lunes, 21 de noviembre de 2011

Taxi Driver (1976) – Martin Scorsese

Una de las mejores producciones que nos ha dado el cine yanqui en décadas recientes, uno de los grandes clásicos del cine, que no puede quedar fuera de ninguna lista de las mejores películas. La inolvidable Taxi Driver afortunadamente desfila entre esas películas de fácil acceso al público, pues es un filme de obligado visionado, y que merece la pena repetir el mismo una y otra vez. Multitud de detalles por mencionar, para empezar el impecable reparto actoral, encabezado por un Robert De Niro que nos obsequia una de sus más inolvidables interpretaciones, un Harvey Keitel que también cumple bien su papel, ambos muy jóvenes, pero no tanto como la púber Jodie Foster, en uno de los papeles que le dieron mayor personalidad y respeto en el cine, y una siempre hermosa y elegante Cybill Shepherd. Un acierto total el de Scorsese al reclutar a jóvenes actores, en una década en que cambiaba la forma en que se hacía cine en Hollywood, donde los actores con aspecto de superestrellas, de semidioses, ya no eran los únicos requeridos, sino individuos con aspecto de personas normales, gente de la puerta de al lado, y es que se buscaba representar un mundo podrido, descompuesto, cuya descomposición lleva a un conductor de taxi al colapso, a tomar acciones inauditas para actuar en contra de toda esa podredumbre. El filme es fuerte, tiene una temática directa, el taxista que, conmovido, desea salvar de toda esa putrefacción a una joven prostituta, es su forma de querer cambiar ese mundo arruinado. 

    


Travis Bickle (De Niro), un insomne ex marine, está buscando trabajo nocturno como taxista en la ciudad de Nueva York. Está enfermo de toda la suciedad e inmundicia que ve diariamente en las calles donde transita, ladrones, drogadictos, prostitutas, proxenetas, trabajar como taxista toda la noche, todas las noches, le da una visión profunda de toda esa escoria, pues se desplaza por los peores lugares, y una constante voz en off de él nos narra sus más internos pensamientos. Pese a su trabajo nocturno, no se deshace del insomnio, lidia con esos inmundos pasajeros diariamente, y su único contacto fuera de ellos son sus camaradas taxistas, intercambiando bizarras historias sobre sus pasajeros. En uno de sus avatares, conoce a la hermosa Betsy (Shepherd), que trabaja en la campaña como candidato presidencial de Charles Palantine, ella es angelical, distinta a todos, se siente muy atraído por ella, la asedia casi, y no puede evitar acercarse a ella, con el pretexto de querer ser voluntario, y logra invitarla a salir. Van a comer, le resulta interesante a ella, nace cierta química, y la hermosa música tiene en Betsy la encarnación perfecta. Curiosamente Travis tiene como pasajero una noche al propio candidato Palantine (Leonard Harris), a quien confiesa todo el asco que siente por la ciudad. Sigue saliendo con Betsy, hasta que, increíblemente, la lleva a ver una película pornográfica, arruina todo, ella se indigna y espanta de él, y en vano trata de volver a verla después, todo vínculo con ella se rompió. 






Travis va sintiendo que algo va creciendo gradualmente dentro de él, siente una necesidad de actuar en contra de toda la podredumbre, nos enteramos de sus pensamientos siempre por su voz en off, que también nos informa del diario que está llevando, mientras se va cruzando en más de una ocasión con una prostituta de muy escasos años. Siente que los días se evaporan sin que nada, absolutamente nada distinto pase, hasta que algo distinto sí pasa, hay un cambio que él origina. Contacta un sujeto vendedor de todo tipo de armas, no piensa soportar más la inmundicia en la que vive, incluso se ejercita, ha habido un cambio. Es así que va actuando en contra de toda esa podredumbre, primero elimina a un negro que asaltaba una tienda, se va transformando, se va desconectando del mundo “normal”. Luego, va a buscar a la jovencita que vio más de una vez, la prostituta Iris (Foster), una púber que se prostituye como si fuera lo más normal del mundo, que acepta y está a gusto con su entorno, sobre todo con su proxeneta, Mathew o “Sport” (Keitel), pero Travis habla con ella, le dice que quiere salvarla, sacarla de ahí, la convence de dejar esa vida, pese a estar enamorada de Sport, es un bizarro amor que la mantiene en ese mundo. Después, la transformación está completa, luego de enviarle un dinero a Iris para que abandone esa vida, Travis aparece con el inolvidable look de mohicano, intenta matar a Palantine, el momento cumbre de sus actos está por llegar. Va al cuchitril donde trabaja Iris, y desencadena una brutal orgía de sangre, elimina a todos, a Sport, al viejo pervertido que administraba el cuchitril, y a un parroquiano que le dispara, limpia todo, un plano cenital nos muestra la masacre, mientras llega la policía. Iris regresa a casa, se reinserta a la sociedad, mientras Travis se recupera y vuelve al trabajo. En el final, vemos inesperadamente a Betsy, que se sube al taxi de Travis, conversan, su único contacto visual es a través del espejo retrovisor, mientras ella, fría y distante (como la definió él después del fiasco del cine porno), le pregunta cómo está tras lo sucedido, impensado acercamiento. Él se muestra distante también, solo al final se ven cara a cara, y se retira sin cobrarle la carrera, la deja atrás.





Inmenso el filme. Tenemos el deleite de ver a dos jovencísimas estrellas actorales, el legendario De Niro y Harvey Keitel, por entonces imberbes, jovencitos de barrio, en medio de un morboso mundo neoyorquino plagado de inmundicia, putrefacción, descomposición y decadencia humana. Los actores se lucen, como también lo hace la Shepherd, y por supuesto, mención especial para una casi niña Jodie Foster, en un papel de innegable fuerza, de carácter, el cual la por entonces púber Foster interpreta con sorprendente solvencia, magistral la interpretación de una actriz que desde ya apuntaba maneras, un durísimo papel, que probablemente dejó impronta en ella, pues siendo niña se sometió a la producción de un filme que a más de uno generaría malestar, por la fuerza del tema, de sus imágenes, y la violencia de algunas de sus escenas, todo esto vuelve aún más remarcable el trabajo de la rubia. A esto se suma un elemento indivisible del filme: la música. El genial Bernard Herrmann, que en repetidas ocasiones nos obsequiara bandas sonoras inmortales para Hitchcock, Truffaut, y el mismo Scorsese, se encarga ahora de entregar una de las bandas sonoras más entrañables de las últimas décadas. Su solo de saxo es una auténtica delicia, elegante, sutil, dulce, apacible, lo más impresionante es que enmarca más de una situación, de muy diferentes naturalezas, pero las enmarca todas a la perfección. Inicialmente es la música con la que aparece la angelical e intocable Betsy, pero la escuchamos muy a menudo, cuando Travis observa las calles, cuando avanza, etc, y una escena memorable es la de Sport poniendo el disco con esa música, y bailando con su querida Iris, es un momento poderoso, esa dulce y hermosa música, no distingue del contexto, pues no importa que los protagonistas del momento sean una jovencísima prostituta y su degenerado proxeneta, lo que importa es el amor que los une, un amor bizarro, que crece en medio de esas condiciones infrahumanas, pero por eso mismo un amor más admirable, tan puro como el de cualquiera, y la dulce música le pone un marco estupendo.

   


   




Es muy probablemente la mejor película que ha hecho el buen Scorsese, su etapa de mayor desenfado, en el que exploraba el mundo del hampa, el submundo de la delincuencia, pero desde una perspectiva mucho más underground, mucho más subterránea, menos chic y amanerada que en su etapa posterior. Soberbio su retrato de un correcaminos que recorre la ciudad, que tiene como entretenimiento diario la escoria máxima, de la cual se siente asqueado, enfermo, la repudia pero inconscientemente, sin darse cuenta, ha pasado a formar parte de ese decadente y despreciable mundo. Esto se aprecia en la inexplicable decisión de llevar a Betsy a un cine porno, Travis ya está corrompido por toda la asquerosa escoria que tanto repudia, después de cometer semejante acción, opina que ella resultó ser exactamente igual a los demás, fría y distante, pero en realidad era ciertamente distinta, sólo que él, ahora corrompido por la inmundicia, ahora parte de ella, no fue capaz de actuar de manera distinta. Pese a todo, siente una irreprimible necesidad de actuar en contra de todo eso, por lo cual se arma hasta los dientes, saturado y hostigado de todo, realiza una “limpieza” con sus propias manos. En medio de toda la descomposición, encuentra a la dulce Iris, con quien la música de Herrmann adopta forma otra vez, serena belleza, paradisiaco sosiego. El recurso narrativo de la omnipresente voz en off de Travis también nos brinda un ambiente de cierta intimidad con él, pues no solo nos transmite su asqueo con ese mundo, sino también una bitácora personal, su diario donde anota todos sus pareceres y sentires, aumenta y duplica la intensidad de sus incorpóreos sentimientos. La cinta tiene secuencias legendarias, como la inmortal secuencia del “¿me hablas a mi?” frente al espejo, o el no menos inmortal look mohicano, es todo un clásico del cine, el retrato de la descomposición de un individuo, que se resiste a fundirse con su podrido entorno, y lucha con todas sus fuerzas para no permitirlo, y aunque inevitablemente se contamine por el constante contacto, lucha también por limpiar toda esa inmundicia. Al final, podemos vislumbrar un final relativamente conciliador y esperanzador, viendo a Betsy otra vez, su único contacto con la superficie, con gente decente, ella lo mira pensativa desde el retrovisor, las miradas son todo, pues él tambien la observa a través de indirecto medio, y después de todo, sí es fría y distante, pero a la vez cálida, misteriosa, atractiva. Imperdonable perderse una cinta tan imprescindible. 

   


     







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