Agradable, densa y melancólica cinta del buen
cineasta ibérico Vector Erice, filme que se encuentra impregnado y cargado de
muchas de las directrices que ha sabido en el pasado manifestar en anteriores
obras este bastante rescatable director.
Se trata pues de una cinta perfectamente reconocible dentro del estilo del
vasco cineasta, filme que siento particularmente emparentado y muy cercano a su
notable trabajo de una década antes El espíritu de la colmena (1973), que explora los temas que sirvieron de aristas
primordiales para el desarrollo de aquella historia, y que nuevamente un
decenio después, sabrán recobrar vigencia para transportarnos al seductor y
surreal universo de Erice. Nos introduce el filme en la historia de Estrella,
una niña española que vive en una región septentrional de su nación, y que vive
muy cercana a la misteriosa y oscura figura de su padre, cercano pero a la vez
lejano de su hija. Se engendra la constante fascinación por el halo de misterio
y de inalcanzable seducción del sur, concepto que se irá repitiendo
constantemente, y muy ligado a la figura paterna. El filme, símilmente a la
cinta antes citada, será un viaje a través de la psiquis de la niña, una
travesía por sus vivencias, sus preocupaciones, inquietudes, miedos, resultando
su principal atractivo, la forma en que se explora y desmenuza ese infantil
universo, pues la niña va creciendo durante el relato, una historia de denso y
melancólico surrealismo, plenamente identificable con el sutil y agradable
trabajo de Erice.
La acción se inicia con la silueta de una bella mujer
joven, una jovencita que encuentra un péndulo, que la hace rememorar una
ausencia masculina. Se trata de Estrella (Icíar Bollaín), de quince años, que rememora sus
años de infancia (Sonsoles Aranguren la interpreta de ocho años), cuando tuvo la familia que trasladarse por
motivos laborales del padre, estableciéndose en el norte. La infante Estrella
jugueteaba alegremente en su hogar, procurando guardar silencio por su madre, y
rememora además estancias con su padre, Agustín Arenas (Omero Antonutti), en una oscura habitación de casa,
donde él le enseñaba un péndulo, la forma de manejarlo, sostenerlo, balancearlo,
ella daba lentos paseos por bosques, siempre con su péndulo. Paralelamente, su
madre, Julia (Lola Cardona),
va enseñándole a leer y escribir. Mientras se acerca la víspera de su primera
comunión, se genera en Estrella una fantástica intriga por el territorio
sureño, área a la que ella nunca ha llegado, pero de la que tiene muchas referencias.
Para la feliz ocasión, Estrella recibe la visita de dos mujeres, Doña Rosario (Germaine Montero), y Milagros (Rafaela Aparicio), que fue una suerte de niñera para
Estrella; todas, con la madre Julia, están juntas.
Milagros le relata a Estrella algunas viejas anécdotas de
su abuelo, y entonces, para la primera comunión, el padre de la niña aparece,
realizan un baile juntos, celebra la familia. Terminada la ceremonia, la abuela
y Milagros se retiran. Poco después, Estrella encuentra entre los papeles de
su padre muchos escritos referenciando a Irene Ríos, inicialmente guarda silencio
al respecto, pero la queda la intriga, la misma que aumenta cuando, en carteles
de cine, va el nombre de la mujer. Ingresa al cine a ver el filme,
protagonizado por Irene (Aurore Clément),
en la sala está también su padre, el personaje de Irene es eliminado. Estrella
repara en lo poco que conoce a su padre, y advierte una extraña comunicación de
éste con la actriz. Una noche, Agustín desaparece sin dejar rastro, y aunque
regresa sigilosamente después, su hija lo nota extraño. La alterada Estrella se
esconde un buen día debajo de su cama, permanece ahí, llora, su padre se
comunica con ella con golpes de bastón. Mientras un niño lugareño intenta
cortejarla, Estrella no vuelve a ver a Irene, de lejos observa a su padre.
Eventualmente confronta a su padre sobre Irene, encontrando evasivas respuestas,
y la intriga por el sur está todo el tiempo flotando. Se conoce un día la
muerte de Agustín, Estrella irá con su abuela, lo cual le entusiasma,
finalmente conocerá el sur.
Se construye así un sereno
retrato de la infancia, con el detalle de la voz en off de una Estrella ya mayor, que nos enriquece el acercamiento a
sus experiencias, a sus vivencias y a los más cercanos personajes, que mayor injerencia
tuvieron en su crecimiento y aprendizaje, mientras su denso e infantil universo
va alcanzado mayores cuotas de complejidad. Esta voz en off, eventualmente nos
hace una aproximación, y, significativamente, afirma que para definir a su
padre lo haría como a un hacedor de milagros, mientras que su madre, era una
maestra. Así va tomando forma la singular figura del padre, misterioso
personaje cuyo origen es incierto, indefinido, es un personaje surreal que, de
acuerdo a las palabras de la propia Estrella, vuelve los milagros en normalidad
para ella, se endiosa y deifica la figura del personaje paterno. La forma en
que se construye este personaje es decisiva para ese efecto, siempre distante, siempre incierto,
siempre envuelto en denso halo de misterio, con toda su silueta la mayor parte
de las veces envuelto y dominado por las sombras, como en ese lóbrego ático,
donde las más entrañables secuencias tienen lugar, cuando le enseña a su hija
acerca del péndulo, y cómo manejarlo. Su tratamiento y representación rozan lo
espectral en más de una ocasión, el padre es la clave y el meollo, encarna todo
el misterio, tanto de su propia persona, como del sur, ambos misterios están
ligados estrechamente, y la calidad de inalcanzable que rodea al sur lo rodea a
él también, reforzado esto poderosamente cuando Estrella finalmente se acerque
a él, pero inmediatamente, el padre fenece, es excluido. Es, pues, inalcanzable.
De esa forma, la mayor parte del
tiempo vemos a Agustín, el padre, inmerso en la lobreguez, en las oscuras
tinieblas, la oscuridad se apodera de él, ya sea en el ático, ya sea en el cine, ya sea en tren al irse,
recurrentemente en lúgubres escenarios, lo cual refuerza su condición de
inalcanzable, y refuerza la intensa densidad de la que está impregnado todo el
filme, gracias en buena medida a la presencia casi hierática del progenitor,
centro de todo, objeto que se vuelve obsesión para su hija, que va descubriendo
la persona misma de su padre, siempre distante. Es un filme plenamente identificable con trabajos
anteriores de Erice, y personalmente, la siento ligada pues, como se mencionó,
a El espíritu de la colmena (1973), por la inquebrantable soledad que lo domina todo, por el perenne e impermeable
aislamiento, no un aislamiento físico sino uno espiritual, más profundo e imperecedero, y todo enmarcado
en el sensible enfoque de la niñez, todo visto bajo la lupa de un infante
universo. Pero es un universo que de infante no tiene mucho, es ajeno a la
alegría, a los juegos y la lúdica naturaleza de esos años, es más bien un denso
mundo en el que se van sucediendo y descubriendo aspectos de la vida mayor, por
lo general, oscuros y de tonalidad triste, densos, se presiente pues un hermoso
retrato, sereno y melancólico, muy melancólico, de la niñez, del crecimiento,
de la madurez. Por ello se siente tan emparentada esta película al trabajo
protagonizado por Ana Torrent, por el descubrimiento y gradual alejamiento de
la inocencia de la infancia, temas directrices en ambos trabajos, excelente forma de plasmar un mismo sentimiento el
de Erice, no se sienten sus filmes como aislados, sino como partes coherentes
de un todo, de una unidad, elementos integrales que tienen un solo norte, una
sola arista, mérito notable del cineasta vasco. Sabrá reforzar Erice todo el
tratamiento mencionado con su retrato del paraje septentrional ibérico, la
campiña o finca y sus tristes atardeceres, reforzando las melancólicas
secuencias. Gran trabajo del vasco cineasta, galardonado muy merecidamente en Cannes, galardones que directores como este individuo coleccionan como cuentas de rosarios, es un trabajo acorde a su mística y a sus
lineamientos principales, un trabajo para tener muy en cuenta, y, sobre todo,
disfrutar experimentándolo. Vale la aclaración final de que comúnmente se confunde este filme, basado en un relato de Adelaida García Morales, con el realizado por el paisano de Erice, el otro notable ibérico Carlos Saura, un filme del mismo título basado en el relato corto del maestro argentino del cuento, Julio Cortázar, confusión en la que el versado cinéfilo no debe caer.
Ha sido grato toparme con tu blog, y más aún comprobar que le dedicas atención a algunas películas tan determinantes en la vida de un cinéfilo como, por ejemplo, ésta de Víctor Erice. Bella, profunda y misteriosa, una de las obras cumbres (junto con "EL ESPÍRITU DE LA COLMENA") del cine español, es más, del cine en toda su historia. Son indescriptibles las emociones que me produce su visionado.
ResponderEliminarTe invito asimismo, si te apetece, a que visites mi blog donde probablemente te lo pases bien porque también rezuma amor por las películas y todo lo que conllevan.
Un cordial saludo.
http://moviemovie-guiadepeliculas.blogspot.com.es