Comentar películas como esta no es realmente una labor, es un deber, un disfrute y un deleite. Es una película tremendamente rica, tanto por su contenido de filme en sí, como por la historia en su derredor. Por enésima vez, la infamia dejará escritas sus letras en la historia del cine, pues una verdadera obra maestra nuevamente fue ultrajada por intereses de infelices empresarios, infelices que consideran al cine no un arte que tiene a la industria a su servicio, sino una industria que tiene al arte trabajando para conseguir más billetes, personas que entienden todo al revés y acaban cometiendo errores. Sí, todos cometemos errores, pero los errores de estos individuos cuestan el legado que la humanidad entera después apreciará, supeditan un legado extraordinario de la manera más despreciable, arbitraria e injusta. Pues bien, con todo esto, esta película logra trascender obstáculos, vencer toda suerte de límites y mutilaciones, todo tipo de destrucción o desconsideración al artista creador, para erigirse en una verdadera joya cinematográfica, porque eso es lo que tenemos frente a nosotros: una auténtica obra maestra. Cuando fue mutilada por la Universal, el producto, la versión del estudio (no era más la versión del director) fue vista por Welles, dándose la conocida historia de un Welles desesperado enviando un copioso memo de 58 páginas rogando que se haga un nuevo corte de su propia película, que se aproxime más a lo que él planteó. Los años pasaron, y nuevas versiones se realizaron, hasta 1998, en que se hace un esfuerzo serio por restaurar y tratar de recuperar la verdadera esencia del director. Lo que podemos apreciar ahora es eso, el mejor esfuerzo por aproximarse a plasmar la versión original que Welles concibió.
La secuencia inicial es ya mítica, ese infinito y magistral travelling, para el que no hay ángulo o lugar inalcanzable dentro de la escena, nos brinda un viaje imposible, una travesía espectacular de tres minutos en la que la falta de diálogos complementa la complejidad de tan excelente prólogo; es el travelling por excelencia, la referencia de este técnica, una secuencia legendaria. Respecto al reparto, para esta magna obra, reúne a un excelente equipo de actores, él incluido, además del inmortal Charlton Heston (por cuya insistencia, por cierto, se dio la dirección de esta película a Welles), una excelente Janeth Leigh, y por supuesto la mítica Marlene Dietrich, ese monumento de actriz que, si bien tiene un breve papel, deja su impronta en toda película que tenga el privilegio de tenerla en sus créditos. Una pareja de recién casados, el detective mexicano Ramón Miguel “Mike” Vargas (Heston), y la atractiva rubia estadounidense Susan Vargas (Leigh), están cruzando la frontera mexicano-estadounidense, están en tierras yanquis cuando un automóvil estalla intempestivamente. Ahora Vargas está involucrado como testigo, y está muy implicado en ello, tendrá que trabajar en el caso junto a su homólogo norteamericano, el capitán de policía Hank Quinlan, un retorcido y corrupto yanqui, amargado y sin escrúpulos, interpretado por un Welles imperial, un Welles literalmente enorme, cuya figura es resaltada por unos contrapicados únicos.
Las actividades de personajes corruptos se suceden, y la escena de ataque a Susan es también remarcable, creando una atmósfera siniestra, morbosa, podrida, casi pestilente, todo apoyado siempre por un seguimiento impecable de la cámara, todo para generar una secuencia brutal, el acecho y tormento de la mujer, donde se cierra la puerta de manera precisa, para indicar que el delito está siendo cometido, la mujer de Vargas está siendo ultrajada por abyectos individuos. Luego el terrible Quinlan pretenderá plantarle drogas, sembrar evidencia y convertirla en una drogadicta frente a las autoridades, su corrupción no conoce límites. De la misma forma su crueldad tampoco conoce límites, pues eliminará sin vacilar a sus más cercanos colaboradores si se interponen en sus planes. En las secuencias finales, un Vargas enfurecido por el ultraje a su mujer, decide desenmascarar toda la situación, y tendrá para esto el apoyo del más cercano colaborador de Quinlan, que le proporciona un micrófono a través del cual se enterará con lujo de detalles de una incriminatoria conversación que mantendrá con el corrupto policía. Pero el voluminoso Quinlan se da cuenta del engaño, asesina a su secuaz, no sin caer herido también. Muerto el policía, todo está registrado en la grabación, el caso está esclarecido, y finalmente el supuestamente inculpado Pancho confiesa que él fue el asesino de la bomba.
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