domingo, 27 de enero de 2013

Melancolía (2011) – Lars Von Trier


Última entrega hasta el momento de este tan famoso como irreverente cineasta danés, el apreciable Lars Von Trier nos presenta su más reciente travesura cinematográfica, en la que, como de otra forma no podía ser, rebosan imágenes muy bien logradas, se siente un denso ambiente de lobreguez, y, como para no perder la costumbre, una fémina sirve de vehículo para explorar impensados tormentos. Von Trier continúa depurando su técnica, su estética mantiene el alto nivel hasta entonces alcanzado, y se vale de ella para materializar este ejercicio, escrito y dirigido por el propio artista, y cuya raíz tiene su origen en una crisis depresiva que el cineasta tuvo en la vida real. El filme nos conducirá por las vivencias de dos hermanas, Justine y Claire, ambas batallando contra sus respectivos demonios interiores, que cada vez las van rebasando más y más; la menor de ellas se está casando, su hermana le organiza la recepción, pero poco a poco su frágil felicidad se va resquebrajando, mientras paralelamente un gran planeta rojo llamado Melancolía se acerca hacia la tierra, completando una figura por demás singular. Apreciable filme, si bien no constituye un aporte o evolución distintiva respecto a la obra anterior de este soberbio danés, sigue la línea hasta ahora trazada, recluta nuevamente a Charlotte Gainsbourg, con quien colaborara previamente en la descomunal Anticristo (2009), como una de las hermanas, y la generalmente insípida pero bella Kirsten Dunst encarna a la hermana de mayor protagonismo, en un reparto que completa el televisivo Kiefer Sutherland, y alguna aparición curiosa tiene el mítico Udo Kier.

      



Inicia el filme con una mujer, (Dunst), un primer plano nos la muestra lejana, hermética, y triste, mientras lo que parecen ser palomas muertas llueven a su alrededor. Luego, vemos dos planetas, en una suerte de conjunción, uno de ellos, de intenso brillo rojo, se acerca al otro. Las siguientes imágenes son de un simétrico bosque, y de una pareja, inmóvil, en él, y finalmente el rojo planeta impacta al otro, destruyéndolo. Finaliza el preámbulo, el filme propiamente comienza, la primera parte se llama Justine, la novia del primer plano, que ahora llega en una blanca limusina con su prometido, Michael (Alexander Skarsgård). La pareja llega hasta la casa de la hermana de ella, Claire (Gainsbourg), quien junto a su esposo, John (Sutherland), organiza la suntuosa recepción, donde incómodos momentos se suceden al hablar los padres de las mujeres. Justine, abrumada, atormentada, se escabulle de la recepción, observa brillantes estrellas en el cielo, una de las cuales es Antares, de intenso brillo rojizo, algo le está afectando, mientras Claire sigue organizando la fiesta, que sigue su curso. Tanto Justine como su madre tienen arrebatos que afectan la recepción, para furia de John, e incluso la novia tiene sexo casual e intenso con un desconocido, y luego, pese a su infelicidad, prosigue y regresa a la fiesta. Pero no puede más, renuncia a su trabajo, facilitado por el padrino de la boda, los novios hasta se separan, todo se ha desmoronado.






Iníciase el segundo apartado, Claire. Ya acabada la fracasada fiesta, Claire y su esposo, John, están en su hogar, a ella le preocupa sobremanera Melancolía, un planeta rojo que se acerca rápidamente a la Tierra; John, científico, le asegura que es inofensivo, que será más un espectáculo que algo de temer. Ellos viven con su hijo pequeño, mientras cuidan y atienden a la descompuesta y desgraciada hermana, que se hospeda con ellos. Conviven todos como una familia, en una gran residencia que tiene establos, donde crían diversidad de equinos, uno de los animales pertenece a Justine. Las hermanas cabalgan, pasan tiempo juntas, y por su parte el rojo planeta Melancolía se acerca más a la Tierra. Pero mientras esto aterra a Claire, Justine no tiene mejor idea para disfrutar de la belleza lumínica del astro que desnudándose y recibiendo de esa forma todo su fulgor. John dice a su mujer que el planeta solo pasará junto a la Tierra, pero ella no se tranquiliza, investiga sobre Melancolía, que en efecto parece pasar para alejarse. Luego, reconoce la verdad, el planeta impactará la Tierra, la destruirá. Poco después John se suicida, aparece muerto en el establo, la ya viuda Claire lo entierra con mucha discreción. Melancolia, tras haberse alejado, regresa, se acerca, Claire, presa del pánico, intenta en vano ponerse a salvo con su hijo. Ambos, junto a Justine, van a un pseudo refugio, su terraza, donde reciben a Melancolía, que lo destruye todo.





Un ya curtido y experimentado Von Trier nos desliza, primero que nada, un atractivo prólogo a su obra, una introducción cinematográfica, pues la secuencia inicial es un apartado diferente, un segmento a parte de los dos capítulos dedicados a cada hermana respectivamente. Claramente escindido de los demás, el prólogo nos muestra a una Kirsten Dunst que, sin haber sido nunca un prodigio de la actuación, consigue elevar su habitual nivel para configurar esta secuencia, aletargada y densa introducción al filme, donde la vemos gélida, distante, herméticamente distanciada, ella es la imagen de la melancolía, mientras bizarros objetos llueven a su alrededor, lo que parecen ser palomas muertas, oscuros cadáveres de aves, la paz, la esperanza, han terminado, su condición es nefasta. Tras ese segmento, el prólogo continúa, el hermetismo de la Dunst le abre paso a un perfectamente armonioso bosque, especialmente simétrica locación que remite por algunos instantes a la perfección por el maestro francés Resnais exhibida en El Año Pasado en Marienbad (1961), y, yendo más allá, hieráticas presencias pueblan estas locaciones, silenciosos, estáticos seres, los protagonistas, que símilmente se manifiestan, también como en el emblemático filme francés. Terminado el bello prólogo, es recién cuando comienza el filme, aparecen los créditos, finalizó la introducción, en la que Von Trier deja plasmado que sigue madurando, sigue depurando su técnica, su estética alcanza filme a filme niveles mayores, su capacidad creadora de imágenes sigue consolidándose. Por momentos apreciamos dorados tintes, una atmósfera de artificial comodidad, de postizo bienestar burgués de las acomodadas hermanas, pero otra secuencia que resalta poderosamente, es sin duda en la que Justine se desnuda, se desnuda para recibir la potente luminosidad de Melancolía, que se acerca rápidamente a extinguir la vida, el silencio lo puebla todo nuevamente, mientras la densidad se funde también con el sublime momento, lobreguez y densidad, sin palabras, nos introducen en un momento visualmente notable, momentos en ese apartado, cumbre del filme, momentos casi metafísicos, cosa que Von Trier ya hiciera en Antichrist (2009), y repite con esta secuencia en la presente cinta.











Se siente un filme ciertamente consecuente, un filme que continúa con las directrices, con el estilo y expresividad previamente exhibidas por su autor, y es que también de símil forma a Antichrist -el filme inmediatamente anterior al ahora analizado-, Von Trier se vale del aletargamiento, el aletargamiento de la secuencia apertura del filme, que dilata y parece perennizar la belleza visual de la que gozamos, elevada por la música, la majestuosa melodía del preludio de Tristán e Isolda, del maestro Wagner, y que completa la propuesta audiovisual, y es que este segmento es la cima, la cúspide, el meollo audiovisual. Ese prólogo, probablemente nos dice mucho más sobre la protagonista central, Justine, que el resto del filme todo, un distanciamiento total, severo aislamiento sin palabras, alejamiento y desesperanza, pues no hay esperanza para Justine, eso queda claro tras la introducción, y el resto del filme viene a ser una corroboración de aquello, la belleza se expone mejor de forma escueta, transmitir, hablar sin palabras, es mucho más contundente, más potente, Von Trier lo sabe perfectamente, y cada vez lo hace mejor. Pero bueno, nada puede ser perfecto, y un ligero pero se le puede poner al filme, en el plano técnico. Esto viene a ser que el incorregible Lars, insaciable en su búsqueda de experimentación, revive ciertas licencias que se tomaba en el pasado, y genera un trabajo de cámara ciertamente sorpresivo, ciertamente trémulo, en el que recuerda por momentos su atrevido experimento de la Automavision, exhibido en toda su dimensión en la comedia El Jefe de Todo Esto (2006), trepidante trabajo que en efecto por momentos saca de cuadros; al director de fotografía, el chileno Manuel Alberto Claro, de manera relativamente injusta se le puede achacar esto -de hecho, fue galardonado en los premios del cine europeo por su trabajo-, es él a quien inicialmente se puede atizar la falta de pulso en ciertos temblorosos momentos del filme, pero sabemos que es Von Trier el director de orquesta, y el seguidor del danés sabe lo irreverente que este personaje puede ser. Pero la buena noticia es que no se peca en exceso del recurso de la cámara en mano, pues personalmente, considero que esos ejercicios, rebosantes de temblores y pérdidas del encuadre, acercan a la obra a un nivel amateur, considero que son avatares para los que alguien de la talla de Von Trier, ya no está. Con esa ligera observación, por lo demás estamos ante un trabajo impecable, un trabajo que nos da muestra de un cineasta que ha encontrado ya sus nortes, que va depurando sus técnicas, y, más importante que todo, que es fiel a su estilo hasta el final.










Sobre el tema desarrollado propiamente, Von Trier sigue su estela trágica, su estela de desesperanza y oscuridad, y claro, el vehículo elegido para esto tiene que ser una fémina; en este caso, subdividió ese elemento en una dualidad, dos hermanas representan dos caras de la melancolía, de la perdición, de la desesperanza. Correcto recurso el del danés para estructurar su relato en dos segmentos, uno para cada hermana, siendo el primero el de la principal protagonista, Justine, Kirsten Dunst. Así, es Dunst quien asume la arriesgada empresa, y se inviste con las galas de la fémina por Von Trier torturada, ella, la hija menor, dejando al margen el prólogo, parece ser una chica acomodada y caprichosa, pero poco a poco veremos descomponerse su malograda psiquis, su imposibilidad de escapar de un hundimiento que la tiene condenada, y su frágil y artificial felicidad se va desmoronando, se va resquebrajando hasta un punto de no retorno, ella se estropea, su mente se quiebra, y su cuerpo es un mero organismo viviente, pero con la mente destruida. Acabada la bizarra charada de postiza felicidad y dicha, ella queda como un zombi, dependiente de los cuidados de su hermana, y, como se dijo antes, la Dunst consigue elevar su usualmente insípido nivel actoral, para al menos dar una talla decente en el filme, pues quien pone la mayor cuota de solidez en ese apartado es Charlotte Gainsbourg. La Gainsboug, que trabajó ya con Von Trier en la devastadora Antichrist, parece haber captado lo que el danés busca en su protagonista de turno, ella plasma la otra cara de la moneda de la melancolía, es la hermana mayor, aparente consentida de su madre, sobre el papel más madura, controlada, psicológicamente equilibrada, en el fondo siente el miedo y el terror de la destrucción, está aterrada ante el inminente final, todo ha terminado. Ella, como su hermana, también se quiebra, pero se plasma cierta paradoja, pues la descompuesta Justine es quien, al final, con la muerte acercándose a agigantados pasos, se muestra firme, aunque su firmeza es producto de la desolación, de que toda esperanza se esfumó, mientras la inicialmente autosuficiente y bajo control Claire, es la descompuesta, es la que se resquebraja y se rompe al final; la Gainsbourg, con sobriedad y dignidad, cumple con solvencia su aporte a la cinta. Sí, Von Trier es incorregible, muere en su ley, y nuevamente una mujer, dividida en dos caras, dos hermanas, es quien materializa toda la tortura, descomposición y perdición.








Ya bastante más moderado que en la avasalladora Antichrist, el danés materializa una obra que tiene su origen en una experiencia verídica y personal del cineasta, un internamiento en un complejo psiquiátrico, tras padecer una severa crisis depresiva. La clave transmitiva y narradora que escoge el danés para su filme es la clave fantástica, la clave ficcional, todo salpicado de un simbolismo tan gigantesco como el planeta destructor. La melancolía es el rasgo común de las protagonistas, su perdición, su condena, una melancolía incontenible, invencible, ineludible, tan ineludible como el planeta que se aproxima a la Tierra para devastar todo rastro de vida, un planeta que el frío científico trata de definir como inofensivo, más cercano a entretener que a destruir, empero, sabemos siempre que es una amenaza, sabemos que es parte importante de lo que sucederá, y claro, otro no podía ser el nombre del planeta, como otro no podía ser el nombre del filme. Como se mencionó, uno de los elementos más disfrutables de la película viene a ser la estética de un Von Trier que cada vez se mueve más cómodamente en ese plano, la limpieza, la riqueza de sus imágenes lo convierten en un bizarro poeta visual, en este caso abandona la tiniebla total y abrumadora de Antichrist, pero sólo superficialmente, pues a una temporal y somera luminosidad, finalmente se suma y prevalece esa lobreguez, no tan intensa como en el otro trabajo, pero sí mucho más pesimista, mucho más desesperanzadora, palabras clave de este filme, que tiene entre uno de sus puntos más altos esa elevada cuota de poesía audiovisual. Interesante el recurso también de que la gran amenaza sea un planeta, que sea algo sobrehumano, lo metafísico de este simbolismo se expresa en ese juego de planetas, en la fuerza lumínica que de ellos emana, sobre todo del destructor cuerpo celeste, ese cromatismo, esa luminosidad, derrámanse sobre el etéreo y desnudo cuerpo de la Dunst, en un momento inquietante, denso, bizarro, hermoso. El mensaje final de Von Trier es lapidario, es tajante y letal, nadie extrañará la Tierra, pues es malvada, nuestro director no ama mucho a los humanos, la soledad, el aislamiento, la infelicidad y la depresión parecen ser sus compañeros. Von Trier se funde con su mensaje, con su arte, nos expresa su sórdido mensaje, con su por demás particular estilo, el estilo del cine, el estilo del arte. Si bien el filme no aporta una evolución o punto de inflexión dentro de la variopinta filmografía del danés, sirve para consolidar a un cineasta diferente, que sigue el camino trazado, pero cada vez con mayor pulcritud, en el que los demonios internos de la o las féminas de turno -y en el fondo, los demonios del propio director-, nos descubren el lado más oscuro del ser humano. Von Trier se consolida como una brillante punta de lanza cinematográfica de la actualidad, alcanza el nivel de que cada nuevo filme suyo se espere con impaciencia, curiosidad, y cierto escepticismo, un notable director.











1 comentario:

  1. Muy buena crítica de un film excepcional. A mi me sorprendió muchísimo y me pareció muy arriesgada, aunque quizá un poco larga de más. Un saludo.

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