domingo, 8 de enero de 2012

Solaris (1972) - Andrey Tarkovskiy

Una de las más monumentales cintas hechas por el gran Tarkovskiy, y una de las más profundas también a nivel de contenido, con un mensaje que comienza ya a plasmar el complejo universo de su realizador. Genial película que durante sus cerca de tres horas de duración nos bombardea con profundas implicaciones filosóficas, es un constante test al intelecto humano, a la firmeza de sus creencias, un auténtico desafío a todo lo que se tiene definido por humanidad, el concepto propio de dicha condición, y apertura un debate de hasta dónde es capaz de llegar esa condición humana, y de qué clase de impulsos o entidades podrían considerarse humanos, o tener incluso la facultad de superar esa humana condición. Basada en la obra homónima polaca de 1961 escrita por Stanisław Lem -autor que por cierto jamás se expresó satisfecho de la cinta-, nos ubica en el espacio exterior, en un planeta no definido del todo, simplemente designado como Solaris, un planeta surreal donde una suerte de océano tiene la facultad de materializar los más íntimos deseos de los astronautas que se aproximen. Allí han sucedido una serie de extraños eventos, y es enviado un nuevo científico a que averigüe exactamente lo que ha ocurrido, sin imaginar que se verá envuelto en una  increíble y surreal fantasía impensada, que, sin embargo, es la más delirante de las realidades. Cinta más que atractiva, completamente seductora.




Es el primer capítulo de la cinta, tras oír el bello preludio coral en fa menor de Bach, veremos imágenes preciosas y bucólicas, el agua, siempre presente, impulsa unas hojas, largas hojas en una pequeña charca, donde aparece un meditabundo individuo, en medio de un bosque tan extenso como hermoso. Cerca de ahí, en una casa, sus camaradas discuten de cómo el hombre de afuera está trabajando arduamente en la solarística,  que se ensimisma en preocupantes y largos paseos solitarios, y también hablan de ciertas anomalías en el planeta Solaris, por lo que se debe ir a investigar. El hombre en cuestión es Kris Kelvin (Donatas Banionis), a quien se le muestra un video donde se explica que dos astronautas fueron a Solaris a investigar pero jamás regresaron, y que el rescatista había vuelto en shock, guardando silencio, y después había anunciado un prodigio. Este rescatista es Henri Barton (Vladislav Dvorzhetsky), quien habla de una extraña niebla en el planeta Solaris, una luminosidad roja, que su nave salió a un enorme y redondo espacio abierto, donde había un gran océano que cambiaba, pero no tenia olas, era transparente, y una especie de limo amarillo había abajo, que brillaba, bullía, se solidificaba, formaba figuras, y atrajo a su nave hasta donde pudo distinguir un enorme jardín de limo.






Pero la alucinación no terminaba ahí, el jardín poseía complejas y elaboradas estructuras, y allí vio a un niño gigante, grasiento, repulsivo, se encontraba sobre una ola, increíble historia que dejaba a sus superiores muy escépticos. Kelvin propone someter al océano a una fuerte radiación, esto genera discusión y Barton, allí presente, afirma que el hijo de un científico que ellos conocen es el niño que vio en Solaris. Tras unas imágenes surreales de viaje por carretera, vemos a Kelvin ya en Solaris, sin traje espacial y rodeado de complejas maquinarias, encuentra al Doctor Snawt (Jüri Järvet), quien le dice que los otros tripulantes han muerto, que Gibarian se suicidó, Kelvin le pregunta por el doctor Sartorius. Después, en su recámara, encuentra un mensaje para él, es de Gibarian (Sos Sargsyan), una grabación en la que le dice que hay peligro, que él también estaba a favor de someter el océano a radiación. Conoce después a Sartorius (Anatoli Solonitsyn), que le habla de la necesidad y deber ante la verdad, y Kelvin, auto recluido, ve una figura femenina. Gibarian tenía un plan, y había sido considerado loco, mientras la figura femenina se sigue manifestando, y todos parecen saber de ella. Pero lo más impresionante es cuando aparece por primera vez su difunta esposa, Hari (Natalya Bondarchuk), enamorada de Kelvin, completamente sin recuerdos, es como una niña.




Inicia el segundo capítulo, en la que un harto Kelvin envía a Hari a la muerte en un cohete, y Snawt cuenta que después de someter al océano a la radiación, los pensamientos de los tripulantes se manifiestan, se materializan, por lo que ella regresa, y Kris la acoge nuevamente, ella está obsesionada, y vive por él. Hari se recupera con asombrosa rapidez de sus heridas, luego conoce a ambos doctores, Snawt y Sartorius, que afirma que ella está hecha de neutrinos que son estabilizados por Solaris, su sangre es indestructible, por lo que ella tiene la inmortalidad, mientras Sartorius se expresa de forma que parece existir cierta envidia de esa condición. Hari se ve después a sí misma en videos, pese a no tener recuerdos de nada de lo que ve en las cintas, y comienza a inventar sucesos y cosas. Snawt propone someter al océano a una segunda carga de radiación, espera poder transmitir también pensamientos diurnos y así deshacerse de los que llaman visitantes, y Sartorius, por su lado, propone algo más radical: una desmaterialización. Después, Hari, que escuchó que están planeando destruirla, pregunta su origen, se ha dado cuenta que no es más que una imitación, que es falsa, y aparece con marcas del envenenamiento del que murió la original Hari. En el cumpleaños de Snawt, discuten sobre quijotescas afirmaciones, sobre Dostoievski, el ilógico amor de Hari, y, en la cúspide de lo surreal, ella los acusa de inhumanos.




Snawt y Sartorius son acusados por Hari, son acusados por una imitación humana, de escapar de su propia humanidad, afirma estarse convirtiendo en una persona, que no siente menos que los fríos científicos, que ama a Kris, ese amor la eleva encima de otros impulsos, ella alcanza un gran nivel de complejidad. Luego, Snawt dice a Kris que Sartorius desea destruirla, remediar la inmortalidad. Posteriormente, se produce una inestabilidad con la gravedad, es anulada, por lo que la singular pareja se eleva, gravita, mientras el limo exterior se solidifica. Inesperadamente, Hari se mata con oxígeno líquido, pero regresa, resucita frente a los ojos de los científicos, y, consciente de su condición, reniega de ella, pese a que Kris quiere quedarse a vivir en el cosmos, único lugar donde puede existir lo que considera su esposa. El océano reacciona a Kris, que filosofa sobre la auténtica necesidad, la vergüenza como salvación, sentir amor como finalidad del hombre. Después, de manera onírica, Hari se multiplica, mientras Kris cae enfermo, sueña con su madre. Ella dejó una carta de despedida, donde ella lo pidió, y fue desmaterializada, el océano ya no materializa los deseos de los astronautas, ha cambiado de reacciones, mientras ellos filosofan sobre el misterio, la necesidad que exista, y cómo desconocer la fecha de nuestra muerte nos hace inmortales. Su misión ya ha terminado, y Kelvin regresa a la cálida y preciosista tierra, a su cabaña, a casa.




Rápidamente, Tarkovskiy no espera para exponernos a su preciosista estética, mostrándonos imágenes que están a la altura de bellos cuadros impresionistas; las primeras imágenes que vemos son las del maestro de la estética retratando la naturaleza como nadie más que él puede, primeros planos de agua, de vegetación, bucólicas y hermosas fotografías en las que la naturaleza nos habla, es el lenguaje del ruso en su máxima expresión. Es la Tierra, completamente diferente a Solaris, que es un mundo aparte, en el espacio, motivo de todo lo que ocurre, y a este singular universo llegamos a través de un prolongado y surreal viaje en carretera, densa y alucinante secuencia que potencia su poderío visual además con sonidos electrónicos, atractiva representación que se plasma como una transición de la vida en la Tierra a la vida en Solaris, mundo en el que Kris despierta luego de esta surrealista travesía. Al despertar en ese irreal mundo, el científico Kris se encontrará con una situación que pondrá a prueba toda la praxis de su vida, el rigor científico de su pensamiento, cuando se encuentra con la inverosímil circunstancia de ver a su esposa, muerta hace una década, materializarse como una oscura figura, sin mucho raciocinio, que no es de muchas palabras, cuya integridad física no le es muy importante, para ella Kris es todo, lo más importante. Pero por si fuera poco, este ser tendrá la capacidad de renacer una y otra vez, todo a causa de ese mágico océano que materializa los deseos de los astronautas, situación increíble en la que el científico deja de lado toda la ciencia, la fría y analítica razón es dejada de lado por el sentimiento, el hombre de ciencia pierde la cabeza, prefiere estar ahí con esa imitación de vida humana, es más, comparte sentimientos con ese ente ajeno totalmente a lo humano, que desafía los conceptos de condición humana, que abre un debate de si este ser supera a la humanidad del hombre mismo a través del amor y abrazando la condición humana, aunque artificial, que le dio existencia.









Inevitable era que se le compare con 2001: A Space Odissey (1968), aunque de esa comparación se desprendan muchos más contrastes que similitudes. Para empezar, las cintas, cercanas cronológicamente, fueron vistas como un episodio más de la batalla espacial entre yanquis y soviéticos, y al haber lanzado el norteamericano Stanley Kubrick su propia aventura espacial, no por pocos fue visto como que Tarkovskiy respondía con su personal proyecto, muy inferior al del yanqui en cuanto a presupuesto, pero en igual medida, muy superior en cuanto a profundidad y tratamiento del contenido filosófico, pues la obra de Kubrick basa mucho de su poderío en la espectacularidad de su representación espacial, las alucinantes danzas estelares, los sofisticados aparatos y astronaves que parecen moverse al ritmo de Así Habló Zarathustra de Wagner, pero en cambio, en Solaris, el meollo es interior, ese espectacular desfile de maquinaras es reemplazado por un impresionante debate interior, increíble desafío, donde los procesos internos de la mente humana son la clave para alcanzar entendimiento, y el cerebro humano y su ciencia son llevados hasta el extremo con la capacidad de materialización del océano del planeta, en el universo de Solaris el dilema ya no es exterior, sino interior, ya no es la nave que toma el control y se humaniza como en la obra de Kubrick, ahora es una exteriorización humana, su materialización, la que genera todo el cauce de interrogantes, debates y controversias. Ahí es donde radica la más poderosa y significativa diferencia entre ambas películas, la máxima oposición, pues ya no es la nave, una creación externa del hombre, la que desafía a su propio creador pretendiendo superar la humanidad de los hombres mismos, ahora es un ser que proviene del interior de la propia psiquis, que viene de nosotros, el que clama no solo tener calidad humana, sino superar al propio hombre en su humanidad, ella los cuestiona, el elemento cuestionador ya no es externo, sino interior, esto es mucho más significativo.




Pocas veces en el cine se construye un personaje tan singular como Hari, que sería la suerte de opuesto de la nave espacial Hal de 2001, patética materialización que muere y resucita una y otra vez por su amado, imitación de vida que a través del amor cree haber alcanzado la calidad de humana. Ella llega al punto de cuestionar a los fríos científicos, los supuestos poseedores del conocimiento, les increpa su tendencia a escapar de su humanidad, mientras ella en cambio la abraza con intensidad, y el científico Sartorius incluso le da la razón, la cinta alcanza niveles de complejidad todos centrados en Hari. La cinta de Kubrick tampoco resulta superficial o somera, sus profundas implicaciones con el pensamiento de Nietzsche son su mayor riqueza filosófica, los conceptos claramente representados del eterno retorno y el superhombre, etc.; sin embargo, a diferencia de la película del norteamericano, donde los diálogos se ven relegados a un segundo plano en pos del espectáculo tecnológico, Tarkovskiy se basa precisamente en diálogos para explotar todo el potencial de su cinta, profundos diálogos es donde reposa todo el meollo del universo Solaris. El director aprovecha esa facultad para ahondar en otros temas, siempre filosofando profundamente. Entre otras cosas, reflexiona sobre el hombre y cómo busca contactos que nunca se encontrarán, de su absurda y necia situación en la que busca la cadena que teme y no necesita, es él mismo quien fabrica sus límites, los genera sin que hayan sido una genuina necesidad, esto desemboca en el agudo cuestionamiento que realiza de la absurda obsesión humana de expansión, la obsesión científica que termina siendo inútil, innecesaria, prescindible, es la fuente de la que el hombre genera sus propios problemas y limites, la herramienta a través de la que el hombre dibuja su propio contorno que lo supedita. La inmensa película de Tarkovskiy termina con un hermoso y final simbolismo visual, cuando la perspectiva se aleja más y más de la bella Tierra, hasta el punto de descubrirse que el planeta entero no es más que una isla, es una materialización dentro del limo del amorfo océano de Solaris, hermoso guiño final en el que nuevamente se pone en relieve que todo lo visionado viene del interior, el meollo del asunto nuevamente radica adentro de nosotros, no afuera. Descomunal cinta de uno de los mejores realizadores cinematográficos que Rusia haya engendrado jamás.







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