Memorable filme que serviría de
gran consagración para el notable cineasta alemán Wim Wenders, le significó un
triunfo arrollador para público y crítica, uno de sus filmes más aclamados y
mejor conocidos, lo cual es ya decir bastante, con lo que indiscutiblemente se
forjaba y consolidaba ya una de las andaduras cinematográficas europeas más
respetables de las últimas décadas. Nos retrata el germano director la historia
de un enigmático individuo, que repentinamente aparece en el desierto yanqui,
en Texas, sin ningún recuerdo, ni su nombre, ni su pasado. Es hallado el
personaje por su hermano, que lo ayuda a reconstruir su vida, a recuperar su
pasado, como su hijo de ocho años, que él crió con su esposa, además de
reubicar a la madre natural del niño, la mujer del amnésico. El filme será un
recorrido por la recuperación de la vida del protagonista, que tendrá
como uno de sus objetivos llegar al fantástico lugar de París, suerte de
terreno baldío en el desértico Texas. El filme es un sereno ejercicio, repleto
de agradables momentos de poesía audiovisual, además de un solemne retrato
contemporáneo, y foráneo, del desierto yanqui, que además va dando forma a la
tipología de personaje que sería recurrente en la carrera de Wenders.
Correcto y seductor filme del
alemán, protagonizado muy decentemente por Harry Dean Stanton como el amnésico, Dean Stockwell es su hermano, y la hermosa Nastassja Kinski, de ilustre apellido, es su perdida mujer.
En la desértica zona de Texas,
USA, un personaje aparece deambulando, trajeado y con gorra, camina sin rumbo
fijo, llega a una suerte de bodega, donde, sin proferir palabra, se desmaya. El
tendero le encuentra una identificación, la que resulta ser de su hermano, Walt
Henderson (Stockwell). Walt se apersona al sitio, puesto de emergencia, pero ya allí, su hermano ha desaparecido. En auto, no le cuesta mucho reencontrarlo,
se llama Travis (Dean Stanton), no habla, no recuerda nada, no confía, ha
estado ausente de la civilización durante cuatro años. Walt lleva a su casa a
su hermano Travis, pero éste, apenas está solo, vuelve a huir. Ya ubicado, se
le compra ropa nueva, se le pregunta si recuerda a su hijo, Hunter, y
finalmente habla, de un lugar en Texas llamado Paris, pero primero deben volver
a Los Ángeles, donde vive y labora Walt. Inicialmente intentan ir en avión,
pero Travis, aterrado, hace que se bajen, deben ir en auto. Más despierto,
Travis hasta conduce, pero
desvía el camino, aunque finalmente llegan a la residencia de Walt, donde le
presenta a Anne (Aurore Clément), su esposa,
y a Hunter (Hunter Carson), su hijo de
ocho años. El taciturno Travis no habla ni come mucho, se entretiene sacando
lustre a los zapatos de la casa, mientras Hunter se muestra esquivo.
Walter trata de hacerle recordar
a Travis su pasado, le muestra películas antiguas de un viaje de pesca, donde
ve a Jane (Kinski), su mujer, madre de Hunter. Luego Travis se muestra ya más
despierto, conectado a la realidad, cambia sus harapos por un elegante traje, y
así va a ver a Hunter, van conversando, formando un vínculo. Por su
parte. Anne se inquieta y angustia ante el descubrimiento y creciente interés de
Hunter por su pasado y verdaderos padres, teme perderlo, y le conversa a Travis
sobre Jane. Walt trabaja colocando enormes avisos publicitarios, Travis lo
sigue, y le comunica su intención de encontrar a Jane, quien cree reside en
Houston, Walt le financiará la búsqueda, y claro, Hunter se anota a la travesía
apenas puede. Se embarcan en el viaje, llegan a Houston, donde efectivamente
encuentran a Jane, Hunter la avista, padre e hijo la siguen, llegan hasta un
cabaret, donde Travis, solo, entra y conversa con ella a través de un vidrio de
una sola vista, ella no lo ve. De esa forma se comunican, Travis repite su
visita, se embriaga al ver la nueva realidad de Jane, y le cuenta detalles
sobre su madre al meditabundo Hunter. Travis se descubre a Jane, quien le
reconoce, llora, vuelve con ellos; pero Travis, ya juntos los tres, decide
partir, los deja, ella al inicio también huye, pero regresa, se queda
finalmente con su hijo.
Excelentes y aerodinámicas
secuencias iniciales aperturan el filme, con una suerte de ojo de halcón que sobrevuela y supervisa
todo el vasto territorio, la abrasadora llanura yanqui de Texas, majestuosos e
impresionantes travellings se pasean por esa áridas tierras, exploran el
escenario con un dominio y alcance que ciertamente nos referencian a la
elegante y poderosa ave, un águila, que tiene contacto visual con el
protagonista. En ese escenario se nos presenta nuestro central personaje, enigmático
inicialmente, severo misterio lo rodea, severo hermetismo lo enfunda, el mismo
que se rompe tras no pocos minutos de
ininterrumpido silencio y abstracción, y una de sus primeras aseveraciones, es
que debe ir a Paris, Texas. Travis llega a cambiarlo todo, de pronto,
repentinamente un individuo que ha desaparecido por cuatro años regresa al
mundo real, regresa con su hijo, y trastorna la vida de quienes lo criaron como
si fuera sangre de su sangre, sus tíos. Sobre todo, cambiará para siempre la
existencia de su descendiente, Hunter, que resulta ser la exacta contraparte de su
padre, pues es su progenitor un individuo muy pragmático, que simbólicamente le
tiene aversión al viaje aéreo, no se despega de la tierra, tiene los pies en el
suelo, ama esa seguridad; y en la otra mano, su hijo, que es maduro, agrandado,
centrado y despierto, que le explica a su padre la teoría del origen del
universo, que ama volar, ama dar rienda suelta a su imaginación y surcar los
cielos y la fantasía, es pues la contraparte de Travis, y esa contraposición de
sus caracteres hace más entrañable y perfecta su unión, su reencuentro, tras
cuatro años de ausencia, la mitad de la vida del vástago.
Como en todo filme del genial Wenders, si algo descolla
nítidamente, son sus imágenes, empezando con el parabrisas del auto que sirve
de escaparate para apreciar el gris atardecer yanqui, melancólica figura,
melancólico enfoque, pero en su melancolía encierra belleza, sencillez,
naturalidad, muestra bellamente imágenes de un área que hace décadas dejó ya el
recuerdo de los gloriosos westerns norteamericanos, ahora Wenders, con otra
temática, sigue mostrando el territorio desértico con su poética belleza habitual.
Así, muchas de las memorables imágenes del filme son los viajes por carretera,
imágenes introductorias que se volverían usuales en Wenders -idénticas
secuencias, de similar naturaleza, se aprecian claramente en el prólogo de una
década después en Lisboa Story (1994)-, esos viajes urbanos
adquieren con Wenders alucinantes tintes surrealistas, la exquisita poética
visual del alemán ya ha tomado forma para esta cinta, y veremos plasmada toda
su capacidad de retratar el vasto territorio norteamericano, todos sus recursos
para representar las imponentes montañas, así como el mayormente gris cielo,
que corona todo con su casi apesadumbrada omnipresencia, es pues melancólico el
retrato que el cineasta nacido en Dusseldorf nos hace de Texas. En ese surreal
espacio se nos introduce al meollo del filme, la incierta también como él,
búsqueda de París, es ciertamente un paradero tan enigmático como quien
lo profesa, pero luego se va desenmarañando el misterio, resulta ser un terreno
baldío, el lugar donde sus padres practicaron el coito por vez primera, y de
esta manera toma forma el primer segmento del filme, aún confuso, como la
figura entera de Travis, su pasado y su
vida son inciertos, y si bien se van dando señales de lo que es, de lo que
busca, todavía se navega por abstruso terreno, y París que se vuelve finalmente una especie de idílico espacio,
fantástico y quimérico lugar repetidas veces referenciado, y que se puede
entender como la búsqueda de su reencuentro consigo mismo, que termina
materializándose.
Nace así el típico personaje de
Wenders, el individuo que deambula por el mundo buscando, siempre buscando, su
propia identidad en unos casos, como el presente, su misión y sentido de
existencia, como el ángel Damiel en la mítica El cielo sobre Berlín (1987), la perfecta inspiración artística,
como Phillip Winter en Lisboa Story, o
quiméricos romances en Más allá de las nubes (1995), siempre
la perpetua búsqueda, la perpetua exploración del exterior y del interior, que
abrirá los más inimaginables y fascinantes senderos metafísicos. Mucho ayuda a
ese efecto el desolado retrato del escenario que Wenders concretiza, y es que nunca
se ve gente, generándose una desolación que refuerza esa melancolía, de surreal
abandono y aislamiento. El producto perfecto de este desesperanzador y desolador
escenario, es pues Travis, el espectral personaje, lobo solitario, ajeno a la
civilización, se reinserta temporalmente a ella, a su hijo y mujer, pero no
puede desligarse de su naturaleza, de sus innatos élanes, cobrando singular
poder el simbolismo de que sea mudo, de que sea amnésico, y se escinde nueva y
definitivamente de esa civilización, ahora con cordura, abandona para siempre
ese mundo. Remarcables y fundamentales para el éxito, solidez y profundidad del
filme, vienen a ser las actuaciones. Así, ambos yanquis protagonistas, Harry
Dean Stanton y Dean Stockwell, cumplen en sus roles, especialmente correcto el primero,
el protagonista, abstraído y ensimismado al inicio, va cobrando complejidad, va
descubriendo el mundo que atrás dejó, y finalmente vuelve a las sombras, abandona
el convencionalmente considerado mundo real. Asimismo, particularmente
eficiente es la por entonces joven Nastassja Kinski, hermosa blonda, lleva por
su sangre ilustrísima sangre actoral, la vena artística fluye por su torrente sanguíneo,
la hija del imperecedero e indeleble genio irascible, Klaus Kinski, se luce en
el segmento relativamente corto del filme en que participación tiene, se
muestra sólida, sencilla e intensa, atormentado es su personaje, y el clímax de
su participación lo conforman, claro, sus conversaciones con Travis. Es
correcto el recurso de Wenders para reforzar esos valiosos minutos actorales de
la Kinski, con planos fijos prolongados, planos medios de la actriz, que nunca se rompen, cortan ni interrumpen, que captan
sus reacciones, sus lágrimas, manteniendo la unidad intacta de su performance, provocando
un efecto más tenso e intenso de su interpretación, la que se siente pues íntegra,
ella tiene la mayor preponderancia, son escenas totales de ella, se atrapa toda
su esencia, cuando reconoce al amor de su vida detrás de ese vidrio, esa
barrera. Igualmente, Hunter Carson, en su papel debut, cumple con solidez en un
rol que tiene directa injerencia en la cinta. Mención especial también para
la banda sonora de Ry Cooder, reconocido trabajo que potencia la sencillez y
por momentos irrealidad de la cinta. También encomiable es el trabajo de fotografía,
a cargo del gran Robby Muller, que luego volvería a trabajar con Wenders, es directo
responsable de la potente, impactante y contundente
belleza visual del trabajo final, buena su composición, capturando el desierto yanqui en sus imágenes,
el inacabable camino, y claro, ese elegante cielo omnipresente también.
Wenders se rodeaba de los mejores profesionales, para producir su arte, un arte
mayor, y es este un filme con el que, rodeado de esos artistas, se encargó de barrer en su respectiva premiación de Cannes, trabajo de muy necesario visionado para quien quiera apreciar
ese, su cine, cine real, cine diferente, cine de uno de los mayores exponentes europeos
cinematográficos contemporáneos que tenemos el deleite de disfrutar.
Una obra maestra sin dudas.
ResponderEliminarSin dudas.. obra de un maestrazo..
EliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarPor supuesto..
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