Segundo trabajo realizado por el
descomunal director británico Alfred Hitchcock, el maestro del suspense
materializa así su segundo filme en suelo yanqui, exactamente el mismo año de
su arrollador debut en esas tierras, su famosa y soberbia Rebecca (1940). El gran Hitch no tomaba descanso, realizaba un
nuevo trabajo, en también su nuevo entorno, y si bien no alcanzó el mismo
renombre y reconocimiento que la citada cinta del mismo año, sigue en línea
positiva y consecuente con sus directrices conocidas para el cinéfilo instruido
y conocedor de su arte, de su personal y singular versión del suspenso. En este
trabajo cien por ciento Hitchcock, el británico nos introduce en el universo de
un individuo que trabaja en el sector de comunicaciones, reportero en un
influyente diario yanqui neoyorkino, son las vísperas de la Segunda Guerra
Mundial con toda la expectativa que esto genera, y este personaje es
nombrado como corresponsal europeo, en el que tendrá por principal objetivo,
estando en Holanda, averiguar lo que tiene de cierto una voceada alianza entre dos
países del viejo continente, todo a cargo de un experimentado diplomático. Pero el anciano diplomático se verá inmerso en intrigante complot que involucra una muerte falsa, situación que tendrá al reportero en una carrera por la verdad, y
por su vida misma. Un filme que destila el estilo de Hitch por cada poro,
encarnado con solvencia por actores de discreta fama, Joel McCrea como el
reportero y Laraine Day como su compañera y ayudante, con el gran George Sanders
y Herbert Marshall como actores de reparto de lujo.
El señor Powers (Harry Davenport) se encuentra en sus oficina
neoyorkina, el diario en el que manda, gritoneando a sus incompetentes
reporteros, y entonces llama a John Jones (McCrea), le ofrece un gran trabajo en
Europa, puesto de corresponsal, iría acompañado de Stephen Fisher (Marshall), y
parte, inclusive con un falso nombre ideado. Ya en suelo europeo, Holanda,
conoce a Stebbins (Robert Benchley),
individuo del diario, y rápidamente conoce, de vista, al eminente diplomático
Van Meer (Albert Bassermann),
con el que va en grupo a una reunión, donde está la esposa de Fisher, Carol (Day), y donde la situación actual y
crisis en Europa son temas de conversación. Intentando acercarse a Carol,
inicialmente es rechazado por la esposa del ilustre Fisher, pero ambos están
mutuamente pendientes. Fisher parte a Londres, mientras Jones se queda en
Ámsterdam, donde hay revuelo, y en un acto, presente Van Meer, el anciano
diplomático es asesinado, persigue al asesino, no hallándolo, pero si
conociendo a Ffolliott (Sanders), en compañía de Carol. Los tres, en auto,
llegan hasta un campo de molinos, donde advierten que uno de éstos hace señales
a una avioneta, que aterriza. Allí, aparece Van Merr, el verdadero político, el
asesinado fue un impostor, y Jones escapa evadiendo a quienes lo conducen.
Tras escapar, intenta informar a la policía de lo que ha
sucedido, van al molino con oficiales, pero es tarde, todos han escapado, y
Jones se decide a investigar lo sucedido. Los matones, vestidos de policías,
buscan a Jones en su hotel, el reportero los evade, se refugia con Carol, con
quien se van acercando, enamorándose, pero viajan a Londres, con el señor
Fisher. Allí, reconoce Jones al señor Krug (Eduardo Ciannelli), presente en el falso asesinato a
Van Meer, y también en el molino, este personaje engatusa a Fisher, que resulta
ser parte del complot. Fisher, traicioneramente, designa un guardaespaldas a
Jones, es el señor Rowley (Edmund Gwenn),
que en realidad busca eliminarlo, como intenta hacer en la Catedral,
empujándolo. El eliminado termina siendo Rowley, Jones se entrevista otra vez
con Ffolliot, astuto sujeto que vislumbra la inminente guerra, busca
deshacerse de Fisher, a través de su
esposa. Todo se complica cuando Carol es secuestrada, siendo Ffolliot
implicado, mientras siguen buscando a Van Meer. Por su parte, Fisher es
ubicado, y Jones es conducido a una reunión en la que todos están presentes,
Fisher mismo, que tiene a Van Meer, poco lúcido, Carol, y Ffolliot. Obligan a
Jones a hablar lo que sabe, la guerra es inminente, como las alianzas entre
países. Fisher se entregará, traidor, todos viajan en avión, que es atacado,
caen al mar, salvados por un buque yanqui. Fisher fenece, tras algunas trabas,
Jones publica su reportaje, y la guerra explota ya.
En este, el segundo trabajo del
prodigioso Hitchcock en tierras yanquis, ejercicio plagado de un poderoso
ambiente de film noir, cine negro,
varía ligeramente su generalmente rígida estructuración narrativa y expositiva
del filme, demorándose en esta oportunidad un poco más de lo usual el
cineasta para someternos y exponernos el meollo de la cinta, la encrucijada
principal, no es instantánea esta revelación, como en muchas otras ocasiones, ahora hay un cierto preludio.
Pero no varía otra de las columnas vertebrales de su cine, el clásico individuo
promedio, de la puerta de al lado, el average
Joe, que se ve inmerso en inverosímil situación, predicamento que rebasa
sus capacidades de mero sujeto, lidia con fuerzas superiores a las suyas,
arriesgando su propia vida. Así, tenemos pues todos los componentes de un
trabajo con los santos y señas del maestro inglés, intrigas internacionales,
complots, correrías, asesinatos, unos ciertos, otros falsos, y mucho suspenso, como se dijo, es un filme cien por ciento Hitchcock.
Particularmente siéntese un ejercicio de cine negro, con toda la fuerza y
contundencia usual, enaltecido además por memorables secuencias, cinta que
descolla con toda la fuerza y contundencia acostumbradas en esta luminaria
cinematográfica británica, Hitch, una cinta que no pocas veces es llamada “menor”
por insulsos bolonios, insolentes gaznápiros, que no reparan en que esta
excelente cinta tiene difícil poder resaltar a plenitud estando rodeada por innumerables obras maestras por Hitch realizadas, hablamos pues de un director mayúsculo, lo
cual puede opacar un poco este muy correcto y seductor filme, que personalmente
me inclino a colocar entre sus mejores trabajos.
Enaltécese el filme por sus
célebres y poderosas secuencias, destacando, primero, la famosa secuencia de la
muerte del falso Van Meer, en la que, tras disparársele inmisericordemente al
anciano, persigue Jones al asesino en medio de un mar de gente, y un mar de
paraguas, materializándose la famosa secuencia de las sombrillas, mar de
paraguas, breve pero potente secuencia, uno de los clásicos segmentos de Hitch,
de gran impacto visual. Otra secuencia, magistral y de antonomasia en el cine
hitchcockiano, es la de los molinos, secuencia elegante y literalmente magna, los
inmensas estructuras aspadas que sirven de señal para los conspiradores,
destilan un ambiente de tranquilidad, pero de espeluznante tranquilidad, una
naturalidad, una naturaleza y sosiego abrumadores, pero que se advierten como
preludio a algo turbio. Ciertamente es una gran secuencia, todo sucede en el
interior de uno de los molinos, oscuro claustro donde la incógnita va tomando
más forma, la tensión se multiplica en esa lóbrega atmósfera, donde Hitchcock
hace gala de un excelente dominio de contrastes lumínicos, de luces y sombras,
una secuencia de lo mejor, Hitch da muestra de su maestría para generar cine de
primer nivel, con los imponentes molinos como parsimoniosos gigantes, símbolo
de magno poder y sosiego, pero también, aquí, de siniestros complots. Genera el
brillante británico a su vez hermosas imágenes tipo postal, elocuentes imágenes
de las inmediaciones que recurrentemente ilustrará el maestro cineasta, dotando
siempre a su filme de toda la fuerza de esas imágenes, no dejando nunca de
hacer gala de su conocido buen manejo del trabajo de cámara.
Esta característica es común al
cine de Hitchcock, pero particularmente en el presente filme, las imágenes son
todo, portadoras de la tensión, la premura, esto se observa en la secuencia del
intento de asesinato en la catedral, donde la premura, angustia y mencionada
tensión impregnan la atmósfera, es remarcable el trabajo del suspense que
genera el cineasta. Buena razón de la fuerza y éxito del filme es, claro, su
correcto reparto actoral, correctos McCrea y Day como protagonista y femenina
acompañante, pero quien es especialmente cumplidor es el excelente George
Sanders, actor de reparto de lujo, resaltando con toda su solvencia y
elegancia, notable y memorable actor, además de Marshall, que también pone su
cuota con su sólida caracterización. Menciono otra notable secuencia, cuando todos están reunidos ya, cuando
se destapa la conspiración, y, sin palabras, se genera el ambiente de suspenso
e incertidumbre, perenne angustia e intriga, con sus presencias casi
hieráticas, en una suerte de bizarra inquisición, plagada de fatalidad. Para
cerrar, el segmento final, otra notable secuencia donde se materializa lo más noir, la pelea, la mayor premura, y
claro, el gran trabajo retratando la pequeña odisea en el mar, otra muestra del
cine de alto nivel que materializa el dómine británico. En el final desliza un
poderoso mensaje propagandístico, perfectamente entendible por aquel año, 1940,
con la guerra estallando, la paranoia imperando, cerrando la obra con los bombardeos
a Londres teniendo lugar, arengando a los yanquis a la batalla, abraza pues el
realizador su nuevo entorno laboral. Estamos ante un notable trabajo de Hitch,
quizás opacado por Rebecca, cosa
perfectamente entendible, pero jamás una obra menor, muy a tener en cuenta, y
muy recomendable para quienes sepan de verdad apreciar a este gran titán
cinematográfico.
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