jueves, 25 de agosto de 2011

La Dama de Shanghai (1948) – Orson Welles

Muy buena esta película del maestro Welles, dándose una vez más el papel principal del filme, una muestra más de la versatilidad del norteamericano. Probablemente es uno de los directores que más veces hacen recaer sobre sí mismo el peso del protagonista, y sobre todo en las más importantes de sus obras, y en este apartado el artista cada vez lo hace mejor y mejor. En esta película de intriga, misterio, muerte e incertidumbre, Welles comparte roles con la hermosa Rita Hayworth, la mujer fatal de la película, que en esta ocasión lucirá una blonda cabellera, pero cualquier color de cabello no haría más que enmarcar la tremenda belleza de esta mujer. La película contiene escenas que sólo pueden salir del prodigioso talento de Welles, escenas míticas, profundamente psicológicas, escenas que sirven décadas después como referencia para hacer cine, pues Welles fue sin duda un director de élite, entre los mejores exponentes, entre los realizadores con la más alta capacidad y excelencia en la puesta en escena. Su dominio de cámara y creatividad para la narración audiovisual es abrumador, soberbio, referencia innegable.




La historia comienza con el director interpretando a Michael O’Hara, un marinero irlandés duro y curtido, que conoce a Elsa Bannister, una mujer arrebatadoramente hermosa, que no tendrá problemas en encantar a Michael. Ella, esposa del viejo y afamado abogado Arthur Bannister (Everett Sloane), recién han llegado a Nueva York, vienen de Shanghái. Michael  se convierte en tripulante de la embarcación donde están viajando. Pronto se desatan las intrigas y enredos cuando George Grisby (Glenn Anders) le propone a Michael –sabedor de que Michael tiene un antecedente de asesinato- que colabore con él para fingir su muerte y cobrar el dinero del seguro, delito del que Michael saldría libre debido a las leyes (corpus delicti) sobre asesinatos del ese tiempo. A todo esto, Elsa sabe que su esposo planea evitar un divorcio costoso, que pretende deshacerse de ella sin darle ni un centavo, y ha puesto a un detective a seguir todas sus actividades, éste es Sidney Broome (Ted de Corsia). Una vez que Grisby elaboró completamente su plan y va a ejecutarlo con la ayuda del marinero, es encarado por Broome, que se ha enterado de todas sus intenciones. Broome es abandonado creyendo que ha sido eliminado, pero sobrevive para alertar a Michael de que una emboscada le espera. Y cierto es,  aunque la emboscada no sale precisamente como se esperaba: Grisby es asesinado, y Michael es inculpado. El señor Bannister toma la defensa de Michael, que es declarado culpable. Pero Michael ha logrado identificar al verdadero asesino, y escapa de los guardias del juicio. Michael se entrevista con Elsa, luego va a esconderse en un parque de diversiones donde tendrá lugar una secuencia espectacularmente memorable.


       


Para la secuencia final Welles da rienda suelta a todo su genio audiovisual, a su tremendo dominio de la cámara como medio narrativo y expresivo, y a través de imágenes distorsionadas y manipuladas para poner en relieve un momento de demencia, de descontrol total, de desenfrenada violencia, presenta el momento del delirante clímax del filme. Es realmente notable la secuencia en la casa de los espejos, una secuencia de surrealismo en la que se adentra en el interior desquicio y descontrol de los protagonistas, Welles lo hace de una manera casi lúdica, con imágenes y formas oníricas, que recuerdan por momentos al expresionismo alemán. Veremos el enfrentamiento final entre Elsa y Michael, que desenmascara completamente los planes de la mujer fatal, veremos secuencias con reminiscencias del Ciudadano Kane, la sucesión de espejos que multiplica al personaje hasta el infinito, enmarca una discusión a la que se aunará Arthur Bannister, víctima principal de los planes de Elsa, que pretendía usar a Grisby para esto, y luego liquidarlo también. Pero la irrupción de Broome trastocó los planes. Descubierto todo, los esposos se asesinan mutuamente, sus rostros, enmarcados por primeros planos que a la vez están enmarcados por los espejos (excelente detalle por cierto), se resquebrajan, todo se quiebra, todo se rompe finalmente, las intrigas, mentiras, tienen un múltiplemente fatal desenlace.


 



Es de esta forma que culmina una gran película, de cinco estrellas, que si bien no alcanza el cartel de otras películas de Welles, ni su poderoso impacto mediático, logra estar muy impregnada, empapada de la maestría del genial Orson, y dicho esto, quisiera realizar un matiz sobre el tema. A Welles alguna vez un respetabilísimo director como Ingmar Bergman criticó duramente, aseverando que Kane le parecía un producto terriblemente aburrido -fucking boring es el calificativo dado por el nórdico si mal no recuerdo-, y quizás el norteamericano no descolle como cine arte estrictamente hablando, al estilo de un Fellini, de un Bergman propiamente, un Tarkovsky, o Kurosawa, brillantes creadores de imágenes, además de aunar esto a historias profundamente reflexivas, existenciales incluso; el genio de Welles reside más en lo técnico, su repertorio pareciese no conocer límites por momentos, una auténtica enciclopedia de hacer cine. Dos tipos de genialidad cinematográfica relativamente diferentes, de importancia vital ambas, cuya diferencia creí pertinente mencionar. Dicho eso, y volviendo al filme que nos ocupa ahora, éste se enriquece con las actuaciones, muy buenas, Welles no incursionaba en ello por mera diversión, y la Heyworth cumple como la bella y fatal fémina; esto se suma a la impecable puesta en escena, buen ritmo, una historia bien entretejida, que mantiene el suspenso y la intriga hasta el final, atributos que acompañan a toda película de Welles. Infaltable este título cuando se revise lo más selecto de su filmografía, un verdadero clásico. Para la posteridad la secuencia final, de esas escenas que solo pueden ser generadas cuando un virtuoso está manejando los hilos. Nosotros tenemos la suerte de poder gozar al prodigioso maestro Welles, el maestro de la cámara.
     




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