martes, 29 de mayo de 2012

La trama (1976) - Alfred Hitchcock


Silencio. Uno de los mayores prodigios del cine pone punto final a su espléndida filmografía. El silencio nomás quedará, pues Hitchcock dirigió su filme último, el maestro de maestros no rodaría más después de este ejercicio. Luto para el cine, uno de los dómines finiquitó su obra. La última película de Hitchcock es esta, verla es como la más triste despedida, el maestro estaba ya pleno y maduro en muchos aspectos; en otros, se permite la normal licencia de quien ya hizo todo lo que tenía que hacer. Para su filme colofón, Hitchcock, como no podría ser de otra forma, nos trae una historia de suspenso e intriga, mezclada como siempre con su fino humor. Una pareja de timadores están aprovechándose de una anciana; la mujer se hace pasar por médium, por espiritista, contacta a unos difuntos familiares de la víctima, se debe encontrar a un sobrino bastardo, ocultado por esa vergüenza, que será el nuevo heredero de la fortuna de la anciana. Ante eso, la falsa médium y su compinche deberán encontrar al heredero, y esto los llevará a sumirse en una peculiar situación, cuando encuentren a otros dos individuos de dudosas actividades, poniendo en impensado peligro la recompensa que persiguen, y sus vidas mismas. Ciertamente no es el mejor de sus trabajos, pero contiene mucho de lo que significó el arte del director, es una obra que responde a todas sus directrices, es un trabajo memorable, es la despedida de uno de los genios mayores del cine, y ese solo hecho ya hará al individuo indicado, decantarse por ver el filme sin dudarlo un instante, y vaya que lo disfrutará.

     


Blanche Tyler (Barbara Harris) se encuentra trabajando, está en plena sesión espiritista con la anciana Julia Rainbird (Cathleen Nesbitt), contactando a sus difuntos parientes, entre ellos a su difunta hermana. Se llega a concluir que el hijo de la hermana, un bastardo que Rainbird se esmeró en ocultar por vergüenza, un desheredado y privado de todo lo que le correspondía, debe ser encontrado y vuelto heredero; Blanche deberá encontrarlo, a cambio de suculenta recompensa. Ya afuera de la casa de Rainbird, se encuentra con su amante, George Lumley (Bruce Dern), basto taxista, ambos son timadores, ella es una farsante, pero a George le brillan los ojos cuando se entera de la recompensa, $10,000, ambos buscarán al sobrino perdido. En otra locación, Fran (Karen Black), es una farsante, se reúne con unos individuos, un magnifico diamante de gran valía ha sido robado, y ella, tras tomar el diamante, se dirige a un campo de golf, donde se reúne con su amante, Arthur Adamson (William Devane), tiene a un individuo singularmente atrapado. Ambos son timadores también, se retiran a su cuartel y coartada, una joyería, donde ocultan la valiosa joya.




George investiga y llega hasta la pista de la hija del viejo chofer de los Shoebridge, clan del personaje buscado, visita las tumbas de la familia. Averigua que el heredero, Edward Shoebridge, desapareció, y nunca se encontró su cadáver. Luego da con Joseph P. Maloney (Ed Lauter), mecánico directamente relacionado al difunto, él ordenó y pagó su tumba. George piensa que Edward sigue vivo, y no se equivoca, pues Maloney se reúne luego con Adamson, él es el personaje escondido. Inquietos, Arthur y Fran investigan al taxista y Blanche, constatan que buscan al perdido sobrino. Maloney luego cita a George para decirle valiosa información, pero es una trampa, le arruina sus frenos, vive de milagro, y en la carretera, al intentar atropellar a ambos, el mecánico se desbarranca y fenece. La viuda Maloney cuenta a George la verdad, que Edward Shoebridge sigue vivo, es Adamson, pero el taxista prefiere esperar para actuar. Blanche da con su casa, habla con él, le dice que es el heredero de millones, pero ve a un drogado sacerdote, ella también es drogada y secuestrada. George finalmente la encuentra y rescata, los villanos son reducidos, y Blanche encuentra el diamante escondido.




El descomunal británico se despide de esta forma del cine, de sus espectadores, de quienes lo adoramos tanto durante su extenso recorrido por el séptimo arte, y que por supuesto lo seguiremos idolatrando. El maestro lo hace con una fuerza y vigor que no pocos farsantes y patéticos remedos de artistas, mal llamados cineastas de la actualidad quisieran ya tener. Cómo no, el maestro materializa otra vez su personalísimo estilo de cine, sordidez y misterio, incertidumbre y suspense deliciosamente diseminados por el filme, pero condimentados con una dosis precisa de humor, con incluso una tibia chabacanería, responde esto último al personaje principal. La negra comedia desde el comienzo nos desliza su norte, cuando veamos a la farsante timadora trabajando, desde el primer instante vemos a una más que probablemente timadora mujer haciéndose pasar por médium, estafando a una anciana mujer que cae redonda en el timo, su ambición se le escapa casi, como cuando oye la cuantiosa recompensa. La representación inicial nos deja ya claro de qué tipo de personajes se trata, una facinerosa estafadora, que se junta con su amante y compinche, y ambos planean ya cómo seguir su operación. Son estafadores los protagonistas, y la segunda pareja es igual de infame, pero más macabra, más maquiavélica aún, escondiendo y fabricando una falsa muerte, para quedarse con el dinero familiar, se trata de inescrupulosos individuos, que viven de la farsa, y de ellos es que nace mucho del humor de la cinta. Una de las secuencias más delirantemente cómicas es la del apremiante escape del auto con frenos malogrados, con la desquiciante Blanche revolviéndose en la cabina de copiloto, dificultando aún más el manejo del auto para George, instante de severa hilaridad. A ese humor y suspenso, se sumará en esta oportunidad cierta dosis de humor erótico también, las más que directas alusiones al sexo, cuando Blanche suplique por una jornada amatoria a un agotado George, que no satisfará sus requerimientos. Hitchcock se permite la picardía de quien se ha ganado de sobra este tipo de licencias.






De esa forma, su protagonista es un chabacano individuo, basto taxista, vulgar personaje que configura la cómica y paródica figura de investigador, fumando la pipa incluso, una burlesca versión de Sherlock Holmes, premeditadamente configurada para ser risible, cosa que ciertamente consigue, el estupendo realizador se permite pues jugar con los personajes, y no perderá la oportunidad de figurar también, con su peculiar, inconfundible e inmortal silueta mítica asomándose en determinado momento del filme. Así como hiciera en la magistral e inmediatamente anterior cinta, Frenesí (1972), un Hitchcock ya adaptado a la modernidad, nos desvela prontamente el misterio principal de la historia, ya sabemos que Adamson es Shoebridge en realidad, por lo que el misterio en ese aspecto queda prontamente diluido, y por lo que otros aspectos del filme cobrarán fuerza e importancia. Símilmente a la cinta antes citada, Hitch hará gala de su descomunal dominio de la cámara, el trabajo de cámara hace que la inquieta lente se mueva con soltura, llegando a ángulos precisos, y estudiando y mostrándonos, con sus movimientos, la acción que sucede. Nuevamente el gran británico a su vez realiza una exquisita construcción de sus imágenes, la limpieza y elaboración de sus imágenes en la etapa final de su carrera es pasmosa, y consigue esto una exquisita y cada vez más depurada estética, barroca su estética gracias a la soberbia armonía y el excelente uso cromático que realiza Hitch, descollante en este apartado el genial director, la escuela británica se revigoriza con el septuagenario genio. Y claro, está además la banda sonora, sutil, pero mórbida, intrigante a más no poder, elegante pero que desliza ciertas retorcidas intenciones, pues es un filme bizarro; como siempre, Hitch escoge bien su acompañamiento musical, que potencia y da mayor identidad a su filme. De esta forma se construye una cinta de personajes cómicos y ridículos, donde un par de parejas, con aparentemente nada en común, se ven batallando impensadamente, duelo de timadores y farsantes, una falsa vidente, un taxista vulgar, y dos ladrones de joyas, y como es usual, la tensión y el suspenso están diseminados y se distribuyen por el filme, enriquecido con el singular humor del realizador, que, entre las licencias que se toma en su cinta, produce el final en el que la falsa médium al parecer no era tan falsa. Ciertamente algunas licencias se permite, y en el aspecto moralizador, que el buen Chabrol defendiera en su momento de Hitch, se permite el director que los facinerosos terminaran ganadores, acaben felices y con su objetivo logrado, ellos son los ganadores. Soy partidario de que la magnífica Frenesí es ciertamente la gran despedida de la luminaria británica, ese fue el compendio de todo su descomunal genio, pero queda ésta como su cinta final, corolario por unos llamada obra menor, por otros bastante apreciada, yo me inclino por el segundo grupo, es una obra que naturalmente no alcanza el nivel de las obras cumbres de Hitch, pero es un muy decente  ejercicio de sórdido cine. El inigualable maestro se despedía, severa pérdida para el cine, Hitchcock, con este filme puso colofón a una de las andaduras cinematográficas más distinguidas y magnificas. Gracias al brillante e inmortal Hitchcock, hasta siempre, único maestro.




Hitch y sus infaltables cameos.

La mítica e inconfundible silueta del suspense.

No volvería a dirigir el descomunal británico. Sensible sería su ausencia.

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