Una de las cintas mejor recordadas
del austro-húngaro Otto Preminger, que pasa a la historia por múltiples y
variados motivos. Su sórdida y cruda trama, su excelente puesta en escena, su
acompañamiento musical, además del gigantesco aporte actoral del
protagonista, son algunas de las razones por las que la cinta tiene lugar de
privilegio en la historia del séptimo arte. Primera cinta en la historia del cine que
retrata cruda y directamente la adicción a la heroína, o al menos la primera
cinta importante en hacerlo, y nos adentra en el profundo trance de un yonqui,
severo adicto a la heroína, que verá su vida entera amenazada por el fantasma de
la drogadicción, pero que tendrá un final conciliador, moralista y
esperanzador. Es la historia de un habilidoso timbero, repartidor de cartas para
el póker, que ha pasado algún tiempo en prisión, y ahora, libre de nuevo, intentará
enderezar el rumbo como músico, baterista. Pero nuevamente la sombra de la heroína
lo alcanzará, nuevamente recaerá en el vicio, estropeando las buenas
oportunidades que se le presentaban, mientras se relaciona con dos mujeres que
tienen vital importancia en su destino. La descomunal cinta tiene en su distinguidísimo
reparto actoral al gigante musical Frank Sinatra, La Voz interpreta al yonqui
desesperado y atormentado, además de la imperial Kim Novak como su gran amiga,
y Eleanor Parker como su novia. Este es el reparto que nos conducirá en una de
las cintas más oscuras y realistas que sobre el tema se hayan rodado.
El buen Frankie Machine acaba de salir de prisión, vuelve a su antiguo barrio, donde todos le conocen y saludan. Prontamente
es abordado por Louie (Darren McGavin), vendedor de heroína, que le ofrece su primera
dosis tras la prisión, pero Frankie lo rechaza, quiere trabajar
como músico. Luego va a ver a Zosch (Parker), su novia, más que feliz del
regreso de Frankie, que le cuenta que en prisión la música y las manualidades
fueron sus distracciones, y ahora, con una recomendación, espera obtener trabajo
como baterista. Otro individuo, Schwiefka (Robert Strauss), que
trabaja en una casa de apuestas, le ofrece trabajo como timbero, también lo
rechaza Frankie; y después, su amigo Gorrión (Arnold Stang), le
consigue un traje para su entrevista de músico, pero el despreciable Schwiefka
se las arregla para que ambos vayan a prisión, pues el traje es presuntamente
robado. Por pagar su fianza para salir, Frankie se ve obligado a trabajar para Schwiefka
de nuevo repartiendo cartas. Va a ver a la bella
Molly (Novak), íntima amiga del pasado, que trabaja en un night club, tienen un
pasado, pero Frankie, más por lástima, debe estar con Zosch, postrada en una silla
de ruedas, a causa suya, por manejar ebrio un vehículo.
Le va bien en una entrevista, pero no lo llaman, mientras
Louie no deja en paz a Frankie, que, eventualmente, vuelve a caer, se aplica de
nuevo la heroína. Luego se desencadena una pelea con Zosch por Molly, y ésta última
dice a Frankie que llame él al sujeto del trabajo. Así lo hace, y obtiene una
segunda entrevista. Ilusionado, practica Frankie, pero Zosch no quiere eso,
quiere que siga repartiendo cartas, y Schwiefka lo convence de trabajar una noche
final. Se acerca la noche de su entrevista, pero en vez de descansar, pasa la
noche repartiendo cartas, mientras su necesidad de la droga crece. Se le pesca
haciendo trampa en el póker, pierde todo el dinero ganado; es el día de la
entrevista, acude desaliñado y de mala noche, arruina la oportunidad. Louie,
por su parte, va a la casa de Zosch a buscar a Frankie, que lo golpeó, desesperado
por obtener una dosis, y se da con la sorpresa de que Zosch puede caminar, su minusvalía
es una farsa; tras pelear con ella, Louie cae por las escaleras, muere. Desesperado,
sin dinero, acude a Molly, pide ayuda para que se rehabilite. Por otra parte,
la policía busca al asesino de Louie, y el enclaustrado Frankie padece la adicción
más que nunca. Pero sobrevive, sale del claustro, equilibrado y consciente, se
irá de ahí; ante eso, Zosch enloquece, queda al descubierto su farsa, y en su desesperación,
se suicida. Finalmente Frankie se queda con su querida Molly.
Para empezar, el que es uno de los motivos por el que
la cinta alcanzó tanta notoriedad e inmortalidad dentro del cine es su trama, y es que
nunca una cinta mostró con tal crudeza y dureza un tema delicado ya de por sí, la adicción a la heroína; pues imaginémoslo para la época, 1955. Es la demencia y la desesperación del drogadicto,
toda la sordidez que esto encierra, está mostrado desnudo, sin ornamentos, es una
forma cruda, pura y dura, he ahí buena parte de la fuerza del filme, el pilar y
el cimiento sobre el que la cinta descansa, y del que obtiene tanta validez y
fuerte realismo. Así, la droga, los drogadictos, los yonquis, los dealers,
pasan a ser personajes principales de un filme por vez primera, pasan a ser el meollo
de la historia, la sordidez pues está inherente e impregna la totalidad del filme.
Ciertamente el filme descolla en se sentido, crudeza extrema, imágenes
impactantes y severas, propias del infierno de los yonquis, es un estremecedor
relato, alcanza momentos escalofriantes, la adicción es un tema muy humano, muy
mundano, he ahí que tiene toda su fortaleza el filme, es un mórbido retrato de
la degradación humana, la pérdida de la cordura, por la droga; pero finalmente, el maestro
Preminger se permite deslizarnos un final esperanzador, no todo está perdido,
hay una salvación, ese infierno tiene una escapatoria, después de todo.
Memorables las imágenes del desesperado Frankie, o Frank en la vida real, Sinatra buscando la vena más adecuada, ubicando la locación del conducto idóneo en su
brazo, para aplicarse la alucinante sustancia, y en ese sentido considero pertinente
mencionar la curiosidad de que el hijo de Sinatra contó que las manos de Frankie,
en su segunda recaída y aplicación con Louie, pertenecieron realmente a Milton
Berle.
A ese demencial y pesadillesco mundo somos introducidos
con mayor efectividad por Elmer Bernstein y su seductor y frenético jazz, que supo ser
introducción al inicio, pero que no nos abandonará durante el metraje, sabiendo
aparecer y dotar de mucha mayor llegada e identidad con su bohemia al filme. Así,
toda la fuerza, viveza y energía del sensual jazz dinamizará las acciones, y
claro, música emblema de la bohemia, servirá de idónea forma para ambientar y reforzar a los personajes
y las situaciones que apreciamos, se vuelve su marco idóneo. El drama cobra
vigor a su vez por retratar algo muy de la vida real, la genuina lucha del
drogadicto por escapar de la droga, la auténtica intención de salir del infierno,
lucha a conciencia el músico por enderezar su vida, desigual combate en el que
los obstáculos no se harán esperar, en la forma de individuos, pero también de circunstancias,
el infierno no lo dejará escapar tan fácilmente. Quien haya sufrido las
angustias de una adicción, sea cual fuere la naturaleza de ésta, sabrá entender
la indecible pesadilla de tener una urgencia que desborda a la voluntad, que
vuelve a la voluntad humana su juguete personal, lo que es emprender una
batalla contra la adicción, que por momentos parece insuperable, singular
combate acompañado de la ilusa y eterna promesa de “es la última vez“, “desde
ahora lo dejaré”, singular combate que cada uno enfrenta, con dispares resultados.
De esta forma, el drogadicto es inicialmente derrotado, el mundo de Frankie se desmorona,
parece venirse abajo su fantasía de papel, la incontrolable adicción lo hace
arruinar la audición por la que tanto luchó, lo hace perder el juicio y la
cordura, pero finalmente, Preminger nos da un desenlace moralizante, sabidas
todas las verdades, consigue el sujeto vencer a la adicción, tiene ahora otra vez su
vida en sus manos.
Otra cosa que enriquece notablemente
el filme, aparte del crudo relato sin tapujos ya mencionado y detallado, es la
presencia de los demás personajes, complementarios, pero sumamente sórdidos,
bizarros, infernales incluso. La podredumbre y descomposición humana no solo
deviene de las drogas, sino de los retorcidos actos humanos mismos. Empiezo
con Zosch, la novia, la desgraciada que tiene por objetivo retener a Frankie
consigo, cueste lo que cueste, aunque ello implique fingir despreciable
charada, hacerse pasar por inválida para despertar su lástima y quedarse a su
lado, patético intento por despertar lo más cercano al amor que ella puede
generar en Frankie; eso es lo más cercano al amor, es la lástima, ella es una maquiavélica
fémina, igual de degradada que Frankie, patética figura, ese patetismo queda
maximizado en el momento de su fenecimiento, muere ella, tirada en el suelo
tras arrojarse al vacío, diciendo que quiere mucho a Frankie. Y es cierto, ella
lo quiso mucho, pero con su retorcido amor, que la llevó a casi arruinarle la
vida en base a una mentira, pues ella lo atrapaba, ella no lo dejaba avanzar. Otro
aspecto a resaltar en el filme será el excelente dominio del cineasta austro-húngaro
en el trabajo de cámara, con el que nos deleitará con prolongados planos
secuencia, lo cual, en su inquebrantable estructura, dota a la acción dramática
de mucha mayor solidez, concisión, una mayor presencia en lo que atestiguamos,
es un recurso siempre apreciable, y, bien utilizado, remarcable. Y lo que
termina por coronar al filme, en algo inmortal, las actuaciones; empezando por
el soberbio Sinatra, tenemos a La Voz en uno de sus papeles más escalofriantes,
temblando como un yonqui, tirado
en el piso reducido a nada por su adicción, severa su interpretación, poderosa,
seria, estremecedora, justísimamente nominado al Oscar, aunque el galardón fuera
a parar a manos de Ernest Borgnine ese
año, tras severa competencia con James Dean y Spencer Tracy. Necesario
mencionar obviamente a Kim Novak, imperial la actriz, señorial como siempre, y maternal
como pocas veces, su actuación también es notable, ella mucho aporta a la solidez
de los personajes, y por ende, del filme. Cinta indispensable, y para el cinéfilo
instruido, el término necesaria resulta harto insuficiente. Obra maestra de Preminger.
No hay comentarios:
Publicar un comentario