martes, 27 de marzo de 2012

La gata sobre el tejado caliente (1958) – Richard Brooks

Consolidaría Liz Taylor en el lustro final de la década de los 50 su mejor etapa actoral, con cuatro nominaciones consecutivas al Oscar, fue una época en que la Taylor tuvo a todo Hollywood a sus pies. Significaría la película que nos ocupa, su segunda nominación, y el director Brooks la dirige en una memorable cinta, de sólida historia, y, sobre todo, un gran reparto estelar, actores de primer nivel que demostraron que eran los santos y seña del firmamento hollywoodense de entonces. Materializa Brooks la historia de una acomodada familia, la familia de un hacendado sureño, que tiene dos hijos, uno al que poco podría querer, y otro, ex deportista, alcoholizado, que por alguna razón parece estar imposibilitado de engendrar y procrear descendencia que herede las numerosas hectáreas del patriarca. La cinta explorará los oscuros pasajes a los que se debe esa incierta situación, mientras los más íntimos secretos de la familia saldrán a flote, peleas por herencias, con todas los ataques que este tipo de conflictos acarrea. El mencionado y destacado reparto actoral incluye a un descomunal Burl Ives como al patriarca hacendado, a un ya consolidado y serio Paul Newman como el hijo más importante, y a la hermosa Taylor como su frustrada esposa. Además completan la terna Jack Carson y la recordada y eficiente Judith Anderson, en una cinta muy memorable y que atrapa durante todo su metraje.



Comienza la acción con un hombre, Brick Pollitt (Newman), que bebe un trago en una pista, alucina, y de pronto corre y brinca unas vallas, pero tropieza, y se luxa una pierna. Enyesado, en su casa hay ambiente festivo, su padre va a llegar, y su esposa, Maggie (Taylor), no soporta a la familia de su cuñado, Gooper (Carson), de numerosos y ruidosos hijos maleducados. El padre está muriendo, y Maggie le dice a Brick que quieren dejarlo fuera de la herencia, ella quiere evitarlo, busca engendrar un heredero, pero el alcoholizado Brick la rechaza, incluso le dice que se busque un amante. Llega el padre, “Big Daddy” Pollitt (Ives), a quien el doctor dijo que goza de buena salud. Poco después, Brick habla con el doctor, que le dice la verdad, la salud de Big Daddy es pésima, no hay esperanzas, sólo él y Gooper lo saben, mientras agasajan al hacendado por su onomástico. La situación marital de Brick no mejora, siguen peleando, se menciona a un tal Skipper, gran amigo de Brick, finado, aparente causante de su situación. Big Daddy es un duro y áspero personaje, no soporta celebraciones, desaira a su mujer, Ida (Anderson), no soporta tampoco ni a Gooper, a su mujer Mae (Madeleine Sherwood), ni a sus numerosos y odiosos cinco hijos, con un sexto en camino; en cambio, la cae bien la hermosa esposa de Brick.




Entonces, Big Daddy encara a su hijo, encara a Brick por su alcoholismo, una dura discusión en la que se llega nuevamente el tema de Skipper, íntimo amigo suyo en el instituto, deportistas juntos, y suicidado. Para esclarecer lo sucedido, llaman a Maggie, se va descubriendo el velo, era un parrandero camarada de Brick, a quien no le gustaba Maggie por acapararlo, pero, llegados a un punto, ella casi se acostó con Skipper para probar su falsa amistad con su esposo. Poco después, el amigo se suicidó, y Brick, sintiéndose culpable por haberle fallado, se refugia en el alcohol, la discusión con Big Daddy se acalora, y termina por confesarle la verdad sobre su salud, y el viejo hacendado decide no dejar herencia a nadie. Se desencadena una gran discusión a su vez con Gooper, abogado, que quiere la herencia, y, aliado con Mae, ataca furibundamente a Brick, ausente, le atiza su irresponsabilidad y alcoholismo. El estado de Big Daddy se agrava, es un caso sin esperanza, pero se rehúsa a recibir morfina, y en medio de la discusión, padre e hijo se acercan más que nunca, y llegan a una tregua. Arriba, desaira a Gooper, no le dejará nada, y Maggie dice una mentira, dice estar embarazada, habrá heredero del hijo mayor, pero la mentira lo es por poco tiempo, Brick la llama a la habitación, el falso embarazo será uno verdadero.




Una de las clásicas cintas de sus protagonistas, tanto de un Paul Newman en efervescente ascenso, como de una Liz Taylor que cimentaba y consolidaba la reputación de una de las leyendas femeninas hollywoodenses. El realizador Brooks se encarga de entregarnos este intenso drama, que conforme avanza la acción, va alcanzando mayores niveles de complejidad, involucrando amplio abanico de dimensiones, descascarando meticulosa y metódicamente los orígenes de extrañas situaciones. Un aparentemente impotente hijo mayor y predilecto de su hacendado y acomodado padre, rechaza con obstinación a su más que atractiva esposa, a quien hasta su anciano y desgastado progenitor más de un piropo dedica, pero el motivo de esa aparente impotencia esconde una historia propia, que a su vez desencadenará y sacará a la luz las más indeseables disputas por herencia, donde las figuras más patéticas aflorarán. De esta forma, el primer misterio es resuelto, el ex atleta, ex jugador laureado de fútbol americano, Brick, atormentado y alcoholizado por la pérdida de su mejor amigo, íntimo camarada cuya muerte considera fue por causa suya, traumatizado, busca refugio en el alcohol, quedando su hermosa esposa de adorno. Se desencadenará la disputa familiar, donde le hermano mayor, Gooper, realiza patéticas declaraciones, un fantoche total, nunca tuvo vida propia, sino que se amoldó al pie de la letra a todo lo que su padre le ordenaba, simplemente para ver, en el final de la vida de éste, cómo lo hacía a un lado de la herencia, lo que más le interesaba. Casado y formador de algunas de las más ridículas, o graciosas, según se mire, figuras de la cinta, como su esposa, Mae, insoportablemente fértil fémina, con una camada de monstruos sin cuello, como los llama Maggie, insoportables y ruidosos, hasta tienen una suerte de banda musical, intentando agasajar a Big Daddy, pero sacando de quicio al agasajado y al espectador con tan risible, o irritante, otra vez, figura.





Memorables y clásicas imágenes genera el director, como ver, prontamente, el inmortal fotograma de la Taylor, Maggie rememorando las bondades amatorias de Brick, mientras acaricia el dorado catre del lecho, frustrada, y él, atrás, dándole la espalda, mucho de la cinta se condensa, sin palabras, en ese poderoso fotograma, en esa ciertamente elocuente y expresiva imagen. La situación se extenderá a buena parte del filme, ella, hambrienta de carnalidad, suplicándole por algo de acción íntima, literalmente persiguiéndolo, buscando inquietarlo provocadoramente, y Newman, huyendo, renqueante, le habla de condiciones aceptadas, de que se busque un amante, hay pasión y frustración en su habitación, mucho se oculta ahí. Uno de los momentos clímax de la cinta es sin duda la discusión de Brick y Big Daddy, ese tipo de conversaciones que marcan hitos en la vida familiar, en la que se dicen cosas que se quisieron decir una vida entera, y para las que finalmente se encontraron las palabras. Brick reprochándole la falta total de amor a la familia, el padre escudándose en que los colmó de todo, todo lo que el dinero puede comprar, excepto lo único que querían, afecto genuino, y Big Daddy finalmente le habla como nunca le habló, con el corazón, rememorando a su propio padre, ese tipo de momentos que modifican el rumbo de la directriz familiar, momentos no de cine, sino de vida real, y las actuaciones de ambos en esas secuencias son de lo mejor del filme. Un aspecto por el que la cinta es inolvidable es por la memorable calidad actoral que despiden sus protagonistas, todos a un muy alto nivel, empezando con un ya ducho Paul Newman, que iba de más a más, seria su caracterización, convence de su patetismo, de su sufrimiento y angustia ante el abandono sentimental de su padre a la familia entera. Asimismo, Burl Ives nos obsequia una remarcable caracterización, es el papel que más exige, y su actuación es tremenda, la más impactante, imponente y señorial, como lo exige el personaje de un hacendado sureño, acomodado y orgulloso hacedor de todo su imperio. Por supuesto, la Taylor, también ya madura actoralmente, ya tiene carácter, y su actuación demuestra actitud, toques de muy intensa y dominante femineidad, es una mujer completa. Mención especial para Judith Anderson, en un papel menor en esta oportunidad, pero siempre seria y cumplidora mujer. Cierra Brooks la cinta de inmejorable forma, con el más elocuente y mencionado fotograma, pero ahora opuesto, de colofón, siempre el dorado catre del lecho hacia nosotros, y los esposos atrás, pero ahora juntos, ahora son amantes, ahora consumarán la frustrada pasión. Brooks demuestra mucho talento, entrega una memorable cinta, enriquecida poderosamente con las actuaciones, y a las que suma su firme pulso y seriedad en la puesta en escena, un clásico de la Metro-Goldwyn-Mayer MGM.








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