Roman Polanski, ya inmerso en su etapa francesa, presenta esta nueva entrega de dicho estadio de su carrera, ejercicio ciertamente irregular, algo más atípico y distinto a lo que usualmente producía el genial polaco. Es esta cinta un thriller, cinta de suspenso, que por momentos se siente llamativamente distante de sus usuales y constantes directrices, ciertamente un ejercicio cinematográfico singular de Polanski. En esta película se encarga de narrarnos las increíbles peripecias por las que atraviesa un yanqui cuando viaja a Francia con su mujer, a París, donde tuvieron antes su luna de miel, pero donde se desencadena una impensada pesadilla al desaparecer ella de una manera increíble, sin dejar rastro. La posterior investigación de eso lo llevará hasta inverosímiles circunstancias, involucrando grupos terroristas árabes, e intrigantes mujeres, al más puro estilo de un grande entre los grandes, del genial Alfred Hitchcock, pero agregándole también elementos un poco más contemporáneos, como yonquis. Para recrear esta historia Polanski recluta al yanqui Harrison Ford, como el esposo que lucha contra todos, a Betty Buckley como la mujer desaparecida, y a su futura esposa, la hermosa y por entonces joven Emmanuelle Seigner, que repetiría posteriormente el plato de ser dirigida por Polanski. No es la mejor película de su director, ni de cerca, pero no deja de tener siempre el atractivo de ser una cinta del realizador polaco.

Se mueve hasta una discoteca, en la que pregunta por DeDe, nombre escrito junto al número, y un negro termina por venderle cocaína y darle una dirección. El lugar en cuestión es un cuchitril, en el que halla un cadáver, y se lleva la cinta de la contestadora telefónica. En el hotel, de regreso encuentra su habitación caóticamente desordenada, fue rebuscada. Hace que le traduzcan la cinta, donde se habla de una maleta extraviada, de una tal Michelle, y al volver al cuchitril, encuentra a la chica en cuestión (Seigner). Le cuenta la situación, ella tiene la maleta, pero no tiene Michelle información valiosa. Van al aeropuerto, tampoco encuentran nada en los casilleros del lugar, y notan que la policía también investiga. Luego, Richard, ya solo, se escabulle clandestinamente en la casa de Michelle y escucha una conversación de ella con sus jefes en unas transacciones de cocaína, ellos buscan una pequeña estatua de la libertad, que estaba en la maleta. En el hotel, llaman los secuestradores, oye a Sondra, y se le pide la estatua, pero se frustra un inicial intento de intercambio. La estatua contiene un dispositivo nuclear, los secuestradores son árabes, se vuelve a concertar un intercambio, en el que la policía interviene, muriendo los secuestradores, y Michelle también. Finalmente los esposos se quedan juntos de nuevo.

En la película se advierten curiosamente más de una propaganda, claras referencias a los cigarrillos Marlboro, en detalles que remarcan un poco el convencionalismo de la cinta, que perjudica al mejor Polanski. El polaco recrea la atmósfera de su cinta, eso sí, con uno de los grandes aciertos de la película, la música del sensacional Ennio Morricone, que aparece en los momentos más álgidos de la cinta, remarcando el suspenso y la tensión de la misma. Retrata también Polanski un lado bohemio parisino, discotecas, yonquis, vendedores de drogas, todo con canciones pop rock, retratando sobre todo las secuencias en las que Richard va conociéndose con Michelle en medio de la inverosímil situación, van intimando, también al puro estilo Hithcock. Una de las secuencias más atractivas de la cinta la protagonizan precisamente ellos, cuando van a una discoteca, en plena presión y tensión por lo que sucede, ellos olvidan los problemas bailando, con la sensualidad y lado animal propio de la actividad, en la que la joven se mueve con soltura, seductora, y un cirujano que se ve superado por su sensualidad, olvida todo por unos segundos. Asimismo, la secuencia final, en la que un confuso Richard ni siquiera mira a su esposa, a la que ha estado buscando durante toda la historia, aún no digiere lo sucedido, y ella, por su parte, advierte lo evidente que es la relación de su esposo con la joven que acaba de morir, ha sucedido un evento que ha cambiado sus vidas para siempre, nada volverá a ser igual en su incierto futuro, pero eso ya formaría parte de otra historia. Las actuaciones terminan por ser buenas, sin descollar, pero cumpliendo; un Harrison Ford que no es precisamente de los más brillantes representantes actorales yanquis, hace un correcto trabajo, acorde con sus características, de hombre parsimonioso y sometido a situaciones difíciles; Betty Buckley que también cumple, y nada más, en un papel más bien breve, y la futura señora Polanski, Emmanuelle Seigner, joven y derrochadora de sensualidad, se convierte en uno de los atractivos de un filme que, ciertamente, termina por sentirse un poco discreto, viniendo de un director tan peculiar como el polaco. Como se dijo, no es lo mejor del realizador, pero eso no quita que la película pueda ser apreciada y se pase un buen rato con su visionado.
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Polanski con maliciosa sonrisa enseña a ponerse frenético a Ford. |
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