viernes, 17 de agosto de 2012

Tiempos modernos (1936) - Charles Chaplin


Inolvidable cinta, quizás el trabajo más emblemático del legendario comediante yanqui, el descomunal Charlie Chaplin materializa uno de sus más memorables trabajos, uno de los puntos más altos de su distinguida y gloriosa andadura cinematográfica. La inmortal cinta alcanzaría niveles de mítica por el directo y decidido retrato que se hace de una época específica y trascendental en la historia yanqui, la gran depresión, y el inminente advenimiento de la era industrial, además de otros fuertes símbolos que nos deslizan su opinión sobre la situación socioeconómica, artística, entre otros tópicos. Así, nuevamente veremos al incombustible vagabundo, Charlot, deambulando por la vida hasta que se ve trabajando en una fábrica capitalista, producción en masa que lo tiene semi esclavizado buen tiempo, hasta que es enviado a una institución mental tras un fallido experimento. A partir de entonces, el filme explorará sus diversas y jocosas peripecias con una fémina del bajo mundo también, que lo acompañará en sus avatares. Inolvidable y referencial filme, nos habla Chaplin de economía, las entonces nacientes y vigentes teorías de la administración, filiaciones comunistas, la consolidación inevitable del capitalismo y su anquilosado sistema que reduce al humano a casi un aditamento de la tecnología. En la cinta recluta Chaplin a la bella Paulette Goddard como su amada, quien lo acompañará en sus disparatadas aventuras.

          



Es la década de los 20, se inicia la cinta con imágenes de un grupo de individuos, trabajadores de una fábrica, en la que uno de los trabajadores (Chaplin), labora ajustando sin parar las tuercas en dispositivos de una banda móvil. Es seleccionado luego para que pruebe una novedosa máquina, aparato que da alimentos a los usuarios, pero el dispositivo enloquece y agravia al trabajador. De vuelta al trabajo, su severamente monótona y deprimente actividad lo lleva a bailar por la fábrica, rompe la rutina, pero es llevado a un hospital mental debido a ello. Por otra parte, una pícara vagabunda (Goddard), padece también en las calles, su desempleado padre, simpatizante comunista, es apresado. Ya en la cárcel, disfruta el empleado de tranquilidad y alimentos asegurados, al margen de rígidos horarios y algún eventual trabajo forzado, y tiene lugar además singular situación con un comercializador de cocaína. En las calles, numerosos desempleados protestan, el padre de la picara vagabunda fenece, mientras él, el trabajador de fábrica, es liberado, aunque lamenta perder la tranquilidad y alimentos de la cárcel. Tanto le pesa dejar la prisión, que realiza repetidos intentos para ser apresado de nuevo, es confundido como comunista por agitar un pañuelo rojo en una marcha, y vuelve a ver a la vagabunda, robando, la defiende.





En vano trata de salvarla de ir presa, y ambos se reencuentran en el claustro, ayudándola a escapar el trabajador, juntos están libres de nuevo pero severamente pobres, sin dinero. El hambre no cede y va haciendo presa de los amantes, tras volver eventualmente a prisión, sale ya libre el trabajador, fantasea con su mujer sobre una casa propia para ellos, él no consigue trabajo pese a buscarlo con una carta de recomendación firmada por el comisario local. La chica eventualmente encuentra una casa abandonada, un cuchitril que pueblan y van equipando. Es entones que las fábricas vuelven a abrir, hay empleo, y el hombre recupera su anterior puesto, vuelve a trabajar rodeado de enormes y frías máquinas, en medio de locuras,  esto deviene en una huelga. Tras volver brevemente a prisión, sale y encuentra a su compañera que ha obtenido un trabajo bailando en un bar, lugar en el que él también consigue empleo como mozo. Ambos comienzan a trabajar, parece irles bastante bien, ella es requerida, él también se anima a bailar entre los parroquianos. Eventualmente el vagabundo consigue otra buena oportunidad laboral, la misma que también se frustra por problemas, pero finalmente, ambos amantes se van juntos, afrontan el incierto destino juntos.





En el presente filme, se va al grano, elocuente es la primera imagen, la marcha de individuos que se dirigen a trabajar, laboran rodeados de la descomunal y fría máquina, el símbolo del capitalismo y su expresión, así como los que a ella se supeditan cual esclavos, se plasman prontamente en el filme del maestro Chaplin. Ese severo y opresivo mundo laboral absorbe al individuo como una gigantesca succionadora, le succiona la vida, no se les permite casi interrupciones, hasta ir al baño será debidamente supervisado por surreal pantalla omnipresente que se manifiesta en los momentos más singulares. Y no demora tampoco en materializarse otra de las clásicas imágenes de Chaplin, Charlot que prueba la novedosa máquina alimentadora, la máquina que enloquece y adentra al buen Charlot por las frías y estériles entrañas de la máquina, delirantes imágenes en las que el vagabundo se funde con el símbolo físico del capitalismo, de la era industrial que llega para quedarse, pasa a través de sus engranajes. Esa máquina abruma, desgasta, consume, pero el buen Charlot, ni en esas circunstancias pierde el buen humor, la buena cara, la optimista forma de abordar tan desfavorable panorama, y lo demuestra en la memorable secuencia del baile que protagoniza en medio de las frías bandas transportadoras, de los empleados obreros, del entramado industrialista, el capitalismo norteamericano, se divierte danzando entre la rigidez de ese mundo, Charlot ha despertado, ha visto el mundo tal cual es en esta etapa de Chaplin, empero, conserva aún su alegría, su sonrisa y buena cara, baila en medio de la esclavizante e inminente sociedad y régimen económico dominadores, así encara Charlot la producción en masa, el taylorismo, el fordismo, teorías administrativas y económicas, maquinismo, la edad industrial, y el jueves negro que genera la austeridad e ineludible coyuntura, emblemas estadounidenses, temas mayores en la historia yanqui, y mundial. Asimismo, tibiamente desliza Chaplin, en oposición a ese régimen, una accidental filiación del personaje al partido opositor, el comunista, mientras arremete con dureza contra el capitalismo, anecdótico detalle que no debe caer tampoco en malinterpretaciones.







Siguiendo esa línea, Chaplin aprovecha la ocasión, y engrandece a mayores niveles su obra, plasmando, con ese trasfondo, un poderoso simbolismo en la vida real, su vida artística, y era la severa confrontación entre el cine silente, que dejaba testigo, silenciosamente, al sonoro mundo cinematográfico que se avecinaba inminentemente. Chaplin confesamente afirmaba que el cine sonoro le parecía condenado a fracasar, y a esas alturas, 1936, se encontraban todos ya haciendo cine sonoro. Chaplin se atrevió a realizar su obra semi-muda, los principales personajes no emitían sonidos, pero sí los secundarios, y esto tiene poderoso motor impulsor. El gran Charlie Chaplin, como si de un prodigioso gurú se tratara, muy probablemente avizoraba lo que se venía, el cine sonoro, si bien innumerables adelantos e inconmensurables nuevos horizontes abría, también podría empezar a significar la decadencia del cine. Con el cine sonoro, sensible modificación llegaba para el estilo de actuación, el cine podría dejar de ser solemne, cosa que en efecto ha sucedido, especialmente en tierras yanquis; sí, el maestro lo avizoraba, y su poderosa manera de protestar fue esta, materializando un filme, naciendo ya el sonido en el cine, en su mayoría mudo, solo con las voces de fondo y secundarios profiriendo parlamentos. Así, el filme desfila entre lo mudo y lo silente, el maestro se agarra con uñas y dientes a su época del cine, severa muestra de rebeldía, y su última gran obra en este estadio del séptimo arte. Con ese escenario, en ese contexto, materializa Chaplin uno de su filmes cumbre, uno de sus más emblemáticos trabajos, y con el que continúa líneas ya trazadas anteriormente. Así, si en Una mujer de París (1923) comenzó Charlot ya a ver el mundo tal cual es, con sus crueles falencias y realidades, habiendo ya abierto los ojos, continúa el personaje con esa visión ya adoptada, pero ahora, vuelve a reírse de su situación, se divierte, recupera la picardía, el sendero esperanzador se mantiene pese a todas las desavenencias y austeridades, como formidablemente se plasma en ese maravilloso plano final, esa mítica secuencia colofón del filme, Charlot caminando con su amada, juntos afrentarán todo lo que el destino les depare, y su amor los fortalecerá.







Entre los momentos delirantes de este mítico filme, a parte de la mencionada secuencia de probar la máquina alimentadora automática y la consiguiente introducción a las entrañas mismas del maquinismo, a los engranajes, se encuentra también otra secuencia de antología. Es la inolvidable secuencia en prisión, donde se involucra un traficante de alcaloides, de cocaína, y, tras intentar descartar su mercadería en un salero durante la comida, genera que el buen Charlot aderece sus alimentos con el severo polvo de nariz, como se le llama en el filme, generando el alcaloide elocuentes reacciones en el adormecido comensal, una secuencia delirante, inolvidable, inmortal, como se dijo, de antología. Asimismo, inmortal es la figura de Charlot, que se apesadumbra cuando se le informa que será liberado, no añora la libertad de volver a las calles, y es que está más a gusto en la prisión, donde, como él mismo lo dice, es tan feliz…, severa y elocuente la figura que nos ofrece Chaplin, como se dice, a buen entendedor, pocas palabras. Con singular parsimonia, lucha por volver a prisión, su claustro donde la pasa mejor que afuera, y claro, el maestro lo plasma de poderosa y contundente forma, Charlot cumple su cometido, tras comer sin pagar una merienda, es arrestado, y, contrario a estar acongojado, tranquilamente marcha con los policías mientras se limpia con un mondadientes. Notable. Otra de las figuras inolvidables del filme será ver a Chaplin, a Charlot, patinando con los ojos vendados, la fantasía, el optimismo, la inocencia son materializados en esos instantes, imágenes para la posteridad, imágenes inolvidables que forman parte del patrimonio del séptimo arte. Delirante asimismo el segmento en que Chaplin improvisa musicalmente cantando la canción de Léo Daniderff, Je cherche après Titine, en un hibrido idioma, mezcla de italiano, francés e inglés, ilegible lenguaje que, empero, supo generar aceptación y deleite en el espectador de entonces, gran mofa en la que, por vez primera, escuchamos la voz del maestro, es un momento histórico, finalmente, Chaplin no lo puede evitar, el cine sonoro ha llegado, y alinearse con él inevitable fue. Y claro, el mencionado colofón, la inolvidable imagen del romance feliz, Charlot encuentra en su amada el refugio y fortaleza que necesita para afrontar lo que se venga, juntos caminan hacia el horizonte, en una secuencia tan hermosa como simbólica. Es un filme mayor en la historia del cine, que encierra poderosos simbolismos, poderosas figuras a través de las cuales nos va diagramando la sociedad de su tiempo, los desacuerdos y conflictos, pero siempre todo impregnado de la ternura y optimismo propios del inmortal vagabundo, the tramp, Charlot. Filme indispensable, piedra angular del arte cinematográfico, piedra angular del arte chapliniano.









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