miércoles, 4 de abril de 2012

El Bebé de Rosemary (1968) - Roman Polanski

El gigante cineasta Roman Polanski realiza este inmortal y mítico ejercicio cinematográfico de terror, una de las películas más conocidas del polaco, y no en vano considerado por muchos como su película más lograda. Tres años después de otra de sus obras cumbres, otro de sus inolvidables aportes al arte cinematográfico, Repulsión 1965), el genio de Polanski sigue explotando, y materializaría uno de los más memorables filmes de terror que se hayan visto, uno de los más llamativos, y una de las mejores adaptaciones de obras literarias al cine que se vieron en mucho tiempo. Polanski adapta al cine, a su particularísimo estilo, la obra homónima de Ira Levin de 1968, que narra la terrorífica y surreal historia de Rosemary, una mujer yanqui, fémina promedio, casada con un actor, que acaba de mudarse a un macabro edificio, a comenzar una vida nueva, y a convertirse en madre. Estando ahí, conocerá a los singulares personajes del edificio al que se muda, encabezado por un matrimonio de ancianos, aparentemente hospitalarios, pero en realidad ocultos acólitos de Satanás, que lideran una secta diabólica, y que han realizado un oscuro rito, engendrándose, supuestamente, el hijo de Lucifer en el vientre de Rosemary. La situación de pesadilla hará experimentar indecibles penurias a la mujer, que emprende titánica lucha contra las fuerzas malignas, una batalla que está destinada a perder. Interpretada por una gran y entonces desconocida Mia Farrow, el notable actor y director John Cassavetes como el esposo de ella, y una oscarizada Ruth Gordon junto a Sidney Blackmer como el matrimonio malévolo, la película es de lo mejor de Polanski.

          


Comienza Polanski su filme con un inicio más bien parsimonioso, mesurado, la cámara que se pasea con tranquilidad por las locaciones urbanas yanquis neoyorquinas, planos lejanos de las calles, de los edificios, y letras rosadas en los créditos, además de música armoniosa. Aparece entonces la pareja protagonista, Rosemary y Guy Woodhouse, un matrimonio joven que está buscando una nueva casa donde mudarse, ellos llegan a un edificio, que perteneció a una anciana, la cual murió tras haber estado en coma. Era una suerte de herbaria, y su ex departamento agrada mucho a la pareja. Se decantan y deciden por ese lugar, el edificio Bramford, y cuenta ella feliz a su amigo Hutch (Maurice Evans) las buenas nuevas, pero éste les informa a su vez las macabras historias detrás del edificio, sórdidos acontecimientos ahí tuvieron lugar. Conoce Rosemary, en el sótano lavandería, a Grace Cardiff (Hanna Landy), que afirma ser inquilina del matrimonio Castevet, una pareja de ancianos que describe como entrañables, como abuelos para ella, ex drogadicta rescatada por ellos. De pronto, Grace aparece muerta en la puerta del edifico, ha saltado por la ventana aparentemente, y llega el matrimonio Castevet, Minnie y Roman, afectados con lo sucedido. A la siguiente mañana, Minnie visita a Romsemary, se presenta con ella, y revisa concienzudamente su departamento. Quedan invitados al día siguiente a ir a cenar con Castevet, y ya ahí, Guy queda fascinado con las historias de viajes de Roman.




Las impertinencias de Minnie  crecen en lo sucesivo, y después, Guy, actor, obtiene un trabajo importante, propone a Rosemary seriamente intentar tener un bebé. Luego, Minnie les lleva un postre, una suerte de pastel de chocolate, que a Guy agrada, pero su esposa, tras ingerir poco, se deshace del mismo. Esa noche ella tiene un extraño sueño, donde Guy la desviste, hay una oscura congregación de lúgubres seres en su cama, y ella es poseída por un escalofriante y umbroso demonio. Poco después, recibe la noticia de estar embarazada, los dos matrimonios están felices, y Minnie les referencia a un doctor muy prestigioso, el Dr. Sapirstein (Ralph Bellamy). Hutch encuentra pálida a Rosemary, con otro corte de cabello y más delgada, se preocupa. Días después, éste entra en coma. Ella está harta de los dolores, hasta que de pronto desaparecen, Rosemary se alegra, todo parece mejorar, pero se entera de la muerte de Hutch; recibe un libro que le dejó, un extraño texto sobre brujería. Rosemary lo lee, y se aterra al encontrar características de un brujo del texto, idénticas a Roman, se convence de que éste es un brujo, y de que todo es un complot satánico para quitarle a su bebé, incluido Guy. Escapa de ellos, sin éxito. Ya en casa, da a luz, pierde el conocimiento, y solo le dicen que su bebé nació muerto. Pero ella, siguiendo llantos de niño, llega hasta otro departamento, donde encuentra a su bebé, y todos lo admiten, son una secta satánica, una horrorizada Rosemary observa a su bebé, que es la maligna encarnación del satánico vástago.




Uno de los primeros detalles que me parece ineludible señalar es un aspecto que separa a la película de Polanski de la gran mayoría en lo que a adaptaciones cinematográficas se refiere; una característica no muy usual, y que la potencia y da bonos adicionales. Es que el director polaco respeta, y sobre todo, se apega al texto literario original, de una manera que pocas veces se aprecia dentro del apartado de adaptaciones de obras literarias a la pantalla grande, y esto se refuerza considerando que era la primera vez que Polanski adaptaba una novela, la primera vez que adaptaba su trabajo artístico a un esquema o esqueleto prefabricado, previamente existente -dicho sea de paso, el texto de la Levin es notable, de narrativa sólida, consistente, que atrapa la tensión de la narración, esparciéndola bizarra y uniformemente por todo el texto, alcanzando lógicamente momentos de intenso clímax-. Es un mérito que tiene aún más valía cuando se repara que el guión fue escrito, adaptado al cine, por el propio Polanski, esto evidentemente es un plus, un gran valor agregado con el que se distinguió este genial director. La variedad de formas y recursos con los que recrea el lóbrego y denso ambiente maligno de la obra está repleto de numerosos pasajes que constan en el texto de Levin, y desde el aspecto narrativo, el director no deja escapar ningún detalle de esos eventos, los captura y plasma de una manera que, el que haya tenido el deleite de leer la obra primigenia, sentirá realmente que está viendo una adaptación, con todas sus letras, de la literatura al cine. Por supuesto, vale la aclaración de las enormes distancias de las letras al cine; narrativamente, distancias ciertamente en algunos aspectos insalvables, la literatura guarda recovecos inexplorados y sólo a ella accesibles, eso es innegable, pero la forma en que captura Polanski tantos momentos, tantas circunstancias, la manera en que las plasma en su cinta, hace que verdaderamente esa brecha se contraiga más que nunca, hace que la distancia sea menos insalvable de lo que se imaginaba. Pero por supuesto, para acotar con ineludible justicia esta idea, no se deja de mencionar que asimismo el cine como arte posee sus propias e inalcanzables maneras, su lenguaje único e inigualable que lo diferencia de las demás artes, y del que el polaco sabrá extraer la dosis exacta para su final y sórdida amalgama. Detalles como la extraña división de los departamentos en el edificio, detalles como las hierbas de la vieja ex dueña del departamento del matrimonio Woodhouse, del guante perdido de Hutch, ver a una demacrada y deteriorada Mia Farrow ingiriendo carne, aunque claro, en el libro era un sangrante y casi crudo corazón de res. Los detalles están matizados, quizás no del todo profundizados, pero están ahí, generando cálida familiaridad con el texto, y en algunos casos, están incluso enriquecidos con los mencionados elementos propios del cine, que lo diferencian de cualquier otra disciplina artística.





A este último respecto, un elemento único, distintivo e indivisible del cine, y que llega a enriquecer el relato, aunque parezca sobreentendido, es el aspecto audiovisual, y en el que aventaja al arte literario, aspecto del que Polanski extrae oro puro en su cinta. Es con este recurso con lo que dota a las secuencias sórdidas y bizarras de una mayor llegada, de un mayor horror, un horror con una textura mucho más filosa. La música se siente infernal, del mismísimo averno, demoníaca, escasea durante buena parte del metraje, sólo aparece en situaciones y momentos cumbre, determinantes, repotenciando y maximizando su impacto, escucharemos un frenético y poseído saxofón, que nos vuelve locos, y una suerte de orquesta infernal también, desatando la demencia. Estos momentos tan intensos, por mencionar ejemplos, están en la secuencia en que Rosemary descifra el anagrama del libro que Hutch le dejó, reordenando las letras del nombre de Steven Marcato, diabólico hechicero, para formar Roman Castevet, y la música comunica el momento de oscura revelación, de maligno alumbramiento, en el que se aprecia con nitidez el recurso de la música, agudo, chillón, perturbador, generador de tensión. Por supuesto, las secuencias epitome del terror descollan y se vuelven geniales por ese mismo recurso, las secuencias clímax, el momento orgiástico de la concepción del infernal vástago, con toda la secta satánica rodeando el lecho de Rosemary, la masa humana se funde con la envolvente música que suena mientras unos demoníacos ojos se apoderan de la pantalla, tal y como unas oscuras e inhumanas manos se apoderan y poseen su cuerpo. La música desprende podredumbre, descomposición, malignidad. Igualmente, la secuencia desenlace, el nacimiento y descubrimiento de su hijo, en el que la más macabra y descompuesta de las melodías suena, es aguda, más perturbadora que ninguna, desprende sordidez, aberrantes bizarrías, horrorosa malevolencia. Ciertamente Polanki vuelve este, la música, un elemento riquísimo, transmisor y expresivo, indivisible de su terror, indivisible y muy propio de su ejercicio cinematográfico, de su arte, parte sustancial del enriquecimiento del universo del séptimo arte de Polanski al estupendo relato de Ira Levin.

Descifró el anagrama. Roman es hijo de un brujo legendario. La música es pesadillesca.


Está pasando. Satán la está poseyendo.

Demencial y surreal delirio satánico, los oscuros acólitos de Lucifer en plena secta maligna.

El respeto del texto, naturalmente también abarca el diseño y dibujo de los personajes, apartado en el que antes que nada mencionaré que el papel principal, el de Rosemary, en el texto es de una yanqui robusta, física y mentalmente, característica, al menos la primera, que evidentemente no posee la Farrow. Polanski pensó inicialmente para el papel en su propia esposa, Sharon Tate, pero, de palabras del propio polaco, el productor William Castle tuvo influencia decisiva, pasando por Patty Duke como tentativa, pero recayendo en la recientemente casada con Frank Sinatra, Mia Farrow. Casualmente ese es uno de los aspectos que dificultaron el rodaje, la separación y divorcio de Mia de La Voz, dificultaron su papel; pero el obstáculo fue salvado, y la actuación de la Farrow es notable, se siente a la frágil y atormentada mujer, que no distaba demasiado de su realidad entonces, sola contra todos, poseída por el diablo mismo, desprotegida e indefensa en tan pesadillesca situación. Con esa salvedad en el diseño del perfil de la actriz, que escapó al control de Polanski al parecer, los demás personajes están muy bien delineados y ajustados al relato literario, y el director se enorgullece particularmente de los personajes secundarios y su elección en los intérpretes, en Sapirstein, en el doctor Hill, y en los secundarios sectarios del diablo. De esa forma veremos materializados en carne y hueso al estrafalario matrimonio Castevet, Sidney Blackmer como el mesurado pero escalofriante hijo de un brujo mítico, es en realidad Steven Marcato, personaje maldito, y más importante y participativa, Minnie Castevet, importante carácter en el universo de la historia, interpretado con solvencia por la oscarizada Ruth Gordon, que da vida a la fisgona, impertinente, hostigadora y entrometida vecina; ambos conforman un extravagante matrimonio, en su vestimenta, y por supuesto, en sus actividades. Ambos son fiel reflejo de los personajes de la novela. De igual forma, es siempre aliciente ver al correcto director John Cassavetes en otra de las disciplinas que domina, la disciplina actoral, en la que se muestra serio y cumplidor. Sin ser un prodigio en la materia, el multifacético cineasta se encarga también de cumplir en su interpretación de Guy, esposo de Rosemary, que es arrastrado y ganado a la causa de los sectarios.



El bizarro matrimonio Castevet. Nótese la estrafalaria vestimenta de Minnie.


La cinta, por su aire maléfico, estuvo y estará por siempre rodeada de un halo de propia malignidad, de sordidez y bizarrías, por detalles macabros que escapan a la ficción, hasta combinarse peligrosa y provocadoramente con la realidad. Primeramente, el hecho verídico de que la cinta es rodada en el tristemente célebre edifico Dakota, de profundo contenido histórico, y muy conocido por estar supuestamente maldito en la vida real, y que incrementa su fama por haber sido el lugar de residencia por años de una leyenda inmortal del cine terror, el gran Boris Karloff. Es el edificio además en cuya puerta fue baleado John Lennon, un lugar también siempre ligado a personajes tenebrosos, malévolos, siempre sitio de oscuros acontecimientos. Llegó incluso a decirse, y ha sido oficialmente negado, que el patriarca de la iglesia de Satán, Anton LaVey, autor de la biblia satánica, haya interpretado al demonio durante la posesión de Rosemary, la concepción del aberrante e infernal engendro. Es una de las cintas más surrealistas y oscuras de Polanski, su estética es definida y tenebrosa, escenas oníricas como imágenes de la difunta yonqui adoptada por los Castevet, combinadas con lo que son aparentemente, recuerdos, y claro, la secuencia de la posesión satánica de Rosemary, una suerte de negra liturgia, carnalidad y descomposición, Minnie siempre involucrada, igual que su esposo, la orgiástica secuencia es un epitome del trabajo visual de Polanski, al igual que la secuencia final, igual o más impactante que la primera. Y por supuesto, una de las piedras angulares de la película, uno de sus bastiones, que la erige en una obra por pocas cintas igualadas dentro de su categoría, es la forma exquisita en que genera su terror, el terror mismo, y las figuras terroríficas nunca son mostradas, y si lo son, solo se produce parcialmente -las manos y ojos satánicos, mostrados parcialmente, pero que envuelven y dominan la pantalla-, todo es insinuado de una manera tal que nunca el espacio en off cobró tanta importancia, es un terror en espacios en off, el terror nos rodea, está ahí, aunque no lo veamos, y eso lo vuelve más escalofriante, pues todos sabemos que el propio ángel caído, Lucifer en persona está poseyendo a la desgraciada Rosemary, pero solo sabemos, suponemos, que está ahí, a escasos centímetros de la lente, jamás nos será mostrado.






El maldito y célebre edificio Dakota. Entre otras cosas, fue hogar del mítico Boris Karloff.

Lucifer de Polanski.


La especialidad de Polanski se manifiesta, el terror sugerido, insinuado, de una manera que podemos sentirlo, y es que aunque no podamos ver físicamente, plásticamente, los objetos de terror, la angustia está ahí, a escasa distancia, como si estirando las manos lo tocáramos, al demonio mismo, a los retorcidos sectarios, los primeros planos, el trabajo de cámara, se fusionan con el soberbio efecto musical para crear la esencia del terror de Polanski, un terror multi dimensional, de una textura que parece escapar a la pantalla, que está impregnando todo el tiempo el ambiente, el terror que se siente perennemente en la atmósfera, un terror absoluto, que posee. Para la secuencia final, el propio Polanski asevera que durante la cinta quería generar un cierto nivel de ambigüedad, en el que el espectador no puede estar a ciencia cierta seguro de si ha presenciado un maligno diabólico suceso, o es todo delirio de una atormentada mujer. Pero esto se acabaría al final. Así, vemos finalizar el filme, rompiendo toda inseguridad o incertidumbre, con la visión de la oscura cuna de la negra encarnación, una cruz invertida, los sectarios congregados, que saludan con solemnidad y malevolencia a su señor, “Hail Satanás”, dicen, “Hail Adrian”, el nombre del vástago, la bestia ha nacido, y un frío Roman solicita a la progenitora que haga las veces de madre que es, pues Minnie y otra mujer ya son mayores, no les corresponde eso, y una resignada Rosemary, derrotada y abatida, observa a la aberración que ella ha dado a luz. Cinta para el Olimpo del terror, para siempre marcada y señalada con ciertas lamentables circunstancias, pues no faltó el lamentable comentario de que esta cinta, naturalmente levantando controversia e inquietud al mostrar tan directamente el mundo de las sectas satánicas, del subterráneo mundo de la magia negra y el ocultismo, despertó la furia del sanguinario demente Charles Manson, aseverándose que sería esta cinta un elemento que motivó a la conocida masacre de Manson, la orgía de sangre que se llevó a la esposa embarazada de ocho meses del director y a sus amigos, mientras él estaba en Inglaterra rodando otra cinta. Elementos así no hacen más que incrementar la mórbida leyenda de la película, tan rica en matices como hemos revisado, no hacen más que aumentar su bagaje de mítica, es sin duda alguna uno de los mejores trabajos del mejor Polanski, cuando hacía cine y arte a la vez, un excelente ejemplo de correcta adaptación literaria al cine, y un ejercicio memorable de cine de terror.


Rosemary con los arañazos tras la animalesca copulación con el príncipe de las tinieblas.




Observando a la aberrante criatura que ella misma trajo al mundo. 
La cuna negra. La cruz invertida. Ha nacido el vástago de los avernos.

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