Hitchcock, uno de los grandes referentes del cine mundial, produjo en su etapa de madurez no pocas obras maestras, inmortales cintas que por ese lapso estuvieron en más de una ocasión interpretadas por el entrañable James Stewart, tal es el caso del filme que nos ocupa en esta oportunidad. Vertigo es uno de los grandes clásicos del gran Hitch, de esas cintas que son infaltables en los especiales, ciclos de cine, o cualquier remembranza que se haga del genial maestro del suspense, pues se adentra como pocas veces en la mente de un torturado sujeto, atormentado por traumas del pasado, que lo tienen marcado. El siempre recordado y querido Jimmy Stewart se encarga una vez más de encarnar al principal personaje en una cinta de Hitchcock, interpretando esta vez a un retirado policía, víctima de acrofobia, que ve su mundo completamente trastornado, más de lo normal, al verse inmerso en una inverosímil circunstancia, cuando sigue a la esposa de un amigo suyo por petición de éste, pero esta búsqueda y seguimiento le traerán las más impensadas situaciones, cuando la susodicha mujer engendre misterios e intrigas, y cuando posteriormente, aparezca otra mujer que le recuerde a buen grado a la fémina inicial. Y claro, como no podía dejar de pasar, el maestro una vez más evidencia su conocida y legendaria debilidad por las rubias, siendo Kim Novak la encargada en esta oportunidad de hacer delirar al traumatizado protagonista. El maestro del suspenso una vez más hace gala de su inigualable genio como creador del mismo, género en el que se desenvuelve como nadie.
Se nos introduce en la acción, una persecución policial está realizándose por los tejados de unas casas, uno de los policías es John 'Scottie' Ferguson (Stewart), resbala y casi cae al precipicio, y su camarada policial, por ayudarlo, termina cayendo y muriendo. El tiempo ha pasado ya, Scottie, con su ex novia, Midge Wood (Barbara Bel Geddes), conversa sobre lo acontecido, y ahora, traumatizado, acrofóbico, renunciará a su trabajo. Ya retirado, recibe la visita de un amigo, Gavin Elster (Tom Helmore), que le cuenta como su mujer, Madeleine (Novak) tiene unos alarmantes lapsos en los que se desconecta del mundo, cambia todo en ella, hasta su forma de caminar, y le pide al ya retirado policía que la siga y averigüe qué está sucediendo. Inicia entonces el seguimiento, y esto lo lleva a una florería, después a un gran cementerio, y posteriormente a un lugar en el que ella observa largamente, ida, la pintura de una mujer, perteneciente a la corte, llamada Carlota. Después de esto la sigue hasta un hotel, en el que ella parece encarnar a Carlota, tras lo cual extrañamente le pierde el rastro. Prosiguiendo con su investigación se entera de la historia de Carlota, era una hermosa y acaudalada jovencita, a quien un hombre engañó y embarazó, y ella se volvió loca, y, sola, terminó muriendo. Elster y Scottie empiezan a armar la historia, Madeleine es la bisnieta de Carlota, heredó sus joyas, y durante esos lapsos, parece reconstruir el pasado de su ancestra. Continúa siguiéndola, y, observando el puente de San Francisco, ella salta, pero Scottie la salva, la lleva a casa y la cuida, mientras Midge observa todo.
De esta forma, van pasando tiempo juntos, deambulan haciéndose compañía, van a un gran bosque, ella está como indefinida, no tiene recuerdos, o eso parece, y mientras Scottie sigue haciéndole preguntas y averiguando, ellos se enamoran. Por su lado, Midge aún está interesada en Scotty, pero en vano se acerca a él, que está embobado con Madeleine, se involucra más y más con ella, que tiene sueños que la atormentan. Ella parece tener muy vagos recuerdos, y es así que juntos van a una especie de hacienda, es el lugar que ella ve en sueños, va reconstruyendo la historia, mientras prosiguen su idilio, y al llegar a una iglesia alta, ella evidencia conocer ya todo, sus recuerdos la atormentan, sube hasta lo más alto, y Scottie, paralizado por su fobia, no puede evitar que ella se lance y muera. En el juicio por esta muerte, Scottie es encontrado inocente, y Elster siente remordimiento. Más trastornado, loco y recluido, atormentado, Scottie trata de reconstruir los hechos vividos, va a los mismos lugares que visitó con Madeleine, y, sorpresivamente, encuentra a otra mujer, ahora llamada Judy Barton. Consigue conocerla, le habla y la invita a cenar, y ella, en soledad, medita cómo ella es solo una doble, fue contratada por Elster para representar la muerte de su verdadera esposa. Nuevamente pasa tiempo con la nueva mujer, y Judy, con tal de que Scottie la ame, se entrega a sus requerimientos, él la viste y hace peinar como Madeleine, se vuelve su réplica, y consuman el idilio, dándose un momento intenso. Scottie incluso llega a llevarla a la torre donde supuestamente murió Madeleine, recrean la situación, y ella colapsa, admite toda la verdad, pide piedad y amor a Scotty, pero al subir sorpresivamente una monja, enloquece, y se lanza ahora sí, por la torre, muriendo.
El maestro Hitchcock termina su filme muy a su manera, muy a su estilo, rápido y sin ornamentos, contando lo indispensable, y nada más, pues no hace falta, nuevamente el inmortal británico se luce haciendo lo que mejor sabe: crear suspenso de situaciones aparentemente normales, sobre personajes completamente normales, personas de la puerta de al lado. Ya en su etapa en Hollywood, donde muchas de sus máximas obras maestras fueron producidas, el ilustre cineasta dirige a actores yanquis para crear obras que el tiempo jamás podrá borrar, y nuevamente, como hiciera en La Ventana Indiscreta (1954) o El Hombre que Sabía Demasiado (1956), encuentra en el gran Jimmy Stewart al socio ideal para representar ese suspenso, y también nuevamente, manifiesta su preferencia por las bellas blondas, ya habíamos visto a la hermosísima Grace Kelly, a la no menos bella Eva Marie Saint, sólo por citar unos ejemplos, y en esta oportunidad sería Kim Novak la compañera, la desencadenante de todo, la que vuelve loco al buen Stewart. Un aspecto que encuentro particularmente distintivo de esta película respecto a tantas otras de este imprescindible cineasta, es la desbordante presentación audiovisual, ambos planos, tanto el visual como el auditivo, son llevados al delirio. Esto se aprecia más intensamente que nunca en las escenas de pesadilla de Scottie, en la que una sicodelia demencial se apodera completamente de todo, el rostro poético del atormentado Stewart, todo girando a su alrededor, pesadillesco escenario, acompañado por una música también demencial, desquiciante, desbordante (por cierto, obra y gracia de ese genial compositor, colaborador habitual de Hitch, Bernard Herrmann), potencia el momento de tensión, de desesperación y máxima incertidumbre, soberbia incertidumbre que se refuerza más aún con un excelente juego de luces, es el mundo de aquel que sigue el recuerdo viviente. Este prodigioso ejercicio audiovisual, algo un poco atípico en Hitchcock, tiene su clímax en la etérea secuencia de Scottie y Judy, o mejor dicho, Madeleine, aunque al final no es ninguna de las dos, secuencia donde el rojo y verde se combinan para desembocar en un estupendo beso. Por si algún insolente lo había olvidado, nuevamente Hitch se luce en lo que es excelso, él es el dómine del suspenso, creando, engendrando, de circunstancias normales, terrible intriga, suspenso y angustia. Todo un clásico, imperdible elemento que conforma parte selecta de la extensa filmografía de uno de los mejores directores que haya existido.
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