Este filme representaría uno de
los más ambiciosos y magnos proyectos cinematográficos del inmortal cineasta
danés Carl Theodor Dreyer en su etapa de cine mudo, descomunal trabajo que
lamentablemente ha sufrido una incomprensible cantidad y diversidad de
mutilaciones en su metraje, llegando a existir por lo menos cuatro cortes o
ediciones. Adoptando el tema religioso cristiano, Dreyer nos introduce en el
relato de Lucifer, la batalla de Satanás por volver a la gracia de Dios, su
particular batalla por ganar la absolución. Empleando el por entonces común
recurso de unificar distintas realidades temporales a través de un hilo
conductor común, se nos presenta un relato dividido en cuatro segmentos o
historias en las que las fuerzas del bien se enfrentan a las malignas, una en
la época del mismo Cristo, con Judas traicionando a Jesús; otra, en tiempos de
la severa Inquisición en España; una tercera en los días de la revolución
francesa y la reina María Antonieta; el final relato tiene lugar en una pequeña
ciudad donde se desarrolla intenso duelo entre bolcheviques, entre rojos y blancos.
Satán es condenado a tentar a los hombres, recibirá castigo si los hace caer
en tentación, será condonado si fracasa en ello. Uno de sus primeros filmes, el
tercero de la producción del danés, haciendo ya gala de su dominio en las
técnicas de un arte que aún estaba en etapa formativa, es uno de sus trabajos
mejor reputados, en el que ya va reflejando muchas de sus futuras directrices,
tanto temáticas, como de solemne puesta en escena, y tenemos al gran actor Helge
Nissen actuando como Satán en los cuatro segmentos.
Un texto nos informa, Satán, ángel
caído, es condenado a tentar a seres humanos eternamente, por cada individuo que caiga en sus redes, su condena se
prolongará cien años, por cada uno que se resista, un milenio le será
descontado. La primera historia tiene lugar en el año 30 d.c., durante los
últimos días de la pasión de Cristo (Halvard Hoff), los sacerdotes y curas se reúnen en
casa de Caifás. Satán se inviste como un fariseo, y siembra cizaña entre los
sacerdotes, quienes, recelosos de la creciente popularidad de Jesucristo,
reciben con avidez los embustes y cizañas del fariseo. Aparece también Judas
Iscariote (Jacob Texiere); a quien el diablo tienta para traicionar a Jesús, pero
Judas dubita inicialmente. Se produce la última cena, Jesús reparte pan y vino, reconoce a Judas
como quien lo entregará, cosa que eventualmente sucede, cuando todos van rumbo
al Getsemaní durante la pascua. Judíos y romanos van tras Cristo, su captura y
reconocimiento les son facilitados por el beso traicionero de Judas, que recibe
una bolsa de monedas a cambio, que poco le importan. Satán, con tristeza ve que
triunfó la tentación, la voz de Dios lo insta a seguir con sus malignas
acciones.
La segunda historia tiene lugar en Sevilla, en el Siglo
XVI, los años en que tenia poder y regía tiránicamente la Inquisición. En la
ciudad española, reside el distinguido Don Gómez de Castro (Hallander Helleman), junto a su bella hija Isabel (Ebon Strandin), ella estudia matemáticas e historia
con Don Fernández de Argote (Johannes Meyer). Pero Don Fernández no puede evitar
mirarla con otros ojos, no la ve como una mera pupila, y en vano se auto
inflige severos castigos, ella no sale de su mente. Esto es advertido por un
gran Inquisidor, que es Satán, aborda al atormentado mentor, que incluso ve en
la imagen de una santa a su Isabel, y aunque inicialmente rechaza unirse a los
inquisidores, al final se adhiere a su organización. Su primera misión es
entregar a Don Gómez y a su hija, clandestinamente localizados, a los
ejecutores, cosa que no puede hacer, e Isabel, sabedora de su filiación, lo
rechaza. Pero Fernández no puede faltar al severo juramento que hizo al unirse
a la Inquisición, y descorazonado observa cómo Isabel es condenada y ejecutada
en la hoguera.
La tercera historia nos localiza en Francia en 1793, la
lucha entre la monarquía y la república esta en álgido momento, Luis XVI ha
muerto, ahora se va tras la reina María Antonieta (Tenna Kraft), que está recluida en el claustro de
la Conciergerie. El ejército de la Revolución, armado con guillotinas, recorre las calles
francesas buscando sospechosos. Llegan los ejecutores al castillo Chambord,
donde vive el Conde de Chambord (Viggo Wiehe), y su esposa, la Condesa (Emma Wiehe). Ellos procesan y encuentran
culpable al Conde de una falta por la que será liquidado, pero el Conde y su
mujer escapan del control de los revolucionarios. Ellos se escabullen con
destino a París, se descartan siempre durante su trayecto. Joseph (Elith Pio), un buen amigo de los condes, es
instigado por Satán, bajo la forma de Manuel Ernest (Hugo Bruun), un ex siervo, ahora político, a
entregarlos, y se case con su hija, Lady Genevive (Jeanne Tramcourt). Mientras María Antonieta va a ser
ejecutada, Satán, también bajo la forma de un sordomudo, delata a los condes,
Joseph queda como el delator. La reina y el conde son ejecutados, Genevive
sufre, Joseph también, pero no hay tiempo que perder, Dios insta a Satán a
continuar.
El cuarto segmento tiene lugar en la ciudad finlandesa de
Hirola, en 1918, hasta donde llegan los bolcheviques, que van tomando fuerza,
el ejército Rojo busca a los denominados Blancos. Allí viven Siri (Clara Pontoppidan), casada con Paavo (Carlo Wieth), ella es cortejada inútilmente por
el campesino Rautamiemi (Carl Hillebrandt).
El oficial Maiti (Christian Nielsen)
debe colocar cableadlos telefónicos y telegráficos por Hirola, mientras los
Rojos continúan avanzando. Satán toma la forma de Iván, un monje ruso, El
rechazado Rautamiemi, por su parte, aunque inicialmente trata de evitarlo, va a
dar a una de las lecturas públicas de Iván, donde recluta gente para los
Rojos. Mientras tanto, Siri, por vengar la muerte de un ser querido, se
enrola en el ejército blanco. Los Rojos, por su parte, tratan de emboscar a la
mujer y su esposo, se busca la colaboración de Maiti. Iván llega hasta la fémina,
la amenaza con que colabore y delate a sus camaradas, o que liquidarán a
su esposo e hijo, pero ella se muestra reacia, Rautamiemi también desea eso,
para poseerla al fin, pero Siri no cede a ninguna amenaza, no confiesa nada, y
finalmente se mata con un cuchillo, Paavo llega solo para verla fenecer. Al fin
alguien resistió a la tentación, pero el camino es largo, Satán aún tiene mucho
por hacer.
Antes que nada es preciso indicar
que esta crítica se basa en la versión del filme de 120 minutos, no con poca
desilusión he de aceptar que no he tenido acceso a la íntegra versión, la de
167 minutos. Dreyer, en el primer segmento de su trabajo, el más solmene de
todos, retrata un tema que era necesario, ineludible, dada la directriz del
filme. Si de pecadores tentados se habla, no puede faltar Judas Iscariote, el
máximo traidor, solo después del propio Lucifer. Entre los detalles a notar,
tenemos la representación de una mujer tocando el arpa, de las secuencias mejor
logradas del filme, y en el que se siente un tratamiento impregnado de los ecos
del entonces naciente y vigoroso expresionismo alemán, las sombras y los
contrastes se aprecian en un fondo totalmente lóbrego, donde la única figura es
la fémina haciendo música, se materializa poderoso claroscuro. Destaca asimismo
la última cena, realizada con mucho formalismo, adoptando el clásico esquema
pictórico y distributivo de los apóstoles y Jesús en la mesa alargada y
angosta, la composición de sus encuadres hacen resaltar esa distribución, que
nos da la sensación de apreciar la solmene ocasión desde el punto de vista más
clásico y convencional, la concepción que tiene uno predeterminada de los
cuadros y pinturas religiosas. En este segmento, a parte del genial Nissen, el
trabajo de Jacob Texiere, como el traidor Judas es también sólido y notable. En
el segundo relato, otro momento históricamente vital dentro de la historia
cristiana, los oscuros años de la Inquisición y sus dominios despóticos, y en
el que la tentación carnal hace presa de un individuo, personaje que tiene singular alucinación de ver a su femenino objeto de deseo hasta en la figura de
una santa que venera. Es un capítulo que se siente dotado además de una mayor
teatralidad que el anterior segmento, materializada en los planos medios y
planos prolongados de una escena, que le dan mayor unidad narrativa al relato,
y que estará impregnado también por marcados contrastes, incluso en la
vestimenta, siempre las víctimas a procesar vestidas de blanco, y los
inquisidores, literalmente oscuros, visten de negro, un contraste expresivo y
significativo que no está ahí en vano; este detalle, sumado a la lóbrega
ambientación, refuerzan ese tibio halo expresionista antes mencionado.
Particularmente singular es el segundo segmento, el demonio se aprovecha de la debilidad y confusión de un ferviente seguidor de Cristo que se siente pecador por pensar de más en una mujer, se inflige severos castigos físicos, pero ni así se libra de esos pensamientos. Satán hurgará en esa inseguridad, y hará germinar la semilla de la tentación, del mal. Ya sin un directo conocedor de Jesús, como Judas, pero con alguien que está muy cerca de la Iglesia y sus abusos de aquellas épocas, aprovechará ese titubeo para fructificar su tentación. Notable segmento. El tercer escenario, la tercera historia se escinde ya un poco de los directamente vinculados a momentos religiosos históricamente significativos, ya no se trata de temas vinculados a Cristo, mucho menos de los días del mesías en vida. Ahora los años posteriores a la revolución francesa son el contexto, y Satanás, investido como un perseguidor líder jacobino, instigará a un desgraciado servidor a entregar a una mujer y su padre, mientras María Antonieta desfila hacia la muerte. También notable historia, en la que vemos, inauditamente a Satán increpar al pecador, le increpa que por su culpa una mujer y su progenitor están perdidos, hasta lo maldice eternamente, alcanzan la máxima expresión el remordimiento y lamento del demonio por la labor que ejecuta, ese particular aspecto del demonio se ve maximizado en esta historia, en la que además retrata el crucial momento histórico de la muerte de María Antonieta, y su célebre testamento, la carta empapada en lágrimas. En este segmento, asimismo, tiene lugar una destacable experimentación con la iluminación, en una conversación de los protagonistas, se intercala la prominencia lumínica de los interlocutores. El cuarto segmento, ya en la edad contemporánea, tiene poderosa variación, finalmente un humano se resiste a la satánica tentación, el momento histórico ya no tiene ni de lejos conexión cercana al cristianismo, pero es casualmente en ese contexto, la revolución rusa, bolcheviques rebeldes, Rojos contra Blancos, en que se hallará un alma que al fin resista la perfidia, curiosamente una mujer es quien rompe la tendencia masculina a ceder a tentaciones malignas.
Es el cuarto segmento el
necesario desenlace esperanzador, y en el que se materializa una suerte de
redención, incluso Lucifer tiene esperanzas de redimirse en el filme
dreyeriano, pues al fin encuentra quien lo acerque a una condonación divina que
parece menos lejana, la absolución de Dios parece, siquiera por un instante, menos quimérica, si bien su
implacable mandato ordena que el ángel caído siga con sus malignas acciones. En
ese sentido, un poderoso detalle que se observa, es la forma evidente y
bastante remarcada en que Satán nos es mostrado como un ser que se lamenta, que
tiene remordimientos, que experimenta pesar y dolor cuando sus malignas
acciones tienen éxito, el ángel caído sufre cuando los humanos caen en su
tentación, sabe que eso lo aleja más y más de la gracia de Dios, y sufre
particularmente en el primer apartado, cuando entrega al propio hijo de Dios, a
Cristo, se trata pues de un Satán que busca redención, que sufre cuando un
humano es poseído por la perfidia. Satán observa a la cámara, al espectador en
la primera historia, y aún más en la segunda, sus ojos expresan infinita
pesadumbre, el primer plano transmite todo ese dolor, todo ese pesar, el
máximo continente de la malignidad, Satán, también siente dolor, lamenta su
suerte, lamenta no poder volver a estar en gracia de Dios, es un Lucifer pues
complejo, y mucho del éxito del personaje radica en la soberbia y sobria
interpretación de Helge Nissen, notable en la infinita frialdad y sufrimiento
de Satán, una interpretación siniestra y notable del danés actor. Las historias van
avanzando en el tiempo, igualmente va avanzando su mundanidad, se van alejando
de la solemnidad de los tiempos de Cristo, pero siempre el mal se mantiene
victorioso, y no deja de ser curioso que la única persona que se resista al
mal, sea una persona de días contemporáneos, cuando se supone que el ser humano
ya se va degradando, que la humanidad se va descomponiendo, entonces, surge una
figura femenina para poner alto al dominio de la perfidia. Intrigante y
atrapante el tema que aborda Dreyer, esta, una adaptación de la novela de la
británica Marie Corelli, la lucha titánica entre el bien y el mal, a través de
diversas etapas temporales, y los humanos, como en épocas griegas, que son casi
juguetes, figurillas en el enfrentamiento divino de fuerzas superiores a lo terreno. Y para su cometido, se apoya el cineasta en un recurso para entonces
de moda, la utilización y amalgama de diversos espacios temporales, unidos por
un hilo o columna vertebral a todos ellos afín, una tendencia que se le
atribuye al gurú yanqui del cine, el mítico David Wark Griffith y su Intolerancia (1916), aún cuando el
maestro Dreyer ni corto ni perezoso haya negado su influencia. Pero lo cierto
es que no poco hereda de Griffith, si bien el danés le da otro norte a su
arte, quizás impulsado por su naturaleza nórdica, no se va tanto por el sendero
del espectáculo representativo, como el norteamericano, sino al moralista
mensaje, como es la situación del demonio antes analizada, además llega a plasmar
su dominio en profundidad de campo, en tema de ambientación, tratamiento
lumínico, además su inclinación por la teatralizada representación, desarrolla
lógicamente su diferenciado estilo el danés. Si una única objeción se le puede
poner a la obra, es lo notablemente cortados y abruptos que se sienten algunos
segmentos, pero ciertamente es algo improcedente para la obra íntegra, es una
observación a esta particular y mutilada versión de dos horas, la que ha
visionado quien escribe. Memorable filme de uno de los mejores directores de
cine daneses de la historia, sino el mejor, y esta última aseveración tiene
mucho cimiento, hablamos de uno de los directores que mayor y más directa
influencia ejerció en el prodigioso y descomunal director sueco Ingmar Bergman,
ser un referente para el gigante nórdico es ya algo de notar. Es un filme
clásico, cine mudo danés, filme de cinco estrellas.
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