El gran director austro húngaro Josef Von Sternberg es
uno de los nombres mayores dentro del cine europeo, ilustre representante del
expresionismo alemán, tuvo naturalmente a lo largo de su carrera distintas
etapas o estadíos. Tras haber dirigido ya los inmortales y prodigiosos filmes
protagonizados por la inolvidable Marlene Dietrich, con quien gloriosa dupla
materializó, inmediatamente después realizaría la presente cinta, la adaptación
del clásico inmortal del realismo ruso literario, Crimen y Castigo, la obra
máxima de Fedor Dostoievski. Harto conocida es ya la trama del texto
primigenio, Roderick Raskólnikov, un estudiante graduado con honores en
criminología, enfrenta severa austeridad, pobreza que lo consume y lo avergüenza con su madre y hermana. La presión y angustia de la pobreza lo llevan
a liquidar a una avara prestamista, robándole algo de dinero, pero cuando pensó
que podría escapar de la persecución policial, es el hostigamiento de su
propia conciencia el que no podrá eludir jamás. El filme, inmediatamente
posterior al último ejercicio de la citada corriente alemana que rodó con la Dietrich, Capricho imperial (1934), se siente aún impregnado
y dominado por la vena expresionista del austrohúngaro cineasta, y cuenta con
la invaluable y descomunal participación de su paisano, un por entonces joven
Peter Lorre, el inolvidable actor retrata uno de sus más memorables trabajos,
en la cumbre de su carrera, en un filme
necesario para quien sepa apreciar buen cine.
La historia comienza con un texto
diciendo que todo sucede en cualquier tiempo y lugar donde los corazones respondan a las emociones
que se expondrán. Una graduación está sucediendo, ceremonia en la que Roderick
Raskólnikov (Lorre), estudiante de criminología, se gradúa con honores. A la
misma acuden también su madre (Elisabeth Risdon), y su hermana Antonya (Tala Birell),
orgullosas féminas por Roderick, además de su amigo Dmitri (Robert Allen). Tras
la feliz ocasión, Roderick vive ya solo, en una pobreza abrumadora, en una
miserable pensión cuya casera lo quiere echar por deudor. Un brillante artículo
sobre criminología suyo es publicado en un periódico, aunque se publica como anónimo, sin reconocérsele un centavo
por su trabajo. Su madre y hermana anuncian que lo visitarán, y la falta de
dinero para recibirlas lo angustia, Dmitri le ofrece en vano prestarle dinero.
Poco después, Raskólnikov acude a una casa de empeño, donde la mujer a cargo (Beatrice Rose
Tanner), es una avara
insufrible, que se aprovecha de la necesidad de sus clientes, como Sonya (Marian Marsh), una prostituta que empeña una
precaria posesión por escaso dinero, Roderick la conoce y ayuda indirectamente
dándole dinero, y luego hace lo propio empeñando un reloj.
Recibe luego la visita de su madre y hermana, ambas van con
Lushin (Gene Lockhart),
muy acaudalado individuo que pretende casarse con Antonya, ella acepta, pero
más por necesidad financiera, y Roderick prontamente se enemista con el pedante
sujeto. Desesperado, apremiado, resuelve liquidar a la prestamista, va a
empeñar una cigarrera, y la elimina de un golpe en la cabeza El crimen es
pronto descubierto, Raskólnikov trata de descartarse, pero es requerido en la
comisaría. Muy angustiado acude, encontrando que es solo un asunto de su casera y
la renta, pero allí, el inspector Porfiry (Edward Arnold), a cargo del caso, lo
felicita por el artículo publicado, averiguó quién era él, y en su delante, un
sospechoso del asesinato es interrogado, Roderick mantiene la calma y se va.
El director del periódico al fin le reconoce los escritos a Raskólnikov, le
ofrece un trabajo, y ya con dinero, saca a Lushin de su vida y de su familia.
Por su parte, Porfiry habla con Sonya, que le referencia a Roderick, el
inspector va hasta la casa de la familia, donde el estudiante le desmiente
categóricamente. Sonia, enamorada de Roderick, le dice que huyan juntos,
sospecha de su crimen. Pero Porfiry continúa hostigando a Raskólnikov, que va
cediendo a la severa presión. Confiesa a Sonya su crimen, su hermana y madre
saben luego ya lo que hizo. Porfiry lo exhorta a admitir su crimen, y, también por Sonya,
termina confesando, será enviado a Siberia.
Prontamente queda de manifiesto que la herencia
expresionista corre vigorosamente por las venas del gran von Sternberg, cosa
muy lógica, considerando que este filme es realizado casi inmediatamente
después de sus últimas colaboraciones con Marlene Dietrich. Así, veremos las
sombras que invaden poderosamente los encuadres en determinadas circunstancias,
la penumbra, en la forma de esas sombras, se agranda, multiplica, se derrama
sobre los interiores, en un poderoso y siniestro lenguaje. Tiene su punto más
intenso el mencionado lenguaje y ambientación con la escalera de la residencia
de Raskólnikov, donde los lúgubres dominios se ciernen con mayor severidad y
plenitud, la escalera, y toda esa estancia, están sumamente plagados de
oscuridad, perenne penumbra, abrumadora atmósfera lóbrega. Esa expresividad se volverá a materializar,
en los momentos en que su desesperación se incrementa y se va apoderando de él,
los recuerdos y problemas lo atormentan, plasmado esto con la técnica de la
superposición de planos, planos rebosantes siempre de esa lobreguez, de
bizarría, se respira un expresionismo tardío, un tibio expresionismo,
ciertamente menos intenso que en el apogeo del director y de la propia
corriente, pero aún presente y vigente. Todo este notable trabajo audiovisual
termina de ambientar el escenario en el que Raskólnikov va sumiéndose más y más
en esa oscuridad, en los lúgubres impulsos que van dominando su ser, es el
escenario donde su caída va materializándose, caída reforzada y potenciada por
la penumbra que lo va dominando todo, y generándose así la atmósfera de tensión
desnuda, potente y cruda, mayormente sin acompañamiento musical, se presiente
una angustia seca, desesperante, excelente logro, pues se complementa con la
naturaleza del escrito original, el crudo realismo ruso, donde la austeridad y una prostituta son temas capitales de la obra. Von Sternberg agrega a
esos decorados, las recurrentes pinturas del inmortal Beethoven, y
especialmente de Napoleón, elementos que terminan de darle forma a los sórdidos
escenarios donde Raskólnikov se desenvuelve, locaciones donde pululan sus
bizarros personajes, un estudiante asesino, y su prostituta compañera; es
pues, realismo ruso.
El tema de la primigenia obra del maestro Dostoievski
está, en sus principales nortes, intacto, se nos presenta pues la historia de
la severa austeridad que consume al infeliz desafortunado, se apodera de él, lo
desespera, la angustia de la miseria lo va desgastando, lo va carcomiendo,
hasta eventualmente derrotarlo, se va alimentando la oscuridad que lo
impregnará finalmente todo. Un par de veces recurrirá el austrohúngaro cineasta
a un recurso literario para profundizar la historia, correcto recurso, un
diario, en el que Raskólnikov va plasmando su gradual y creciente angustia, su
hambre de crimen que va creciendo a niveles exponenciales. La paradójica y
desesperante situación se materializa, el brillante estudiante de criminología
se muere de hambre, su reconocida obra sobre criminología no le reporta
dividendos, al menos, no a tiempo, Porfiry lo felicita como especialista en
criminología, y vaya que lo es. A ese respecto, cierta tonalidad cómica en el
filme se encargará de disipar la tensión en determinados momentos, es ya otra
etapa de von Sternberg, su vigor en ambientación, si bien ya decreciendo,
todavía se materializa, y nuevamente mucha de la fuerza de su trabajo se
sustenta en un intérprete solvente. Si antes fue la Dietrich, ahora es el
gigante, figurativamente hablando, Peter Lorre, Lorre es todo, sus registros,
sus gestos, sus miradas, es el actor en toda su plenitud, en la cumbre de su
capacidad física, y ya ducho actoralmente, encumbrado por obras de la talla de M, el vampiro de Düsseldorf (1931), es presentado incluso en el filme
como la gran estrella europea, ciertamente lo era. Brillante su interpretación,
la tensión que lo va dominando, la gravedad y solemnidad del gran Lorre se
ponen de manifiesto, dándose asimismo el gran duelo con Edward Arnold, el duelo
de miradas, el juego de gato y el ratón, la implacable búsqueda que terminará
por derrotarlo, mereciendo especial mención cuando Raskólnikov lo lleva a casa,
donde lo sorprende con su asertividad, de los minutos más notables de Lorre.
Resaltan también su frialdad y seguridad inicial, su determinación y hermética
resolución, pues como buen experto en criminología, pretende encubrir su delito
desde su privilegiada condición, pero gradualmente esa seguridad irá cediendo,
y su frialdad cederá lugar a la angustia, llevando el actor al máximo sus
capacidades histriónicas, para encarnar ambas facetas, contrapuestas pero
amalgamadas, es un Lorre joven y vigoroso, pleno e intenso, un Lorre en su
cúspide. Se materializará el final redentor, finalmente Raskólnikov confiesa,
pudo evadir la persecución policial, con sus conocimientos y filiación criminalista, pero es
de la persecución de su propia conciencia de la que no podrá escapar, el infierno
interior lo derrotará, y lo llevará a la confesión, el alivio llegará, la
persecución y angustia han terminado. De esta forma se configura la versión de
von Sternberg del clásico realista ruso, dotado e impregnado de su
expresionismo, ciertamente más suavizado, pero siempre patente, en la que se
desliza, como se dijo, cierta clave cómica que la hace menos tensa, es un notable
y singular ejercicio, siempre necesario, como todo lo que dirigió este mítico realizador austrohúngaro.
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