sábado, 27 de agosto de 2011

Sed de Mal (1958) – Orson Welles

Comentar películas como esta no es realmente una labor, es un deber, un disfrute y un deleite. Es una película tremendamente rica,  tanto por su contenido de filme en sí, como por la historia en su derredor. Por enésima vez, la infamia dejará escritas sus letras en la historia del cine, pues una verdadera obra maestra nuevamente fue ultrajada por intereses de infelices empresarios, infelices que consideran al cine no un arte que tiene a la industria a su servicio, sino una industria que tiene al arte trabajando para conseguir más billetes, personas que entienden todo al revés y acaban cometiendo errores. Sí, todos cometemos errores, pero los errores de estos individuos cuestan el legado que la humanidad entera después apreciará, supeditan un legado extraordinario de la manera más despreciable, arbitraria e injusta. Pues bien, con todo esto, esta película logra trascender obstáculos, vencer toda suerte de límites y mutilaciones, todo tipo de destrucción o desconsideración al artista creador, para erigirse en una verdadera joya cinematográfica, porque eso es lo que tenemos frente a nosotros: una auténtica obra maestra. Cuando fue mutilada por la Universal, el producto, la versión del estudio (no era más la versión del director) fue vista por Welles, dándose la conocida historia de un Welles desesperado enviando un copioso memo de 58 páginas rogando que se haga un nuevo corte de su propia película, que se aproxime más a lo que él planteó. Los años pasaron, y nuevas versiones se realizaron, hasta 1998, en que se hace un esfuerzo serio por restaurar y tratar de recuperar la verdadera esencia del director. Lo que podemos apreciar ahora es eso, el mejor esfuerzo por aproximarse a plasmar la versión original que Welles concibió.




La secuencia inicial es ya mítica, ese infinito y magistral travelling, para el que no hay ángulo o lugar inalcanzable dentro de la escena, nos brinda un viaje imposible, una travesía espectacular de tres minutos en la que la falta de diálogos complementa la complejidad de tan excelente prólogo; es el travelling por excelencia, la referencia de este técnica, una secuencia legendaria. Respecto al reparto, para esta magna obra, reúne a un excelente equipo de actores, él incluido, además del inmortal Charlton Heston (por cuya insistencia, por cierto, se dio la dirección de esta película a Welles), una excelente Janeth Leigh, y por supuesto la mítica Marlene Dietrich, ese monumento de actriz que, si bien tiene un breve papel, deja su impronta en toda película que tenga el privilegio de tenerla en sus créditos. Una pareja de recién casados, el detective mexicano Ramón Miguel “Mike” Vargas (Heston), y la atractiva rubia estadounidense Susan Vargas (Leigh), están cruzando la frontera mexicano-estadounidense, están en tierras yanquis cuando un automóvil estalla intempestivamente. Ahora Vargas está involucrado como testigo, y está muy implicado en ello, tendrá que trabajar en el caso junto a su homólogo norteamericano, el capitán de policía Hank Quinlan, un retorcido y corrupto yanqui, amargado y sin escrúpulos, interpretado por un Welles imperial, un Welles literalmente enorme, cuya figura es resaltada por unos contrapicados únicos.






Vargas decide poner a salvo a su mujer, y la deja en el hotel mexicano donde se hospedaban, mientras, él investigará. Durante la investigación es que se darán las muchas confrontaciones de esta película, el estilo del honesto Vargas contra el corrupto y podrido Quinlan, además también del conflicto racial que se observa, en el que veremos a un bronceado Heston. Unos de los amigos de Quinlan es la gitana Tanya, una mujer que se dedica a la quiromancia, interpretada por una impresionante Marlene Dietrich, portadora en sus genes de la magia expresionista de Von Sternberg, una actriz estupenda. Quinlan se refugia en ella, es una vieja amistad, aparecerá contada y esporádicamente. Quinlan no duda en aplicar sus retorcidos medios para lograr sus fines, y con esto engorda aún más su ya nutrido historial de acciones poco éticas. Pretende inculpar al lugareño Pancho. Durante todo esto también seremos bombardeados con el más puro estilo Welles, pues en contados filmes hará tanta gala de su dominio absoluto de la cámara como en éste. Los travellings que siguen omnipresentemente a Heston y su mujer en el automóvil, la excelente iluminación, las reminiscencias y herencias del expresionismo, una fotografía que nos presenta el plano correcto; Welles es un maestro de la cámara, eso no es ninguna novedad, lo que sí es novedad es la increíble y abundante forma en que presenta su maestría en este filme, en pocos, o quizás en ningún otro, hará tan frecuente, prolongado, patente y eficiente uso de las técnicas que el domina. Excepcional.


























Las actividades de personajes corruptos se suceden, y la escena de ataque a Susan es también remarcable, creando una atmósfera siniestra, morbosa, podrida, casi pestilente, todo apoyado siempre por un seguimiento impecable de la cámara, todo para generar una secuencia brutal, el acecho y tormento de la mujer, donde se cierra la puerta de manera precisa, para indicar que el delito está siendo cometido, la mujer de Vargas está siendo ultrajada por abyectos individuos. Luego el terrible Quinlan pretenderá plantarle drogas, sembrar evidencia y convertirla en una drogadicta frente a las autoridades, su corrupción no conoce límites. De la misma forma su crueldad tampoco conoce límites, pues eliminará sin vacilar a sus más cercanos colaboradores si se interponen en sus planes. En las secuencias finales, un Vargas enfurecido por el ultraje a su mujer, decide desenmascarar toda la situación, y tendrá para esto el apoyo del más cercano colaborador de Quinlan, que le proporciona un micrófono a través del cual se enterará con lujo de detalles de una incriminatoria conversación que mantendrá con el corrupto policía. Pero el voluminoso Quinlan se da cuenta del engaño, asesina a su secuaz, no sin caer herido también. Muerto el policía, todo está registrado en la grabación, el caso está esclarecido, y finalmente el supuestamente inculpado Pancho confiesa que él fue el asesino de la bomba.







Hemos pues llegado al final de este filme, que tiene un lugar indiscutible entre lo más selecto de este arte. Como leí en algunas críticas, hay muy interesantes enfoques que se le pueda dar a esta película, y ciertas curiosidades también. Como las no pocas similitudes entre la secuencia de Susan buscando hospedaje en un tenebroso y solitario motel en medio de la nada, donde ella es la única inquilina, y donde el administrador tiene un aspecto más que dudoso, sumado a la figura obesa de Welles, similitudes deliciosamente coincidentes con el obeso y genial Hitchcock, cuya obra maestra Psycho saldría apenas dos años después. Acertado y preciso ese comentario al que pude tener acceso. Como dije al inicio, es ésta una película riquísima, con matices interminables, excelencia en el manejo de las técnicas audiovisuales, una verdadera joya del cine. Welles, convertido ya en un tan curtido como imponente exponente actoral, integra un reparto ciertamente de lujo: Charlton Heston no necesita mayores presentaciones, uno de los nombres mayores actoralmente hablando de Norteamérica, un señor actor dirigido por un titán director; Janeth Leigh sigue demostrando porqué sería elegida para roles tan importantes como éste, y el mítico rol mencionado en la obra máxima de Hitchcock; la Dietrich es caso similar a Heston, para el conocedor, sobran las palabras con esta soberbia fémina, esa mirada distante, gélida, dominante e indomable femme fatale, diva del cine. Maestría técnica, expertiz tras las cámaras, más el elemento extra artístico de la mutilación, todo confluye para generar un trabajo inmortal, de un cineasta mayúsculo. Es momento de parar esta reseña, pues ciertamente, con filmes como este uno podría escribir y escribir indefinidamente, diversas virtudes, diversas interpretaciones. Es la gracia de la que gozan muy pocas películas, las eternas obras maestras.



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