viernes, 6 de abril de 2012

La Tragedia de Macbeth (1971) - Roman Polanski

La vida de Polanski cambiaría de una forma tan dramática como traumática, con la que ya jamás nada podría volver a ser como antes. Era 1969, el director se encontraba en Reino Unido inmerso en los detalles de una próxima película, dejando a su esposa, Sharon Tate, embarazada de ocho meses, en su mansión en Beverly Hills, sin saber que jamás volvería a verla, pues Charles Manson y su  oscura secta harían su macabra irrupción, perpetrando la más tristemente célebre matanza en el mundo del cine. Tate estaba embarazada con el hijo de Polanski, y fue una de las victimas de esa sangrienta y brutal orgía de muerte. Polanski se alejó del cine un par de años, no dirigiría cinta alguna hasta 1971, año en que vio la luz The Tragedy of Macbeth, una cinta en la que se plasma con terrible nitidez las experiencias del director, imágenes fuertes y sangrientas, nos hablan de las torturas por las que el alma de un estupendo artista todavía se encontraba atormentado, el evento estaba más que fresco en su cerebro, la cinta encierra mucha sordidez, y su contenido no es, evidentemente, lo único que colabora a esa aura. Presenta el polaco el clásico shakesperiano, con Macbeth cegado por la avaricia, la ambición por el trono de Escocia, que lo lleva primero a asesinar al rey, y luego a cometer una seguidilla de homicidios para asegurar su estadía en el trono. Respetando la genial obra primigenia del inmortal Shakespeare, e imprimiendo ya su arte post-trauma, materializa una cinta que alcanza momentos escalofriantes, pero que no deja de ser una interesante y correcta película, con todos sus muy entendibles excesos.

       


Comienza su filme el polaco con tres repulsivas ancianas, que entierran una horca, una corona y un brazo humano, hacen un extraño conjuro y afirman buscarán a Macbeth después de la guerra. Se presentan entonces los créditos, tras los cual, se ha acabado una batalla, ha sido un buen día para Escocia, han conseguido una victoria gracias a la valentía de Macbeth. Poco después, el propio Macbeth (Jon Finch), junto a Benquo (Martin Shaw), halla a las tres brujas iniciales, que vaticinan que el primero será rey, que Benquo será padre de un rey, y que será menos afortunado que Macbeth, pero más feliz que éste. Ambos quedan perplejos, y luego, un mensajero informa a Macbeth que se le confiere un titulo señorial, pues el anterior rey ha muerto, la profecía comienza a cumplirse, y el guerrero queda confundido. Ya reunidos con el rey Duncan (Nicholas Selby), éste se encuentra rebosante de felicidad, reparte títulos nobiliarios, y loa a Macbeth, a quien considera fidelísimo. Ya en casa, se siente indeciso, ambiciona el poder, y su mujer, Lady Macbeth (Francesca Annis), que advierte sus dudas, lo anima y exhorta. Es entonces que, hospedando al rey y su séquito en su casa, ella embriaga a sus guardas, y Macbeth elimina al soberano clavándole una daga. A la mañana siguiente, se deshacen de las pruebas, y hacen quedar como culpables a los guardas, a los que un Macbeth falsamente afectado también elimina.




Lady Macbeth también cumple su parte y finge sorpresa, aunque las nuevas muertes le sorprenden genuinamente, mientras los hijos del rey, Malcolm (Stephan Chase) y Donalbain (Paul Shelley), huyen ante la situación. Macbeth es proclamado rey, Benquo está suspicaz, y también se marcha, dejando inquieto al nuevo rey por el vaticinio de los hijos de Benquo. Envía a dos sirvientes a que lo eliminen, y a sus hijos, pero solo tienen éxito en eliminar a su antiguo amigo. Hay un festejo luego en palacio, el mismo que es interrumpido por las alucinaciones sobre su asesinado camarada, que atormentan al rey, que se encuentra cada vez más obsesionado con el hijo de Benquo, que teme le arrebate el poder. Va con las brujas nuevamente, estas le dicen que desconfíe mucho, y que mate. Un ya enloquecido Macbeth conspira ahora contra la descendencia de Malcolm y Donalbain, perpetrando sangrienta barbarie, matanza que desequilibra también a Lady Macbeth, ésta enloquece, y hasta camina desnuda. Enterados los hijos de Duncan de la matanza, van por él junto con Macduff (Terence Bayler), y reúnen un poderoso ejército inglés. Lady Macbeth muere producto de su locura, el rey es traicionado por el comedido Ross (John Stride), y llega a sus dominios el gran ejército de los hijos de Duncan, que ataca, y el poderoso Macbeth mata a muchos, pero tras intenso combate, termina siendo eliminado por Macduff. Finalmente Donalbain es proclamado nuevo rey.




Para comentar en orden la cinta, se comenzará diciendo que se respeta en buena parte la primigenia obra de Shakespeare, lo cual le confiere al filme un aire de literalidad que la acerca al solemne mundo shakesperiano, esta solemnidad es mantenida gracias a los profundos diálogos y parlamentos que se respetan, y de todas las metáforas y bellas alegorías propias del inmortal dramaturgo inglés, además de contener la cinta una consiguiente teatralidad, positiva para la misma. Acotaré que destacan los monólogos en off, similar recurso al que usara Lawrence Olivier en Hamlet (1948), y con el que los personajes “hablan” estando en silencio, expresando su más profundo pesar y tormentos. Es así que vemos al guerrero Macbeth, que goza del agrado y estima de su rey, pero que, ante el vaticinio de una brujas, de pronto se ve invadido de ambición, una ambición que primero lo sumerge en indecisión, pero que termina llevándolo al asesinato, y a un  posterior y constante incertidumbre, un perenne debate interno, debate por cometer o no el homicidio, y de si éste constituiría a su vez tanto el medio como la solución de su encrucijada; se debate por su futuro, repleto de intriga e incertidumbre, en la que su demencia y paranoia lo hacen desconfiar de todos sus oponentes, aunque ciertamente estos sean rivales más potenciales que efectivos. De esta forma se consigue la interminable espiral fatídica, el inacabable órdago que se prolonga, una ambición que se vuelve obsesión, y deviene en demencia, obsesión por perpetuar su nefasto poder, aunque tenga que eliminar a su propio amigo, y aunque después deba cometer infanticidio. Es una seguidilla de asesinatos que parecen no tener fin, y que terminan por convertir a Macbeth de un nobilísimo e invencible guerrero, brazo derecho y preferido del rey, al más brutal y aberrante monstruo, cuyo único final es la muerte.




Con las naturales variaciones de una puesta en escena respecto a la obra que la inspira, veremos a una Lady Macbeth que conspira por momentos más que el propio traidor, instándolo a dejar de lado su cobardía, y animarse a tomar lo que le corresponde, el trono, ella se describe a sí misma, como una flor inocente, pero también como la serpiente que se oculta en ella, ambivalente descripción que ya retrata su bifaz intencionalidad. Ella presiente y desea que ocurran fatales hechos, y pide a fuerzas sobrenaturales que se le despoje de las cualidades propias de su sexo, pide se le otorgue la más fría crueldad. Es pues, escalofriante, es maligna y desalmada, es la más maquiavélica fémina, capaz de espolear con intensidad a su esposo, y de ser quien le da el empujón final, el último toque necesario para vencer su indecisión, y llegar a perpetrar el vil asesinato. Sin embargo esta malignidad termina por desbordar su propia capacidad de crueldad, y va progresivamente sumiéndose en su perdición, primero sorprendiéndose con los asesinatos de los guardas de Duncan, los primeros homicidios impensados, y con lo que su sorpresa es genuina, para después recuperar su maquiavelismo y seguir exhortando a Macbeth a encubrir todo, pero acaba sucumbiendo a su propia ruindad, y tras el infanticidio, pierde la razón; su final, también inevitable, es la muerte. Mención aparte merece el personaje de Ross, de menor importancia en la obra literaria, pero que cobra mayor preponderancia e injerencia en el filme, apoyando primero a Macbeth en su traición, y luego traicionando al propio traidor, y celebrando la coronación de Donalbain, es un comedido que busca su propio bienestar, y probablemente la diferencia en tratamiento de personajes más sensible.





El aspecto ineludible, desde luego, es la expresión visual, la que más nítidamente refleja el mundo que se derrumbaba del deprimido director, construyendo sus características atmósferas decadentes. Pero ahora lo son más que nunca, retratadas en cielos aciagos, tiempos y acciones ruines, resaltando también la representación de las brujas, un repulsivo aquelarre, ciertamente repulsivo, plagado de horrendas ancianas desnudas, desdentadas, tuertas, realizando sus conjuros y esparciendo sus oscuros designios y vaticinios. Dejaré para la parte final de la crítica los comentarios respecto a las más poderosas y fuertes manifestaciones visuales de la cinta, para pasar por el momento a comentar la secuencia que pone cierre al filme: el final, cuando un decapitado y vencido Macbeth pierde el trono, a su seccionada cabeza se le retira la corona, y Donalbain es investido monarca, con toda la algarabía y algazara propia de una situación así. En la secuencia final su hermano Malcolm se aparta de todos, camina por los mismos senderos en los que se inició la película, y para guarecerse de la lluvia, termina yendo exactamente al mismo sitio en el que al comienzo Macbeth y Benquo se encontraron con el trío de brujas con su fatal profecía, cerrando de esta manera una singular espiral de fatalidad, como si se cerrara todo donde se iniciara; y por supuesto, con la insinuación y la incógnita de si esto no significaría también empezar nuevamente todo donde empezó, pues un nuevo ciclo se está aperturando.






Finalmente comentar, claro, las imágenes sangrientas, los cuadros más sanguinarios que Polanski haya rodado jamás. Veremos primero el cadáver andante y parlante de Benquo en las pesadillas alucinatorias que atormentan a Macbeth, pero sin duda, las más fuertes imágenes son las de la orgía de sangre infantil. Infantes inertes en el suelo, sangre, fuego y oscuridad, es la más sórdida recreación, del más sórdido Polanski. Ciertamente Macbeth es una obra sangrienta -no en vano adaptada por el maestro Kurosawa como Trono de sangre-, una obra que contiene esa sordidez, y por eso mismo se advierte evidente que esa fuera la razón de que Polanski la hubiese seleccionado como la obra idónea con la que volver al cine tras lo sucedido a su mujer. Tenía el pretexto, la excusa, y el motor de la violencia de Macbeth fue el vehículo ideal para plasmar un mundo putrefacto, repulsivo, siniestro, que había abandonado las secuencias del cineasta, para volverse la más pesadillesca de las realidades, su realidad, su esposa, embarazada de ocho meses, asesinada y mutilada de la forma más horrorosa. Era una necesidad para un artista de la naturaleza del polaco plasmar toda esa bizarría, sacarla de su interior, algo que el cinéfilo instruido y conocedor de este cineasta, encontrará perfectamente coherente. Y es una realidad que generó anécdotas tristemente lamentables, como el episodio en que su equipo de filmación alza cierta voz de protesta por la excesiva crueldad y sanguinolencia de sus imágenes, y el director contesta diciendo "yo conozco la violencia, deberían haber visto mi casa el verano pasado". O la lamentable situación del director, explicando a una pequeña niña su papel en una escena del sanguinario festín, mientras la bañan de falsa sangre, y al preguntarle su nombre, ella contesta: Sharon. La cinta pues se vuelve inevitablemente seductora, y con toda la carga del morbo por lo que sucedió: es la primera película de Polanski después de tan traumático suceso, es una cinta, sin caer en el cliché, de necesario visionado, es necesario apreciar la metamorfosis de Polanski, pues evidentemente, hay un antes y un después de lo ocurrido. Tristemente célebre, es una cinta que refleja un momento clave de uno de los cineastas más atormentados y brillantes del cine de décadas recientes, hoy en día muy venido a menos.






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