domingo, 12 de agosto de 2012

Lisboa Story (1994) - Wim Wenders

Wim Wenders, uno de los más notables y decentes exponentes contemporáneos del siempre necesario cine alemán, dirige en esta oportunidad este singular ejercicio de arte, en el que con exquisito gusto se toma un poco el pulso a sí mismo, a su propia profesión, al cine, y lo hace materializando su conocido y reconocido trabajo y directrices. Nos retrata Wenders la peculiar historia de dos cineastas amigos, uno, director de cine, y el otro, su mano derecha, su sonidista: este último recibe un llamado de ayuda por parte de su camarada, que está rodando un filme en la capital portuguesa. Al ir el sonidista a Lisboa, no encontrará a su amigo, pero decide quedarse por lo bella de la ciudad, y comienza a grabar los sonidos a usar en el filme. La agradable película será una exploración por la manera en que el trabajo, la película, va tomando forma, el sonidista capturando Lisboa y sus sonidos, y ubicando a su amigo no habido, convencerlo de terminar el filme. Agradable ejercicio de Wenders, impregnado y dominado por su conocido y denso estilo, nos da un vistazo de una parte de lo que es su mundo, la persecución del artista por alcanzar la creación, nos hace una pequeña muestra de ese, su mundo, el cine, y cómo se va concretando el proyecto cinematográfico respecto al sonido. Dotado de toda la fuerza y belleza audiovisual ya sabidas por parte del cineasta alemán, cuenta el filme con la participación de la agrupación musical Madredeus, interpretándose todos a sí mismos.

        



Inicia el filme con Phillip Winter (Rüdiger Vogler), sonidista individuo que recibe una carta de un buen amigo suyo, cineasta, donde le pide que lo ayude con un proyecto fílmico en Lisboa, con el que aparentemente tiene recurrentes problemas. De esa forma, emprende largo recorrido por carretera, largo y variado viaje que disfruta Phillip, pues gusta de conocer diversas culturas. Recorre Europa en su automóvil, y llega finalmente hasta su destino, Lisboa, donde prontamente pregunta por su amigo, el director de cine Friedrich Monroe (Patrick Bauchau), Fritz para él, y no le es fácil buscarlo sin dominar el idioma. Para colmo, tiene problemas con su vehículo, su auto se estropea y no puede seguir. Logra superar el límite comunicativo de idioma, es ayudado, y consigue llegar hasta la casa de su amigo Fritz. Ya allí, éste no da señales, no aparece, en su lugar, Winter conoce en la casa a Zé (Joel Cunha Ferreira), niño que, junto a otros, se desempeña como camarógrafo de Fritz. Winter hace escuchar a los niños algunos sonidos de prueba, los maravilla con su trabajo, mientras se va familiarizando con la bella Lisboa.





Una de sus actividades es escuchar a una banda de músicos, Madredeus, los músicos de Fritz, entre los que está la hermosa Teresa Salgueiro, a quien escucha cantar repetidas veces. Paralelamente, comienza a recorrer la ciudad, a apreciar su belleza, y también a capturar sus sonidos. Cuando vuelve con los Madredeus, se entera que se irán en una larga gira, se despide de la bella Teresa. Winter no deja en ningún momento de buscar a su ausente anfitrión, pero Fritz no da muestras de vida, incierto es su paradero, se preocupa Phillip, pero continúa grabando sonidos callejeros, sigue con el trabajo para el filme. Sigue el sonidista con su trabajo, lee la biblia en portugués, frecuenta a los niños camarógrafos, y sigue perfeccionando sus sonidos, recorriendo las calles con su equipo de trabajo. Hasta que, finalmente aparece Fritz, con Zé, los tres visitan un viejo almacén. Luego Winter escucha de su amigo sus sonados fracasos, conversan ampliamente, y Fritz no quiere terminar el filme iniciado, Phillip trata de persuadirlo de lo contrario. Eventualmente regresa Teresa, siempre ajetreada, pronto vuelve a irse. Finalmente, tras haber culminado el filme, los dos amigos se retiran.





Excelente cinta, que se siente poderosamente invadida e impregnada de la fuerza audiovisual de Wenders, de sus imágenes, y además de sus característicos personajes. Apertura el cineasta su trabajo con un agradable inicio del filme, con una suerte de introducción audiovisual, agradable y prolongado segmento que rebosa de imágenes, de recortes periodísticos al comienzo, entre los que se cuenta un guiño a la lamentable noticia de la pérdida del maestro Federico Fellini, además de tomas de la ciudad lisboeta, las interminables carreteras, avenidas, los monumentos, el día y la noche portuguesas, apenas está llegando nuestro protagonista a su destino, pero ya se nos obsequia un buen bosquejo de la realidad urbana de la locación. Buena introducción al filme se materializa, pues es de lo que se trata, de plasmar, mediante sus sonidos, una ciudad, el sonidista es quien nos guía, y su ámbito laboral cobra vital importancia, se documenta auditivamente un proyecto, por separado del resto del trabajo cinematográfico, se realiza esa labor, se escinde esa realización. Se configura de esta forma un filme que es un gran y sereno ejercicio exploratorio, por una parte de Portugal, de su folclore, de su gente, su música, narrada y plasmada con la sencillez de un cuento local, y la búsqueda, por otra parte, de los sonidos ideales por parte del artista, el sonidista, para dar forma a su arte y al filme.








Así es como Wenders nos presenta la odisea de ese individuo invaluable, indispensable para el cine, el sonidista, de vital importancia para este arte, su travesía se volverá pues el propio filme que nos ocupa, mostrándonos el germano realizador un poco de lo que es ese sensible universo, su universo, mostrando también la frustración del cineasta agotado de sus fracasos, hostigado, que quiere tirar la toalla, nos muestra la búsqueda de la inspiración, y todo enmarcado en el sencillo y urbano escenario de la capital portuguesa. A esa sencillez y concisión colabora decididamente un correcto trabajo de cámara, hará gala el realizador de sutiles e inteligentes travellings, siempre siguiendo la acción de manera precisa, adentrándonos más en ese simple y sensible mundo de la creación artística, de la búsqueda de la perfección expresiva. Importante cuota tienen también las secuencias de música, de Madredeus, geniales son los segmentos donde la banda participa, su etérea y atmosférica música invaden e impregnan todo, rompen la linealidad de otros segmentos, son secuencias de muy sensiblemente diferenciado tratamiento, segmentos aparte, de una densa atmósfera, de un exquisito ambiente, de ello se encargan la solemnidad de las cuerdas, cellos, violines -toda la banda interpretándose a sí misma, por cierto-, y la delicadeza y amplitud de registros de la hermosa voz de Teresa Salgueiro. Es esta una secuencia que repetidas veces fluirá durante el filme, deleitando a Winter, y al espectador, son los instantes más logrados, de mayor expresividad y contundencia en la cinta. Con toda esta variedad de elementos y recursos, toma forma un muy apreciable ejercicio del maestro Wenders, un cineasta de esos que se nos extinguen en los días actuales, toda su obra es digna de atención, es un cineasta mayor, siendo este filme uno de sus muy ilustres representantes.





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