domingo, 12 de agosto de 2012

Más allá de las nubes (1995) - Wim Wenders, Michelangelo Antonioni


Singular filme el presente, que tiene entre los peculiares datos que enriquecen su background el bizarro hecho de que con este trabajo casi terminaría la andadura cinematográfica del notable y recordado Michelangelo Antonioni. El filme sería un intento de Wim Wenders por recuperar a un por entonces casi paralitico Antonioni, que había sufrido en 1983 un severo ataque cerebral, que lo dejaba sin habla y con escasa actividad física. De esta forma, y tras realizar algunos eventuales cortos, luego del infortunio, Wenders consigue materializar este filme, en el que gran porcentaje está a cargo del italiano. Es el filme el compendio, con marcados tintes eróticos, de cuatro historias que toman lugar en sendas ciudades europeas, y en las que se tendrá como principal hilo inductor, a las eróticas relaciones que tienen distintas mujeres, la forma en que se relacionan con sus eventuales amantes cada una a su manera, y con distintos tratamientos para cada segmento. El germano cineasta se encargaría de realizar los prólogos y algún aporte adicional a un film mayoritariamente de Antonioni, y que se enaltece a su vez por su variado y distinguido reparto. El mencionado conjunto actoral incluye a Fanny Ardant, Chiara Caselli, Irène Jacob, Sophie Marceau, además de Jean Reno, John Malkovich, y, brevemente, la leyenda de la actuación italiana, el inmortal Marcello Mastroianni.

        




Inicia la acción con un individuo, un cineasta (Malkovich), que viaja en avión, y reflexiona sobre sus faenas como hombre de cine, de sus impulsos. Se traslada luego en auto, visita algunas locaciones, mientras busca habitación. En otro lugar, aparecen Carmen (Inés Sastre), y Silvano (Kim Rossi Stuart), que se encuentran espontáneamente, llegan a conocerse, se atraen, materializan un beso, pero de pronto, se despiden, y se van meditabundos a sus respectivas habitaciones. Dos años después, se reencuentran en un cine, van a la elegante residencia de ella, se comunican sus últimas vivencias. Tras retirarse Silvano luego de una confesión de ella, regresa, tienen íntimo contacto, aunque no sexo, y nuevamente se retira él, se despiden definitivamente.





Aparece nuevamente el director de cine, que camina esta vez por una suerte de playa y playground, tras lo cual, avista a atractiva y joven fémina (Marceau). El cineasta la sigue hasta una tienda, donde labora, la observa únicamente. Luego ella se va a ver con un individuo, pero a continuación, entabla conversación con el director. Le habla de su bizarra experiencia, apuñaló doce veces a su padre, pero no fue condenado en el respectivo juicio. Tras la sórdida confesión, van a la casa de ella, donde intenso coito sostienen. Tras esto, el director se retira meditando que fue a esa ciudad pensando en obtener personajes para un filme, pero acabó obteniendo una historia.




Posteriormente, aparece una bella mujer (Caselli), ella conoce en un café a un individuo (Peter Weller), conversan sobre noticias, sobre el alma, sobre respetarla. Tres años después, la mujer hablar con el hombre, que es un individuo casado, conforman ellos un triángulo amoroso, El esposo mantiene intensas sesiones amatorias, tanto con la amante, como con su mujer, Patricia (Ardant). Ambas mujeres le encaran, separadamente, la situación, pero no abandona a su esposa, la amante finalmente le confronta por jugar a doble banda, pero, otra vez, con intensa sesión íntima, se sella y termina su historia.




Aparece finalmente otro individuo, Carlo (Reno), que arriba a su casa, un departamento que encuentra vacío, sin muebles ni pertenencias, y llega poco después, una mujer que afirma alquilará ese habitáculo. Ambos terminan compartiendo sus historias, ambos, engañados por sus cónyuges, Carlo ha sido abandonado. Por su parte, el director de cine viaja en tren, mientras un pintor (Mastroianni) está pintando paisajes, y una mujer cuestiona su arte, pintando réplicas de otras pinturas. Una final historia tiene lugar, dos jóvenes, un hombre, Niccolo (Vincent Perez), corteja a una mujer (Irène Jacob), pero ella, enamorada, feliz, se muestra evasiva. Pese a tener relativo acercamiento, finalmente ella huye a su casa, cuando el joven le dice que salgan, ella afirma que al día siguiente irá a un convento.





La introducción siéntese como aporte de Wenders, hermosa introducción que se advierte impregnada de toda la sensibilidad audiovisual del buen germano, dotada y envuelta por ese notable halo de etérea atmósfera, tan característica e identificativa con Wenders, es una sublime y delicada secuencia que sirve para aperturar el filme, y nuevamente materializa el alemán una excelente fotografía audiovisual, una fotografía introductoria a la ciudad, una panorámica auditiva y visual soberbia. Esta apreciable secuencia sirve pues para abrir el telón a las cuatro historias, los cuatro relatos que conforman el filme, y que se revisarán por separado.


Se siente también un melancólico tratamiento en la primera historia, el amor perdido, o, en este caso, frustrado, y en el que las palabras, claves e importantes en los estilos de ambos directores, quedan completamente relegadas a segundo plano, se representa una ausencia de ellas durante buena parte de este segmento, se da mayor injerencia a lo interno, lo metafísico, lo que se expresa sin pablaras, y que se refuerza con la atmosférica y sensual música, que llena el vacío y ausencia de aquellas. Ese es el escenario en el que se manifiesta un romance sin posesión sexual, que va más allá de eso, es una posesión que va muy de la mano de algo que el propio director duda en definir, es algo que está entre un estúpido orgullo, o la locura. Es el segmento más carnal e intenso, junto con el tercero, aunque diametralmente opuesto por la naturaleza de la mencionada conjunción, esa cópula sin penetración, sin posesión física, que tiene en el final alejamiento su clímax silencioso, surreal y siempre sin palabras, una conjunción que roza detalles platónicos.




En todas las historias, tenemos al director como puente narrativo, indirecto y omnipresente narrador, dándonos el enfoque del propio director, un guiño a sus interiores pareceres, y será directo protagonista del segundo pasaje, también bastante erótico, en el que se relaciona con la bizarra mujer parricida, y que nos ilustra también la singular forma en que las ideas pueden poblar la mente de un creador artístico. El cineasta fue a ese lugar en búsqueda de personajes, y salió con más que eso, salió con una historia, sórdido relato en el que se implicó directamente, es interesante el enfoque y aproximación de este segmento, el azar mucho tiene que ver en esa inspiración, los más notables motivos y motores, pueden fluir con bizarra espontaneidad.




El tercer segmento viene a ser marcadamente el más erótico, el más carnal, el que se apoya directamente sobre el sexo, la imposibilidad de sus protagonistas de desligarse de aquello, pues sus acciones quedan casi supeditadas a la carnal actividad. Así, casuales encuentros devienen sexuales e intensas sesiones, el sexo es el puente de sus actividades, se encuentran los protagonistas esclavizados por el sexo, supeditados a aquello, el acto que no pueden eludir, y que contornea sus procederes, se vuelve su lenguaje, lo que con palabras no pueden transmitir o solucionar, en el campo amatorio se resuelve. De esta forma, los tres ángulos del triangulo amoroso quedan cayendo en esa espiral sexual, el sexo imposible de evadir, aunque resulte en humillantes situaciones para las féminas, la carne puede más en este, el más erótico de los cuatro segmentos, si bien, débese mencionar, que el final flojea con una secuencia sexual que decae en intensidad.




En la final historia tenemos un buen colofón, que rompe con los anteriores relatos, que sirve de correcto desenlace. Mientras en los anteriores teníamos al sexo como elemento recurrente e insorteable, en esta oportunidad, el sexo es repelido, por la singular mujer, hermosa y hermética, que afirma que siempre deseó ser hombre. Su unión, pese a existir cierta atracción, es imposibilitada, frustrada completamente cuando ella afirma que irá al convento, la cópula pues queda desbaratada, y cuando se le pregunta sobre qué pasaría si él se enamorara de ella, contesta que sería como una luz en una habitación iluminada. Se cierra el relato con otras de las memorables imágenes del filme, la lluvia que cae copiosa tras la lapidaria frase, y nos da un final recorrido por las ventanas, y las historias.




Se cierra así el filme, un filme de por sí ya bizarro, con un severamente mermado Antonioni, privado del habla, y con actividad física escasa, producto de la trombosis cerebral que nos privó del genial cineasta. Antonioni se involucra en la redacción del guión, de las historias, mundanas y carnales historias que se sienten ciertamente de su autoría, y que se verán enriquecidas con todo el trabajo audiovisual del gran Wenders. Divididas opiniones puede generar esto, los que por una parte criticarán que Wenders realizara breves prólogos para cada segmento, y tenga la, según estos detractores, arbitraria auto investidura de codirector, y estos mismos personajes le atizan al alemán que símil situación materializara una década atrás con Relámpago sobre el agua (1980) de Nicholas Ray. Pero lo cierto es que excelente mérito tiene el alemán cineasta, que de alguna forma rescata de la inactividad forzosa al gran italiano, y enriquece sus historias con ese toque audiovisual tan característico suyo, no se le puede reprochar a Wenders que reviviera y sacara de la penumbra a un Antonioni terriblemente mermado. Con ese singular escenario, se configura un fílme decente y atractivo, impregnado de severo erotismo y sensualidad, fortalecido con el tratamiento audiovisual de Wenders, que se siente en no pocos segmentos, en ese tratamiento audiovisual que supera lo metafísico. La variada y abundante terna actoral está a la altura de los maestros de orquesta, las hermosas féminas Ardant, Jacob, Marceau, Sastre, y sobre todo la bella Caselli, cumplen con sus interpretaciones, breves, pero indispensables, pues las féminas, junto al sexo, son el hilo conductor, la columna vertebral narrativa del filme, en torno a ellas es que gira todo lo que acontece, sus frustraciones, vivencias y tentaciones. Por el otro lado, el siempre sólido y eficiente Jean Reno aporta su seriedad y solidez en su también efímero papel. Peter Weller, el recordado Robocop, gran admirador de Antonioni, también cumple en su rol. John Malkovich ofrece a su vez solvencia y solidez como el director omnipresente, y que además, tras el excelente picado que clausura el cuarto relato, nos da una final reflexión sobre la profesión del cineasta. Y claro, la más efímera pero entrañable participación actoral, del pintor, el maestro Mastroianni que nos obsequia minutos de su actuación, y desliza la paradoja del artista creador y del artista que copia, y cómo, a su juicio, se puede alcanzar mayor gloria copiando la obra de un genio, que realizando propios e intrascendentes trazos. Un filme que encierra muchas curiosidades, mucho material de discusión, pero en definitiva, que reúne a dos genios mayores del cine, de diferenciados estilos, en un momento bizarro, y que, correctamente dirigido y muy decentemente interpretado, ofrece pues un trabajo notable, digno de toda la atención que estos dos excelentes cineastas pueden generar.


  


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