domingo, 30 de septiembre de 2012

Y la vida continúa (1992) - Abbas Kiarostami


Cine iraní, cine del otro lado del océano, de otra parte del globo, cine que destila otro sentir en el hacer cinematográfico, una de las muestras más evidentes y vigentes de que el talento cinematográfico no se encuentra únicamente en territorio americano o europeo, no es exclusividad de estos continentes. Las áreas orientales también saben producir brillantes exponentes del séptimo arte, y es Abbas Kiarostami quizás el más reputado cineasta de la actualidad de su país, un individuo singular, peculiar artista, que escoge como motivo de su filme, un hasta cierto punto sórdido tema, el volver a la tierra donde grabó años atrás un filme, para contraponer el estado de esas tierras entonces, con la actualidad, luego de haber sufrido los estragos del severo terremoto que azotó Irán en 1990. El filme será sencillamente la travesía de un actor, haciendo las veces del director del primer filme, “¿Donde está la casa de mi amigo?” (1987), y buscando la zona de Koker, zona donde grabó el mencionado filme, y recorre con su hijo pequeño en automóvil, las carreteras, y luego camina por las locaciones, mientras va explorando la espiral de desolación y austeridad que dejó el terremoto tras de sí. Conversaciones con los damnificados, visitas a asentamientos humanos, de esta forma se nos va adentrando en el paralelo que traza el director, que termina por darnos un cálido mensaje de optimismo respecto a cómo asumir una desgracia, un desastre natural, dándole perfecto sentido al titulo de la obra.

     



La cinta se inicia en una estación de peaje, es Irán, mientras los vehículos avanzan y pagan la cuota, la radio suena, hay muchos huérfanos y damnificados del terremoto en esta nación, necesitan un hogar, muchos son los agraviados, y la ayuda no alcanza. Mientras hay embotellamientos vehiculares, un hombre viaja con su hijo, se trata de un cineasta (Farhad Kheradmand), que rodó una película allí, en compañía de su pequeño hijo, Puya (Buba Bayour), está recorriendo las congestionadas y dañadas carreteras iraníes. Padre e hijo continúan su viaje, conversan tranquilamente, observan el cada vez más bizarro y destruido paisaje por el que viajan, llegan a Teherán, la devastación y los escombros producto de ella se incrementan conforme avanzan. Siguen avanzando, pidiendo constantemente indicaciones hacia Koker, a donde se dirigen; en determinado momento, el cineasta se baja del auto, entre un área boscosa, encuentra un infante en una hamaca, tras lo cual prosigue el viaje por carretera, el cual se dificulta cada vez más por congestiones vehiculares. El severo atascamiento los obliga a tomar caminos cada vez más escarpados y sin asfalto, se le dice incluso al padre que no podrá llegar en auto a Koker, hay lugares donde deberá caminar; pero sigue, empecinado, en su vehículo.




En el trayecto, pregunta a un transeúnte por un particular joven, se trata de un niño que participó en el rodaje de “¿Donde está la casa de mi amigo?” (1987), filme que hiciera unos años atrás, pero no se le da razón de si siquiera sigue vivo o si feneció. Durante su travesía, encuentran a un envejecido hombre, Ruhi, personaje que también participó en el citado filme, pero haciéndose pasar por mayor por requerimientos de la producción; este personaje, si bien no les da razón del niño buscado, los guía hasta su asentamiento, donde pueden disponer de agua potable. En el asentamiento conversa el cineasta padre con unas mujeres y con un joven, se va reconstruyendo lo que sucedió el momento del terremoto. Es entonces que Puya le dice a su padre que ha visto al niño que buscan, que ha crecido, pero que no de la mejor forma. Encuentran finalmente al ya adolescente individuo, que les narra cómo sucedió todo, y los guía a Koker. Mientras conversa el padre con unas niñas, en la localidad se esfuerzan por instalar una antena de televisión y poder ver un partido del Mundial de fútbol. Recogen después a dos infantes que afirman haber participado también en la cinta. Posteriormente, padre e hijo prosiguen su viaje por carretera.




El gran iraní Kiarostami nos presenta de esta forma su particular forma de aproximarse a lo que alguna vez conoció, un área de su nación en la que rodó un filme, y que queda severamente afectada por el terrible embiste de la naturaleza, el terremoto ha devastado la región, y el cineasta se moviliza hasta la otrora íntegra locación de su filme. Por cierto, el citado trabajo, “¿Donde está la casa de mi amigo?” (1987), sería la iniciadora de la considerada trilogía, sería el presente filme la continuación, volviendo al espacio donde todo comenzó, y dos años después, A través de los olivos (1994), seguiría símil camino, materializando una suerte de documental sobre la cinta que ahora nos ocupa, pero añadiéndosele un elemento amoroso, un romance. Para introducirnos en este universo, el cineasta nos implica en su visión, nos hace apreciar las cosas tal cual las aprecia el protagonista, por momentos el padre, el cineasta, por otros su vástago, y en este sentido, es la primera parte, el primer segmento del filme, un prolongando documento del viaje por carretera. Así, la lente de la cámara, los encuadres de la narrativa visual captan todo el campo visual del protagonista, y las posibilidades del mismo, por momentos ciertamente vemos lo que ven los personajes, mayormente a través de la ventana del vehículo se nos pinta un bosquejo de la geografía iraní, devastada por partes, pero por otras conservando aún su frescor y naturaleza. Con parsimonia y naturalidad, la lente se pasea de esta forma por el escenario post catástrofe. Es recién en esta parte, tras ese sencillo pero bello prólogo de padre e hijo viajando por carretera y mostrarse la golpeada geografía iraní, que aparece el título del filme, cuando su directriz ha sido sólo tibiamente esbozada, no sabemos concretamente aún la intencionalidad o enfoque del filme. Incluso hasta bien avanzado ya el trabajo, no sabemos a ciencia cierta por dónde discurre su intencionalidad, somos parte de un viaje que se realiza sin que sepamos nosotros su real objetivo.




El filme de Kiarostami se aprecia y percibe como un ejercicio sumamente sencillo, natural, un ejercicio repleto de escenas simples, realistas, desnudas, cotidianas, se nutre y apoya el filme de esas situaciones y momentos cercanos y mundanos, de esa cercanía, lo mostrado nos envuelve e implica en su enorme sencillez. Un cercano encuadre nos muestra al niño arrojando un insecto por la ventana, nos da un buen ejemplo de esa cercanía, de esa sencillez de las cosas que se nos muestra. Esto es causado coherentemente por una de las características principales del trabajo del iraní cineasta, y es que es un trabajo espontáneo, que obedece a las reglas de la espontaneidad, no se cuenta con guión, ni con un cianotipo o plan de acción, las cosas van fluyendo, no hay una rígida estructura narrativa a seguir, ni cortes en esa narrativa, es como si todo se contara de un tirón, todo sucede y fluye con la misma naturalidad con que se trabaja la narrativa visual, y se aprecian momentos de silencios, el hijo quejándose por su refresco demasiado caliente, detalles que nos acercan a la intimidad de los protagonistas, nos acercan a su mundanidad. Esta naturaleza de encuadres y de sencilla expresividad será eventualmente dejada de lado en determinadas ocasiones, optándose entonces por unas elegantes y magnas panorámicas, de una gran cima en un momento, del vasto y desértico camino, de breves áreas boscosas en otros. Todo esto constituye pues un trabajo bastante emparentado y cercano al documental, pero que no llega a ser tal, la fluidez y sencillez con que todo va desarrollándose dota de una riqueza mayor al trabajo, esa naturalidad hace ganar enteros a un filme que encierra y es mucho más que una mera documentación de sucesos, esto es un inicio para la arista final del trabajo. Así se va trazando lo que conforma el corazón del filme, la expresividad de una tierra devastada, la nación iraní hablándonos, a veces sin palabras, con sus tierras en escombros, castigadas por el severo movimiento telúrico, pero también nos habla a través de sus gentes, de los damnificados, la interacción con estos individuos conforma mucho de la narrativa del realizador, nos habla el país castigado, pero no se nos habla con dolor o sufrimiento, mucho menos con resignación y desazón, hay un poderoso y cálido mensaje de todo esto.





Y es que tras haberse declarado ya más claramente el norte del filme, buscar a los personajes que participaron en el filme primigenio de la trilogía, en la misma área donde se rodó en otro momento, se manifiestan momentos audiovisuales diferenciados, se plasma un ambiente ciertamente esperanzador, visual y auditivamente, el verdor de la naturaleza nos hace una poderosa insinuación de que todavía hay vida, todavía hay calidez, esperanza, todo continúa, la vida continúa, como el mismo titulo doblado nos indica. Secuencias de esta índole se repetirán, nuevamente, la naturaleza que no se deja vencer, que sigue viva, que sigue reclamando su derecho a proliferar, aún en medio de toda la devastación, aún hay esperanza, la refinada música vuelve a sonar, los pájaros cantan, un gallo hace lo propio, y el verdor nos aleja completamente de cualquier visión pesimista, pues el filme entero es un mensaje de calidez, de esperanza, de reconstrucción y recuperación. Y esto se complementa con el tono total del filme, el pesimismo es evitado, es desahuciado, pues con excepción de una fémina que se lamenta de sus pérdidas familiares, todos los diálogos e interacciones, aún en medio de las ruinas y escombros, son de tonalidad tranquila, son diálogos relajados, pero que jamás caen en lo frívolo. Vemos a los pobladores trabajando, en constante movimiento, desde las imágenes iniciales de escombros, los iraníes se mueven, laburan, transportan y limpian, es la imagen de la reconstrucción, lenta pero serena reconstrucción, y esto queda plasmado en la figura de una mujer, una anciana, dignísima víctima, solitaria fémina que, lejos de abandonarse ante su delicada situación -sola y con toda su familia muerta en el terremoto-, se yergue segura y lucha por salir adelante, es este el mensaje del cineasta, un cálido optimismo, pues en medio del luto, del llanto y la desgracia, aún se puede mirar para adelante con aplomo y dignidad, los jóvenes entusiasmados instalando la antena para ver un partido de fútbol nos hablan de gente que vuelven a pensar en las cosas cotidianas; que, como reza el titulo latino del filme, la vida continúa.




Y también está el anciano Ruhi, importante personaje, que nos desliza su particular visión del arte, el arte no debe presentar una figura envejecida ni deformada, el arte debe presentar belleza, rejuvenecerla incluso, no hacer vejestorios, afirma, él, individuo a quien la producción del filme inicial le hizo usar una joroba postiza y fingir mayor edad, él nos dice que el hecho de seguir vivo es el más sublime de los artes, es la visión sencilla de un personaje golpeado y atormentado, su visión del arte, y de la vida misma. El anciano, es naturalmente la voz de la experiencia, de quien ha vivido mucho ya, nos habla de cómo un hombre no aprecia la juventud sin llegar a sentirse viejo primero, ni aprecia la vida sin conocer de cierta forma la muerte, imparte sencillas enseñanzas existenciales. Otro personaje, rebosante de inocencia y sencillez, es por supuesto Puya, el infante, el futuro, se viste por instantes de experimentada vejez, y habla con una mujer damnificada, le habla de Abraham y de su inquebrantable fe en Dios, de cómo las cosas que deben pasar, suceden, de la vida y la muerte, el infante se disfraza de sabio y experimentado consejero, forma parte también de la calidez y simpleza del mensaje del director. Así configura Kiarostami su trabajo, en el que sacrifica en parte los formalismos y academicismos convencionales, principalmente en narrativa, en la estructura expositiva, todo esto en pro de la sencillez, pues adapta esos formalismos a la espontaneidad de la cotidianeidad, a esta naturalidad, y toda la belleza que encierra, se vuelve preeminente, se vuelve todo en el filme, la historia de un artista que vuelve al lugar donde trabajó años antes, para verlo transformado ahora en ruinas de lo que fue, recoge sus pasos en un escenario sórdido ahora, pero que aún, pese a todo, brilla con esperanza. El colofón del filme es una panorámica, imagen que se va alejando de los protagonistas, el vehículo sigue viajando por el árido territorio iraní, se ha expuesto ya lo que se quería transmitir. Kiarostami es confesamente seguidor de un arte muy singular, un arte que no debe estar concluso, que debe dejar necesariamente un espacio para que la sensibilidad de su público, de su espectador, complete la obra artística; así, su producción artística es casi un reto, es más compleja que una cinta convencional, estamos invitados a disfrutar del marcado contraste, de apreciar y sentir la calidez, la tibieza de la esperanza en medio de la más devastadora austeridad. Con sencillez, sin ornamentos ni aparatosos recursos, solamente con simpleza, se documenta este excelente trabajo, el trabajo de un artista sensible y diferente, un paria que afirma no ver cine, se ha decepcionado de él, y nos ofrece una muy singular propuesta de arte. La invitación, y el desafío, están servidos.

   


El buen iraní Kiarostami

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