Inolvidable cinta, quizás el
trabajo más emblemático del legendario comediante yanqui, el descomunal Charlie
Chaplin materializa uno de sus más memorables trabajos, uno de los puntos más
altos de su distinguida y gloriosa andadura cinematográfica. La inmortal cinta
alcanzaría niveles de mítica por el directo y decidido retrato que se hace de
una época específica y trascendental en la historia yanqui, la gran depresión,
y el inminente advenimiento de la era industrial, además de otros fuertes
símbolos que nos deslizan su opinión sobre la situación socioeconómica,
artística, entre otros tópicos. Así, nuevamente veremos al incombustible
vagabundo, Charlot, deambulando por la vida hasta que se ve trabajando en una fábrica
capitalista, producción en masa que lo tiene semi esclavizado buen tiempo,
hasta que es enviado a una institución mental tras un fallido experimento. A
partir de entonces, el filme explorará sus diversas y jocosas peripecias con una fémina del bajo
mundo también, que lo acompañará en sus avatares. Inolvidable y referencial
filme, nos habla Chaplin de economía, las entonces nacientes y vigentes teorías
de la administración, filiaciones comunistas, la consolidación inevitable del
capitalismo y su anquilosado sistema que reduce al humano a casi un aditamento
de la tecnología. En la cinta recluta Chaplin a la bella Paulette Goddard como
su amada, quien lo acompañará en sus disparatadas aventuras.
Es la década de los 20, se inicia
la cinta con imágenes de un grupo de individuos, trabajadores de una fábrica,
en la que uno de los trabajadores (Chaplin), labora ajustando sin parar las
tuercas en dispositivos de una banda móvil. Es seleccionado luego para que
pruebe una novedosa máquina, aparato que da alimentos a los usuarios, pero el
dispositivo enloquece y agravia al trabajador. De vuelta al trabajo, su
severamente monótona y deprimente actividad lo lleva a bailar por la fábrica,
rompe la rutina, pero es llevado a un hospital mental debido a ello. Por otra
parte, una pícara vagabunda (Goddard), padece también en las calles, su
desempleado padre, simpatizante comunista, es apresado. Ya en la cárcel, disfruta el empleado de tranquilidad y alimentos asegurados, al margen de rígidos horarios y algún
eventual trabajo forzado, y tiene lugar además singular situación con un
comercializador de cocaína. En las calles, numerosos desempleados protestan, el
padre de la picara vagabunda fenece, mientras él, el trabajador de fábrica, es
liberado, aunque lamenta perder la tranquilidad y alimentos de la cárcel. Tanto
le pesa dejar la prisión, que realiza repetidos intentos para ser apresado de
nuevo, es confundido como comunista por agitar un pañuelo rojo en una marcha, y
vuelve a ver a la vagabunda, robando, la defiende.
En vano trata de salvarla de ir
presa, y ambos se reencuentran en el claustro, ayudándola a escapar el
trabajador, juntos están libres de nuevo pero severamente pobres, sin dinero.
El hambre no cede y va haciendo presa de los amantes, tras volver eventualmente
a prisión, sale ya libre el trabajador, fantasea con su mujer sobre una casa
propia para ellos, él no consigue trabajo pese a buscarlo con una carta de
recomendación firmada por el comisario local. La chica eventualmente encuentra
una casa abandonada, un cuchitril que pueblan y van equipando. Es entones que
las fábricas vuelven a abrir, hay empleo, y el hombre recupera su anterior
puesto, vuelve a trabajar rodeado de enormes y frías máquinas, en medio de
locuras, esto deviene en una huelga.
Tras volver brevemente a prisión, sale y encuentra a su compañera que ha
obtenido un trabajo bailando en un bar, lugar en el que él también consigue
empleo como mozo. Ambos comienzan a trabajar, parece irles bastante bien, ella
es requerida, él también se anima a
bailar entre los parroquianos. Eventualmente el vagabundo consigue otra buena
oportunidad laboral, la misma que también se frustra por problemas, pero
finalmente, ambos amantes se van juntos, afrontan el incierto destino juntos.
En el presente filme, se va al
grano, elocuente es la primera imagen, la marcha de individuos que se dirigen a
trabajar, laboran rodeados de la descomunal y fría máquina, el símbolo del
capitalismo y su expresión, así como los que a ella se supeditan cual esclavos,
se plasman prontamente en el filme del maestro Chaplin. Ese severo y opresivo
mundo laboral absorbe al individuo como una gigantesca succionadora, le
succiona la vida, no se les permite casi interrupciones, hasta ir al baño será
debidamente supervisado por surreal pantalla omnipresente que se manifiesta en
los momentos más singulares. Y no demora
tampoco en materializarse otra de las clásicas imágenes de Chaplin, Charlot que
prueba la novedosa máquina alimentadora, la máquina que enloquece y adentra al
buen Charlot por las frías y estériles entrañas de la máquina, delirantes imágenes
en las que el vagabundo se funde con el símbolo físico del capitalismo, de la
era industrial que llega para quedarse, pasa a través de sus engranajes. Esa
máquina abruma, desgasta, consume, pero el buen Charlot, ni en esas
circunstancias pierde el buen humor, la buena cara, la optimista forma de
abordar tan desfavorable panorama, y lo demuestra en la memorable secuencia del
baile que protagoniza en medio de las frías bandas transportadoras, de los
empleados obreros, del entramado industrialista, el capitalismo norteamericano,
se divierte danzando entre la rigidez de ese mundo, Charlot ha despertado, ha
visto el mundo tal cual es en esta etapa de Chaplin, empero, conserva aún su
alegría, su sonrisa y buena cara, baila en medio de la esclavizante e inminente
sociedad y régimen económico dominadores, así encara Charlot la producción en
masa, el taylorismo, el fordismo, teorías administrativas y económicas,
maquinismo, la edad industrial, y el jueves negro que genera la austeridad e
ineludible coyuntura, emblemas estadounidenses, temas mayores en la historia
yanqui, y mundial. Asimismo, tibiamente desliza Chaplin, en oposición a ese
régimen, una accidental filiación del personaje al partido opositor, el
comunista, mientras arremete con dureza contra el capitalismo, anecdótico
detalle que no debe caer tampoco en malinterpretaciones.
Siguiendo esa línea, Chaplin aprovecha
la ocasión, y engrandece a mayores niveles su obra, plasmando, con ese
trasfondo, un poderoso simbolismo en la vida real, su vida artística, y era la severa confrontación entre el cine silente, que dejaba testigo,
silenciosamente, al sonoro mundo cinematográfico que se avecinaba inminentemente. Chaplin confesamente afirmaba que el cine sonoro le parecía
condenado a fracasar, y a esas alturas, 1936, se encontraban todos ya haciendo
cine sonoro. Chaplin se atrevió a realizar su obra semi-muda, los principales
personajes no emitían sonidos, pero sí los secundarios, y esto tiene poderoso
motor impulsor. El gran Charlie Chaplin, como si de un prodigioso gurú se
tratara, muy probablemente avizoraba lo que se venía, el cine sonoro, si bien
innumerables adelantos e inconmensurables nuevos horizontes abría, también
podría empezar a significar la decadencia del cine. Con el cine sonoro,
sensible modificación llegaba para el estilo de actuación, el cine podría dejar
de ser solemne, cosa que en efecto ha sucedido, especialmente en tierras
yanquis; sí, el maestro lo avizoraba, y su poderosa manera de protestar fue
esta, materializando un filme, naciendo ya el sonido en el cine, en su mayoría mudo, solo con las voces de fondo y
secundarios profiriendo parlamentos. Así, el filme desfila entre lo mudo y lo
silente, el maestro se agarra con uñas y dientes a su época del cine, severa muestra
de rebeldía, y su última gran obra en este estadio del séptimo arte. Con ese
escenario, en ese contexto, materializa Chaplin uno de su filmes cumbre, uno de
sus más emblemáticos trabajos, y con el que continúa líneas ya trazadas
anteriormente. Así, si en Una mujer de París (1923) comenzó Charlot ya a ver el mundo tal cual es, con sus
crueles falencias y realidades, habiendo ya abierto los ojos, continúa el
personaje con esa visión ya adoptada, pero ahora, vuelve a reírse de su
situación, se divierte, recupera la picardía, el sendero esperanzador se
mantiene pese a todas las desavenencias y austeridades, como formidablemente se
plasma en ese maravilloso plano final, esa mítica secuencia colofón del filme,
Charlot caminando con su amada, juntos afrentarán todo lo que el destino les
depare, y su amor los fortalecerá.
Entre los momentos delirantes de
este mítico filme, a parte de la mencionada secuencia de probar la máquina
alimentadora automática y la consiguiente introducción a las entrañas mismas
del maquinismo, a los engranajes, se encuentra también otra secuencia de
antología. Es la inolvidable secuencia en prisión, donde se involucra un
traficante de alcaloides, de cocaína, y, tras intentar descartar su mercadería
en un salero durante la comida, genera que el buen Charlot aderece sus
alimentos con el severo polvo de nariz,
como se le llama en el filme, generando el alcaloide elocuentes reacciones en
el adormecido comensal, una secuencia delirante, inolvidable, inmortal, como se
dijo, de antología. Asimismo, inmortal es la figura de Charlot, que se
apesadumbra cuando se le informa que será liberado, no añora la libertad de
volver a las calles, y es que está más a gusto en la prisión, donde, como él
mismo lo dice, es tan feliz…, severa y elocuente la figura que nos ofrece
Chaplin, como se dice, a buen entendedor, pocas palabras. Con singular
parsimonia, lucha por volver a prisión, su claustro donde la pasa mejor que
afuera, y claro, el maestro lo plasma de poderosa y contundente forma, Charlot cumple su cometido, tras comer sin pagar una merienda, es arrestado, y,
contrario a estar acongojado, tranquilamente marcha con los policías mientras
se limpia con un mondadientes. Notable. Otra de las figuras inolvidables del
filme será ver a Chaplin, a Charlot, patinando con los ojos vendados, la
fantasía, el optimismo, la inocencia son materializados en esos instantes,
imágenes para la posteridad, imágenes inolvidables que forman parte del
patrimonio del séptimo arte. Delirante asimismo el segmento en que Chaplin
improvisa musicalmente cantando la canción de Léo Daniderff, Je cherche après Titine, en un
hibrido idioma, mezcla de italiano, francés e inglés, ilegible lenguaje que,
empero, supo generar aceptación y deleite en el espectador de entonces, gran
mofa en la que, por vez primera, escuchamos la voz del maestro, es un momento
histórico, finalmente, Chaplin no lo puede evitar, el cine sonoro ha llegado, y
alinearse con él inevitable fue. Y claro, el mencionado colofón, la inolvidable
imagen del romance feliz, Charlot encuentra en su amada el refugio y fortaleza
que necesita para afrontar lo que se venga, juntos caminan hacia el horizonte, en una secuencia tan hermosa como simbólica. Es un filme mayor en la historia
del cine, que encierra poderosos simbolismos, poderosas figuras a través de las
cuales nos va diagramando la sociedad de su tiempo, los desacuerdos y
conflictos, pero siempre todo impregnado de la ternura y optimismo propios del
inmortal vagabundo, the tramp, Charlot.
Filme indispensable, piedra angular del arte cinematográfico, piedra angular
del arte chapliniano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario