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lunes, 27 de febrero de 2012

Agnes de Dios (1985) - Norman Jewison

El canadiense Jewison, al que le debemos algunas memorables películas, de mayor o menor impacto mediático, tales como Justicia para todos (1979), Hechizo de luna (1987), entre otras, en esta oportunidad se inviste de controvertido inquisidor de la iglesia católica, para presentarnos una historia algo conocida, pero adaptada a su personal concepción. Se trata de una cinta en la que retrata un inverosímil hecho, una monja ha aparecido repentinamente embarazada, pero eso no es nada, de pronto, la joven religiosa es hallada gritando y ensangrentada, y en la puerta del convento, un infante muerto es también encontrado. La situación, naturalmente, despierta la controversia y polémica, y una psiquiatra será encargada del caso pero por mero formalismo, pues se busca simplemente una excusa formal para detener a la monja como demente. Sin embargo, la doctora terminará involucrándose más de la cuenta en el caso, hasta niveles que se salen de su control. Milagros, divinas concepciones, una por momentos muy hostigadora beatería, inundan una cinta en la que la bella Jane Fonda interpreta a la psiquiatra que termina poniendo a prueba su propia fe y principios, además de Anne Bancroft como una de las autoridades religiosas en el convento, y una joven Meg Tilly para encarnar a la atormentada monja, en una cinta de discreto atractivo, pero con cierto realce por las actuaciones.


        



La cinta se inicia con unas imágenes cristianas, unas monjas, misa y liturgia, un ambiente solemne. De pronto, en el convento se escuchan desesperados gritos, y al acudir las hermanas, hallan a una joven monja ensangrentada, y a un bebé muerto en la puerta del lugar. Después, en Quebec, a la Doctora Martha Livingston (Fonda), psiquiatra, se le asigna se haga cargo del caso, y se le menciona que lo único que debe hacer es diagnosticar a la monja como lunática. No con muy buena gana acepta, y va al convento, donde la madre Miriam Ruth (Bancroft), rígida religiosa, la espera, y es sometida a un cuestionario, le tiene recelo a la científica, y no tiene idea de quién, cómo, ni cuándo embarazó a Agnes, la desgraciada monja. Conoce entonces a Agnes (Tilly), que evita el tema del embarazo, parece ignorarlo también, pero se va conociendo con Livingston. Es un confuso e intrigante caso, la madre Miriam sigue aseverando que el embarazo simplemente sucedió, la doctora sigue investigando más con algunas autoridades del convento, pero no tiene éxito. Visita a su propia madre, internada en un manicomio, y poco después se va enterando de la extraña conducta de Agnes antes del embarazo, no comía, y sufría inexplicables hemorragias. Aparecieron incluso estigmas en las manos de Agnes, y las religiosas, cerradas a la praxis de la doctora, afirman fue una obra de Dios.



Sus superiores empiezan a inquietarse con Livingston, pues está intimando demasiado con Agnes, pero la psiquiatra sigue haciéndolo, se conocen cada vez más, y Agnes sigue evitando el tema del embarazo, se escuda tras extrañas voces, al parecer de su difunta madre, que le hablan y prohíben que diga nada al respecto, mientras va teniendo enfrentamientos con la hermana Miriam, cuestiona su trato a las monjas. Se entera después de los extraños sangrados de Agnes, de su supuesta comunicación con su madre, después de muerta, va descubriendo más detalles en archivos. Pese a negativas de sus superiores, sigue adentrándose la doctora, y consigue permiso para hipnotizar a Agnes, y ya en la sesión hipnótica, ella sigue sin poder hablar de ello, su madre lo impide, tiene ataques, violentas sacudidas, sangrados, no deseaba que el niño nazca, pero nada realmente valedero se esclarece. Livingston discute más con la hermana Miriam, que sigue afirmando que todo fue un milagro, la doctora quiere probar que Agnes no mató a su bebé, pero la iglesia sigue lavándose las manos del asunto. En una nueva sesión hipnótica, los estigmas en las manos de Agnes aparecen delante de Miriam y Livingston, y afirma que devolvió el hijo a Dios. Acepta que mató al vástago, pero es declarada inocente en un juicio, por demente, y se la llevan a un sanatorio, mientras la psiquiatra se queda, siempre escéptica de lo que sucedió.



Debo ser franco, esta película llegó a mis manos gracias a cierto personaje, vinculado a la historia del arte, y de no ser por esa persona, probablemente nunca me habría interesado en la cinta, y la sensación que deja la misma, tras su visionado, es muy acorde al individuo que la descubrió para quien habla. Cinta marcadamente iconoclasta, desde el inicio, con sus imágenes, y luego todo el drama es transmitido a la monja, alegre, risueña, al parecer ignorante de lo que sucede, con sus experiencias y alucinaciones, pronto manifiesta, y nos queda claro, que todo se reduce a esa sensación sobrenatural, supuestamente su madre, que le impide hablar del tema. En Agnes se encarna toda la confrontación, la duda, la interrogante, una niña casi, ajena al mundo exterior, supuestamente poseída por Dios, llega incluso a acusar a su creador de ser el causante, lo odia afirma, y lo hace debajo del crucifijo, en lo que puede ser la imagen más atractiva de la cinta, lo más interesante, la disyuntiva tiene su punto álgido en la propia religiosa. Con dosis de sobrehumana actividad, los estigmas, el dilema que jamás es esclarecido de cómo es que se embarazó Agnes, la película está repleta de tibias tentativas de milagros, divinas concepciones, y termina finalmente ahogándose en su propio y dilatado intento de misterio o intriga, tan fracasado e infructífero como la investigación casi policiaca de la doctora, que nunca llega a ningún lado, es un desesperante y desquiciante caso en el que nadie es capaz de responder sencillamente quién la embarazó. Y siendo sencillamente ese el meollo de la película, que por cierto jamás es esclarecido, la misma termina siendo sosa, un intento de controversia y polémica, pues si en algo tiene relativo éxito, es en atacar a la iglesia, la forma cuestionable en que tratan a sus monjas, y cómo la institución religiosa se lava las manos de la situación, prefiriendo que se condene a la desdichada, y siempre, siempre ocultando la verdad, temerosa de lo mediático, de la luz, todo experimentado desde la perspectiva científica, y atizado por el dedo inquisidor del pragmatismo. Suerte de mezcla entre Stigmata (1999), y algún halo de The Da Vinci Code (2006), la mescolanza es tan mediocre como las mencionadas, y, ciertamente, también como quien la descubrió para el que escribe. Discreta película, de un director que no escapa mucho de ese calificativo.




jueves, 17 de noviembre de 2011

A la mañana siguiente (1986) – Sidney Lumet

El buen director norteamericano Sidney Lumet nos presenta esta película que valgan verdades, no es lo mejor de su filmografía, ni mucho menos. Cuenta con el atractivo de tener en el rol protagónico a la bella Jane Fonda, pero cuya belleza se perderá caracterizando a la alcohólica y desaliñada protagonista, una mujer que se ve inmersa en una surreal situación, cuando despierta una mañana con un cadáver al lado, incapaz de recordar nada de la noche anterior, y tiene que resolver la encrucijada, en la que se encontrará más de una sorpresa, y que pondrá en peligro su propia vida. Completan el reparto Jeff Bridges y el recordado Raul Julia, en una historia que tiene un inicio muy interesante y original, pero cuyo desarrollo acaba volviéndose rácano, simplón, sin interés, la historia no sabe llevar por buen camino el prometedor inicio, ni con buen ritmo ni con nuevos eventos.

      


Mientras una TV trasmite su programación, Alex Sternbergen (Fonda), despierta en su cama junto a un cadáver masculino, acuchillado, sin recordar absolutamente nada. Naturalmente, trata de escapar, sin encontrar cupos en el aeropuerto, pero conociendo incidentalmente a Turner Kendall (Bridges), un ex policía retirado por incapacidad que cuida de ella. Ya en confianza, le cuenta todo lo sucedido a Turner, que la va conociendo más, ella es una alcohólica sin mucho oficio ni beneficio, igual que él, que pasa su tiempo sin hacer nada importante. Se piensa en la posibilidad de que el cadáver haya sido colocado ahí para inculparla. Después, va a la casa de Turner, donde la alcohólica fácilmente se deja seducir, tras lo cual mantienen una intensa discusión, y ella se va, va a buscar a un querido amigo, el estilista Joaquín Manero (Julia), mientras un amigo policía de Turner investiga el caso. Al profundizar la investigación no queda duda de que el cadáver fue colocado ahí, se está sembrando la evidencia a Alex, y el culpable de todo es el propio Joaquín, que pretende liberar de culpa a la verdadera asesina, una amante suya. Turner descubre todo, va a buscar a Alex y pelea con Joaquín, hasta que llega la policía. Los culpables son encerrados, y Alex se queda con Turner.




Película que tiene un atractivo y atrapante inicio, con la Fonda que encuentra el cadáver y nadie sabe nada de lo que pasó, crea una inicial intriga que nos envuelve, y que no se esclarece sino hasta el final. Sin embargo, conforme avanza la historia, se va perdiendo el relato en detalles intrascendentes, anodinos, que hacen perder paulatinamente el interés, la narración se va por la tangente, y se pierde en bifurcaciones secundarias, y pese a tener algunos momentos atractivos, al final acaba ahogándose inevitablemente en ese innecesario desvarío, y más aún con una conclusión que era relativamente predecible, que se antoja un tanto simplona y que no colma las expectativas de tanto misterio. Uno de los atractivos de la cinta era ver a la hermosa Jane Fonda, pero este atractivo pronto se desvanece cuando vemos a la descuidada y despistada Alex, mujer greñuda, ebria y alcohólica, que no sabe lo que hace, parece estar siempre perdida. No es algo agradable de hacer, pero la película de Lumet, una de sus más flojas presentaciones, casi obliga a su reprobación, conociendo el potencial del realizador, y hace añorar al gran director de Serpico (1973), Dog Day Afternoon (1975) o la estupenda Network (1976).


  
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