y poderosos juegos de luz y sombra,
ese halo de impresionismo, que enamoraron a Dreyer, y que se materializaron en
inmortales obras de arte, inmortales filmes. Carl Theodor mismo se involucraría
en la concepción del guión, en la que colabora Joseph Delteil, dato que
finalmente resulta algo curioso, casi anecdótico, dada la naturaleza del filme,
pero que es a tener en cuenta considerando la directriz que se le dio al filme,
centrándose en el kafkiano e inclemente proceso inquisitivo al que se sometió a
la heroína de la Guerra de los Cien Años. Estamos ante otro trabajo necesario
de Carl Theodor Deyer, una maquinaria incansable de obras maestras, cuya
producción, por diversas causas situacionales, no llegara a proliferar, a ser
prolífica, pero esos contados trabajos, tienen cada uno un prestigio y una
reputación como pocas otras cintas en la historia tienen, hablamos de Dreyer,
genial maestro del cine de las tinieblas, pero también de la luz, de los milagros (Ordet), luminaria danesa que sería
responsable de la herencia artística que luego, entre otros, proseguiría un
titán del cine moderno -quizás algo arbitraria la denominación-, el sueco Ingmar Bergman, de los más ilustres pupilos y
seguidores del maestro danés.
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