viernes, 9 de marzo de 2012

Julio César (1953) – Joseph L. Mankiewicz

El notable Joseph L. Mankiewicz, uno de los pesos pesados del universo hollywoodense, se anima en esta oportunidad a poner en escena un muy buen ejercicio de cine histórico, a la altura del gran director de célebre apellido, para narrar la historia de uno de los más ilustres y conocidos personajes de la historia, el gran Julio César. Es así que retratará los últimos días de la existencia del inolvidable emperador, los días en que era dios en la tierra, en que su poder no conocía limites, pero que ni su privilegiada posición lo hacían inmune a la envidia de quienes lo rodean; la avaricia y hambre de poder de sus subalternos, terminarían por hacer sucumbir al mismísimo César. La cinta está impecablemente puesta en escena, trabajo digno de su realizador. Para materializar su ejercicio, Mankiewicz recluta a un muy buen elenco actoral yanqui, con Louis Calhern para interpretar al todopoderoso emperador romano, además de James Mason como el traidor Bruto, John Gielgud como Casio, otro conspirador, pero quien se lleva todo el reconocimiento y las palmas, es un soberbio Marlon Brando, que dicta cátedra con su estupenda interpretación de Marco Antonio. Cinta reconocida por la crítica, supo obtener hasta cinco nominaciones a unos Oscar que estaban en otra época completamente, quedando solamente en nominaciones el galardón de Mejor Película y de Mejor Actor para Brando, quedando como premio consuelo prácticamente, el Oscar a Mejor Dirección Artística. Con todo, es una memorable cinta norteamericana, con ilustres actores, y con un director de renombre.

         


Nos ubicamos en Roma, es el año 44 a.c., se vive en la ciudad en cierta dejadez, y aparece Julio Cesar, rompiendo la anarquía de un mercado, y recriminado con furia a la gente por su falta de respeto a la ciudad. Julio César solo tiene confianza en su buen Marco Antonio, que se prepara para participar en una carreras, mientras su emperador desea tuviera fin la esterilidad de su esposa, Calpurnia, (Greer Garson). Mientras se aproxima al Capitolio, un anciano ciego, aparentemente lunático, le advierte al César que se cuide en los Idus de Marzo, que algo va a ocurrir, pero es ignorado. En otro lado, un distante Bruto es abordado por Casio, que está celoso del grandísimo poder del emperador, y genera pensamientos en la cabeza de Bruto, transmite su envidia por eso, le exhorta a que no se sienta menos, que no debe haber un solo gobernador en Roma; el emperador, por su parte, tiene recelo de Casio. Y éste, junto a Bruto, están expectantes, siguen los actos de un enfermo César, Casio siempre es el más activo conspirador, quiere acabar con Julio César a como dé lugar. Unos extraños prodigios se producen entonces, generando cierto temor en algunos nobles romanos, hay inquietud por lo que se avecina, por su parte Cinna (William Cottrell), también se une a la causa de Casio, mientras se acerca la hora de actuar, Bruto va siendo persuadido, y recibe los últimos alcances de su plan. Se junta el grupo, planean ya con detalles sus macabras acciones de traición, eliminar al emperador en una ceremonia de coronación, solo dudan de si eliminar o no a Marco Antonio, fiel al César.




Entonces, cuando el César se prepara para dicha ceremonia, Calpurnia, preocupada, afirma ha tenido horribles pesadillas, tiene un mal presentimiento, los sacrificios rituales, indican mal agüero, Calpurnia suplica a César que no salga ese día, y lo convence, pero un colaborador suyo hace sentir vergüenza al dios humano por cómo se vería su temor ante el Senado. Los conspiradores, antes de que César salga al público, materializan su despreciable traición, acuchillando y matando al emperador. Llega hasta allá un acongojado Marco Antonio, que expresa amistad y lealtad a los traidores, y se le permite hablar en el funeral del difunto. Pero, naturalmente, a solas con el cadáver, sollozante profesa toda su furia, promete justicia para los viles asesinos. Ya en público, habla Bruto a la muchedumbre, mencionando una supuesta ambición de César, de cómo al morir él ahora los ciudadanos ya no son esclavos, y la masa, inauditamente, le da la razón, pero es interrumpido por Marco Antonio, que aparece cargando el cadáver del César. Pronuncia entonces Antonio un estupendo discurso, en el que hace avergonzarse a los estúpidos ciudadanos de celebrar casi la muerte del emperador, y los hace despreciar a los ruines asesinos, leyendo además el testamento del César. Los traidores Bruto y Casio, rápidamente han escapado, formando ejércitos para su resistencia, pero hay discusiones y diferencias entre ellos. Ambos van experimentando cansancio y descomposición, mientras Antonio se aproxima, el enfrentamiento será en los campos Filipos, y es allí que se produce un feroz ataque por parte del fiel servidor Antonio. Entonces, un agraviado Casio se hace eliminar por su subalterno Messala, y posteriormente, Bruto realiza similar acción. Finalmente, Antonio reflexiona sobre el cadáver de Bruto, la venganza por lo hecho al César ha sido consumada.




Culmina así una película que descolla en muchos aspectos, que ha sido puesta en escena de manera remarcable, un gran trabajo por parte de uno de los directores más reconocidos de la época en el firmamento hollywoodense. Desde un inicio, la cinta se muestra grandiosa, con una música imperial, y que repetiría su tono magnánimo en las escenas de mayor intensidad, esta música es obra de Miklós Rózsa, y ciertamente es un elemento que realza y refuerza las secuencias en la que es necesario hacerlo, remarcando la fuerza y rango, el poder de los personajes, de sus acciones, definitivamente un punto infaltable en cintas de esta naturaleza, que bien empleado encumbra y potencia la fuerza de la misma, y este filme es un buen ejemplo de esa aseveración. Asimismo, la teatralidad en el tratamiento narrativo de la cinta era casi inevitable, y naturalmente Mankiewicz desempeña esta modalidad con maestría, es casualmente ese halo teatral el que impregna de mayor solemnidad a determinadas secuencias, mayormente las de las conversaciones, las de las conspiraciones, y también las de los monólogos, un despliegue casi perenne de planos medios nos hacen apreciar mejor la acción, sin llegar casi a primeros planos, lo cual es correcto, pues si bien se sacrifica un poco la expresividad y la intensidad de las expresiones de los actores, se gana muchísimo en la expresión corporal, en el lenguaje y la gravedad que expresan los mismos en sus parlamentos, y esto se complementa a la perfección con el estilo de presentación de inclinación teatral, generando pues una narración visual estupenda, que nos acerca a los personajes, pero a la vez mantiene cierta lejanía, haciendo sentir, con el poder de sus encuadres y su representación, que estamos ante seres magnánimos, remarcando la solemnidad, la gravedad de las situaciones, de lo que se planea y avecina. Se podrá apreciar también, pero claro, en menor medida,  por momentos la profundidad de perspectiva, planos profundos del territorio romano.





Es con esta característica que nos es mostrado uno de los puntos fuertes, uno de los más grandes bastiones sobre los que reposa la grandeza de la cinta, los parlamentos, los monólogos que realizan repetidas veces los protagonistas. Primeramente, el monólogo de Casio, despertándose ya su avaricia, su ambición, su envidia por el César, lo vemos mirando directamente a la cámara, hablándole a la lente, al espectador, avanza y observa a la cámara, incrementando pues ese aspecto teatral ya mencionado, interactuando casi con el espectador, ciertamente un aspecto notable de la representación. Casio es pues quien más reflexiona, al que más le carcome y corrompe la envidia por el poder del emperador, protagoniza dilatados monólogos, el mayor de los conspiradores, el que orquesta todo, el más celoso, su ambición lo hará materializar la más vil de las traiciones. El otro personaje que se combina para concretar el macabro asesinato es Bruto, que se va determinado durante la cinta, si en Casio la enviada ya está ahí, y da el siguiente paso orquestando la acción, en Bruto esa envidia y hambre de poder es exhortada por el primero, y Bruto se muestra más dubitativo, con menos intensidad y vigor en su determinación que el mayor traidor, es menos malintencionado en el comienzo, pero, naturalmente, no se debe olvidar que él fue el que finalmente da la puñalada de gracia, es igual o más culpable que el propio Casio. Estos personajes manipulan con sorprendente facilidad a la muchedumbre, la masa que, como siempre, deja en evidencia que el humano es inteligente, pero la masa es estúpida, pues una vanas palabras de Casio sirven para en pocos minutos ganarse a la plebe, que celebren prácticamente la caída del César, y se pongan del lado del ruin conspirador, para poco después sucumbir ante la oratoria y todo el poder de Marco Antonio, recuperar el juicio, y atizar y condenar a los despreciables y viles traidores.De lo más elocuente la secuencia sin duda alguna.







Es importante señalar que se debe dejar de lado en este caso la exactitud y veracidad históricas, se está juzgando una película, una materialización artística, una representación de la historia, por lo que, ciertas licencias o distancias con la misma no deben ser vistas como defecto o falencia, se debe centrar el ojo crítico en la pantalla y su expresividad, lo que transmite, en las virtudes y bondades de la puesta en escena de la cinta, las que verdaderamente abundan en su metraje, el trabajo de Mankiewicz para la recreación de la época es notable, el ambiente, las locaciones, la escenografía, el vestuario, es un trabajo muy bien realizado. No creo que haya discusión en que, el momento epítome del filme, la secuencia clímax, es la del mejor discurso de todos, que no llega a ser un monólogo, pero que descolla y fulgura entre todas las demás secuencias: me refiero, naturalmente, a la escena del estupendo discurso de Marco Antonio, a la formidable performance del genial e inigualable Marlon Brando. Un Brando en la plenitud de su vida, de sus capacidades físicas, y de las artísticas también, nos obsequia una de las representaciones más memorables de su carrera, y de aquellos años, con el intenso discurso dirigido a la plebe, despertando toda la vergüenza que debe sentir el infeliz que celebra al asesino de su emperador, la intensidad y la pasión tienen un nombre en esa secuencia, y se llaman Marlon Brando. El inolvidable y magistral actor norteamericano hace gala de un desbordante y abrumador dominio histriónico, nunca su voz había sido tan poderosa, nunca sus expresiones tan señoriales, tan amenazantes, el inmenso temperamento, el descomunal carácter de un dios del cine se plasma, su extenso discurso es un delirio, lo mejor de toda la película, presenciamos a un auténtico señor actor, es una de esas secuencias en las que uno puede diferenciar que no está viendo a un mero buen actor, sino a un actor extraordinario. Después de la secuencia corazón del filme, y ya pasado el clímax del mismo, asistimos a la degradación y decadencia de los conspiradores, donde un descompuesto Casio ha perdido la fuerza e intensidad del inicio, esas características han cedido a la inquietud, al temor, al miedo, su espíritu se quebranta, su única salida es la muerte, y al igual que un también resquebrajado y deteriorado Bruto, que incluso ve una aparición fantasmagórica, solicita a un subalterno ponga fin a su vida, los traidores pagaron su vil infamia. Es una enorme cinta norteamericana, de la época en que en tierras yanquis se hacia un cine de calidad y remarcable, excelente la cinta de un director de apellido con letras doradas en el cine norteamericano, Joseph L. Mankiewicz.












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