domingo, 11 de diciembre de 2011

El péndulo de la Muerte (1961) – Roger Corman

Durante la década de los sesenta, Roger Corman se encargó de poner en escena numerosos relatos del prodigioso inmortal, del genial Edgar Allan Poe, y para varias de estas adaptaciones, tuvo el acertadísimo olfato de seleccionar para su reparto, a la legendaria personificación del terror, el gran Vincent Price, que nos dejó muchas de sus más inmortales actuaciones en estas cintas. Respetando en su mayoría, naturalmente, la primigenia y única obra de Poe, plasma los normales matices y detalles propios de cada adaptación, de cada director, y en esta oportunidad entrega un severo thriller terrorífico, tensa pesadilla psicológica de tortura y desviación, en un excelente trabajo para recrear el oscuro y mórbido mundo en el que el maestro literato volcaba todo su lóbrego universo. Por supuesto, el inolvidable maestro Price pone importante cuota en ese no menor esfuerzo, y con esas interpretaciones tan propias de él, tan románticamente terroríficas, de personajes sometidos a inverosímiles e insufribles terrores, nos introduce en ese mundo morboso, sórdido y enfermo, plagado de muerte y tortura, Vincent es la demencia y el sufrimiento personificados, las peores torturas y padecimientos toman forma humana, y toman un rostro humano para materializarse, en uno de sus papeles cuya impronta, quien escribe, recordará con mayor nitidez, y claro, escalofríos. Notable y muy apreciable esfuerzo para una labor tan compleja como llevar al cine a uno de los grandes de  la literatura de terror.

          
        

Comienza la cinta con un hombre que cabalga por una playa, su destino es un castillo que se alza en los alto de un risco, aislado, solitario. Cuando al fin llega, Francis Barnard (John Kerr), encuentra la gran residencia, antigua, imponente, silenciosa, y es recibido por Catherine Medina (Luana Anders), hermana del individuo a quien ha ido a buscar, un sujeto que no se deja ver fácilmente. Logra superar esa resistencia, y baja al subterráneo habitáculo del estrafalario sujeto, a través de numerosos pasajes, aparatos envejecidos, todo lleno de telarañas, y encuentra a Nicholas Medina (Price), a quien va a buscar por una bizarra razón, necesita saber exactamente cómo murió su hermana Elizabeth, esposa de Nicholas. La explicación que Medina le da es que la mujer murió de “algo en la sangre”, explicación superficial que no satisface a Barnard, que busca una razón más convincente, y va descubriendo que Nicholas era muy apegado a su esposa. Ante su insistencia, consulta al doctor que la trató, Charles Leon (Antony Carbone), y tras muchas preguntas, Nicholas le relata que Elizabeth murió de lo que él considera, un ataque de susto. Explica esto diciendo que su mujer, inicialmente cálida, amorosa y feliz, fue siendo poseída por el espíritu maligno de ese castillo, se obsesionó con él, fue perdiendo cordura y salud física, hasta que un día, tras oír un horripilante grito, la encontraron muerta, encerrada en una pequeña cámara. Después, Catherine le revela a Barnard un terrible episodio en la niñez de Nicholas, con la que pretende se compadezca de él. Tras introducirse en el sótano de su padre, con el que guardaba un parecido extraordinario, se escondió en ese lugar, equipado con numerosos instrumentos de tortura, para darse con la sorpresa de que su padre, que mostraba los aparatos a su esposa y a su hermano, mataba primero a su propio hermano, y luego torturaba con brutalidad a su madre, castigándolos, frente a sus ojos, por adúlteros.





Pero Barnard, que sigue investigando, encuentra un pasaje secreto que da a la habitación de Nicholas, y lo acusa de ser el culpable de una serie de aparentes eventos paranormales, y es que Nicholas pensaba que ella había sido enterrada aún viva, y ante esto, el doctor decide acabar con especulaciones, y exhumar a Elizabeth. Al hacerlo, encuentra la horrenda figura del cadáver descompuesto, en posición de escape, de lucha por salir, no había duda, Elizabeth sí había sido enterrada estando aún viva. Todo esto hace perder la poca cordura que le quedaba a Medina, todos deciden irse, pero él se queda y espera la venganza que Elizabeth decida infligirle. Después, es seducido por la voz de su querida esposa, que lo llama, va hasta el sótano, donde desde adentro de la tumba, Elizabeth (tenebrosa y oscura Barbara Steele) sale, viva, lo atormenta, y cuando parece que él ha perdido el juicio y la consciencia, Elizabeth le revela que toda su muerte fue orquestada para que ella se fuera con Maximillian (Patrick Westwood), amigo de Nicholas y presente ahí, situación que lo hace enloquecer al máximo, y en su demencia, encarna a su padre, y quiere castigar también a los despreciables adúlteros, ahora Elizabeth y Maximilian, a quienes llama como a su madre y tío. Elimina rápidamente a su ex amigo, y a ella la encierra en la misma cámara donde supuestamente había muerto, y al llegar Barnard, lo apresa para hacerlo sujeto de su máxima maquinaria de tortura, una enorme cuchilla péndulo, que se mece y va bajando hasta poder seccionarlo por la mitad. Finalmente, Nicholas, ahora su padre, es detenido por Catherine y el doctor Leon, salvan a Barnard y todos escapan, quedando solo el atormentado y fenecido Medina. Deciden nunca volver a ese sótano, ignorando que dejan encerrada a la  adúltera Catherine.






La cinta tiene momentos completamente arrebatadores, intensos, delirantes, empezando con la notable escenificación y concepción del tenebroso castillo, solitario, habitado pero abandonado a la vez, lleno de telarañas, es un lugar muy tétrico, maligno, tenebroso, que tiene una presencia propia, y que es capaz de poseer a un individuo y hacerle perder la cordura completamente, deforma y tuerce el espíritu humano, como, en efecto, pasó con toda la familia Medina, y particularmente con Nicholas. Es un lugar apartado del resto del mundo, castillo corrompido, malévolo y poseído, todo esto se ve reforzado por una música igual de tétrica. Hay un sello inconfundible, muy propio de esta cinta, único podría decirse, me refiero a la excelente presentación audiovisual en que el director enmarca y remarca los recuerdos, las más sórdidas situaciones, indecibles e insufribles traumas, un sello totalmente reconocible de sus adaptaciones de Poe, pero más patente y potente que nunca en esta oportunidad, cuando crea una pantalla elíptica completamente inundada por determinado color, acorde al recuerdo, atmósfera intensa y onírica, que puede devenir en pesadillesca. Así, veremos los dulces recuerdos iniciales, en este caso en azul, con Elizabeth que era feliz junto a su esposo, un mundo de felicidad y frágil perfección, que cederá a la posterior descomposición, y es que a la vez este recurso ilustra momentos completamente opuestos. Me refiero a los momentos del peor de los días, cuando Nicholas presenció la muerte de su tío y la terrible tortura de su madre, a manos de su propio padre, terriblísimo momento ilustrado de símil manera, pero variando el color a un demencial azul mucho más intenso, y al morado. Un recurso más que remarcable, sumamente expresivo, pero que, aunque parezca increíble, ciertamente no alcanzaría su punto máximo en ninguna de las circunstancias antes mencionadas, pues se guardaría lo más poderoso para la representación final de la cinta.



Alcanzaría este recurso expresivo el clímax de la demencia cuando Nicholas, completamente desquiciado, es poseído  por la demencia, por la malévola presencia del mismísimo castillo, y encarna a su padre, con el que, por cierto, guardaba parecido físico extraordinario. Con la elíptica pantalla completamente inundada del más fatal e intenso rojo, alcanza un fundido carmesí, que lo inunda todo, que lo posee todo, y llega más allá, con la imagen que se distorsiona, se deforma con estiramientos laterales, los rostros desencajados y de sufrimiento se funden completamente con esos colores, morado en un caso, intenso rojo para retratar al desquiciado Nicholas, en su máximo estado de locura. El soberbio y surreal recurso audiovisual alcanza entonces su punto máximo. Y claro, el maestro Price se luce completamente, al inicial y atormentado Nicholas, cuyo rostro es la poética personificación de los más indecibles tormentos y traumas, le sucede la personificación de su padre, de parecido remarcable, al que imita hasta en la vestimenta, transmutándose y convirtiéndose por completo en él, y es aquí que se explota al mejor Vincent Price, demente, desquiciado, maniático, desequilibrado psicópata que va a castigar a los pecadores adúlteros, meciendo su inverosímil péndulo cuchilla, investido en un oscuro traje negro que solo deja al descubierto su ya inhumano rostro. La alucinante presentación de los fundidos en color y la música, potencian y maximizan esa demencia, un rostro igual de poéticamente expresivo, pero ahora para el descontrol y locura, terror total, es el mejor y más terrorífico Vincent Price, en una faceta de terror que pocas veces se repiten en su ilustre filmografía. Mención aparte merece la participación de la góticamente hermosa Barbara Steele, en el papel de la adúltera Elizabeth, la mujer que se consagró por sus interpretaciones del terror en el ámbito gótico italiano, y que hasta participaría en la inolvidable  (1963), del gran maestro Federico Fellini, fue en esta década, los 60, cuando lo mejor de ella vio la luz, donde merece destacado lugar esta interpretación, la fría, malvada y escalofriante esposa del desquiciado Nicholas, maquiavélica mujer cuyos retorcidas acciones parecen no conocer límites, y que cabe mencionar que apenas fue su segundo trabajo como actriz. Estupenda película, de gran ritmo, que cuando nos hace bajar por instantes la guardia, nos bombardea inmediatamente con las más terribles circunstancias, sin duda es una cinta necesaria para fanáticos tanto del cine terror, como de Corman, como de Vincent Price, y claro, también de Edgar Allan Poe. Gracias a los tres maestros de la materia. 







 
 








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