domingo, 26 de febrero de 2012

El Cielo es Testigo (1957) – John Huston

El gran director norteamericano John Huston dirige en esta oportunidad una cinta menos ambiciosa o fastuosa que en otras oportunidades, sin embargo nunca deja de ser apetecible apreciar una cinta por él dirigida. Apenas un año después de la sobresaliente Moby Dick (1956), en la que maravilló al mismísimo Orson Welles, y dirigió a Gregory Peck, Huston dirige esta cinta, ambientada en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, en una isla cuya ubicación exacta no es del todo esclarecida nunca. En esa isla, alejado micro universo, un soldado yanqui, sobreviviente de un naufragio, ha arribado, para encontrar únicamente un habitante en la recóndita isla, una monja. Así, los dos personajes impensadamente acabarán conviviendo, en esa abandonada locación, en medio de invasiones japonesas, brotará el amor en el soldado, un amor imposible de concretar, por los votos de abstinencia de la monja, que son puestos a prueba al tener una tentación de esas características. Para los papeles principales, Huston recluta al siempre correcto y apreciable Robert Mitchum, como el rudo soldado aprendiendo a amar, y a la bella Deborah Kerr como la monja, fruto prohibido para el soldado, en un adelanto de una pareja que veríamos poco después en The Sundowners (1960), de Fred Zinnemann. La cinta, con todos sus asomos de cristiandad, y sin ser lo mejor de Huston, no desentona y termina siendo una aceptable película.

        


Es 1944, en algún lugar en el Pacifico Sur, un salvavidas está flotando en el mar, donde viene un soldado, un cabo de la marina yanqui (Mitchum). El soldado flota hasta tierra firme, llega a una isla, deshabitado lugar al parecer, pero buscando más, encuentra unas estructuras, y una cabaña, en la que halla a una monja, la hermana Ángela (Kerr). Es la isla Tuasiva, libre por completo de japoneses, vive ahí solitariamente, cuenta la historia de cómo llego allí con otro religioso, que feneció, ahora está sola, abandonada, con terror a los japoneses, y él, el señor Allison para ella, cuenta su historia también, sobreviviendo a un feroz ataque japonés, que destruyó su embarcación de la marina. Así es que conviven, recolectan frutos, y cazan una tortuga en el mar, e incluso planean cómo escapar de ahí. Los circunstanciales compañeros se van conociendo más, hasta que los japoneses llegan a hacer un reconocimiento, y ellos se refugian en una cueva de la isla, e incluso los orientales desembarcan y se quedan unos días en las instalaciones de la isla, mientras ellos permanecen ocultos en la cueva. Sor Ángela está atemorizada por los japoneses, pero el señor Allison cuida de ella, debiendo incluso comer pescado crudo para sobrevivir, la situación no deja de ser difícil para ella.




Allison se moviliza clandestinamente por la isla, ahora habitada por los japoneses, y se va internando silenciosamente entre sus cabañas, pudiendo robar comida de ellos, y regresa a la cueva con la monja. Es entonces que va naciendo en Allison cariño, e incluso le pregunta a Sor Ángela cómo podría renunciar a sus votos de castidad, mientras escuchan lejanos enfrentamientos en el mar. Finalmente los japoneses se van de la isla, dejando numerosos aditamentos, como jabón y otros elementos que Allison y la monja reciben con entusiasmo. Es en esas circunstancias que Allison propone a la monja matrimonio, pero es rechazado, pues ella ya está “comprometida” con Jesús. Poco después, tienen un brindis con saque que la religiosa encuentra, ella está algo conmovida por su proposición, pero un ebrio Allison vocifera y desespera a la monja, que huye asustada de la cueva, pasando la noche entera en plena lluvia, enfermando. A la mañana siguiente, Allison la recoge, los japoneses han vuelto.La monja se recupera, pero entonces los nipones los buscan por un camarada muerto, y cuando están a punto de alcanzarlos, los yanquis llegan y se enfrentan, mientras ellos siempre siguen en la cueva, y el conflicto, con ayuda del propio Allison, finalmente es ganado por los americanos. Llegan los soldados yanquis, Allison declara estar para siempre agradecido por lo vivido con la monja, ella de igual manera, y finalmente son rescatados.



Interesante la cinta, donde el mundo de dos personas se vuelve impensadamente una reducida isla, singular espacio en el que conviven un soldado norteamericano y una monja, dispar pareja, él, tosco y sin saber expresar lo que siente, y ella, extremadamente conservadora, sana, una monja. En un lugar tan apartado de todo, completamente solos, era inevitable que la atracción de algún lado surja, y es el soldado quien se siente atraído, es un espacio y tiempo en los que solo se tienen el uno al otro. Correcta la actuación de un entonces joven Robert Mitchum, en un papel que se la da bien, rudo personaje, acorde a su propia personalidad, duro individuo que se enamora de una hermosa Deborah Kerr, correcta también en su papel de la frágil monja, inocente, inexperta, atemorizada ante tan inverosímil situación. El dilema es presentado en esa isla, en el que un hombre que nunca ha sabido lo que es amar, cuyo único mundo hasta entonces habían sido los reformatorios y la guerra, de pronto tiene ante sí a una hermosa monja, con la que descubre el amor, en ese ambiente, en una desolada isla, en medio de la guerra, en medio de los bombardeos japoneses, ama a una monja, y vence su entendible dificultad para expresar sus sentimientos declarándosele, se enamora de la religiosa, que a veces parece corresponderle, pero que, a pesar de todo, debe respetar sus votos de abstinencia. Así es como no termina de concretarse el amor del cabo de marina, los compañeros eventuales terminan siendo rescatados, y ese capítulo en sus vidas termina. Aunque la pareja no haya llegado a ser tal en pantallas, debe de haber tomado nota de la química entre ellos el director Fred Zinnemann, que tres años después dirigiría The Sundowners (1960), ya con Mitchum y Kerr formando una pareja central. Correcta la joven pareja estelar, en una buena película de John Huston, que no se acerca ciertamente nunca a lo mejor del director, producción más bien discreta comparada con otras obras, pero que no deja de ser apreciable cinta, una cinta de John Huston.






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