lunes, 19 de septiembre de 2011

Apocalypse Now (1979) – Francis Ford Coppola

Monumental, espectacular, inolvidable, legendaria. Los 70 fue incontestablemente la mejor década del prodigioso Francis Ford Coppola, la década en que dejaría su inmortal impronta, en que su nombre quedaría bordado con letras de oro para siempre. Primero, por supuesto, nos regaló las joyas inmortales, el legado del cine, The Godfather I (1972) y The Godfather II (1974), para cinco años después rematar esta inolvidable década con otra obra monumental, Apocalypse Now. Es como si por esos años Coppola sencillamente hubiese sido incapaz de realizar una película que no sea magna, descomunal, como los tres títulos involucrados. En esa década solo haría una cuarta película, The Conversation (1974), pero la gloria ya estaba destinada para las cintas antes mencionadas. Una historia más que controversial: los excesos del ejército yanqui en la guerra de Vietnam, su proceso de descomposición, y la descomposición a la que se someten los reclutas, todo soldado que integre las fuerzas de marines. Una historia así, viniendo de un director norteamericano, un director como Coppola, de por sí ya es interesante, es más que solo un visionado, es un debate para los espectadores, y tendrá para ese desafío un reparto de primerísimo nivel, elemento que siempre encumbra a una película, la separa de ser un buen filme, le facilita el camino de volverse un filme inolvidable, de la categoría de obra maestra.

          



Es así que Coppola reclutó al mismísimo Vito Corleone, al Padrino, al inmortal Marlon Brando en el papel de un coronel rebelde, reconocidísimo oficial, que ha visto las falencias y grandes defectos del ejército yanqui, ha roto todo vínculo con ello, y ha abrazado la cultura nativa de Vietnam. Martin Sheen será el joven soldado yanqui que debe ir a buscarlo, y eliminarlo, y en el camino verá porqué alguien tan inteligente como el coronel escogió el camino que escogió, verá ambos lados del asunto, uno reforzado por el genial Robert Duvall, en el bando americano; en un breve papel actúa G. D. Spradlin, el Senador Pat Geary de El Padrino II, y es que Coppola tuvo el acierto de trabajar esos lustros con su sólido equipo actoral consolidado en la saga de la familia del capo mafioso Corleone. Completan un reparto estelar, Harrison Ford, Dennis Hopper, Laurence Fishburne, entre otros. Una película tan monumental encierra numerosas anécdotas, divertidas trivias, muchas historias detrás de la luz. Una podría ser cómo Brando, toda una autoridad, apenas puso un pie en el estudio, pidió específicamente no compartir el mismo con Dennis Hopper, por lo que alguna escena de ambos juntos debió ser filmada con cada actor por separado; es una curiosidad, e ignoro el motivo por el que el pobre Hopper le resultaba tan insufrible a Brando. Asimismo, uno de los papeles protagónicos, el de Martin Sheen, originalmente estuvo planeado para Harvey Keitel, quien incluso llegó a grabar algunas escenas, pero luego fue despedido por no considerársele a la altura del proyecto.

                                                                        
 



Con un inicio más que atrapante, el filme comienza con la voz del bohemio Jim Morrison, y su sicodélica música, suena “The End” de The Doors, mientras el capitán Benjamín L. Willard (Sheen) aparece, está hostigado y atormentado por sus recuerdos de guerra. Rápidamente es abordado por otros oficiales, y se le asigna la misión de buscar al Coronel Walter E. Kurtz (Brando), de muchos reconocimientos, ahora fugitivo y ubicado en Camboya; separado completamente de las fuerzas norteamericanas, idolatrado por los nativos, Willard debe encontrarlo, y en pocas palabras, matar a tan ilustre representante de la milicia yanqui. Se embarca en su misión, con imberbes reclutas, y llega a costas vietnamitas, es recibido por el caos de la guerra, fuego, muerte, y también por el Teniente Coronel Bill Kilgore (excelente Robert Duvall), que tiene una frivolidad y frialdad hacia la situación, que abruma, él es el máximo encargado de las acciones, pero está más interesado en hacer amistad con el recluta Lance B. Johnson (Sam Bottoms), un recluta y famoso surfista al que admira, y es que este coronel resulta ser un surfista belicoso. Entre sus operaciones, toman sin problema una costa vietnamita, destruyen y eliminan a la gente, bombardean y destruyen toda resistencia, y Kilgore realmente disfruta todo, ambientándolo con la música clásica de Wagner, y la inmortal frase “Me encanta el olor del Napalm por la mañana”. Esto lleva a Willard a cuestionarse quién es el que realmente está mal en este asunto, piensa en la autoridad moral de los oficiales que buscan destruir a Kurtz, por lo que se separa de Kilgore, en compañía de Lance y otros, no sin antes robarse la tabla de surf del teniente.





Willard empieza a investigar a Kurtz en los documentos que tiene, cartas personales, conoce su impecable trayectoria, increíbles logros y reconocimientos, y cada vez lo respeta más por haber roto completamente con los yanquis cuando investigaba agentes encubiertos de inteligencia americana en Vietnam, para buscarse a sí mismo. Avanzan en territorio vietnamita, andar separados del grupo les da mayor libertad, por lo que cometen atrocidades y crímenes, y tienen un impensado encuentro con las bellas conejitas Playboy, conocido entretenimiento que ya había por las filas de Kilgore. Siguen avanzando y se encuentran con otro grupo de soldados, anárquicos y sin líder, mientras se enteran que hubo otro soldado enviado con su misma misión, y ahora estaba al lado de Kurtz. Alcanzan también la base de un grupo de soldados franceses, resentidos por la Segunda Guerra Mundial, han abrazado esas tierras como suyas, y Willard encuentra calidez y sosiego en los brazos de una mujer. Finalmente llega a terreno de Kurtz, donde algunos soldados algo lunáticos, y los nativos, lo han convertido en un dios, lo idolatran. Aparece al fin Kurtz, sosegado, en una versión primitiva, sencilla, en medio de las sombras. Willard es tomado prisionero, pero respetado por Kurtz, conversan, trata de hacerle ver lo mal que está USA en sus políticas de guerra, él está lúcido en medio de todo el caos. Le narra impactantes e inverosímiles anécdotas, le narra cómo es que pasó a formar parte de los nativos y su fuerte determinación, él ya lo ha visto todo. Willard lo entiende, pero en medio de una surreal secuencia, mata a Kurtz, es un sacrificio realzado por el paralelo de un gran cebú sacrificado. En el final, suena otra vez The End, y Willard, ahora testigo en carne propia de todos los horrores, con toda la información, se queda en el mundo de los nativos, ahora es consciente, y toma la posta de Kurtz.







Gigante filme, como lo es su duración, filme de largo aliento de más de 200 minutos de duración, visualmente muy impactante, y repleto de legendarias secuencias para la posteridad. Pero empezando por el inicio, es memorable la escena de Martin Sheen descansando en su cama, viendo el techo y el ventilador, símil con los helicópteros, mientras suena The End, canción nexo que da significado a lo que vemos, al fuego y barbarie de la guerra. Por supuesto, la inmortal secuencia del bombardeo a la playa vietnamita, donde Kilgore pone “La Cabalgata de las Valquirias” de Wagner, ambienta la terrible danza de la muerte, el aparatoso despliegue de helicópteros, cañones, armas, disparos, bombardeos, balaceras, el maestro Wagner ambienta esa cabalgata, lo cual le da un aire de armónica y elegante destrucción, de magnanimidad. Espectacular. Esta es la secuencia por excelencia de Robert Duvall, inmortalizada por su “I love the smell of Napalm in the morning”, y es que todo ese despliegue era responsabilidad suya, y Duvall entrega una actuación para recordar, el irreverente coronel Kilgore, que disfruta con la destrucción y matanza, él representa la máxima autoridad de campo que sabe de los vicios de la guerra, la marihuana, las violaciones, las injusticias y excesos, pero lejos de denunciarlo, se solaza con ello, él vive de ello, y se divierte, surfea en medio de ello. En medio de todo también se encuentra Willard, un joven Martin Sheen, él es el punto de quiebre del filme, su disyuntiva es a la que se nos somete como espectadores, pues Willard todo el tiempo es consciente de la pésima forma en que se maneja la guerra, atestigua los horrores, y va admirando a Kurtz, su raciocinio y la forma en que se separó de todo, en que rompió brutalmente con su tierra natal, conforme avanza al objetivo de su misión, crece la indecisión, pues sabe que Kurtz tenía razón, no era él el lunático después de todo.








La fuerza de las imágenes de la cinta es también notable, pues están impregnadas de un poderoso realismo, de una poderosa sicodelia, así, veremos coloridas y sicodélicas fotografías de la guerra, coloridas bengalas infestan el ambiente de humos verdes, rojos, púrpuras, napalm, y claro, la música de los gigantes del rock, aparte de The Doors, también suenan The Rolling Stones y su Satisfaction, lo cual le da cierto aire bohemio, cierto aire de realismo yanqui, es de resaltar ciertamente la fuerza de sus imágenes, y todo reforzado con una excelente música, clásica y contemporánea. Como se dijo al inicio, una película tan monumental tiene gran cantidad de anécdotas e historias, una de las más conocidas es la existencia de no pocas versiones del filme, específicamente del final, donde incluso se pensaba realizar un corte con Willard y Kurtz que unían fuerzas para repeler un fuerte ataque, pero Coppola prefirió un final más esperanzador, por lo que optó por el final que apreciamos. La diferencia radica en que en el final, cuando Sheen se desvanece y la pantalla se funde en negro, Coppola inicialmente acabó así el filme, sin créditos finales, luego cambiado por unas aparatosas explosiones que tenían créditos superpuestos, o combinaciones de estos elementos, lo cual creó cierta confusión y malas interpretaciones del final por lo que Coppola lanzó en el 2001 Apocalypse Now Redux, con abundante material adicional y un final con créditos, y claro, todo este baile genera numerosas ediciones especiales de coleccionistas. Filme descomunal, muy rico en todo aspecto, en el que Brando ilumina la recta final de la cinta con su actuación y su sola presencia, pues aunque efímera su aparición, es el protagonista junto con Sheen, él representa la fuerte confrontación de fondo de la guerra, de alguien que ha visto todos los horrores de la misma, la destrucción, y que, enfermo de las barbaries, corta brutalmente todo lazo con su nación, y abraza a unos nativos supuestamente salvajes, pero los más lúcidos en medio de todo el caos, al menos a su juicio. Para la posteridad el filme, incluye al gigante Brando y otros actores de renombre. Una verdadera joya del cine.















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