viernes, 24 de febrero de 2012

Perversidad (1945) - Fritz Lang

Un año después de haber dirigido Fritz Lang La Mujer del Cuadro (1944), vuelve a convocar al mismo reparto actoral para protagonizar una segunda película, y ciertamente el alemán de origen austriaco acierta en su repetida selección, pues los papeles principales, muy similares en estructuras y funcionalidad a los de la cinta un año anterior, vuelven a quedar a la perfección a un siempre excelente Edward G, Robinson primero, a la bella y fatal Joan Bennett segundo, y finalmente a un Dan Duryea, todos casi extendiendo la cinta de 1944. Continuaría Lang haciendo maravillas en otro género, ya realizadas sus estupendas peripecias en el expresionismo, en áreas yanquis el director realizaría notables ejercicios de film noir, como el de esta ocasión, memorable película en la que un conservador sujeto, trabajador de banco durante años, está recibiendo homenajes por su loable trayectoria, empleado, artista frustrado, conocerá a la mujer menos indicada para un sujeto como él, que, junto a su violento y vividor amante, tratarán de estafar a la pobre víctima, humillándolo hasta niveles intolerables, haciendo que la psiquis del sujeto se vea transformada, llegando a alcanzar niveles mortales e insospechados. Como se dijo, los actores respectivamente encargados de los papeles, están brillantes nuevamente, el realizador tuvo una soberbia decisión al reclutarlos nuevamente, en papeles ciertamente similares, pero ahora con la Bennett en un papel más manipulador que nunca, Robinson más victimado que nunca, y un Duryea más vividor y granuja que nunca. Es un cine negro particular y definitivamente de necesario visionado.

         


En tierras norteamericanas, hay un edificio en el que se está realizando un homenaje de gente bancaria para un empleado que ha laborado muchos años allí, se trata de Christopher Cross (Robinson). Acabado el reconocimiento, Cross se retira, y al salir encuentra una dama que está siendo violentada por un sujeto en plena calle. Ayuda a la mujer (Bennett), y van por unos tragos cerca a la casa de ella, el señor Cross está impresionado por su belleza. Ella, Katharine 'Kitty' March, es una actriz, y el banquero le miente afirmando ser un artista, se queda embelesado con ella. Ya en su casa, Cross vive esclavizado por una tiránica esposa, casado cinco años, su rutina ha cambiado, se siente revivido por haber conocido a Kitty. Pero la bella Kitty vive en realidad con el personaje que la agravió inicialmente, éste es Johnny Prince (Duryea), su novio, vividor que vive con Kitty en la casa de la hermana de ella, y al ver el afán de Cross en su chica, la exhorta a quitarle dinero, pues él lo necesita para sus apuestas y gastos, la pareja es, pues, una estafa, son unos perdedores. Pero Kitty hace caso a Johnny, se sigue citando con Cross, él le habla de su mundo y la sensibilidad del artista, ella consigue pedirle disimuladamente dinero, con el pretexto de que él pinte su retrato. 





El enceguecido Cross alquila un departamento para pintar tranquilo, donde Kitty vivirá, y a donde naturalmente llega Johnny, que conoce al señor Cross. El pintor enamorado le pide incluso a Kitty matrimonio, y en respuesta, ella le pide dinero, que él consigue robando de su propio centro laboral, el banco. Pero los cuadros que dejó en el apartamento, interesaron a Johnny, y un famosísimo crítico de arte los compra, llegando incluso a buscar al autor de las obras. Llega al departamento, y Johnny hace quedar a Kitty como la artista, ella sigue el juego. Johnny exhorta a Kitty y firma sus cuadros. Hasta que entonces, la esposa de Cross ve sus cuadros en un escaparate, pero firmados por Kitty, y el embobado Cross decide darle todo el crédito de sus obras, y comienza a pintar el retrato de ella. De pronto, inesperadamente, aparece el supuestamente finado ex esposo de la mujer de Cross, que está clandestinamente vivo, pero Cross se las ingenia para propiciar un encuentro entre ambos, liberándose de su insoportable mujer, y cuando está yendo a contárselo a Kitty, la encuentra con Johnny. El la confronta después, y vuelve a pedirle matrimonio, pero solo halla la humillación por parte de Kitty, que le dice toda la verdad, y Cross, demente, la mata a cuchillazos. El tiempo pasa y Johnny es sindicado como el asesino, siendo condenado y ejecutado por ello. Tiempo después, un atormentado Cross se ha vuelto loco, es un vagabundo, harapiento delirante que camina por las calles, mientras el retrato que pintó de Kitty se vende a altísimo precio.




Termina así su cine negro Lang, un cine negro en toda la extensión de la palabra, una de las más logradas películas del género realizadas por el titánico alemán. Se apoya en el éxito y la química que tuvo la terna actoral de su cinta inmediatamente anterior, y no se equivoca, nuevamente Robinson cumple en el papel del conservador, atormentado y minimizado trabajador de banco, empleado modelo, durante años en la misma empresa, es querido y homenajeado, pero su vida y su rutina se ven modificadas sustancialmente cuando entre a la acción Kitty, la bella Joan Bennet, que pierde toda la candidez y la inocencia de La mujer del Cuadro, para ser la más manipuladora de las mujeres, ayudada por un Duryea en idéntico papel al de la cinta de 1944, malandrín comedido, estafador y vividor. El titulo de la cinta en aéreas latinas, Perversidad, encaja perfectamente con la perversidad de la cinta, en un doble camino, en ella, Kitty, que va creciendo gradualmente hasta ridiculizar y matar sicológicamente a Cross, y en él, naciendo y surgiendo impensadamente, el ser más inofensivo, al ver su dignidad y hombría por los suelos, ante la risa y burla de la mujer, es poseído por el lado más perverso, y la elimina, sin duda su transformación es la más drástica, la que culmina su decadencia. Memorables secuencias de su degradación son las de Cross pintándole las uñas a una dominadora y manipuladora Kitty, sumisión absoluta, control total de ella, un simbolismo poderoso en el que Cross queda completamente supeditado a los designios de la fémina. La segunda, naturalmente la revelación final de ella, que rompe en risas, se burla de él, lo humilla al máximo, la burbuja se ha roto, ha sido minimizado y humillado, la cruda realidad le es escupida en la cara por su propia amada, brotando la perversidad de sus poros, y transformándose el inofensivo banquero en asesino, pierde el control, cruza la línea, la elimina.





Es notable la forma cómo Lang delinea precisa y rápidamente a sus protagonistas, y es así que tenemos prontamente bien definidos a los personajes, el supersticioso Cross, pintor frustrado, rutinario trabajador de banco, casado con una gritona e insufrible mujer, siempre a la sombra del gigante retrato del ex esposo de ella. Frágil y crédulo individuo, es el blanco ideal para engañar y manipular, encarnado por un siempre destacable Edward G. Robinson, que nos obsequia una de sus mejores interpretaciones, como el patético pelele que es dominado, hasta tiranizado por toda mujer que se le ponga al frente, quedando imágenes como el “amo de casa”, poniéndose el delantal y cocinando mientras su mujer juega a las cartas u oye la radio. Es el blanco ideal detectado por la mujer fatal, una correcta Joan Bennett, la clásica mujer embobada por un gandul, un bueno para nada, vividor, apostador, abusivo, pero que, naturalmente, mientras peor la trate, ella más se enamorará y consentirá sus excesos, y Duryea cumple también como una suerte de chulo abusivo, papel mucho más profundizado que el un año antes caracterizado. La cinta es un recorrido por la decadencia y perdición de uno de los personajes, por supuesto, Cross, el pobre diablo, siempre dominado, tanto por su esposa como por Kitty, se trata pues, de un mequetrefe, capaz de creer todo lo que la mujer fatal le diga, enceguecido, idiotizado, dispuesto a casarse con la mujer que será su perdición. La secuencia máxima, el epitome de toda la película, y la más interesante sin duda alguna, es la secuencia en la que Cross pierde el juicio, viviendo en una suerte de bodrio, un cuartucho, solitario, con su físico y su psiquis deteriorados, arruinados, donde tiene lugar su desquicio final, las luces van y vienen, reminiscencias y voces de los muertos le atormentan, es una poderosa secuencia en la que se siente muchísimo del expresionismo que corre por las venas de Lang, es un expresionismo en tierras yanquis, y actuado por Edward G. Robinson, son instantes ciertamente estupendos. Secuencia delirante, que reemplaza el onirismo y el final feliz de La Mujer del Cuadro, ahora por la máxima caída de la víctima, su degradación y decadencia llegaron al clímax, la descomposición se ha consumado, el artista frustrado es un lunático, un harapiento vagabundo que divaga sin sentido por las calles, clamando ser el asesino de Kitty, en la última miseria, y con el simbolismo de ser confrontado a su máxima obra, el retrato de ella, que se vende a altísimas cifras, mientras ya es tarde Cross, pues él, y su vida, han sido arruinados. Es un imperdible ejercicio de film noir, una de las mejores películas de Lang en Norteamérica, elenco notable, director notable, una cinta necesaria.








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