El gran ibérico Carlos Saura
seguiría configurando con el presente filme su fructífera y solida década de
los setenta, decenio en el que sus directrices más sensibles y reconocibles van
tomando forma ya definitiva, para convertir a su cine en ese arte tan distinguible
e identificativo de uno de los cineastas españoles más brillantes de los
últimos lustros, de esos cineastas que ya no se ven hoy en día. Saura sigue
explorando los poderosos temas que ya iba esbozando con personalidad en la un
año anterior Ana y los lobos (1973),
nuevamente apreciaremos el mundo interior, la infancia, y una suerte de
experiencia metafísica en la que la línea temporal de sus narraciones de
disuelve completamente, para entregarnos un ejercicio denso, sensible, y que
auto explora el universo de un protagonista que re descubre sus raíces, y, cómo no, también todo enmarcado
poderosamente en un contexto político especifico. Nos sumerge Saura en el mundo
de Luis, un español de madura edad que de pronto tiene que realizar un viaje,
movilizarse de Barcelona a su natal Segovia, para enterrar a su difunta
progenitora, y en la citada ciudad se reencontrará con su tía, y con su prima,
Angélica, su primer amor, convirtiéndose el filme en un auto re descubrimiento
del protagonista, mientras sus remembranzas y el propio tiempo presente se
fusionan en un solo relato. Excelente filme que consolida ya muchos de sus
futuros nortes, y nos prepara para lo que sería la descomunal Cría cuervos (1976).
Se inicia el filme con melodías religiosas, imágenes
borrosas y de ensueño de infantes. En una residencia, vemos a Luis (José Luis López Vázquez), que luego se embarca en viaje por carretera, el adulto Luis está
rememorando un viaje con su padre (Pedro Sempson) y madre (Encarna Paso), para ir a ver a su tía a Segovia.
Llega a la casa de su tía Pilar (Josefina Díaz), en el presente, a enterrar a su
finada madre, es recibido hospitalariamente. Allí, se encuentra con viejos
camaradas, Felipe Sagún (José Luis Heredia),
y también con Anselmo (Fernando Delgado).
Tras una suerte de escenificación romana, se adentra a una iglesia, donde está
su pequeña prima Angélica (María Clara Fernández de Loaysa). Es 1936, estando en casa de sus tíos, falangistas,
estalla la Guerra Civil, cae la República, celebra la familia, aunque los
padres de Luis son republicanos. Siempre alojado con Angélica y sus padres, se
dirigen luego todos al cementerio, pasa tiempo con su ya adulta prima Angélica
(Lina Canalejas), quien le cuenta de algunos
comentarios de la abuela sobre las malas elecciones del padre de Luis para su
esposa, y que fue un tonto por perder a Pilar, en quien estuvo originalmente
interesado. De regreso otra vez a la carretera, Luis se aprecia a sí mismo,
repitiendo la escena de no querer ir con su tía Pilar, y sus padres
convenciéndolo.
Siempre acompañado de su tía Pilar, va a recorrer las
calles de su infancia, su viejo colegio, un espacio acondicionado para el cine,
donde se proyectan singulares imágenes de unos oscuros e inquisidores sujetos,
asimismo sufre severas pesadillas, ve una monja sangrante, estigmatizada, que lo
amenaza. Eventualmente sale a una suerte de picnic con la adulta Angélica, y su
ahora esposo, Anselmo, y en esa ocasión descubre lo infeliz que es su prima
con su esposo, está muy insatisfecha. Luego, Sagul, convertido en sacerdote,
pregunta al pequeño Luis por su atracción a su prima, le recrimina y abofetea
por negar esa atracción, la que considera un pecado. Mientras tanto, la guerra
civil sigue su paso, Anselmo resulta herido en combate, la familia siempre
apoya a la falange. Luis, por su parte,
sigue rememorando pasajes de infancia,
con Angélica se escabullen al tejado y tienen, un un beso, efímero idilio que
el furioso padre de ella detiene en el acto. Luego van los chicos a la iglesia,
pero una brutal incursión, un bombardeo, interrumpe sus lecturas. Mientras la
adulta Angélica sigue manifestando su insatisfacción con Anselmo, es hora ya de
irse para el pequeño Luis. Camina con su prima, pero unos militares los
detienen; mientras Anselmo flagela a correazos a Luis, Angélica es peinada por
su madre.
El inicio del filme es una perfecta entrada, una
introducción a los que presenciaremos, observamos una suerte de ensoñación, un
denso prólogo, surreal escenificación en la que las imágenes se difuminan, se
diluyen como en un sueño, un denso sueño en el que la sutil melodía religiosa
se fusiona con la inocencia de unos infantes y sus sencillas actividades, y es
que el filme todo estará impregnado de infancia, de inocencia, y de un halo de
densidad que vuelve a su visionado toda una experiencia, surreal experiencia.
La principal característica del filme se manifiesta desde el segmento inicial,
elocuentemente vemos a un adulto protagonista, vemos al gran José Luis López Vázquez, cual niño, temeroso, caprichoso, no desea ir a
visitar a la tía, y sus padres se ven forzados a detener el auto, y consolarlo,
le dicen que no llore, y convencerlo en
plena carretera de hacer la travesía, los republicanos padres envían al vástago
con sus parientes falangistas, y vemos al maduro individuo rememorando y,
literalmente, reviviendo esos pasajes de sus recuerdos. Prontamente,
inmediatamente, apreciamos la infinita paradoja, el adulto rememora y revive,
los parientes jóvenes, igual que su prima, la pequeña Angélica, pero Luis es el
único adulto, y todos actúan con total normalidad, él es una especie de
envejecido outsider, la fusión espacio temporal queda inmediatamente plasmada.
Pero esto va más allá, esa amalgama de tiempo y espacio llega al extremo de que
suceden eventos del pasado, vivencias
rememoradas por el protagonista, Luis, y estos eventos se entrelazan y suceden
secuencialmente, con eventos contemporáneos, los recuerdos de 1936 y la guerra
civil, se superponen con los contemporáneos; la línea divisoria se disuelve
completamente, la convencionalidad del flashback es pulverizada, esto es fusión
pura, el espacio es el mismo, Segovia, pero la diferencia cronológica, casi tres
décadas, es la que desaparece, ambas líneas temporales se funden, se entrelazan
como una trenza, forman parte de un
único e inaudito relato, Saura nos introduce con pasmosa naturalidad a ese
surreal doble universo.
En el filme de Saura no debemos buscar la línea divisoria,
es una misión ni siquiera imposible, es
improcedente, la amalgama espacio temporal nos habla de cómo esos
íntimos momentos del pasado han desembocado en la actualidad, su relación y
vínculo es tan íntimo, tan estrecho, que
nos son narrados ambos juntos, causa y efecto son indivisibles, y para narrar
dos cosas tan vinculadas, Saura resuelve el desafío narrativo fusionando ambas
líneas. Como ejemplo, tenemos el detalle de Luis, que confunde al mediocre Anselmo, símbolo de la
falange, mediocre producto del totalitarismo, con su tío, y es que, producto de la compleja y densa técnica narrativa,
más de un personaje perteneciente a distintos mundos, por momentos también se
funden. Como bien he leído en alguna crítica, la influencia de un dios superior
del cine también se manifiesta en el trabajo de Saura, una influencia del titán
sueco Ingmar Bergman, cuya influencia en el cineasta español ha sido
expresamente reconocida. Inevitable rememorar cierta secuencia de Fresas Salvajes (1953), el sueño del
viejo profesor, del mítico Víctor Sjostrom, la ensoñación, el personaje, Luis,
se ve a sí mismo, en una suerte de idilio onírico, se ve a sí mismo con la
rabieta en plena carretera, el personaje tiene la sobrenatural experiencia de
verse, con su frágil y tímida actitud de infante llorón, verse a sí mismo en
singular situación, suerte de homenaje a una influencia artística mayúscula.
Los personajes de esa forma se juntarán, ambas Angélicas en no pocos segmentos
de unirán, como madre e hija, o a veces como mucho más que eso, la ambigüedad
juega también su rol. Infancia, pasado, muerte, herméticas situaciones, temas
de Saura que ya tomaban forma, se unen a otro tema, la religión, el filme no
está exento de mórbidas imágenes, como la pesadillesca figura de la monja,
sangrante religiosa estigmatizada que horroriza a Luis, la religión está ahí,
aunque en este casi tome la horrorosa forma de una sanguinaria monja, con las
heridas de Jesús y con un colorido colorido que se asoma, es severo el juego
figurativo del español. Este juego figurativo, si se siente poderoso ahora,
geométricamente más potente se debió sentir entonces, sobre todo por el
mencionado juego, el juego simbólico, con escenas como el cine del colegio,
oscuras y enigmáticas figuras desfilan con inquisitiva y escudriñadora actitud,
son un tipo de figuras que para el pueblo español de seguro tienen una muy
particular significancia, se advierten mensajes específicos para su especifico
universo y tiempo.
Y en este filme, como en toda esta inicial etapa de
Saura, se manifiesta otro de los grandes nortes de su cine, y que lo hermana y
emparenta con otro titán ibérico, con Luis García Berlanga. Hablo del
compromiso político, del mensaje entrelineas con esa dirección, con esa
intencionalidad, y de los no pocos
avatares que tuvo que realizar el cineasta para sortear la férrea critica y
censura franquista de entonces, tema que lo emparenta indiscutiblemente con el
arte berlanguiano. Así, llama poderosamente la atención, en ese apartado, el
tema sutilmente disimulado, el cambio de acera que experimenta el protagonista
en esa edad vital del ser humano, la infancia, formado y forjado en un hogar
republicano, de pronto se ve inmerso en un ambiente falangista, los partidarios
del totalitarismo franquista son quienes lo hospedan, y ese brusco cambio de
alguna forma incide en su carácter reprimido y tímido. Luis es llamado incluso
la oveja negra de la familia, es casi una ironía, los partidarios de uno de los
más nocivos dictadores de la edad moderna llaman oveja negra al hijo de
republicanos, él es el producto de ese cambio, siempre tímido, introvertido,
llorón, inseguro, un pazguato, pero curioso, y descubriendo el amor con su
prima, sus vivencias nos reflejan a través de la infantil lupa el transcurso de
un ambiente a otro, otro antagonista escenario, en el que personajes puntuales
son clave. En este escenario, por ejemplo, la represión lo empapa todo, el
temor se respira, y se traduce en ignorancia producto del temor, se cita a Antonio Machado, pero
es un tema que se prefiere mantener aislado, casi como un tabú, los adultos,
contaminados con la guerra y los prejuicios, prefieren hacer oídos sordos a ese
tipo de literatura, pero la pequeña Angélica, la niña, aún ajena a esos
conceptos, lo reconoce, a ella le gusta la poesía. La rigidez del sistema se
manifiesta, el cristianismo, el cura, que abofetea al infante por la atracción
carnal hacia su prima, ese concepto que experimenta por vez primera, es tratado
como indeseable pecado.
En este, el mundo de los franquistas, todo es represión,
y el símbolo de esta represión, de este sistema, claro, es Anselmo, mediocre
individuo que tiene insatisfecha y abandonada a su mujer, rígido, y como los
militares que detienen su paso al final con Angélica, el padre de ella, que en
muchos aspectos es contraparte de Anselmo, detiene también su efímero idilio
infantil. Ellos son el totalitarismo que debe llegar a su fin, y
esta fue la manera en que Saura se desenvuelve para eludir la censura, ese
listón que se convierte en maravillosa paradoja, pues mientras más difícil es
el obstáculo a sortear, más genial es la forma en que se lo sortea. Nuevamente
se manifiesta otro de los temas vertebrales de esta hermosa etapa de Saura, muy
probablemente su estadío más sólido, y estética y narrativamente incomparable,
lo mejor de su producción. Me refiero a la infancia, esa etapa de la existencia
humana que el propio cineasta se encarga de definir como un estadío que muchos
definen como mágico y feliz, pero para él no lo fue así, y se encarga el
ibérico de que sus personajes plasmen y reflejen a la perfección su particular
concepción de esta etapa humana, que él ve como confusa, oscura, infeliz, es un
tema capital de Saura, y la exploración que hace al respecto es el vehículo a
través del cual nos narra todo. Las piedras angulares del arte de Saura ya
estaban aquí, empero, estaban aún por alcanzar su cúspide en la siguiente cinta
del ibérico, la inolvidable Cría Cuervos terminaría
por ser el perfecto colofón de esta serie de trabajos tan hermanados, tan
íntimamente vinculados y que reposan en los mismos cimientos. José Luis López
Vásquez es excelente elección para el complejo personaje principal, y su
biotipo, de sujeto en apariencia débil, sumada a su interpretación, remarcan
esa aura de sujeto asustadizo, frágil, la amalgama de hombre y niño está
notablemente encarnada por un ducho actor, con sus miradas desamparadas,
expuestas y sometidas a experiencias que parecen superarlo, pero que a su vez
afronta con tanta naturalidad como inocencia, López Vásquez se convierte en la
máxima y más natural inocencia, muy notable actor que trabajara a su vez con
Berlanga, otro aspecto que de seguro influyó en Saura para su final elección, y
es que López Vásquez es, después del mítico Pepe Isbert, el gran fetiche
berlanguiano. Se configura así un gran filme, un filme ciento por ciento Saura,
sus mejores atributos van tomando forma definitiva, es el mejor estadío del
cineasta, y es un filme imperdible, de cuando la cinematografía ibérica
producía obras maestras, y no mediocres ejercicios frívolos, como en la
actualidad.
muy profundo análisis, espero poder entenderla, saura me gusta mucho, he visto anteriormente tres filmes suyos y los tres me han gustado.
ResponderEliminarSaura es uno de los mejores directores españoles de últimas décadas,y muy superior a mi modesto juicio a otros contemporáneos bastante más mediáticos. Espero que puedas ver la cinta!
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