Singular filme el presente, que
tiene entre los peculiares datos que enriquecen su background el bizarro hecho
de que con este trabajo casi terminaría la andadura cinematográfica del notable y
recordado Michelangelo Antonioni. El filme sería un intento de Wim Wenders por
recuperar a un por entonces casi paralitico Antonioni, que había sufrido en
1983 un severo ataque cerebral, que lo dejaba sin habla y con escasa actividad
física. De esta forma, y tras realizar algunos eventuales cortos, luego del infortunio, Wenders
consigue materializar este filme, en el que gran porcentaje está a cargo del
italiano. Es el filme el compendio, con marcados tintes eróticos, de cuatro
historias que toman lugar en sendas ciudades europeas, y en las que se tendrá
como principal hilo inductor, a las eróticas relaciones que tienen distintas
mujeres, la forma en que se relacionan con
sus eventuales amantes cada una a su manera, y con distintos tratamientos para
cada segmento. El germano cineasta se encargaría de realizar los prólogos y
algún aporte adicional a un film mayoritariamente de Antonioni, y que se enaltece a su vez por su variado y
distinguido reparto. El mencionado conjunto actoral incluye a Fanny Ardant, Chiara Caselli,
Irène Jacob, Sophie Marceau, además de Jean Reno, John Malkovich,
y, brevemente, la leyenda de la actuación italiana, el inmortal Marcello
Mastroianni.
Inicia la acción con un individuo, un cineasta
(Malkovich), que viaja en avión, y reflexiona sobre sus faenas como hombre de cine,
de sus impulsos. Se traslada luego en auto, visita algunas locaciones, mientras
busca habitación. En otro lugar, aparecen Carmen (Inés Sastre),
y Silvano (Kim Rossi Stuart), que se encuentran espontáneamente,
llegan a conocerse, se atraen, materializan un beso, pero de pronto, se
despiden, y se van meditabundos a sus respectivas habitaciones. Dos años
después, se reencuentran en un cine, van a la elegante residencia de ella, se
comunican sus últimas vivencias. Tras retirarse Silvano luego de una confesión
de ella, regresa, tienen íntimo contacto, aunque no sexo, y nuevamente se retira
él, se despiden definitivamente.
Aparece nuevamente el director de cine, que camina esta
vez por una suerte de playa y playground, tras lo cual, avista a atractiva y
joven fémina (Marceau). El cineasta la sigue hasta una
tienda, donde labora, la observa únicamente. Luego ella se va a ver con un
individuo, pero a continuación, entabla conversación con el director. Le habla
de su bizarra experiencia, apuñaló doce veces a su padre, pero no fue condenado en el respectivo juicio. Tras la sórdida confesión, van a la casa de ella,
donde intenso coito sostienen. Tras esto, el director se retira meditando que
fue a esa ciudad pensando en obtener personajes para un filme, pero acabó
obteniendo una historia.
Posteriormente, aparece una bella mujer (Caselli), ella
conoce en un café a un individuo (Peter Weller),
conversan sobre noticias, sobre el alma, sobre respetarla. Tres años después,
la mujer hablar con el hombre, que es un individuo casado, conforman ellos un
triángulo amoroso, El esposo mantiene intensas sesiones amatorias, tanto con la
amante, como con su mujer, Patricia (Ardant). Ambas
mujeres le encaran, separadamente, la situación, pero no abandona a su esposa, la amante finalmente
le confronta por jugar a doble banda, pero, otra vez, con intensa sesión
íntima, se sella y termina su historia.
Aparece finalmente otro individuo, Carlo (Reno), que
arriba a su casa, un departamento que encuentra vacío, sin muebles ni pertenencias, y llega poco después, una mujer que afirma alquilará ese
habitáculo. Ambos terminan compartiendo sus historias, ambos, engañados por sus
cónyuges, Carlo ha sido abandonado. Por su parte, el director de cine viaja en
tren, mientras un pintor (Mastroianni) está pintando paisajes, y una mujer
cuestiona su arte, pintando réplicas de otras pinturas. Una final historia
tiene lugar, dos jóvenes, un hombre, Niccolo (Vincent Perez),
corteja a una mujer (Irène Jacob), pero ella, enamorada, feliz, se
muestra evasiva. Pese a tener relativo acercamiento, finalmente ella huye a su
casa, cuando el joven le dice que salgan, ella afirma que al día siguiente irá
a un convento.
La introducción siéntese como
aporte de Wenders, hermosa introducción que se advierte impregnada de toda la
sensibilidad audiovisual del buen germano, dotada y envuelta por ese notable
halo de etérea atmósfera, tan característica e identificativa con Wenders, es
una sublime y delicada secuencia que sirve para aperturar el filme, y nuevamente
materializa el alemán una excelente fotografía audiovisual, una fotografía
introductoria a la ciudad, una panorámica auditiva y visual soberbia. Esta
apreciable secuencia sirve pues para abrir el telón a las cuatro historias, los
cuatro relatos que conforman el filme, y que se revisarán por separado.
Se siente también un melancólico
tratamiento en la primera historia, el amor perdido, o, en este caso,
frustrado, y en el que las palabras, claves e importantes en los estilos de
ambos directores, quedan completamente relegadas a segundo plano, se representa
una ausencia de ellas durante buena parte de este segmento, se da mayor
injerencia a lo interno, lo metafísico, lo que se expresa sin pablaras, y que
se refuerza con la atmosférica y sensual música, que llena el vacío y ausencia
de aquellas. Ese es el escenario en el que se manifiesta un romance sin
posesión sexual, que va más allá de eso, es una posesión que va muy de la mano
de algo que el propio director duda en definir, es algo que está entre un
estúpido orgullo, o la locura. Es el segmento más carnal e intenso, junto con
el tercero, aunque diametralmente opuesto por la naturaleza de la mencionada
conjunción, esa cópula sin penetración, sin posesión física, que tiene en el
final alejamiento su clímax silencioso, surreal y siempre sin palabras, una
conjunción que roza detalles platónicos.
En todas las historias, tenemos
al director como puente narrativo, indirecto y omnipresente narrador, dándonos
el enfoque del propio director, un guiño a sus interiores pareceres, y será
directo protagonista del segundo pasaje, también bastante erótico, en el que se
relaciona con la bizarra mujer parricida, y que nos ilustra también la singular
forma en que las ideas pueden poblar la mente de un creador artístico. El cineasta fue a ese lugar en búsqueda de personajes, y salió con más que eso,
salió con una historia, sórdido relato en el que se implicó directamente, es interesante el enfoque y aproximación de este segmento, el azar mucho tiene que
ver en esa inspiración, los más notables motivos y motores, pueden fluir con
bizarra espontaneidad.
El tercer segmento viene a ser
marcadamente el más erótico, el más carnal, el que se apoya directamente sobre
el sexo, la imposibilidad de sus protagonistas de desligarse de aquello, pues
sus acciones quedan casi supeditadas a la carnal actividad. Así, casuales
encuentros devienen sexuales e intensas sesiones, el sexo es el puente de sus
actividades, se encuentran los protagonistas esclavizados por el sexo,
supeditados a aquello, el acto que no pueden eludir, y que contornea sus
procederes, se vuelve su lenguaje, lo que con palabras no pueden transmitir o
solucionar, en el campo amatorio se resuelve. De esta forma, los tres ángulos
del triangulo amoroso quedan cayendo en esa espiral sexual, el sexo imposible
de evadir, aunque resulte en humillantes situaciones para las féminas, la carne
puede más en este, el más erótico de los cuatro segmentos, si bien, débese
mencionar, que el final flojea con una secuencia sexual que decae en
intensidad.
En la final historia tenemos un buen colofón, que rompe con los anteriores relatos, que sirve de correcto desenlace. Mientras en los anteriores teníamos al sexo como elemento recurrente e insorteable, en esta oportunidad, el sexo es repelido, por la singular mujer, hermosa y hermética, que afirma que siempre deseó ser hombre. Su unión, pese a existir cierta atracción, es imposibilitada, frustrada completamente cuando ella afirma que irá al convento, la cópula pues queda desbaratada, y cuando se le pregunta sobre qué pasaría si él se enamorara de ella, contesta que sería como una luz en una habitación iluminada. Se cierra el relato con otras de las memorables imágenes del filme, la lluvia que cae copiosa tras la lapidaria frase, y nos da un final recorrido por las ventanas, y las historias.
Se cierra así el filme, un filme
de por sí ya bizarro, con un severamente mermado Antonioni, privado del habla, y
con actividad física escasa, producto de la trombosis cerebral que nos
privó del genial cineasta. Antonioni se
involucra en la redacción del guión, de las historias, mundanas y carnales
historias que se sienten ciertamente de su autoría, y que se verán enriquecidas
con todo el trabajo audiovisual del gran Wenders. Divididas opiniones puede
generar esto, los que por una parte criticarán que Wenders realizara breves
prólogos para cada segmento, y tenga la, según estos detractores, arbitraria
auto investidura de codirector, y estos mismos personajes le atizan al alemán
que símil situación materializara una década atrás con Relámpago sobre el agua (1980) de
Nicholas Ray. Pero lo cierto es que excelente mérito tiene el alemán cineasta,
que de alguna forma rescata de la inactividad forzosa al gran italiano, y
enriquece sus historias con ese toque audiovisual tan característico suyo, no
se le puede reprochar a Wenders que reviviera y sacara de la penumbra a un
Antonioni terriblemente mermado. Con ese singular escenario, se configura
un fílme decente y atractivo, impregnado
de severo erotismo y sensualidad, fortalecido con el tratamiento audiovisual de
Wenders, que se siente en no pocos segmentos, en ese tratamiento audiovisual
que supera lo metafísico. La variada y abundante terna actoral está a la altura
de los maestros de orquesta, las hermosas féminas Ardant, Jacob, Marceau,
Sastre, y sobre todo la bella Caselli, cumplen con sus interpretaciones, breves,
pero indispensables, pues las féminas, junto al sexo, son el hilo conductor, la
columna vertebral narrativa del filme, en torno a ellas es que gira todo lo que
acontece, sus frustraciones, vivencias y tentaciones. Por el otro lado, el
siempre sólido y eficiente Jean Reno aporta su seriedad y solidez en su también
efímero papel. Peter Weller, el recordado Robocop, gran admirador de Antonioni,
también cumple en su rol. John Malkovich ofrece a su vez solvencia y solidez
como el director omnipresente, y que además, tras el excelente picado que
clausura el cuarto relato, nos da una final reflexión sobre la profesión del
cineasta. Y claro, la más efímera pero entrañable participación actoral, del
pintor, el maestro Mastroianni que nos obsequia minutos de su actuación, y
desliza la paradoja del artista creador y del artista que copia, y cómo, a su
juicio, se puede alcanzar mayor gloria
copiando la obra de un genio, que realizando propios e intrascendentes trazos.
Un filme que encierra muchas curiosidades, mucho material de discusión, pero
en definitiva, que reúne a dos genios mayores del cine, de diferenciados
estilos, en un momento bizarro, y que, correctamente dirigido y muy
decentemente interpretado, ofrece pues un trabajo notable, digno de toda la
atención que estos dos excelentes cineastas pueden generar.
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