Es la presente cinta el trabajo final de una de las mayores
luminarias que el cine europeo y mundial ha sabido producir, es el filme culminación
de la carrera del formidable cineasta danés Carl Theodor Dreyer, que indeleble
impronta supiera dejar en los mayores directores de décadas posteriores, y no en
vano la película que ahora nos ocupa ha sido seleccionada para clausurar una etapa en el
presente blog, Cinestonia. El filme es la adaptación de la obra teatral
homónima del mítico dramaturgo sueco, Hjalmar Söderberg, referencial
literato que serviría de primigenia fuente para adaptaciones de otras
luminarias cinematográficas, entre otros, sin ir más lejos, del inigualable
sueco Ingmar Bergman, a su vez uno de esos mencionados genios fuertemente
influenciados por Dreyer, pero en este apartado se ahondará mucho más, más
adelante. El memorable filme presente nos retrata la historia de Gertrud,
una mujer que vive y dedica su vida a la búsqueda de un amor ideal, de un amor
perfecto, un amor al que pueda ella entregarse sin condiciones, y que reciba a
cambio exactamente lo mismo. Empero, su tenaz búsqueda no encontrará un
amor a la altura, su amor sin ataduras ni reservas no encontrará adecuado
receptáculo, teniendo sendos fracasos en sus relaciones con tres hombres,
relaciones que serán el vehículo a través del cual el filme nos irá desnudando
a la protagonista, sus intereses, angustias y finales resoluciones. El filme es
un estupendo compendio de esas exquisitas y únicas directrices de Dreyer,
impregnado de todo el poder expositivo, estético, y de puesta en escena que
este remarcable danés pudo alcanzar, es una suerte de testamento artístico, una
obra mayor.
Se inicia la cinta en una residencia, donde Gustav Kanning
(Bendt Rothe) llama a su esposa, Gertrud (Nina Pens Rode), mujer que,
mostrándose fría y distante, ida, le reclama que antepone su trabajo a ella
misma. Así, él, abogado, se irá a reuniones de sindicatos, intentará un treta
política, ella se irá sola a la ópera, pero Gustav le increpa dos nombres,
Gabriel Lidman y Erland Jansson, nombres de su pasado. La madre de Gustav (Anna
Malberg) los visita después, visita que es acortada por Gertrud, que le informa
a su esposo que lo abandonará, el amor se extinguió, no tolera más estar en
segundo plano, después de su trabajo, le dice que ama a otro, y aunque esto causa
pesar en Gustav, no hay vuelta atrás y ella se marcha. Apenas saliendo de la
casa, afuera la está esperando Erland (Baard Owe), artista a quien ella ama,
pero a quien prontamente también reclama que la deja en segundo plano, por su
arte, rememora ella sus pasadas vivencias en un flashback, él tocando el piano,
ella acompañando con el canto. Gertrud, símilmente, le dice a Erland que no
tolera estar relegada, y es que Erland está más preocupado por vivir
intensamente que de ella, nuevamente Gertud queda desplazada. Gustav se irá a una travesía
artística pero cuando Gertrud le dice que ya es libre, cambia su proceder,
mientras le pide que se atreva a consumar su unión. El acongojado Gustav en
vano la busca en la ópera, pues Gertrud está en casa de Erland, enamorada,
accede al pedido del artista.
Luego, en la reunión importante de Gustav, donde está Gertrud
también, se agasaja al gran poeta del amor, Gabriel Lidman (Ebbe Rode), a quien
Gustav dedica solemne panegírico. Gertrud, que se siente mal, es atendida por
su amigo Axel Nygen (Axel Strøbye), y luego Gustav le pide que rectifique su
decisión, aunque todo es en vano; le afecta saber que Erland revela y se
pavonea de sus conquistas amorosas, siendo ella la última en publicarse. Poco
después, Gabriel hace lo propio, le pide explicaciones a Gertrud de porqué le
dejó, llora el poeta, y luego Gertrud canta a pedido de los asistentes, otra
vez con Erland al piano, pero ella se desvanece. Ya recuperada, le dice a
Erland que se irá, le pide que la acompañe, pero el desempleado artista le dice
que no, que ama a otra mujer, que le embarazó, cruelmente le dice a Gertrud que
no es ella a quien ama, pues es muy orgullosa. Luego, Gabriel se retira, ruega a
Gertrud que vuelva con él, pero de nuevo, ella dice que no hay marcha atrás, su
preponderancia a gloria, fama a y dinero, los separó, le rememora cuando halló
un escrito que aseveraba esto, sufre Lidman. Gertrud llama luego a Axel, se
movilizará a Paris, le pide le arregle su inscripción a la Sorbona. Por su
parte, Gustav triunfó en su cometido, es Ministro, Gabriel se marcha
apesadumbrado, Gertrud también se irá, finiquita definitivamente a Gustav.
Muchos años después, una envejecida Gertrud recibe a un también anciano Axel,
le devuelve unas cartas recibidas años atrás, y le lee un poema suyo, donde,
por encima de todo, está el ser amada, el filme ha terminado.
En el presente filme, el trabajo de cámara de un prodigioso
dómine del cine se manifiesta desde el segundo inicial,
el maestro danés no espera para dar rienda suelta a su
talento, desde el comienzo hace gala de sus facultades y aptitudes,
pulidas tras décadas de trabajo, décadas consolidando imperecederos trabajos
cinematográficos, se siente como si hasta el menor detalle
no pudiera ser realizado con tan pasmoso como sereno dominio, sorprendentemente parsimonioso es
ese trabajo de cámara. No vamos, todavía, a sus encuadres, ni a la composición de
los mismos, de sus escenas, sino a la parsimonia con que la lente
sigue a los personajes, inigualable esa característica, desde el segmento inicial,
en que aparece Gustav primero, Gertrud después, la cámara sigue con sutileza y
precisión al protagonista de la acción, ese parsimonioso seguimiento
dota de plácida serenidad, de sobriedad a la narración, y dota
de también serena expresividad al relato visual. Así, se
produce algo muy remarcable, la cámara y Gertrud se mueven casi al
unísono, se consigue una poderosa unidad expresiva, solidez de
una compacta expresividad, esto consigue que el protagonista de
turno, en este caso la actriz, se vuelva indiscutible e ineludible
centro de la acción, meollo de lo que se representa, el centro
dramático de lo que sucede, lo que refuerza y potencia
la interpretación de la actriz, y claro, el personaje nunca sale del
centro del encuadre, la parsimoniosa cámara se encarga de esto
con quirúrgica precisión, sólo variará levemente el entorno, jamás el
meollo dramático. Este notable trabajo expresa, asimismo, otra de las grandes
características dreyerianas, la teatralidad que impregna su
filmografía toda. Y es que Dreyer era un hombre estrechamente vinculado al
teatro, y el presente filme, adaptación del notable dramaturgo
sueco Hjalmar Söderberg, mezcla lo mejor que ofrece ese refinado arte,
esto es, la solemnidad y solidez de sus encuadres, de
sus perspectivas y concepción escénica, con lo
mejor del cine, la movilidad y multiplicidad de la lente, se moviliza
esa inteligente y precisa concepción, esto se aprecia en las secuencias en que
se pasa de planos medios, a planos americanos, se refuerza la
expresividad, se refuerza la teatralidad impregnada de cine. Con Dreyer, el
teatro y el cine, dos artes íntimamente ligados, se fusionan, se
amalgaman para producir un arte mayor, en el que se funden los mejores
atributos de ambos en un único y superior producto, contundente,
sereno, sólido, un resultado al alcance solo de los más dotados artistas,
como en efecto lo fue este memorable danés.
Mencionada la parsimoniosa forma de materializar
sus encuadres vayamos ahora a sus encuadres mismos, y a lo
que encierran. Alcanza Dreyer niveles mayores en este apartado,
en interiores, volviendo a la secuencia inicial, cuando Gertrud anuncia que
dejará a Gustav, emplea Dreyer todos los elementos de la residencia,
es como si todos los objetos, cuadros, muebles, espejos, floreros, todo lo
terreno y mundano formara parte de la escena, se vuelven parte de la
expresividad del momento, y están dotados de
una armonía que se complementa con la actitud de la protagonista. Sus encuadres, fijos mayormente, que tienen únicamente la
movilidad precisa, rebosan además de una distribución en la composición que
refuerzan esa armonía. Los objetos se implican tan íntimamente en la
expresividad de lo que sucede que se plasman con mayor poder en la secuencia de
Gertrud, cantando para deleitar a los asistentes a la importante
reunión de sindicato, con Erland tocando el piano, y con un cirio que sirve de
marco para el encuadre, se magnifica la figura del objeto, se
enriquece así el mencionando encuadre, y se dota a la imagen final de
una ligazón armónicamente pictórica, jugando
con las dimensiones de objetos y personas, generando
esas imágenes semejantes a cuadros, a una viviente y serena
pintura musical. Sí, los objetos también están facultados para expresar, son un
silencioso acompañamiento, y cuando los objetos, en su paz y quietud,
se ausentan, dejan lugar, por ejemplo, a las sombras; de una u otra forma,
siempre hay algo, siempre hay un acompañamiento a la acción,
al protagonista, siempre se refuerza y compacta lo que se expresa. Este
trabajo se plasma también en un excelente dominio de interiores por
parte del cineasta, la armonía de su composición queda
manifestada, los sutiles contrastes, sutiles contraposiciones de luz
y sombra, rebosan de la mencionada armonía, que, empero, buscan una
tonalidad de tendencia oscura, amalgamándose con los momentos en que
habla Gertrud, mayormente para expresar su congoja, su pesar de ser relegada; el trabajo atmosférico, pues, se complementa con lo que se quiere
expresar, se consigue mayor unidad expresiva, y se alimenta la densidad y
dramatismo. Estas elocuentes representaciones tendrán una
sensible variación cuando se busque plasmar secuencias de
marcada y diferente naturaleza, esto es, las secuencias de los
flashbacks, las representaciones de las remembranzas. Estas
secuencias están dotadas de un suave y sutil
halo onírico, delicado surrealismo que no llega a despegar,
empero, de la terrenalidad, se sienten aún acciones humanas, pero enmarcadas en
una tenue densidad, como lo refleja la imagen tibiamente etérea, un aire
ciertamente onírico impregna ambas secuencias de
recuerdos, siendo, naturalmente, más etérea la secuencia de Gertrud
con su delicado canto, y Erland tocando el piano.
En Gertrud, lo que el maestro danés había ido
ya consolidando, lo continúa, la paradisíaca atmósfera del inolvidable
milagro de resurrección en Ordet,
se continúa en este filme, el logrado paraíso terrenal, y
su etérea ambientación, se consiguen en este trabajo, más
sensiblemente en las secuencias de los flasckbacks, sin embargo, ese tratamiento
está presente durante todo el filme, ese trabajo de cámara y sus movimientos
tienen buena cuota en esto. Memorables son asimismo las secuencias en el lago,
donde se alcanzan las cúspides de muchos de los aspectos descritos, la armonía incontenible
ha conseguido rebasar los límites de los interiores, ahora impregna los
exteriores, ahora se fusiona su serenidad con la solemne naturaleza, una naturaleza
más quieta que nunca, es el marco de
íntimas conversaciones, las íntimas conversaciones que son vitales en la historia,
brillante su construcción, que servirá también de vehículo narrativo, expresivo,
herramienta invaluable para ir conociendo a los personajes y sus complejos
universos, especialmente, claro, el de Gertrud. El segmento mencionado, en el
lago, es único en su concepción durante el filme, y la luminosidad alcanza su máxima
expresión, su brillo emana poderosamente del fondo y se distribuye sobre toda
la escena, intenso fulgor lo domina todo, sólo los árboles interrumpen y
mitigan, cortando, esa incontenible y expresiva luminosidad, se forman marcados
contrastes, limpieza y naturaleza juntas en un momento clave, Erland, tras ser
sabido que divulga ruinmente sus conquistas amatorias, confiesa a Gertrud que la dejará, que ha
embarazado a otra mujer, y que no la ama a ella, que es muy orgullosa; el individuo
a quien más amor había profesado, y a quien se entregó toda, destroza por completo
la quimérica obtención de su amor pleno. Ya sea el trabajo la primera vez, ya
sea el libertinaje, la segunda, y el trabajo nuevamente en el tercer caso, su búsqueda del amor omnia será inviable, será infructífera,
el fracaso es la condena de su empresa, pues no hay quien se entregue ni tome
un amor completamente, no como ella lo desea.
Otro aspecto a notar en el
trabajo viene a ser el atrezzo, en el mencionado atrezzo, cuadros y espejos mayormente,
que complementan y dan equilibrio a los interiores apartados, se manifiesta nuevamente
un gusto y una eficiencia en plasmar interiores, esas exploraciones de
interiores que realiza tan exquisitamente con la movilidad de su cámara. Se
siente un trabajo por el que siente predilección Dreyer, la forma en que lo captura
todo, lo explora todo en ese espacio menor, es una forma magna de captar espacios
en efecto reducidos, estilo que se apreciaría no poco en las inolvidables
secuencias de Johannes Borgen en Ordet, esa magna y total exploración de interiores
es una característica sensible de un Dreyer ya curtido, que manifiesta, tras
toda una carrera perfeccionando su estilo, que las décadas no han pasado en vano
para el maestro, su dominio es total. También están las velas, simbólicos y significativos
elementos, que siempre tienen una presencia y un papel importantes. Aparecen en
un momento apagadas, Lidman y Gertrud hablan, el primero las enciende, y entonces
conversan, ella confiesa que su relación es irrecuperable, insostenible, y se
juntan dos caras opuestas en un solo plano, memorable imagen en la que el
rostro de Gabriel y el de Gertrud, que se refleja, mirando a horizontes distintos,
se cruzan en sus miradas, se captan juntos y manteniendo diálogo, la luz de la
vela trae una revelación. Y claro, tras terminarse la conversación, se termina
la iluminación, ella apaga la vela, la íntima conversación ha terminado, la iluminación,
la luz de la vela, también. Este expresivo recurso, solemne y lleno de
significado, tiene una importancia y validez tal, que es uno de los aspectos
que llegan a mantener fuerte influencia
sobre otros cineastas notables de décadas posteriores pero que supieron
reconocer un excelente medio de tan profunda expresividad. Cuando la vela está
encendida, es como si la vida hubiera llegado a poblar las secuencias, es como
poner vida sobre lo ya muerto, los pensamientos se aclaran, se va viendo en
efecto la causa de lo que sucede, los rompimientos definitivos sentimentales, la
luz de la vela siempre aparecerá para un momento revelador. Aquí quiero señalar
que este elemento se siente íntimamente ligado al cine de otro titán, del sueco
Bergman, en una de las obras más logradas e imperecederas del nórdico, la
inolvidable Gritos y Susurros (1972),
se aprecia el mencionado trabajo, la flama de una vela que se enciende y se apaga
en momentos claves, momentos muy íntimos, íntimas conversaciones. La sabiduría
y simbólica iluminación es un recurso que Ingmar supo también reconocer, y
adoptar para plasmarlo en su propio arte, es un recurso mayor, repleto de
belleza y solemnidad, que emparenta y vuelve hermanas a las películas, además
de la utilización también, aunque breve, de sensibles cellos que multiplican sensaciones
en determinados segmentos, un apartado en el que Bergman luego alcanzaría inigualables
niveles junto a Bach. Dreyer y Bergman, Bergman y Dreyer, mayúsculos apellidos
cuyas obras están fuertemente ligadas.
La imagen que nos ofrece Gertrud, desde el instante inicial
de su aparición, es el retrato de una mujer distante, evasiva, cuya mayor
evasión es la realidad, hay un pasado que se siente ella está ocultando,
se muestra lejana, hermética, como de
una ausente presencia, inactiva, es la actitud de una mujer
que se está desconectando de este mundo, en el que no existen
los ideales que ella está buscando. Particularmente notable, en su
encarnación, su mirada, siempre apuntando a una dirección que escapa
a la realidad, que escapa al presente, que siempre mira a
un espacio en off,
como estéril, hábil recurso de la intérprete que plasma a un personaje que está
cada vez más desconectado de este mundo, y que
eventualmente, acorde a su concepción, la llevará a auto
exiliarse del mundo, a escindirse de un escenario que no
le ofrece lo que ella busca incansablemente, pues su
perenne búsqueda del amor ideal está condenada al fracaso.
Únicamente con Erland, ella da muestras de mayor actividad, sonríe,
de alguna forma, vive de nuevo en este mundo. Tiene la fémina un
sueño que persiste en su mente, ella, desnuda, es perseguida por
salvaje jauría, y cuando es alcanzada por los cánidos, despierta. Ella
no puede concebir otra cosa que el amor perfecto, el amor total, amor omnia, para ella se define de esa
forma, no existe otro amor que ese, pleno, sin restricciones, sin condiciones, sin reservas, es una entrega plena y total, en la que no hay
nada más importante que la otra persona; lo intentará, opciones
y propuestas le lloverán, pero sendos serán sus fracasos en
hallar lo que busca. Es Gustav primero quien la defrauda, individuo que
antepone su trabajo y su ambición por escalar socialmente, no satisface la
necesidad, casi famélica, de estar en primer plano para su amado,
jamás un segundo plano le bastará. Luego Erland, el artista mujeriego, que vive
intensamente, su espiral de lívido no deja lugar para ella tampoco,
que ve destruidas sus esperanzas con el único a quien se entregó
toda, se consumó el amorío, pero ella recibe a cambio humillación, un
patán que se pavonea de sus conquistas y divulga sus intimidades. Gabriel
Lidman, el sensible poeta del amor, es quien se asemeja más a Gertrud
en lo que busca, más no en la forma en que lo hace. Él busca un
amor ideal, incondicional, algo muy suyo, ligado a su arte, lo emparenta a
su amada, pero finalmente, aparentemente todo es somero, superficial, el
escrito que Gertrud encontró es lapidario, trabajo y amor son para él irreconciliables,
enemigos natos, y otra vez, ella se quedará sin espacio preponderante, Gabriel
sufre, llora como ninguno de los otros dos, pero, como a menudo pasa, no hay
marcha atrás. La singular mujer es el objeto de deseo de todo
ser masculino, sí, le sobran ofertas, pero ella no tiene otro remedio
que rechazar cada ofrecimiento, no encuentra el amor pleno que busca que la
satisfaga, el rechazo es el único camino, el final exilio es
la única manera, escindirse brutalmente del mundo que no
la comprende es la salida, envejece ella, cual ermitaña, Axel
se convierte en su único y final nexo a este mundo, y cuando quema las cartas
que le envió en un lejano pasado, lo que queda de la
tenue conexión termina por romperse, ahora ella no tiene ya
ataduras a este mundo. Gradualmente Gertrud será derrotada, su incansable búsqueda
del amor omnia encontrará sendos fracasos, sendas desilusiones, diversas causas
que despezarán su idealista corazón, que la llevarán al autoexilio. Cuando vemos
a una Gertrud ya envejecida, ya derrotada y que abdicó en su búsqueda de ese
objetivo inalcanzable, lee unos versos, los únicos versos que escribió en su
vida, en su juventud, es un poema, tan escueto como elocuente, en el que ella pone,
por encima de todo, el ser amada, por encima de la belleza, por encima de la
juventud, por encima de la vida misma, un rótulo que desea figure en su
epitafio, ella ciertamente está buscando ese amor absoluto, su triste búsqueda
la sumirá en la escisión absoluta de este mundo, la convierte en una ermitaña.
Se necesitaba una actuación memorable para el filme, una interpretación sólida,
encarnación sin fisuras, un trabajo como el que en efecto materializa la danesa
Nina Pens Rode, coterránea actriz del realizador, que curiosamente es de
reducida producción actoral, escasos seis filmes tienen su cúspide en este trabajo,
trabajo por el que la actriz alcanzara la inmortalidad. Memorable su actuación,
con ese permanente aire de desconexión, de irse poco a poco desligando de un
mundo que no ofrece lo que se busca, su mirada perdida, perennemente buscando
algo, apuntando al espacio en off,
nos grafica su sentir, evadiendo siempre el mundo, solamente parece vivir con Erland, su final desilusión
significará su total rompimiento con el mundo, y la actriz está excelente,
ensimismada, abstraída, sólida, ser la protagonista en el filme final de Dreyer
es algo ya para la posteridad, y mención especial cabe para el detalle de que
Ebbe Rode, Gabriel Lidman, es su esposo en la vida real. Ella es la pieza que
completa el impecable trabajo de un filme mayor, un filme con que se despide
una soberbia luminaria del cine europeo, del cine mundial, Dreyer es un cineasta
que comúnmente no se cita a menudo cuando se trata de hablar de los directores
mayores en la historia del séptimo arte, pero es un artista que ciertamente
tiene lugar preferencial a la hora de sentarse a la mesa los mayores titanes de
este arte, es inolvidable este gran danés, y su último filme, es el
seleccionado para cerrar una etapa en el presente blog, Cinestonia alcanza, con
Gertrud, un año publicando un artículo,
una crítica, diariamente, este exigente régimen tiene su culminación con este
trabajo. Gracias a Dreyer, y ahora, a mirar al futuro.
Carl Theodor Dreyer |
Gracias por la info. Ojala la mayoría de blogs de cine se dedicasen tanto como tú a proyectos así. De Dreyer no se hable más: El puto amo.
ResponderEliminarGracias por los comentarios. Y sí, Dreyer es el puto amo, como diría cierto entrenador mediocre de fútbol jajaja.
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