Hitch completaba ya seis años
laborando en el por entonces competitivo y decente escenario de los estudios
cinematográficos yanquis, con su habitual y prolífico estilo de trabajo,
materializado había ya ciertos ejercicios, algunas obras mayúsculas, otras
obras de mediano impacto, pero siempre ejercicios apreciables y rescatables.
Enmarcado en 1946, año en que todavía estaba fresco el fenecimiento de la segunda
guerra mundial, el cineasta nos adentra en la historia de una mujer, a quien,
viviendo la desvergüenza de que su padre sea encontrado culpable de traición a
la patria, USA, y condenado a décadas de prisión, se le pide que colabore en el
desenmascaramiento y captura de un cerebro de los movimientos nazis en Brasil.
Ella aceptará, más por estar enamorada del agente de inteligencia yanqui que se
lo pide, y será el filme un recuento de las peripecias y vicisitudes de la
pareja para concretar su relación, mientras lidian con peligrosas personalidades internacionales. Sin ser considerada convencionalmente una de
las obras mayores de Hitchcock, tiene un sólido guión, una buena puesta en
escena, además de un reparto estelar que brilla con luz propia, el británico se
caracterizó pro trabajar siempre con los mejores actores, y por dirigirlos bien,
y esta no sería la excepción. Se contará con la hermosísima Ingrid Bergman como
la mujer en medio de todo, que se enamorará perdidamente del agente Cary Grant,
en excelente momento de su carrera, y ambos terminan de dar forma a un notable
ejercicio del maestro del suspense.
En Miami, Florida, Abril de 1946,
un juicio se está llevando a cabo, en el que un individuo es encontrado culpable de traición a la patria, y condenado a 20 años de prisión; su hija,
Alicia Huberman (Bergman), se aflige por esto. Luego, Alicia, en una reunión de
amigos, conoce a Devlin (Grant), sujeto que la enamora, ella se pierde en nebulosa
etílica, conduce ebria y a velocidad, Devlin se deshace con facilidad del
agente de tránsito que los detiene, ella entiende que es policía. Él confiesa más que eso,
pertenece a inteligencia yanqui, le propone que, por conocer directamente a un
cerebro nazi en Brasil, colabore en su captura; Alicia, reacia inicialmente,
termina accediendo al patriótico pedido. Conoce ella poco después a Paul
Prescott (Louis Calhern), jefe de la operación, y de Devlin, con quien ella ya
materializa idilio. El padre de Alicia se ha matado, la misión se acerca,
Prescott confía plenamente en Devlin, pero éste, enamorado, comienza a dudar de
si la Huberman estará capacitada para lograr éxito en la misión. Ella deberá
acercarse lo más posible a Alexander Sebastian (Claude Rains), que antes estuvo
de ella enamorado, estar cerca de él, conquistarlo, y obtener la mayor
información posible. Y en efecto, se moviliza hasta Río de Janeiro para
localizarlo, algo escéptica al inicio, pero ya frecuentan, van a montar a
caballo, comienza a ganárselo, siempre con Prescott y Devlin preparándola para
los movimientos.
Alex presenta a Alicia a su
madre, la señora Sebastian (Leopoldine
Konstantin), al Dr. Anderson (Reinhold Schünzel), a Eric
Mathis (Ivan Triesault) y a Emille
Hupka (Eberhard Krumschmidt),
todos camaradas suyos, y que presienten que algo se avecina. Alex advierte la
atracción de Alicia con Devlin, y para contrarrestar, le propone matrimonio; ella, tras consultar con sus superiores, termina aceptando. Próximos a casarse, ella
busca cada una de las habitaciones de su nueva casa, encontrando solo una con
llave en poder de Alex, es la bodega de licores. En su fiesta de compromiso, ella
consigue arrebatar la llave de la bodega a Sebastian, la provisión de champagne es
providencial. Devlin se escabulle en la fiesta de la vigilante mirada de Alex,
entra en la bodega, encontrando extraño polvo de un mineral en vez de
champagne. Pero Sebastian descubre sus movimientos e identidad, y se lo informa todo
a su rígida madre. Madre e hijo fraguan contra Alicia, la envenenan y
debilitan, mientras el material en polvo es identificado como uranio. Devlin y
Alicia son ya identificados por todo el grupo como agentes de inteligencia,
él va a rescatarla temerariamente, encara y escabulle de todos,
escapan, abandonando a Alex, que se enfrenta a Mathis y los demás, que lo
eliminarán por su fracaso.
En el presente
filme reaparecen los elementos que dan origen al clásico suspenso hitchcockiano y que se volverían
recurrentes y constantes en la etapa norteamericana del gigante cineasta
británico. Así, nuevamente una intriga internacional se vuelve meollo de las
acciones, complots de un continente a otro, en este caso, y comprensiblemente
con la guerra todavía fresca en las mentes de todos, el centro de lo expuesto se
vuelve un complot nazi, un cerebro germano se encuentra dirigiendo esfuerzos
para su partido desde Río de Janeiro, y los agentes especiales, las secretas
persecuciones e intrigas, volverán a impregnar
la obra hitchcockiana. Se configura así un muy correcto ejercicio de cine
negro, el film noir del que Hitchcock
fue un peculiar y estupendo exponente, con la oscuridad que impregna buena
parte del filme, a las secuencias más importantes y centrales, que a menudo
suceden de noche, siempre con el elegante blanco y negro, además de una
impecable fotografía de Ted Tetzlaff,
que le da mayor limpieza a las imágenes del británico. Consigue de esa forma
generar un omnipresente y bien mantenido suspenso durante su filme, frenéticas
situaciones plagadas de su suspense, con efectividad consigue que ni el ritmo
ni la incertidumbre decaigan durante el metraje de su obra, generando, de
situaciones sencillas, ese ambiente de constante peligro, como la fémina ocultando
la llave en sus manos, evitando que el esposo la encuentre, abrazándolo antes
que éste la descubra, y el constante escape al escrutinio de éste en la fiesta
con Devlin.
De esta forma,
el constante suspenso no decae, la tensión no se disipa, se mantiene el pulso,
siempre, se uniformiza el relato, realza el filme, siempre el frenetismo de la
persecución, y siempre se extrae intriga y suspenso de situaciones sencillas, de detalles sin
mayor complejidad, lo que lo hace más digerible, mientras el romance de la
estelar pareja se va solidificando. Otro santo y seña del realizador,
infaltable en toda obra suya, es el trabajo de cámara, tan inteligente como de costumbre en el presente filme, con sutiles travellings que se deslizan por los
escenarios, siguiendo la acción, dinamizando la narración y dotándola de mayor
unidad y concisión en una estructura más intacta. En esta oportunidad, asimismo,
Hitchcock da preponderancia e injerencia poderosas al romance que se representa
en el filme, que también se vuelve uno de los hilos principales de la
narración, uno de los más sensibles trabajos del director para retratar el
romance internacional, el agente de inteligencia yanqui que enamora y se
enamora de la mujer hija del traidor a la patria, su romance pone en perenne
peligro no solo su misión, sino sus propias existencias. En ese sentido,
necesario es hablar y ensalzar a los actores, autores del romance al que no
pocas secuencias dedica el director, aprovechando bien la química de un Cary
Grant en excelente momento de su carrera, en apogeo físico y artístico, todo un
emblema el mítico galán de la cinematografía yanqui, que corteja a otro mito de
el ecran norteamericano, Ingrid Bergman, que combina como pocas actrices
belleza descomunal y talento equiparable, también en la cresta de la ola,
completa una dupla de ensueño con Grant, ambos notables e impecables en sus
encarnaciones. Se configura así un buen ejercicio de Hitchcock, naturalmente se
puede ver opacado tratándose de un cineasta que tan magnos ejercicios supo
materializar, pero siempre queda la agradable sensación que produce un filme realizado
con toda la maestría del gran Hitchcock.
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