


Excelente la forma en que Wenders
retrata los históricos días del nacimiento del cine al más puro estilo del
mítico David Wark Griffith, con toda la elegante presentación, las viñetas y
textos mostrados, así como el solemne tratamiento y el obvio blanco y negro,
los recordados enfoques circulares, se siente un trabajo tan serio, y que
remite tan sentidamente a días de antaño, que solo un maestro podría haber
hecho una contemporánea versión de aquello, y dotarlo de la elegancia y
sobriedad suficientes para sentirlo emparentado a la gloria de Griffith. Así, la
primera parte del filme, los iniciales segmentos, son realizados en exquisito
blanco y negro, en cine mudo, en el que nuestra narradora, su infante voz en off es nuestro guía, su infante lupa nos
va adentrando en el universo de aquellos lejanos días, finiseculares días,
luego su padre también adoptaría ese rol; esta singular niña, agrandada, tiene injerencia, es madura y determinada, la tenaz infante es nuestra
narradora, y nos guiará por el camino del perfeccionamiento del tan ansiado y
celebrado bioscopio. Excelentes segmentos se aprecian durante esa inicial
antesala, impecables instantes de cine mudo, debidamente enaltecidos por la
música, música que cobra e impregna de vitalidad al relato, siempre sin
pronunciar palabra los protagonistas, es como revivir la vieja gloria del
mágico cine previo al sonido, genialmente realizado por Wenders.
