viernes, 10 de agosto de 2012

Paris, Texas (1984) - Wim Wenders


Memorable filme que serviría de gran consagración para el notable cineasta alemán Wim Wenders, le significó un triunfo arrollador para público y crítica, uno de sus filmes más aclamados y mejor conocidos, lo cual es ya decir bastante, con lo que indiscutiblemente se forjaba y consolidaba ya una de las andaduras cinematográficas europeas más respetables de las últimas décadas. Nos retrata el germano director la historia de un enigmático individuo, que repentinamente aparece en el desierto yanqui, en Texas, sin ningún recuerdo, ni su nombre, ni su pasado. Es hallado el personaje por su hermano, que lo ayuda a reconstruir su vida, a recuperar su pasado, como su hijo de ocho años, que él crió con su esposa, además de reubicar a la madre natural del niño, la mujer del amnésico. El filme será un recorrido por la recuperación de la vida del protagonista, que tendrá como uno de sus objetivos llegar al fantástico lugar de París, suerte de terreno baldío en el desértico Texas. El filme es un sereno ejercicio, repleto de agradables momentos de poesía audiovisual, además de un solemne retrato contemporáneo, y foráneo, del desierto yanqui, que además va dando forma a la tipología de personaje que sería recurrente en la carrera de Wenders. Correcto y seductor filme del alemán, protagonizado muy decentemente por Harry Dean Stanton como el amnésico, Dean Stockwell es su hermano, y la hermosa Nastassja Kinski, de ilustre apellido, es su perdida mujer.

         



En la desértica zona de Texas, USA, un personaje aparece deambulando, trajeado y con gorra, camina sin rumbo fijo, llega a una suerte de bodega, donde, sin proferir palabra, se desmaya. El tendero le encuentra una identificación, la que resulta ser de su hermano, Walt Henderson (Stockwell). Walt se apersona al sitio, puesto de emergencia, pero ya allí, su hermano ha desaparecido. En auto, no le cuesta mucho reencontrarlo, se llama Travis (Dean Stanton), no habla, no recuerda nada, no confía, ha estado ausente de la civilización durante cuatro años. Walt lleva a su casa a su hermano Travis, pero éste, apenas está solo, vuelve a huir. Ya ubicado, se le compra ropa nueva, se le pregunta si recuerda a su hijo, Hunter, y finalmente habla, de un lugar en Texas llamado Paris, pero primero deben volver a Los Ángeles, donde vive y labora Walt. Inicialmente intentan ir en avión, pero Travis, aterrado, hace que se bajen, deben ir en auto. Más despierto, Travis hasta conduce, pero desvía el camino, aunque finalmente llegan a la residencia de Walt, donde le presenta a Anne (Aurore Clément), su esposa, y a Hunter (Hunter Carson), su hijo de ocho años. El taciturno Travis no habla ni come mucho, se entretiene sacando lustre a los zapatos de la casa, mientras Hunter se muestra esquivo.





Walter trata de hacerle recordar a Travis su pasado, le muestra películas antiguas de un viaje de pesca, donde ve a Jane (Kinski), su mujer, madre de Hunter. Luego Travis se muestra ya más despierto, conectado a la realidad, cambia sus harapos por un elegante traje, y así va a ver a Hunter, van conversando, formando un vínculo. Por su parte. Anne se inquieta y angustia ante el descubrimiento y creciente interés de Hunter por su pasado y verdaderos padres, teme perderlo, y le conversa a Travis sobre Jane. Walt trabaja colocando enormes avisos publicitarios, Travis lo sigue, y le comunica su intención de encontrar a Jane, quien cree reside en Houston, Walt le financiará la búsqueda, y claro, Hunter se anota a la travesía apenas puede. Se embarcan en el viaje, llegan a Houston, donde efectivamente encuentran a Jane, Hunter la avista, padre e hijo la siguen, llegan hasta un cabaret, donde Travis, solo, entra y conversa con ella a través de un vidrio de una sola vista, ella no lo ve. De esa forma se comunican, Travis repite su visita, se embriaga al ver la nueva realidad de Jane, y le cuenta detalles sobre su madre al meditabundo Hunter. Travis se descubre a Jane, quien le reconoce, llora, vuelve con ellos; pero Travis, ya juntos los tres, decide partir, los deja, ella al inicio también huye, pero regresa, se queda finalmente con su hijo.





Excelentes y aerodinámicas secuencias iniciales aperturan el filme, con una suerte de ojo de halcón que sobrevuela y supervisa todo el vasto territorio, la abrasadora llanura yanqui de Texas, majestuosos e impresionantes travellings se pasean por esa áridas tierras, exploran el escenario con un dominio y alcance que ciertamente nos referencian a la elegante y poderosa ave, un águila, que tiene contacto visual con el protagonista. En ese escenario se nos presenta nuestro central personaje, enigmático inicialmente, severo misterio lo rodea, severo hermetismo lo enfunda, el mismo que se rompe tras no pocos minutos de ininterrumpido silencio y abstracción, y una de sus primeras aseveraciones, es que debe ir a Paris, Texas. Travis llega a cambiarlo todo, de pronto, repentinamente un individuo que ha desaparecido por cuatro años regresa al mundo real, regresa con su hijo, y trastorna la vida de quienes lo criaron como si fuera sangre de su sangre, sus tíos. Sobre todo, cambiará para siempre la existencia de su descendiente, Hunter, que resulta ser la exacta contraparte de su padre, pues es su progenitor un individuo muy pragmático, que simbólicamente le tiene aversión al viaje aéreo, no se despega de la tierra, tiene los pies en el suelo, ama esa seguridad; y en la otra mano, su hijo, que es maduro, agrandado, centrado y despierto, que le explica a su padre la teoría del origen del universo, que ama volar, ama dar rienda suelta a su imaginación y surcar los cielos y la fantasía, es pues la contraparte de Travis, y esa contraposición de sus caracteres hace más entrañable y perfecta su unión, su reencuentro, tras cuatro años de ausencia, la mitad de la vida del vástago.





Como en todo filme del genial Wenders, si algo descolla nítidamente, son sus imágenes, empezando con el parabrisas del auto que sirve de escaparate para apreciar el gris atardecer yanqui, melancólica figura, melancólico enfoque, pero en su melancolía encierra belleza, sencillez, naturalidad, muestra bellamente imágenes de un área que hace décadas dejó ya el recuerdo de los gloriosos westerns norteamericanos, ahora Wenders, con otra temática, sigue mostrando el territorio desértico con su poética belleza habitual. Así, muchas de las memorables imágenes del filme son los viajes por carretera, imágenes introductorias que se volverían usuales en Wenders -idénticas secuencias, de similar naturaleza, se aprecian claramente en el prólogo de una década después en Lisboa Story (1994)-, esos viajes urbanos adquieren con Wenders alucinantes tintes surrealistas, la exquisita poética visual del alemán ya ha tomado forma para esta cinta, y veremos plasmada toda su capacidad de retratar el vasto territorio norteamericano, todos sus recursos para representar las imponentes montañas, así como el mayormente gris cielo, que corona todo con su casi apesadumbrada omnipresencia, es pues melancólico el retrato que el cineasta nacido en Dusseldorf nos hace de Texas. En ese surreal espacio se nos introduce al meollo del filme, la incierta también como él, búsqueda de París, es ciertamente un paradero tan enigmático como quien lo profesa, pero luego se va desenmarañando el misterio, resulta ser un terreno baldío, el lugar donde sus padres practicaron el coito por vez primera, y de esta manera toma forma el primer segmento del filme, aún confuso, como la figura entera de Travis, su pasado y su vida son inciertos, y si bien se van dando señales de lo que es, de lo que busca, todavía se navega por abstruso terreno, y París que se vuelve finalmente una especie de idílico espacio, fantástico y quimérico lugar repetidas veces referenciado, y que se puede entender como la búsqueda de su reencuentro consigo mismo, que termina materializándose.







Nace así el típico personaje de Wenders, el individuo que deambula por el mundo buscando, siempre buscando, su propia identidad en unos casos, como el presente, su misión y sentido de existencia, como el ángel Damiel en la mítica El cielo sobre Berlín (1987), la perfecta inspiración artística, como Phillip Winter en Lisboa Story, o quiméricos romances en Más allá de las nubes (1995), siempre la perpetua búsqueda, la perpetua exploración del exterior y del interior, que abrirá los más inimaginables y fascinantes senderos metafísicos. Mucho ayuda a ese efecto el desolado retrato del escenario que Wenders concretiza, y es que nunca se ve gente, generándose una desolación que refuerza esa melancolía, de surreal abandono y aislamiento. El producto perfecto de este desesperanzador y desolador escenario, es pues Travis, el espectral personaje, lobo solitario, ajeno a la civilización, se reinserta temporalmente a ella, a su hijo y mujer, pero no puede desligarse de su naturaleza, de sus innatos élanes, cobrando singular poder el simbolismo de que sea mudo, de que sea amnésico, y se escinde nueva y definitivamente de esa civilización, ahora con cordura, abandona para siempre ese mundo. Remarcables y fundamentales para el éxito, solidez y profundidad del filme, vienen a ser las actuaciones. Así, ambos yanquis protagonistas, Harry Dean Stanton y Dean Stockwell, cumplen en sus roles, especialmente correcto el primero, el protagonista, abstraído y ensimismado al inicio, va cobrando complejidad, va descubriendo el mundo que atrás dejó, y finalmente vuelve a las sombras, abandona el convencionalmente considerado mundo real. Asimismo, particularmente eficiente es la por entonces joven Nastassja Kinski, hermosa blonda, lleva por su sangre ilustrísima sangre actoral, la vena artística fluye por su torrente sanguíneo, la hija del imperecedero e indeleble genio irascible, Klaus Kinski, se luce en el segmento relativamente corto del filme en que participación tiene, se muestra sólida, sencilla e intensa, atormentado es su personaje, y el clímax de su participación lo conforman, claro, sus conversaciones con Travis. Es correcto el recurso de Wenders para reforzar esos valiosos minutos actorales de la Kinski, con planos fijos prolongados, planos medios de la actriz, que nunca se rompen, cortan ni interrumpen, que captan sus reacciones, sus lágrimas, manteniendo la unidad intacta de su performance, provocando un efecto más tenso e intenso de su interpretación, la que se siente pues íntegra, ella tiene la mayor preponderancia, son escenas totales de ella, se atrapa toda su esencia, cuando reconoce al amor de su vida detrás de ese vidrio, esa barrera. Igualmente, Hunter Carson, en su papel debut, cumple con solidez en un rol que tiene directa injerencia en la cinta. Mención especial también para la banda sonora de Ry Cooder, reconocido trabajo que potencia la sencillez y por momentos irrealidad de la cinta. También encomiable es el trabajo de fotografía, a cargo del gran Robby Muller, que luego volvería a trabajar con Wenders, es directo responsable de la potente, impactante y contundente belleza visual del trabajo final, buena su composición, capturando el desierto yanqui en sus imágenes, el inacabable camino, y claro, ese elegante cielo omnipresente también. Wenders se rodeaba de los mejores profesionales, para producir su arte, un arte mayor, y es este un filme con el que, rodeado de esos artistas, se encargó de barrer en su respectiva premiación de Cannes, trabajo de muy necesario visionado para quien quiera apreciar ese, su cine, cine real, cine diferente, cine de uno de los mayores exponentes europeos cinematográficos contemporáneos que tenemos el deleite de disfrutar.











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