viernes, 2 de marzo de 2012

La comezón del séptimo año (1955) - Billy Wilder

Una de las cintas más representativas del símbolo sexual hollywoodense, la eterna bomba rubia, Marilyn Monroe, en una de sus cintas emblema, donde se luciría como pocas veces más la veríamos hacerlo, donde haría gala de toda su belleza, de su fulgurante e irresistible hermosura. Billy Wilder materializa una comedia inmortal dentro del firmamento hollywoodense, poseedora de una de las escenas antológícas de la historia del cine, con el ventilador en el piso que levanta la falda de la Monroe, descubriendo, aunque sea parcialmente, sus bien contorneadas piernas, secuencia delirio de la época, inmortal pasaje el protagonizado por la blonda. Es presentada la historia de un sujeto, un yanqui promedio, con familia, tiene mujer e hijo, pero que se ve expuesto, cuando éstos salen de viaje en vacaciones veraniegas, a la máxima de las tentaciones, a Marilyn Monroe, una vecina angelical, que lo vuelve loco, lo hace perder la cabeza, que le hace experimentar disparatadas situaciones, haciendo peligrar la supervivencia de su familia. Tom Ewell encarna a este desafortunado, o afortunado sujeto, según como se mire, pues coincide en la vivienda con una rubia impresionante, pero no de mucha inteligencia, con debilidad por los hombres casados, provocativa a más no poder, prohibida obsesión para el hombre de familia, que deberá decidir qué hacer, por el bien de su familia. Ligera, divertida y fresca, es una comedia inolvidable, una exaltación de la belleza de la eterna diva del cine yanqui.

       


Inicia la cinta con imágenes a modo de documental, hablando del pasado de la tierra de Manhattan, territorio yanqui antes habitado por los indios Manhattan, que, en épocas sumamente calurosas, enviaban a sus mujeres e hijos a otra parte, mientras ellos recolectaban y cazaban, cazaban jóvenes féminas indias, y se termina aseverando que nada ha cambiado en estos días, es el mismo mecanismo el que prevalece. Somos avisados que presenciaremos esto en un caso de la actualidad, un hombre en Manhattan, despide a su mujer e hijo, se queda solo en casa. Él, Richard Sherman (Ewell), se propone evitar toda tentación y distracción en su soledad, procura no fumar, tomar ni mirar otras mujeres, pero entonces llega a su edificio a vivir una despampanante rubia, joven y con curvas, dejando atónito a Richard. Luego, intenta olvidar lo sucedido, imagina a su esposa, Helen (Evelyn Keyes), a quien narra inverosímiles historias en las que es un objeto de deseo femenino. Pura fantasía que es interrumpida cuando llama su esposa a controlarlo. Poco después, en su balcón, casi recibe un gran golpe, una maceta cae del apartamento de arriba, es la rubia vecina, que se disculpa, y Richard la invita a bajar y tomar un trago, ella acepta. Demora más de lo pensando, pero llega, con una ligera bata rosada, narra sus peripecias, lo acalorada que es, siempre caliente, tiene champaña en su apartamento, y  al no poder abrirla, ahora Richard lo hará y ambos brindarán.




Regresa con la bebida, y con un elegante vestido blanco, ella afirma que le agradan los hombres casados, pues en tal condición, nunca le pedirán matrimonio, acepta con gusto estar con individuos casados. Una cosa lleva a la otra, hay música, tocan el piano, y él intenta besarla, pero ella le rechaza, y avergonzado, pensando en su familia, hace que se retire. Richard está muy inquieto por lo sucedido, consulta hasta a un doctor psicoanalista, pero no obtiene valedera ayuda, y teme que ella abra la boca sobre lo sucedido. Vuelve a alucinar ese escenario, y después la evita, incluso llama a su esposa, enterándose que ella se divierte con otro sujeto en sus vacaciones, y otra vez alucina, esta vez con el potencial adulterio de su esposa. Enojado, busca a la vecina, salen a pasear, un ventilador le hace volar la falda, vuelven a la casa de él, a guarecerse del abrasador calor con su aire acondicionado; ella, muy cómoda, pide quedarse a dormir, Richard lo piensa. De pronto, la hermosa rubia está bañándose en su casa, Richard está por explotar, pero entonces recuerda a su esposa, Helen, piensa si sabe lo que pasa o no, la imagina llegando con un arma, amenazando a la rubia y a él. Amanece, él está fresco, afirma su mujer no es celosa, y entonces aparece su amigo, Tom MacKenzie (Sonny Tufts), el que estaba supuestamente con su mujer, no soporta los celos, Richard  lo golpea, recapacita, y se va a ver a su familia, llevando un remo, aditamento que su hijo olvidó, dejando a la rubia en el edificio.





La película es un perenne y constante lucimiento de la Monroe, la veremos radiante e irresistible toda la cinta, sexual encarnación, recurrentemente hace alusiones a sus literalmente calientes experiencias, alusiones a su desnudez, en la casa, en la bañera, siempre en provocadoras y sugestivas circunstancias. Es una rubia demasiado candente, desde el inicio, cuando deja caer la maceta, al ser invitada a tomar un trago, afirma primero irá a ponerse ropa, y es que tiene la particular costumbre de dejar su ropa en la heladera (...), todo el rato que estuvo hablando desde su balcón, estuvo pues desnuda, haciendo dar vuelcos a la imaginación del espectador. Menciona después su ropa interior junto a las papas fritas, siempre en la heladera, hasta se regala un simbolismo, una mujer que para siempre tan caliente, que su ropa debe ser guardada en la refrigeradora. Sus labios rojos, su provocativa voz, su cuerpo celestial, es la etérea encarnación femenina que hace perder el control al esposo, singular sujeto que escapa de la realidad, que recrea un mundo irreal en el que es una suerte de playboy, en su fantasía es recurrentemente buscado y asediado por las mujeres, nada más distante de la realidad. En ese sentido, la cinta muestra en clave onírica más de una secuencia, alucinaciones o imaginaciones del esposo que interactúa incluso con una aparición de su mujer. Por supuesto, la secuencia inmortal, la secuencia en la que se resume toda la sensualidad, toda la carga sexual y sensual, es la legendaria escena del ventilador alzando por los aires la falda de la Monroe, ella luciendo coquetísima sus deseables y curvilíneas piernas, la bomba rubia está a su plenitud, radiante como nunca, un querubín irresistible durante todo el metraje, y el mencionado, uno de esos fotogramas inmortales de la historia del cine, hace a esta una cinta necesaria de ver. Es una comedia divertida, de humor fresco, ligero, por momentos ingenioso, desde el inicio, con la original presentación de un documental, y el paralelo trazado entre éste y el mundo actual, y las hilarantes secuencias en las que se ve enfrascado el pobre esposo, que finalmente, opta por la opción hogareña, se decanta por su esposa, va con ella, y deja al objeto de deseo en su casa. Necesaria cinta de ver, cuando menos, una vez, pues tenemos aquí el privilegio de apreciar a una de las mujeres más deseables y sensuales de la historia del cine.












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