lunes, 9 de enero de 2012

El Espejo (1975) - Andrey Tarkovskiy

Una de las películas donde el sello del gigante realizador Tarkovskiy se plasma con mayor fuerza, donde su poderoso e inconfundible lenguaje se manifiesta con mayor firmeza, decisión y fluidez, una de las películas más representativas del gran cineasta ruso. A Tarkovskiy muchas veces se le ha señalado como un director que gusta de plasmar caminos autobiográficos en sus cintas, y es en Zerkalo en la que probablemente esto se hace más flagrante, complementando con su voz propia en off  los acontecimientos, presentándonos la historia de un hombre maduro, en sus cuarentas, que está agonizando, va a morir y tendrá recuerdos a modo de flashbacks, tanto de su infancia, con su madre, como de momentos presentes con su hijo y su mujer, y también hechos que van edificando la historia de la nación rusa. Cinta que alcanza momentos de verdadero delirio, poderosos simbolismos y un ambiente cargado del hermoso trabajo audiovisual del gran Tarkovskiy, es, como todas sus películas, una cinta sumamente personal, en el que veremos mucho del universo interior del realizador, que vuelca como pocos toda su imaginería, todo su complejo mundo interior en su cine, lo exterioriza de una manera tan hermosa, tan artística, que no deja indiferente a nadie. Cuenta con un reparto que sabe lo que su director desea de ellos, y contribuyen positivamente a la construcción de la película, notable ejercicio cinematográfico del soviético.

        


La cinta se inicia con un programa de tv, en el que un joven tartamudo está siento atendido por una mujer que lo somete a un trance hipnótico, al final del cual, luego de sugestionarlo, el joven está curado, y puede hablar con normalidad. Tras eso, se aprecia a una mujer (Margarita Terekhova), sentada en una cerca, que observa un gran bosque, mientras una voz en off nos habla un poco de esa casa, de su infancia, aquellos años. Momentos después llega un sujeto que trata de cortejar a la dama, él es algo impertinente pero despierta cierto interés en la mujer. Sus vidas transcurren tranquilamente siendo alteradas pocas veces, como la ocasión en que un incendio se produce cerca, y la mujer y su hijo observan silenciosamente el cálido espectáculo. Después, en una onírica secuencia, veremos a una mujer lavándose el cabello, con el agua que lo impregna todo. Luego, el protagonista, Aleksei, cae enfermo, aunque jamás llegamos a ver su cuerpo, solo avanzamos lentamente a través de su perspectiva, recibe una llamada de su madre, y se entera que una antigua conocida feneció. Tiene lugar entonces un flashback, recuerda a la difunta, Elisaveta, trabajando en la fábrica que tenían cuando él era niño. Después, en el presente otra vez, nota el extraordinario parecido que hay entre su madre y su esposa, de la que se está divorciando, y también nota que su hijo está pareciéndose cada vez más a él.



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Aleksei tiene unos roces con un torero español, un matador que invade su espacio familiar. Luego, mientras su hijo Ignat (Ignat Daniltsev) juega alegremente a la guerra, estas imágenes materializan una reminiscencia de unos desembarcos militares, veremos imágenes intercaladas del presente con imágenes bélicas pasadas, con retratos de Mao, grandes mítines y movilizaciones donde participan simpatizantes de la ideología política roja. Su mujer, Nataliya, va enfureciéndose por el creciente parecido a su padre que Ignat está adquiriendo, y ante la separación inminente, ella quiere llevarse a su hijo a vivir con ella, cosa que Aleksei trata de evitar al darle a elegir al niño que vaya a vivir con él, pero es rechazado. Nataliya está planeando casarse otra vez, con un escritor, hecho que irrita no poco a Aleksei. Sigue teniendo reminiscencias, flashbacks de su infancia, de su madre. Después, Nataliya e Ignat van a visitar a una mujer muy parlanchina con la que guardan cierta relación, a una casa impregnada de un extraño ambiente, lugar donde Ignat se ensimisma, observa un espejo elíptico, y donde después la mujer hace a Nataliya matar un gallo, tras lo cual nos mira con frialdad. Tiene lugar un flashback más, Aleksei con el cuerpo de Nataliya que levita, flota gracias al amor que se profesan. Finalmente, regresan entonces a casa, nuevamente veremos las bucólicas imágenes, todo está enmarcado por una parsimoniosa y serena belleza.







Tarkovskiy va directo al grano, y con su secuencia inicial nos habla de su intención, representada con una mujer hipnotista que cura de la tartamudez a un joven, es así que desea eliminar toda tara u obstáculo que pueda entorpecer nuestra percepción, o nuestra forma de expresarnos; a través de la sugestión, la mujer elimina por completo la tartamudez, a través de un ardid lo consigue, y el director desde el comienzo de la película nos transmite su intención de que abandonemos también nosotros toda venda en los ojos, que apreciemos el bello espectáculo que a continuación nos presenta con los sentidos desnudos, con nuestra percepción despejada y libre. Posteriormente seremos testigos de un ya ducho Tarkovskiy, que nos deleita con una suelta y fluida cámara, que hace travellings, realiza deliciosos seguimientos de la acción, la cámara casi nos habla cuando es dirigida por Tarkovskiy, en el hogar, hace sentir que de verdad estamos dentro observando lo que pasa, y afuera, atrapando como sólo él puede a las imágenes de la naturaleza, haciéndola también hablar. Muchas de sus secuencias son rodadas en blanco y negro, dotando de otra expresividad completamente a determinada secuencia, dotando también de mayor densidad al ambiente deseado, y utilizando, nuevamente, un recurso que es muy regular, patente y siempre referenciado por el realizador ruso: el agua. Nuevamente veremos su personal y delicioso estilo para emplear el líquido elemento como recurso poético, expresivo, que por momentos lo impregna y lo ocupa todo, un sello muy reconocible y personal del soviético. Pocas veces se manifesta en una cinta una narración tan marcadamente poco convencional, en el que combina dos planos temporales, y cuyo cambio o salto temporal no es advertido, esos flashbacks, delirantes paréntesis oníricos, están entremezclados y no muy diferenciados de los momentos del presente, generando mayor densidad en el relato, creando un ambiente más perennemente surreal.











Es una película sumamente personal de Tarkovskiy, en la que evidentemente desliza motivos autobiográficos, en la figura de Ignat, las constantes alusiones a la madre, a los recuerdos de infancia, los años lejanos, además del significativo hecho de que narre con su propia voz en off los sucesos, y que la mayor parte del tiempo su parlamento lo conforme la declamación de poemas escritos por su propio padre, Arseny Tarkovskiy, hecho que la da mayor cercanía e intimidad a su obra, la convierte en algo muy suyo. Como en las dos caras de un espejo, la dualidad está servida, y reforzada por el hecho de que la misma actriz, Margarita Terekhova, interprete tanto a la esposa, Nataliya, en el presente, como a la madre del joven Aleksei, en el pasado, y que  Ignat Daniltsev interprete a Ignat, el hijo de Aleksei en el presente, y a la vez encarne a Aleksei de 12 años en el pasado, un hecho que puede generar cierta confusión, y a través de este enfoque dualista, de esta perspectiva compartida, fusiona con esa particular mirada ambos mundos, ambos tiempos. En ese denso universo, Aleksei mira en ocasiones a la cámara, y Nataliya también, nos observa a nosotros, convirtiéndonos en casi un tercer elemento en las interacciones, observamos todo desde lugar muy privilegiado. El universo de Tarkovskiy está aquí plasmado con una firme pero a la vez parsimoniosa sutileza, en la que su realizador hace gala una vez más de su prodigiosa capacidad de creador de imágenes, hermosas imágenes, acercamientos inigualables de la naturaleza, poderosos simbolismos que conforman una cinta expresiva como muy pocas, potenciadas por el exquisito gusto en la selección de las piezas del maestro Johan Sebastian Bach. El análisis de una cinta tan diferente a todo lo usualmente visto, se convierte, por lógica, en análisis, en mucha menor medida de lo normal, de la trama convencional, para preponderar y dar protagonismo al trabajo audiovisual, a la preciosista estética del director ruso, pues ciertamente las acciones no son muy dinámicas, pero la forma en que se muestran esos actos, y sobre todo, lo que estos actos, o a veces imágenes representan, es donde reside la genialidad de la cinta. Notable trabajo del imprescindible Tarkovskiy, trabajo muy personal, como todas sus películas, verdadero deleite visual y auditivo, una de esas estupendas obras con las que el soviético nos maravilla.







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