Singular ejercicio de un Polanski
que no deja de sorprender con sus cada vez más versátiles experimentos,
explorando campos que se suponían ajenos a este director. Es así que veremos al
polaco rodando algo impensado para su autoría, una comedia, benigna pero disfrutable comedia que curiosamente se sitúa entre sus ejercicios contemporáneos, tan opuestos a las de antaño. Y sin embargo, recupera vigorosamente atisbos de sus iniciales raíces, de los nortes que guiaron los primeros pasos
de su cinematografía, siempre, por supuesto, desde la clave cómica en la que
está enmarcada toda la obra. Breve cinta basada en una obra teatral configurada por el realizador, que se
centra en los sucintos acontecimientos que experimentan dos parejas yanquis,
padres de familia de dos menores niños que se han involucrado en una trifulca,
agraviando uno al otro, y los adultos deberán resolver las diferencias de sus
vástagos; pero ellos mismos se verán envueltos en inverosímil situación,
discusiones, diferencias de opinión, y hasta propios problemas internos de
pareja saltarán al tapete, cuando los adultos pasen a comportarse como niños.
Los encargados de interpretar la singular comedia del polaco vienen a ser las
talentosas y hermosas Jodie Foster y Kate Winslet, con John C. Reilly y Christoph
Waltz, como sus esposos, respectivamente, que con toda su experiencia y
solvencia darán consistencia a una muy aceptable comedia.
Unas imágenes de un parque
infantil de juegos son mostradas, unos infantes se entretienen conversando y
jugando. En Brooklyn, la pareja Cowan, Nancy (Winslet) y Alan (Waltz) están en
la casa de los Longstreet, Penelope (Foster) y Michael (Reilly), elaboran un
informe en computadora de lo sucedido. Zachary, hijo de los Cowan, atacó en una
pelea a Ethan, prole de los Longstreet, causándole daños en los dientes. Ambos
niños de once años, tienen a sus padres intercambiando historias, hablando de
sus profesiones, y cuando parece que los visitantes Cowan se están retirando,
los anfitriones los invitan a degustar unos bocadillos, por lo que vuelven a la
casa. Mientras comen, debaten sobre las acciones a tomar, Zachary deberá
disculparse con Ethan. Alan constantemente interrumpe la
conversación para hablar por celular, tratan de concertar una nueva reunión
con los niños presentes, pero no llegan a un acuerdo, y cuando están
por retirarse por segunda vez, nuevamente regresan a la casa. Las tensiones
comienzan a crecer.
Los Cowan discuten,
las llamadas de celular de Alan se producen en los momentos menos
oportunos, y Nancy saca a relucir su estresada y nerviosa personalidad, atiza a
Michael por haber abandonado un hámster en la calle a su suerte, y llega
incluso a vomitar sobre unos textos de Penelope. La tensión aumenta, tienen
desacuerdos en qué hijo empezó el pleito, y luego los
Longstreet ahora comienzan a discutir sus diferencias maritales. La gustosa de
arte y las leyes Penelope siente la presión del momento, y Michael saca su cara
más irreverente, su lenguaje más directo y soez. Los anfitriones siguen
perdiendo el control, pero los Cowan no se quedan atrás, la paciencia de Nancy
es colmada cuando una nueva llamada interrumpe, arroja el celular de su
esposo al agua de un florero, y ambas féminas rompen en sonora carcajada, la
situación es ya un desvarío. La tensión y descontrol alcanzan nuevos niveles
cuando la parsimoniosa Penelope de pronto arroje el bolso con todas las cosas
de Nancy por los aires, es ya una situación ridícula, las formas se han perdido
por completo, las discusiones se suceden e intensifican, Nancy siempre es la
más descontrolada, y cuando una nueva llamada hace vibrar el teléfono, la
acción y la cinta han terminado.
Un casi octogenario Polanski demuestra que, si bien
ciertamente sus mejores años quedaron atrás, aún es capaz de generar sorpresas,
agradables sorpresas, en vez de las últimas, algunas incomprensibles, otras que
dejan perplejos. La película reposa sobre un muy ingenioso guión, que se le
debe por partida doble a Yasmina Reza,
autora de la obra de teatro en la que se basa la cinta, y coautora del guión,
junto al propio Polanski. Desde el inicio, sabemos que estamos por presenciar
una cinta ligera, con un inicio lúdico, el playgrpund y los niños a lo lejos
jugando, así como la música, vaticinan la comedia que se avecina, inédita
secuencia inicial en una cinta de Polanski, pero por estos años, uno ha
aprendido ya a esperar todo del polaco. Nos enfrasca Polanski en una situación muy divertida, con livianas muestras
de humor cotidiano, de humor de la vida real, de personas yanquis de la puerta de al lado, por lo
que su humor cobra mucha fuerza, veracidad, realismo, y gracia. Unos padres de
familia, como adultos, y como supuestos seres civilizados, deben arreglar las
diferencias de sus hijos, que llevaron a uno a desdentar al otro. Pero
contrario a lo esperado, los adultos se convierten en niños, y comienzan a
darse discusiones, reproches, gritos, sacadas de trapos, en una situación donde
el control se va evaporando geométricamente, y donde la tensión e
incomodidad van invadiendo una reunión hasta convertirla en una carnicería
verbal y psicológica. Impertinencias, violencia verbal, nadie estará a salvo, y
la fuerza de su comedia radica en cómo se crean personajes arquetipos, yanquis
clásicos, de Brooklyn, que representan a una clase media ansiosa de ascender,
que tratan de ocultar sus falencias, y de relucir sus virtudes, pero ante una
situación tensa, sacan a relucir sus más vergonzosos defectos. La teatralidad impresa en el filme, tanto en los planos, como en el tratamiento de la narración visual, enriquecen a la cinta y la hacen compacta dentro de la austeridad de recursos (escenarios, personajes, etc.); refuerza incluso la atmósfera reducida, la tensión entre los protagonistas. Así, se siente el fuerte lazo a la original obra de teatro, pero todo llevado más allá gracias a las posibilidades técnicas del cine. En ese aspecto, exquisito de ver el filme al deambular con seguridad entre ambos universos artísticos.
En un lado, un típico abogado adicto al
trabajo, personaje infaltable dentro de los caracteres yanquis, su esposa, una
mujer que se muestra mesurada y con un falso intento de sofisticación, que
termina por mostrar su más nerviosa cara. Y en el otro, un irreverente y chabacano pero gracioso proveedor de artículos para el hogar, casado con una mujer que también intenta
sofisticar su mundo; los cuatro personajes serán sometidos a una situación que
se desliza de una civilizada conversación a una caótica discusión, donde nadie
se librará de recibir su respectivo maltrato verbal, en los suburbios yanquis de
Brooklyn. Polanski rueda un muy sabroso estudio psicológico: en esos cuatro caracteres hay abundante material de análisis de la psiquis humana y la personalidad, digno de más de un estudioso de esa rama. Veremos a los adultos convertirse en niños en esta deliciosa comedia, que yendo más allá de esa cáscara hilarante, dice mucho de la naturaleza humana, hace reflexionar sobre la misma. Ahora bien, el que conozca la obra de Polanski desde sus inicios, no podrá dejar
de regocijarse ante la recuperación de una de las maestrías del polaco en sus comienzos, que vuelve
a esgrimirse en este ejercicio. A saber, el cine en espacios mínimos, el cine
que se desarrolla íntegro en espacios reducidos, pues todo se desenvuelve en la
sala comedor de los Longstreet; y el polaco, por fin, tras décadas, hace gala
otra vez de su genio en ese tipo de cine, escasos espacios físicos, se sienten
halos de su añejo cine de departamento.
Esto se complementa con otro componente de antaño polanskiano, los contados
personajes que entretejen todo, y así, son cuatro individuos, dos parejas de esposos,
los únicos que desencadenan las acciones. Con tan escasos componentes, el
realizador, como en años dorados, extrae petróleo de recursos en apariencia
limitados, de esa austeridad, pero ahora representados y enmarcados en una deliciosa clave cómica. Decididamente, los aportes actorales son también sólidos cimientos para el éxito de la cinta, las hermosas y talentosas Foster y sobre todo la bella Winslet, hacen gala de sus habilidades, como ya duchas actrices, y Christoph Waltz y John C. Reilly terminan de completar un decente reparto. Es una cinta breve, de fácil digestión, que puede hacer pasar un buen rato con
su sencillo humor, su espontaneidad, agilidad y frescura, además de la reflexión que puede generar. Una de las películas
de años recientes del director que más gratamente ha sorprendido, mucho menos
densa e improductiva que otros ejercicios contemporáneos. Estamos ante una de
las cintas de Polanski más aceptables y cumplidoras no de años, sino de lustros.
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