El buen iraní Kiarostami nos
entrega este trabajo, el que muy probablemente es su filme mejor conocido y
mejor considerado, con el que se ganó definitivamente el favor de la crítica
internacional, y lógicamente, de paso, le abrió las puertas del mundo entero a
la industria cinematográfica de su país. Terminaría con esta entrega el oriental director su particular triada de filmes, conocida como la trilogía del terremoto, o trilogía
de Koker, trío de cintas que se iniciara con “¿Donde está la casa de mi amigo?” (1987), proseguiría con Y la vida continúa… (1992), y tendría
con el filme que nos ocupa el colofón perfecto. Habiéndose realizado el primer
filme antes del severo terremoto de 1990 que castigó Irán, la segunda película
sería una suerte de redescubrimiento de la zona afectada, para ver en qué
estado se encontraban los protagonistas de dicho filme. Y esta, la tercera
película, nos introducirá ahora nuevamente en las áreas azotadas por el
desastre natural, pero con el trasfondo de una nueva película rodándose, cine
desde el cine, mientras una historia de romance trunco se va materializando.
Rebosante de toda la fuerza visual y la sencillez y naturalidad del lenguaje de
este brillante cineasta iraní, el filme se erige como el más atractivo de la
triada, una excelente muestra de cine, dotada de sensibilidad del otro lado del
planeta, además de una sencilla reflexión de cómo afrontar un desastre
mayúsculo, un terremoto que destroza todo lo material, pero lo intangible, las
ganas de seguir viviendo, continúan ahí.
El filme se inicia con la imagen de un director de cine, (Mohamad Ali Keshavarz), está rodando una película, en una
zona aledaña a Teherán, el lugar que sufrió mayores daños con el terremoto
iraní de 1990, nos habla directamente, afirma que los demás miembros del equipo
de filmación fueron hallados en los exteriores. Tras el terremoto, nos dice que
todo fue destruido, hay una escuela femenina que se está reconstruyendo, y a
donde asiste él y su ayudante, la señora Shiva (Zarifeh Shiva), para seleccionar a una jovencita que
será la actriz de su filme. La elegida es la bella Tahereh (Tahereh Ladanian), y tras esta elección, la señora
Shiva se moviliza con Azim (Azim Aziz Nia),
anterior actor en “¿Donde está la casa de
mi amigo?” (1987), quien será el intérprete masculino de la nueva cinta. Se
movilizan en auto. Van a buscar a Tahereh, Shiva riñe con ella por su negativa
de vestir un atuendo de campesina. Comienza el equipo de filmación a trabajar,
Mohamad dirige a su equipo, y a Farhad (Farhad Kheradmand), el padre de Y la vida continúa… (1992), éste
realiza una escena con Azim, pero el joven e improvisado actor, se intimida y
tartamudea ante las chicas, no puede evitarlo, y, al estar Tahereh también en
la escena, éste se ve imposibilitado de hablar debidamente.
El reemplazo del joven viene a ser Hossein (Hossein Rezai), a quien Shiva va a buscar, mientras
todos están pendientes del filme y del rodaje. Tras superar una carretera
bloqueada, Shiva llega al plató con el reemplazante, que repetidas veces se
equivoca con su escena, la cual deben repetir a menudo. El director habla a
solas con Hossein, que le confiesa que tiene cierto pasado con Tahereh, la
quiere, su familia le imposibilitó su unión, y luego el terremoto imposibilitó
un posible cortejo, todo es distinto ahora. El joven intenta volver a cortejar
a Tahereh, el terremoto eliminó a sus padres, ahora su abuela es quien tiene
potestad sobre ella, y obstinadamente rechaza al pretendiente por analfabeto y
pobre. Pese a todo, la filmación continúa, se tienen dificultades pues Tahereh
no quiere siquiera hablar estando cerca Hossein, la situación se torna difícil,
el muchacho le habla durante los cortes, ella no pronuncia nunca ni una palabra
en respuesta. La misma secuencia, la que incluye a Azim y los dos jóvenes, y
tras no pocas repeticiones y correcciones, finalmente es terminada
razonablemente bien. El rodaje ha terminado, todos arreglan las cosas y se
están yendo, cuando el obstinado Hossein sigue a Tahereh hasta un bosque, Mohamad los sigue secretamente, el
joven persigue a la muchacha, le ruega una última vez le dé una oportunidad,
obteniendo una final negativa. El filme ha terminado.
Kiarostami, desde la secuencia inicial nos habla ya
poderosamente de lo que será su filme, el director, Mohamad Ali Keshavarz, que no es otro que el alter ego del
propio cineasta, nos habla directamente, interactúa con nosotros, la naturaleza
del filme queda expuesta desde sus segundos iniciales, la audición improvisada
por la actriz nos hace entender que veremos cine desde el cine, pero es apenas
el vistazo inicial, pues el filme será mucho más que eso. Tras el prólogo, la
presentación del filme, es decir la suerte de casting para la chica
protagonista en la escuela femenina en reconstrucción, somos introducidos en el
filme con ese poderoso travelling inicial, un travelling extendido y dotado de
mucha mundanidad, se sienten terrenas acciones e impresiones, pues todo se
vislumbra a través del vehículo, el auto en movimiento que transporta a la
señora Shiva y a Azim hacia el plató en su trémulo movimiento a través de las
primitivas y agraviadas vías de tránsito iraníes, y que nos va mostrando el
ambiente, la geografía del país oriental. De esa forma, la temblorosa travesía
se extiende por algunos minutos, y todo lo que vemos es el escenario de Irán,
sus lodosas y dañadas carreteras sin asfaltar, raquíticos arbustos y algunos
árboles que se erigen como resistiéndose a morir, pese a los desastres. Así,
nuevamente, y símilmente a como hiciese en su momento con su notable Y la vida continúa… (1992), otra vez la naturaleza adquiere un papel clave, la
geografía juega un rol muy importante, expresivo, silencioso elemento expresivo
que se vuelve clave, meollo incluso de no pocas secuencias, y en este
particular segmento, el travelling inicial, es sencillamente todo, es todo lo
que vemos, mientras somos el pausado diálogo en off del joven con la asistente del director de cine, lo primero que
hace Kiarostami es mostrarnos la geografía de su país, hace que vayamos
familiarizándonos con ella, nos muestra su austera realidad, pero no con un
halo de pesimismo ni de queja, de sollozo, muestra las cosas tal cual son, tal
cual están, y nada más, es una función de transmisión de información.
El travelling se romperá para mostrarnos nuevamente los
hechos cotidianos, el director trabajando con su equipo y con los lugareños,
pero cuando se retome eventualmente la técnica, siempre será a través del viaje
por carretera, por las escarpadas vías, y con el trémulo trayecto sirviéndonos
de lente, el viaje en automóvil se vuelve pues elemento fundamental de la
narrativa visual del filme. Y cuando no nos encontremos bajo esa perspectiva,
nos encontramos con él, con el director, con Kiarostami, el director y su
equipo trabajando, con las claquetas, con el altavoz dando indicaciones,
impartiendo directrices, aunque resulte ciertamente curioso que la única escena
en la que trabajan el filme entero es el corto fragmento de Azim (un detalle
que otorga mayor ilación a esta cinta en relación a la triada completa es
justamente ese, que incluya a Azim Aziz Nia, el actor y protagonista de la
anterior entrega, con lo que se siente ineludiblemente un relato conectado al
anterior, coherente, se advierte una unidad, una cohesión narrativa), con
Tahereh y Hossein, segmento de no demasiados minutos de duración, pero que se
ven obligados todos a repetir incansablemente debido a diversas dificultades,
que alcanzan incluso planos culturales (Tahereh imposibilidad de decir “señor”
a Hossein, detalle ignorado por el director, que hizo repetir no pocas veces
esa parte), pero que tras mucha paciencia y repetición, se llega a realizar. De
esta forma, cuando no se nos está deleitando con la cruda pero cálida belleza
natural de ciertos parajes iraníes, se nos introduce en la mundanidad de las
acciones de los protagonistas, un equipo de rodaje fílmico trabajando con los
actores lugareños, se irrumpe en esa cotidianeidad, y se nos muestra esa
sencillez, se mezcla la belleza lirica de ciertos momentos con la mencionada
mundanidad. El aspecto documental del filme se manifiesta claramente, nos
muestra cómo se ha materializado el filme, es el detrás de cámaras, es el trabajo
mostrado directamente, pero, como se
mencionó anteriormente, es esto meramente una de las facetas del filme, que
rebasa sobradamente los lineamientos de un mero documental.
Líneas arriba se menciona que en el actual filme, de
símil forma que en su antecesor de la trilogía, hay elementos que vuelven a las
obras hermanas, que las vuelven identificables y coherentes, consecuentes en su
expresividad y en sus recursos, en sus directrices. Antes el motivo fue la
búsqueda del lugar donde se filmó la primigenia película, para redescubrir y
reencontrarse con los anteriores protagonistas, y el viaje de padre e hijo por
carretera será el vehículo que nos irá mostrando el escenario y a sus
habitantes; ahora, otra vez se recorre el golpeado y azotado por el terremoto
espacio iraní, pero con el objetivo de realizar un nuevo filme, será ese el
móvil, el motivo; sin embargo, se
agrega ahora un nuevo elemento, que distingue a esta película de las dos
anteriores, y que la vuelve más humana, más compleja, más rica en contenido, y
lógicamente con más por analizar. De este forma, tenemos dos hilos narrativos,
el equipo de filmación superando sendas vicisitudes por materializar su cinta,
y la historia de amor, que se termina erigiendo en el más injerente de los
vehículos narrativos, el amor y el desamor, principalmente el desamor, pues nos
encontramos con un amor trunco, un amor imposible, imposibilitado por barreras
económicas y educativas primero, y luego naturales, el terremoto, es pues un
amor frustrado por todos los ángulos. Empero, hay una historia de trasfondo,
anterior y mayor incluso a estas dos vertientes mencionadas, y es la historia
de Irán, Irán que se va levantando, Irán que se va reconstruyendo, en la
anterior cinta de la trilogía, se vislumbraba simplemente la situación, atisbos
de mejoría; en esta ocasión, la golpeada tierra sirve para una historia que
hace evolucionar esa reconstrucción, el amor sigue pudiendo surgir en estas
circunstancias, la esperanza, la vida, el amor, aún pueden fluir en Irán. Así,
la reconstrucción va tomando cada vez más forma, los jóvenes estudian,
aunque sea precariamente, otra vez Abbas nos muestra su tierra natal post
cataclismo, pero nuevamente, no con un halo de desesperante pesimismo, sino con
optimismo, mirando hacia el futuro, no es un lamento sin fin, es un retrato de
la recuperación, una recuperación en la que el amor vuelve a ser una opción,
aunque en este caso, sea una opción truncada.
Kiarostami consigue con este, su probablemente más
logrado filme, alcanzar niveles de lirismo visual notables, nos muestra su Irán
en todas sus dimensiones, en todo su esplendor, y es que si bien nos muestra
necesariamente lo precario de un país de por sí ya desligado del desarrollo
industrial, tras el terremoto observaremos la fotografía de un país muy dañado,
con incipientes vías de transporte, lodo y barro en los intentos de carretera,
pero al margen de eso, los momentos en que alcanza mayor atractivo visual son en
los que el cineasta captura la descomunal belleza de ciertos parajes iraníes,
hermosos y verdes campos que se extienden como enormes alfombras que albergan
rústicas viviendas, coronado todo por las elegantes e inconmensurables
montañas, que silenciosas y majestuosas parecen observarlo todo a lo lejos como
titanes, Kiarostami demuestra ya un curtido y formado dominio que se manifiesta en una excelente composición de sus encuadres, juega con los distintos tonos del
verde de la naturaleza, el entorno es vital, el campo se vuelve el más valioso
elemento expresivo del filme. Y Kiarostami va incluso más allá, literalmente
deja a la naturaleza hablar, demuestra el iraní tener la suficiente
sensibilidad y tacto como para reconocer a su más valioso elemento expresivo, y
ciertamente el más hermoso, y le otorga la preponderancia debida, nos muestra
un encuadre poblado enteramente por árboles, el verde lo inunda todo, y deja
que los árboles hablen, el viento que pasa a través de éstos produce un
susurro que nos deja apreciar por unos instantes, la poética audiovisual del
filme alcanza sus mejores momentos en este breve pero potente segmento; sabe el
iraní otorgar la injerencia debida a este factor, la naturaleza, sus
gentes, no rompe esa sencillez, lo cual es un gran acierto, traducido en los no
pocos minutos que a ese ámbito dedica. Una sutil música aparecerá eventualmente,
para acompañar esa naturaleza por momentos, para ilustrar y reforzar otras
circunstancias también. Es así que el iraní cineasta nos presenta su obra, mucho
de cuyo éxito descansa en la poderosa forma en que entremezcla el cine y la
realidad, la ficción y la vida se funden, rebasando así, como se dijo, el mero
documental.
Esto se debe a que las no pocas repeticiones en la
grabación nos hablan de mundanidad, de cotidianeidad, se sienten no como un
elaborado y prefabricado conjunto de tomas para un detrás de cámaras, para un
documental per se, sino que se siente como algo que fluye naturalmente, y con
la misma naturalidad se fundirá con el relato de amor, la historia trunca de amor,
mundanidad y lirismo poético y audiovisual se encuentran en la obra de Kiarostami,
que por cosas como esa nos hace entender el que Godard afirmara que “el cine
comienza con Griffith y termina con Kiarostami”. La secuencia final es
sencillamente el colofón ideal, bella clausura dotada de la estética mostrada en su
máxima expresión, es lo más logrado visualmente del filme. Tahereh huye, se
retira ya terminado el rodaje, y el desesperado Hossein va tras ella, le habla,
sin obtener jamás siquiera un monosílabo por respuesta, y el director los sigue
silenciosamente, y él, como un foráneo, observa oculto la imagen, la lente
de la cámara se le une en su clandestinidad, las hojas y ramas de un arbusto nos
hablan de ello, un detalle soberbio, excelente, por única vez el campo visual
de la lente es interrumpido por ese clandestino, pues es una locación escondida, el director mismo,
y nosotros, nos vemos en la situación de observadores externos, observamos
silenciosos, no intervenimos, no interrumpimos, solo observamos. De esta forma,
un alejado plano, casi una panorámica, seguirá al frustrado amante en su
persecución, mientras un encuadre que tiene una simetría notable, nos muestra
otra vez esas verdes alfombras omnipresentes, otra vez la armonía visual, otra
vez la excelente y rica composición que dota a la obra de una concepción, de un halo pictórico muy notables, es el deleite final, otra vez vemos al joven acercarse a
su amada, pero a lo lejos, lejanas figuras observamos, un nuevo desplante tiene
lugar, pero no escuchamos nada, respetuosamente lo observamos todo a lo lejos,
pues todo ha terminado ya, mientras la sutil música se manifiesta por final ocasión. Con esa imagen extendida algunos minutos, Kiarostami pone inmejorable
colofón a su filme, condensa la belleza esgrimida durante el metraje, y nos
obsequia una final fotografía fusionada con el desenlace del relato, el soberbio
trabajo está terminado. Kiarostami pone punto final a un film notable, esta
cinta ciertamente significó la apertura definitiva de las puertas
internacionales para la cinematografía iraní, hoy en día moneda corriente de
cuanto festival cinéfilo europeo que se precie de ser digno haya. Sí, hay
cineastas en el otro lado del globo, hay cineastas en Oriente, hay cineastas en
ese alejado país llamado Irán del que los prejuicios políticos y de cualquier
otra índole nos tienen tan alejados; hay artistas ahí, y gracias a un Abbas
Kiarostami, podemos apreciar el hermoso arte que estos individuos tienen por
ofrecer.
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