martes, 20 de septiembre de 2011

Hamlet (1948) - Laurence Olivier

La inmortal obra de Shakespeare llevada al cine, una de las primeras versionadas cinematográficas de una de las más grandes piezas maestras teatrales es llevada a cabo con eficiencia por el gran Laurence Olivier. Uno de los puntos que más me llama la atención de un proyecto tan complejo como producir una cinta de este clásico, es la diferencia entre puesta en escena teatral y la cinematográfica, es muy interesante, y Olivier hace uso de un agradable recurso en las secuencias de los monólogos, combinando e intercambiando algunos parlamentos en off con voz hablada, Olivier actúa, “habla” estando mudo. Inevitable es mencionar el hecho nada liviano de que Olivier dirige probablemente la única adaptación de Hamlet en la que se ignora completamente dos personajes importantes: Rosencrantz y Guildenstern, una decisión que le valió no pocas críticas, pues se pasa por alto dos personajes íntimamente ligados con el atormentado príncipe danés, que inclusive llegaron a protagonizar después su propia novela. Pasando por alto ese detalle (detalle nada anodino ciertamente), Olivier realiza una aceptable y respetable adaptación, dota de una solemnidad adecuada a su versión, quizás esto en parte por el buen momento del Hollywood de esos años, respeta muchos diálogos del libro, punto positivo, y nos ofrece una digerible obra.


  

Conocido es ya el argumento del drama, y una escena bien lograda es la inicial de la sombra del asesinado rey Hamlet con su hijo cuando le revela el asesinato, se recrea un ambiente lúgubre, sinuoso, casi onírico, lleno de neblina. Tras conocer la verdad, y mostrar paulatinamente señales de su presunta demencia, es remarcable la secuencia del inmortal y célebre monólogo del “ser o no ser”, escena reforzada por el recurso mencionado, de la combinación de los parlamentos hablados y en off, que da un efecto de complejidad y composición narrativa positivo, es un momento que Olivier decidió ilustrar con un Hamlet que está mirando hacia el precipicio, sentado en peñasco, observando desde el barranco al mar, en un efecto de picado que intensifica ese significativo momento. Manifestándose más su locura, trata con mucha rudeza a la bella Ofelia (Jean Simmons), tras lo cual Olivier logra otra muy buena secuencia con la escenificación, que orquesta el príncipe, del asesinato del rey Hamlet para desenmascarar al asesino Claudio (Basil Sydney), que la observaba junto a su esposa y ex cuñada, la reina Gertrudis (Eileen Herlie), es teatro desde el cine, y el director lo muestra con un gran trabajo de cámara, solemnidad para la ocasión.


 





Olivier además hace gala de su buen uso de sombra y la luz para enfatizar momentos de incertidumbre, de intriga, tanto en Hamlet, como en Claudio, esto es vital pues le da mucha mayor intensidad al momento de tortura psicológica y máxima incertidumbre por los que pasan los personajes. La desgraciada Ofelia también termina desequilibrada al no poder soportar tantos cambios, sobre todo en Hamlet, y muere ahogada, las lóbregas aguas se llevan a la desdichada y descorazonada muchacha. Posteriormente vemos la también célebre escena de Hamlet hablando con una calavera, la calavera del bufón real Yorik, es interacción directa con la muerte, hablarle a la muerte a la cara, filosofar sobre lo efímero de la carne, de lo humano. Finalmente veremos la vil conspiración del rey por liquidar al príncipe a través del montado duelo con Laertes (Terence Morgan), con quien trama la treta, y con quien sostiene Hamlet la batalla con florete y daga que terminará en una sucesión de muertes, que no perdonará a ningún personaje, salvo al buen Horacio (Norman Wooland), sobreviviente y encargado de mantener la historia y contarla tal cual fue.








El multifacético Olivier presenta una actuación sólida y eficiente, que le valió el Oscar, tan valioso y de verdadero significado por esos años. Retrata la demencia, correcta actuación, gritos, sobresalto, intensidad, eterna incertidumbre y duda, la pasión y los tomentos que padece el desdichado príncipe Hamlet, que lo conducen a la supuesta demencia, una demencia que lo llena de lucidez, quedando hecha la ironía. Es genial también la escena de la definición de los gusanos, los supremos comedores, y el paralelo de un rey que puede servir de comida a un mendigo, y cómo ambos son meras viandas... soberbio. Es notable el uso de la luz y las sombras, los marcados contrastes que se llegan a observar, sobre todo cuando crea una oscuridad total, absoluta, es como una ausencia de todo lo demás, como si los personajes salieran de ese oscuro mundo para entrar a la vida, a este mundo otra vez, a la luz de la realidad. Quedan para el análisis las muchas diferencias, conceptuales, visuales o filosóficas, que puede haber entre la obra y la película, pues incluso está la opinión del crítico que consideraba a la obra Hamlet imposible de escenificar en el teatro, puesto que su profundidad y complejidad psicológica es demasiado abrumadora, son tantos y demasiados detalles, con demasiados matices, que sería imposible poder plasmar todo ese entramado de complejos detalles. Es, pues, un debate de muchas posibilidades y muchas posturas, pero si algo podemos hacer, es disfrutar de una aceptable adaptación por parte de Olivier, que a más de uno dejará con un agradable sabor de boca.

    

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