lunes, 21 de mayo de 2012

La cicatriz (1948) - Steve Sekely


Peculiar y breve ejemplar de cine negro el que se comenta en esta ocasión, un filme que contiene muchos de los elementos indispensables de una cinta decente de film noir que se precie, pero que, a cambio exige ciertas adaptaciones a las que el espectador deberá someterse, aceptar obviar ciertas licencias en el desarrollo que se presenta. Se nos expone la singular historia de un personaje, que ha robado gran cantidad dinero a un importante y empedernido apostador, que obviamente le dará caza al facineroso. Pero el ladrón, en su intento por descartarse, se encontrará con la más que favorable circunstancia de que guarda un parecido físico extraordinario con un doctor, un psiquiatra, y aprovechará esta similitud en sus biotipos para hacerse pasar por el doctor, decisión, claro, que no saldrá precisamente de la mejor forma. El realizador cumple bien con su labor de puesta en escena, y, obviando y dejando por ahora de lado las licencias mencionadas, uno se queda con un correcto ejercicio de cine negro, que cumple muchas de las asignaturas de una cinta de esta naturaleza, con algunos momentos de ciertamente remarcable acierto, y claro, la participación de una de las divas insignia del cine negro del gran maestro Fritz Lang, la hermosa y fatal Joan Bennet, como la secretaria del doctor, y la única que conocerá a ciencia cierta lo que sucede.

     


En la cárcel, unos individuos hablan sobre sus condenas, y el tiempo que les espera, Uno de ellos es liberado, se trata de John Muller (Paul Henreid), que al salir, se le dice que piense en volver a trabajar. Su amigo Marcy (Herbert Rudley) está entusiasmado con la idea del trabajo, pero Johnny no tanto, desaira las oportunidades que se le dan, y propone a sus antiguos camaradas que realicen un nuevo golpe, un robo. Se realiza el golpe, roban una importante casa de apuestas, pero dos de los compinches delatan el asalto. En el frenético escape, un dentista lo sigue extrañamente, resulta que lo ha confundido con su psiquiatra, le dice que es exactamente igual a éste, excepto por su cicatriz. Se apersona al consultorio del supuesto hombre parecido, el doctor Bartok, y lo que encuentra es a la secretaria, Evelyn Hahn (Bennet), cuya primera acción al verlo es besarlo, ciertamente son muy parecidos, pero rápidamente le dice a ella que no es Bartok. Marcy es asesinado, los personajes robados están en su búsqueda, es entonces que se le ocurre hacerse pasar por Bartok para despistar a sus perseguidores, y lo primero es acercarse a Evelyn. Lo hace, y demasiado no le cuesta generar un idilio con la secretaria.




A su vez practica Muller la firma y escucha audios del doctor, lee textos de psicología, y le da regalos a Evelyn, que se comienza a enamorar. Se consigue una fotografía del real Bartok, que tiene un tajo en un lado de la cara, tajo que se auto inflige, pero con la pésima fortuna de que la foto tuvo un error al ser revelada, la cicatriz está del otro lado en el verdadero Bartok. Se las arregla para citarse con el doctor, y, en un auto, elimina al científico, y también se da cuenta del error que cometió al cortarse el lado de la cara equivocado. Con el verdadero Bartok eliminado, se acerca a la oficina, y se hace pasar por el doctor, hasta atiende a los pacientes del psiquiatra, inclusive va a una elegante fiesta con su esposa Virginia (Leslie Brooks), de alguna forma nadie nota nada. Evelyn está suspicaz, hasta que aparece el hermano del real Bartok, buscándolo, y reconoce inmediatamente que Muller no es su hermano. Con ayuda de Evelyn, despistan al sujeto, ella, asustada, desea viajar y dejar todo, en barco, y Muller decide partir también. Pero en la agencia, es interceptado por los perseguidores, y tras una balacera, Evelyn alcanza a verlo morir desde el barco que parte.





La cinta de Steve Sekely nos ofrece algunos pasajes de auténtico deleite durante su metraje, y es que quisiera empezar diciendo que el filme sabe respetar muchos de los fundamentales aspectos que un filme de cine negro debe tener, y eso ya es un gran acierto que termina por aprobar el filme pese a sus no pocas falencias. Un aspecto agradable en ese sentido que detecté es el inteligente y correcto juego de planos que realiza el director, un desfile y amalgamado de primeros planos que, si bien no son recurrentes, saben dotar a determinados segmentos de mayor frenetismo y tensión, de mayor suspenso, este recurso tiene mayor efectividad, claro, en la apremiante secuencia del robo a la pequeña casa de apuestas, ahí se aprecia la agilidad y frenetismo que genera la narración visual del director. Otro elemento de gran acierto, y que le da a la cinta una gran identidad, o, mejor dicho, que la hace identificable, es la perenne oscuridad en que se mueven todos los personajes, un tono lúgubre se cierne sobre todo el filme, excelentemente correcto al ser un filme de cine negro. Así, las sombras acogen a los protagonistas, principalmente al fugitivo, que se refugia en esa permanente oscuridad, en esas sombras tímidamente diseminadas por tenues focos, y es que todo ocurre siempre de noche, acierto del director; y a ese respecto, además, más de un agradable e impactante claroscuro nos obsequiará el director, esos claroscuros aguardan al ojo que sepa detectarlos.




Y claro, los temas sórdidos, asesinatos de por medio, un sujeto se tajea la cara pues de ello depende su supervivencia, se marca permanentemente el rostro para sobrevivir, y a esa sordidez decididamente colabora una música subterránea, misteriosa, que se complementa con las bizarras situaciones que se nos exponen. Imposible dejar de mencionar el elemento que la vuelve rescatable a mi juicio, la cinta tiene sus segundos expresionistas, que recuerdan, aunque sea tibiamente, al mejor y estupendo maestro alemán Fritz Lang, de lo más delirante, surreal y pesadillesco, y si alguien se sintió como yo, sí, recuerda a Lang, sí, recuerda a Perversidad. Y que no se me confunda, a esto no colabora únicamente la presencia de la Bennet, por demás hermosa y fatal mujer, que aquí encarna un papel más benigno que en la obra languiana, pero es siempre eficiente la hermosa y fatal yanqui. La actuación de Henreid, asimismo, sin ser una maravilla, convence y no desentona, siendo imposible dejar de recordar Casablanca al verlo. Igual de imposible resulta pues no mencionar el elevado peaje que se paga por el filme, ciertamente excesivo peaje, simplemente por resultar demasiado inverosímil que nadie, nadie note que no se trata del doctor, y no solo eso, que nadie note que la cicatriz esté del toro lado de su rostro, es algo que se siente pues sumamente postizo, facilista, fingido e irreal, que la secretaria, sin más ni más, se enamore del “suplente” de su amante, e inclusive su propia esposa no note la diferencia; está bien que el cine viva de ciertas fantasías y licencias, pero esto se sintió excesivo. Empero, con esas falencias mencionadas -que ciertamente he resumido, por cierto-, uno se queda con los aciertos del filme, también ya enumerados y no resumidos, que terminan por configurar una cinta breve pero aceptable de cine negro.





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