Cine iraní, cine del otro lado
del océano, de otra parte del globo, cine que destila otro sentir en el hacer
cinematográfico, una de las muestras más evidentes y vigentes de que el talento
cinematográfico no se encuentra únicamente en territorio americano o europeo,
no es exclusividad de estos continentes. Las áreas orientales también saben
producir brillantes exponentes del séptimo arte, y es Abbas Kiarostami quizás
el más reputado cineasta de la actualidad de su país, un individuo singular,
peculiar artista, que escoge como motivo de su filme, un hasta cierto punto
sórdido tema, el volver a la tierra donde grabó años atrás un filme, para
contraponer el estado de esas tierras entonces, con la actualidad, luego de
haber sufrido los estragos del severo terremoto que azotó Irán en 1990. El
filme será sencillamente la travesía de un actor, haciendo las veces del
director del primer filme, “¿Donde está
la casa de mi amigo?” (1987), y buscando la zona de Koker, zona donde
grabó el mencionado filme, y recorre con su hijo pequeño en automóvil, las
carreteras, y luego camina por las locaciones, mientras va explorando la espiral de desolación y austeridad que
dejó el terremoto tras de sí. Conversaciones con los damnificados, visitas a
asentamientos humanos, de esta forma se nos va adentrando en el paralelo que
traza el director, que termina por darnos
un cálido mensaje de optimismo respecto a cómo asumir una desgracia, un
desastre natural, dándole perfecto sentido al titulo de la obra.
La cinta se inicia en una
estación de peaje, es Irán, mientras los vehículos avanzan y pagan la cuota, la
radio suena, hay muchos huérfanos y damnificados del terremoto en esta nación,
necesitan un hogar, muchos son los agraviados, y la ayuda no alcanza. Mientras hay embotellamientos
vehiculares, un hombre viaja con su hijo, se trata de un cineasta (Farhad Kheradmand), que rodó una película allí, en
compañía de su pequeño hijo, Puya (Buba Bayour), está recorriendo las congestionadas
y dañadas carreteras iraníes. Padre e hijo continúan su viaje, conversan
tranquilamente, observan el cada vez más bizarro y destruido paisaje por el que
viajan, llegan a Teherán, la devastación y los escombros producto de ella se
incrementan conforme avanzan. Siguen avanzando, pidiendo constantemente
indicaciones hacia Koker, a donde se dirigen; en determinado momento, el
cineasta se baja del auto, entre un área boscosa, encuentra un infante en una
hamaca, tras lo cual prosigue el viaje por carretera, el cual se dificulta cada
vez más por congestiones vehiculares. El severo atascamiento los obliga a tomar
caminos cada vez más escarpados y sin asfalto, se le dice incluso al padre
que no podrá llegar en auto a Koker, hay lugares donde deberá caminar; pero sigue,
empecinado, en su vehículo.
En el trayecto, pregunta a un
transeúnte por un particular joven, se trata de un niño que participó en el
rodaje de “¿Donde está la casa de mi
amigo?” (1987), filme que hiciera unos años atrás, pero no se le da razón
de si siquiera sigue vivo o si feneció. Durante su travesía, encuentran a un
envejecido hombre, Ruhi, personaje que también participó en el citado filme,
pero haciéndose pasar por mayor por requerimientos de la producción; este
personaje, si bien no les da razón del niño buscado, los guía hasta su asentamiento,
donde pueden disponer de agua potable. En el asentamiento conversa el cineasta
padre con unas mujeres y con un joven, se va reconstruyendo lo que sucedió el
momento del terremoto. Es entonces que Puya le dice a su padre que ha visto al
niño que buscan, que ha crecido, pero que no de la mejor forma. Encuentran
finalmente al ya adolescente individuo, que les narra cómo sucedió todo, y los
guía a Koker. Mientras conversa el padre con unas niñas, en la localidad se
esfuerzan por instalar una antena de televisión y poder ver un partido del
Mundial de fútbol. Recogen después a dos infantes que afirman haber participado
también en la cinta. Posteriormente, padre e hijo prosiguen su viaje por
carretera.
El gran iraní Kiarostami nos
presenta de esta forma su particular forma de aproximarse a lo que alguna vez
conoció, un área de su nación en la que rodó un filme, y que queda severamente
afectada por el terrible embiste de la naturaleza, el terremoto ha devastado la
región, y el cineasta se moviliza hasta la otrora íntegra locación de su filme. Por
cierto, el citado trabajo, “¿Donde está
la casa de mi amigo?” (1987), sería
la iniciadora de la considerada trilogía, sería el presente filme la
continuación, volviendo al espacio donde todo comenzó, y dos años después, A través
de los olivos (1994), seguiría símil camino, materializando una suerte de
documental sobre la cinta que ahora nos ocupa, pero añadiéndosele un elemento amoroso, un romance. Para
introducirnos en este universo, el cineasta nos implica en su visión, nos hace apreciar
las cosas tal cual las aprecia el protagonista, por momentos el padre, el
cineasta, por otros su vástago, y en este sentido, es la primera parte, el
primer segmento del filme, un prolongando documento del viaje por carretera.
Así, la lente de la cámara, los encuadres de la narrativa visual captan todo el
campo visual del protagonista, y las posibilidades del mismo, por momentos
ciertamente vemos lo que ven los personajes, mayormente a través de la ventana
del vehículo se nos pinta un bosquejo de la geografía iraní, devastada por
partes, pero por otras conservando aún su frescor y naturaleza. Con parsimonia
y naturalidad, la lente se pasea de esta forma por el escenario post
catástrofe. Es recién en esta parte, tras ese sencillo pero bello prólogo de padre e hijo
viajando por carretera y mostrarse la golpeada geografía iraní, que aparece el
título del filme, cuando su directriz ha sido sólo tibiamente esbozada, no
sabemos concretamente aún la intencionalidad o enfoque del filme. Incluso hasta
bien avanzado ya el trabajo, no sabemos a ciencia cierta por dónde discurre su
intencionalidad, somos parte de un viaje que se realiza sin que sepamos
nosotros su real objetivo.
El filme de Kiarostami se aprecia
y percibe como un ejercicio sumamente sencillo, natural, un ejercicio repleto
de escenas simples, realistas, desnudas, cotidianas, se nutre y apoya el filme
de esas situaciones y momentos cercanos y mundanos, de esa cercanía, lo
mostrado nos envuelve e implica en su enorme sencillez. Un cercano encuadre nos
muestra al niño arrojando un insecto por la ventana, nos da un buen ejemplo de
esa cercanía, de esa sencillez de las cosas que se nos muestra. Esto es causado
coherentemente por una de las características principales del trabajo del iraní
cineasta, y es que es un trabajo espontáneo, que obedece a las reglas de la
espontaneidad, no se cuenta con guión, ni con un cianotipo o plan de acción,
las cosas van fluyendo, no hay una rígida estructura narrativa a seguir, ni
cortes en esa narrativa, es como si todo se contara de un tirón, todo sucede y
fluye con la misma naturalidad con que se trabaja la narrativa visual, y se
aprecian momentos de silencios, el hijo quejándose por su refresco demasiado
caliente, detalles que nos acercan a la intimidad de los protagonistas, nos acercan
a su mundanidad. Esta naturaleza de encuadres y de sencilla expresividad será
eventualmente dejada de lado en determinadas ocasiones, optándose entonces por
unas elegantes y magnas panorámicas, de una gran cima en un momento, del vasto
y desértico camino, de breves áreas boscosas en otros. Todo esto constituye
pues un trabajo bastante emparentado y cercano al documental, pero que no llega
a ser tal, la fluidez y sencillez con que todo va desarrollándose dota de una
riqueza mayor al trabajo, esa naturalidad hace ganar enteros a un filme que
encierra y es mucho más que una mera documentación de sucesos, esto es un
inicio para la arista final del trabajo. Así se va trazando lo que conforma el
corazón del filme, la expresividad de una tierra devastada, la nación iraní
hablándonos, a veces sin palabras, con sus tierras en escombros, castigadas por el severo movimiento telúrico, pero también nos habla a través
de sus gentes, de los damnificados, la interacción con estos individuos
conforma mucho de la narrativa del realizador, nos habla el país castigado,
pero no se nos habla con dolor o sufrimiento, mucho menos con resignación y
desazón, hay un poderoso y cálido mensaje de todo esto.
Y es que tras haberse declarado
ya más claramente el norte del filme, buscar a los personajes que participaron
en el filme primigenio de la trilogía, en la misma área donde se rodó en otro
momento, se manifiestan momentos audiovisuales diferenciados, se plasma un
ambiente ciertamente esperanzador, visual y auditivamente, el verdor de la
naturaleza nos hace una poderosa insinuación de que todavía hay vida, todavía
hay calidez, esperanza, todo continúa, la vida continúa, como el mismo titulo
doblado nos indica. Secuencias de esta índole se repetirán, nuevamente, la
naturaleza que no se deja vencer, que sigue viva, que sigue reclamando su
derecho a proliferar, aún en medio de toda la devastación, aún hay
esperanza, la refinada música vuelve a
sonar, los pájaros cantan, un gallo hace lo propio, y el verdor nos aleja
completamente de cualquier visión pesimista, pues el filme entero es un mensaje
de calidez, de esperanza, de reconstrucción y recuperación. Y esto se
complementa con el tono total del filme, el pesimismo es evitado, es
desahuciado, pues con excepción de una fémina que se lamenta de sus pérdidas
familiares, todos los diálogos e interacciones, aún en medio de las ruinas y
escombros, son de tonalidad tranquila, son diálogos relajados, pero que jamás
caen en lo frívolo. Vemos a los pobladores trabajando, en constante movimiento,
desde las imágenes iniciales de escombros, los iraníes se mueven, laburan,
transportan y limpian, es la imagen de la reconstrucción, lenta pero serena
reconstrucción, y esto queda plasmado en la figura de una mujer, una anciana,
dignísima víctima, solitaria fémina que, lejos de abandonarse ante su delicada
situación -sola y con toda su familia muerta en el terremoto-, se yergue segura
y lucha por salir adelante, es este el mensaje del cineasta, un cálido
optimismo, pues en medio del luto, del llanto y la desgracia, aún se puede
mirar para adelante con aplomo y dignidad, los jóvenes entusiasmados instalando la antena para ver un
partido de fútbol nos hablan de gente que vuelven a pensar en las cosas
cotidianas; que, como reza el titulo latino del filme, la vida continúa.
Y también está el anciano Ruhi,
importante personaje, que nos desliza su particular visión del arte, el arte no
debe presentar una figura envejecida ni deformada, el arte debe presentar
belleza, rejuvenecerla incluso, no hacer vejestorios, afirma, él, individuo a
quien la producción del filme inicial le hizo usar una joroba postiza y fingir
mayor edad, él nos dice que el hecho de seguir vivo es el más sublime de los
artes, es la visión sencilla de un personaje golpeado y atormentado, su visión
del arte, y de la vida misma. El anciano, es naturalmente la voz de la
experiencia, de quien ha vivido mucho ya, nos habla de cómo un hombre no
aprecia la juventud sin llegar a sentirse viejo primero, ni aprecia la vida sin
conocer de cierta forma la muerte, imparte sencillas enseñanzas existenciales.
Otro personaje, rebosante de inocencia y sencillez, es por supuesto Puya, el
infante, el futuro, se viste por instantes de experimentada vejez, y habla con
una mujer damnificada, le habla de Abraham y de su inquebrantable fe en Dios,
de cómo las cosas que deben pasar, suceden, de la vida y la muerte, el infante
se disfraza de sabio y experimentado consejero, forma parte también de la
calidez y simpleza del mensaje del director. Así configura Kiarostami su
trabajo, en el que sacrifica en parte los formalismos y academicismos
convencionales, principalmente en narrativa, en la estructura expositiva, todo
esto en pro de la sencillez, pues adapta esos formalismos a la
espontaneidad de la cotidianeidad, a esta naturalidad, y toda la belleza que
encierra, se vuelve preeminente, se vuelve todo en el filme, la historia de un
artista que vuelve al lugar donde trabajó años antes, para verlo transformado
ahora en ruinas de lo que fue, recoge sus pasos en un escenario sórdido ahora,
pero que aún, pese a todo, brilla con esperanza. El colofón del filme es una
panorámica, imagen que se va alejando de los protagonistas, el vehículo sigue
viajando por el árido territorio iraní, se ha expuesto ya lo que se quería
transmitir. Kiarostami es confesamente seguidor de un arte muy singular, un
arte que no debe estar concluso, que debe dejar necesariamente un espacio para
que la sensibilidad de su público, de su espectador, complete la obra
artística; así, su producción artística es casi un reto, es más compleja que
una cinta convencional, estamos invitados a disfrutar del marcado contraste, de
apreciar y sentir la calidez, la tibieza de la esperanza en medio de la más
devastadora austeridad. Con sencillez, sin ornamentos ni aparatosos recursos, solamente con simpleza, se documenta este excelente trabajo, el trabajo de un artista
sensible y diferente, un paria que afirma no ver cine, se ha decepcionado de
él, y nos ofrece una muy singular propuesta de arte. La invitación, y el
desafío, están servidos.
El buen iraní Kiarostami |
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