Los 50 fueron los años en que empezó un meteórico ascenso de una de las grandes figuras femeninas en la historia del cine, una de sus divas más recordadas empezaba a esculpir su camino, la inolvidable Sophia Loren. Para el momento que esta cinta vio la luz, a mediados de la mencionada década, la voluptuosa y despampanante italiana ya había sido más que notada por importantes directores, por supuesto, principalmente sus paisanos italianos, que empezaron a explotar todo el potencial de esta curvilínea latina. En esta oportunidad es Mario Camerini quien dirigiría a la diva, acompañada por un personaje con el que conformó una de las parejas más célebres del cine italiano, otro grande entre grandes, el genial Marcello Mastroianni, con quien completaría una dupla muy chispeante, y también se incluiría al gran padrino artístico de ella, el inmortal Vittoria De Sica, mostrando sus dotes actorales en el filme. Situada en una singular época, fines del siglo XVII en Italia, donde por entonces imperaba el dominio español, otra vez la trama de la cinta descansa en todo el poderío e impacto de la candente Sophia encarnando a la campesina del título, casada con un molinero de la localidad, que se ve enormemente favorecido por las bondades físicas de su esposa, en la forma de numerosos privilegios y tratamientos especiales por parte de las autoridades, despertando envidia en el resto del pueblo, y naturalmente, envidia en las demás féminas por la atención masculina que despierta la bella campesina, especialmente, en el gobernador, don Teófilo, De Sica. Con semejante reparto y una buena dirección, tenemos una decente y agradable comedia italiana.
Nos situamos en Nápoles, fines de 1600, años de la dominación española, quienes fijan un impuesto hasta cuando llueve, que es solo uno de incontables tributos, y una de tantas responsabilidades de las que el campesino Luca (Mastroianni), se libra. En el pueblo lo envidian por ese tratamiento, pues hasta los religiosos los apoyan, esto debido a la hermosa esposa de Luca, Carmela (Loren), que tiene encantados a todos los hombres de la comunidad, y en especial al gobernador, Don Teófilo (De Sica), que está loco por ella, al igual que todos los hombres de la localidad en Nápoles. Carmela, por su parte, disfruta provocando a todos, despertando deseo en los hombres, y envidia e indignación en las mujeres. Hasta genera peleas la campesina, grandes trifulcas, mientras Luca ya está cansado. Sin embargo, en una oportunidad, Luca es encarcelado, y ajeno a la costumbre, después no es condonado de la pena, permanece enclaustrado, mientras su bella esposa se queda sola en el molino. Pero esto no es un accidente, pues es exactamente lo que Don Teófilo planeaba, y va al molino a abordarla, teniendo algún jocoso accidente en el camino. Luca se libera del claustro y burla a su vigilante, Gardunia (Paolo Stoppa), uno de los servidores del gobernador en todo lo que desee, y el molinero va a buscar a Carmela
Don Teófilo llega empero primero con Carmela, y el obsesionado gobernador la corteja intensamente, la abruma, pero ella hábilmente va dilatando su encuentro y va desvía de su objetivo, mientras Luca, ya liberado de un ebrio Gardunia, e investido en las ropas del gobernador, se acerca al molino. Llega entonces Luca, enceguecido por los celos, y su esposa no lo reconoce con la parafernalia de una autoridad, por lo que se desencuentran, pues ella va a liberar a su marido de su prisión. Posteriormente, disparatadas situaciones se generan por el inesperado intercambio de roles y hasta de vestimentas entre Luca y Don Teófilo, hay disparos, y es que Luca, investido como gobernador, tuvo un breve encuentro con la mujer de éste, y ella, enfurecida al saber que su esposo está con la mujer del molinero, pretende armar una charada. Y así se hace, pues Luca, al haber averiguado ya que el adulterio de Carmela nunca fue tal, se hace pasar por el gobernador, hecho de acuerdo con todos los presentes, y orquestado por la mujer de la autoridad, y le toman el pelo a Don Téofilo, pero el numerillo es roto por el propio Luca. Un año después, el gobernador está ridículamente dominado por su esposa, es el día de la celebración del Santo Patrón, la mayoría de los impuestos inauditos se han eliminado, y, para variar, Carmela es quien lleva la batuta de la vida marital con Luca, y la pareja se queda finalmente feliz.
Estamos ante un nuevo ejercicio situado en Nápoles con la Loren de elemento central, como ya habíamos visto un año antes en la magistral El Oro de Nápoles (1954), y como veríamos quince años después en Los Girasoles (1970), ambas con De Sica ya dirigiendo a su protegida. La cinta es un gran homenaje a la belleza de una radiante e irresistible Sophia Loren, que embelesa completamente a todos, sin excepción, con escenas para lucimiento y casi endiosamiento de la italiana, la oímos cantar plácidamente, la vemos quitándose y poniéndose las medias, luciendo sus bien contorneadas piernas, recostándose cómoda en el pasto, entre flores, volviendo loco a todo hombre, loco especialmente al gobernador, y es que ella es todo, no deja indiferente a nadie, despierta el deseo en los hombres, y la envidia y desprecio en las otras mujeres. De Sica, tras La ladrona, su padre y el taxista (1954), de Blasetti, ya ha conocido a su musa Sophia, y habiéndola dirigido ese mismo año con la cinta inicialmente señalada, sigue trabajando y conociendo al imponente símbolo sexual que, cabe mencionar, él encumbraría e inmortalizaría pero no solo por su avasallante y voluptuoso físico, sino por sus dotes actorales, sacando lo mejor de la candente latina. Acompañándola tenemos al gran Mastroianni, siempre preciso en la figura del galán italiano, en este caso específicamente napolitano, mostrando repetidas veces el pecho velludo, es el afortunado esposo de la mujer que todos desean, y su papel, si bien secundario, es correctamente interpretado por un siempre correcto Marcello, encarnando la enajenación del esposo. Y De Sica también es notable en su aporte, dando vida a un enloquecido gobernador, representante de la autoridad española, una cómica y caricaturizada versión de un gobernador completamente dominado por la beldad femenina de la campesina, acompañado por otro gran actor italiano, el siempre apreciable Paolo Stoppa, como su fiel servidor. Agradable trabajo de Camerini, donde retrata con belleza en ciertos pasajes el páramo napolitano, y con la correcta clave cómica nos presenta la historia de Carmela y un pueblo al que tiene encantado, ella siempre es el motor de todo, y el hecho de que la cinta sea a color incrementa naturalmente su impacto cromático, tanto para apreciar los decorados y su colorido, como para, claro, apreciar los distintos matices de la silueta de la protagonista. Divertida, liviana y típica comedia del campo italiano.
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