Moderadamente atractivo ejercicio
de cine negro, viejo film noir que hace
un intento por esgrimir todo lo que caracteriza a este memorable y notable
estilo cinematográfico, y ciertamente lo hace, pero se queda en ello, un intento, lo que al menos se
le reconoce a su director, el nacido en el viejo Imperio Austro-Húngaro, Rudolph Maté. La modesta historia nos introduce
en el mundo de pesadilla de Frank Bigelow, un contador en un pequeño pueblo
yanqui, que de pronto se ve inmerso en la terrible situación de haber sido envenenando,
con un severo tósigo químico para le cual no hay una cura conocía, y
cuya ingestión le deja como máximo una semana de vida. El filme, en su breve
metraje, se convertirla desde entonces en
la rauda y frenética búsqueda de su asesino, aunque ciertamente las cartas ya están
servidas, pues nuestro protagonista se encuentra, como lo indica el titulo doblado para tierras
latinas, irremediablemente con las horas
contadas. Como se aseveró, el filme intenta ser un correcto compendio de
todas las características y aristas del cine negro, asesinatos, conspiraciones,
oscuros y lóbregos escenarios, incluso algún intento de femme fatale, lo cual logra en efecto, pero con tanta tibieza y
timidez que finalmente se siente un ejercicio algo flojo, que si bien alcanza niveles
de decencia, termina por dejar cierto sabor de boca de simpleza, especialmente
por lo evidentemente inútil que se sabe que es toda la incansable e
implacable búsqueda por parte del personaje principal.
La historia tiene inicio con un
individuo que camina a lo largo de interminables y desolados corredores en un edificio, tras lo
cual, llega a una oficina. Se trata de Frank Bigelow (Edmond O'Brien), que
llega a una oficina policial, viene a denunciar un asesinato, cuando se le pregunta
quién fue la víctima, escuetamente contesta “yo”. Entonces se inicia la remembranza
de Frank, nárrasela a los oficiales, cuando vivía en Palm Springs, desempeñándose
como contador, atendiendo numerosos negocios, y planea en ese momento irse de vacaciones
a San Francisco, cosa que no es muy bien tomada por su secretaria y amante,
Paula Gibson (Pamela Britton). Tras discutir ambos, termina Bigelow por
persuadir y tranquilizar a Paula, y se marcha a San Francisco, alojándose en un
lujoso hotel. Desde el mencionado hotel, se comunica con Paula, que le informa de
un misterioso sujeto llamado Eugene Phillips, que insistentemente trató de
comunicarse con él, y luego experimente toda la algarabía y algazara de una ruidosa reunión que tiene lugar en el hotel, una suerte de fiesta y convención de vendedores. Es invitado a formar parte de la celebración, y se va a festejar
a un salón de rumba con todos, baila y conoce a más de una atractiva fémina, sin
embargo, uno de los asistentes, muy discretamente, le cambia el trago y la da
cierta sustancia. Al día siguiente, un malestar lo aqueja, no cesa, va a hacerse
revisar por un doctor
Éste le dice que ha sufrido severo envenenamiento, quedándole
escaso tiempo de vida; Bigelow se altera mucho, le quedan pocos días de vida,
o, máximo, una o dos semanas. Ido, camina sin rumbo definido por las calles,
regresa maquinalmente al hotel, donde Paula llama nuevamente, con la noticia de
que Eugene Philips feneció, aparentemente fue eliminado. Raudamente regresa
donde Paula, luego se moviliza a las oficinas del finado Phillips, donde conoce
a Halliday (William Ching), colega del personaje, que le indica, ante su
insistencia, la residencia de Eugene. Bigelow se acerca al lugar, y conoce ahí al
hermano, Stanley Phillips, (Henry Hart), además de la viuda (Lynn Baggett), a
quien somete a tosco e inútil interrogatorio. Se va enterando de un negocio de
comercio de iridio, raro metal, en el que Phillips se involucró, y, gracias a Paula,
sabe que él mismo también se vinculó, la viuda de Eugene le da más indicios.
Obtiene de la señorita Foster (Beverly Garland) y de Marla Rakubian (Laurette Luez), presentes
en la fiesta, más información; es atacado, y todo desemboca en Majak (Luther Adler), el auténtico
homicida, quien, con Hallyday, lo apresa y lleva con los demás implicados,
todos quieren encubrir la transacción del iridio. Tras intenso tiroteo, escapa y
mata a sus captores, va con Paula, está enamorado de ella, pero es tarde, acabado su
relato, fenece en la comisaría.
Si cierto acierto hay que reconocérsele al cineasta austrohúngaro,
es la técnica narrativa, que permite que al menos el interés no se disuelva completamente de la historia. El inicio del filme propiamente es atractivo, engancha eficientemente,
pues todo es un flashback, todo es una remembranza, y esto en ningún momento aterriza
en el campo de lo ocioso, pues es aperturada con la enigmática secuencia
inicial, de que alguien fue asesinado, el mismo personaje que denuncia el
asesinato. Con esa incógnita ya servida, el frenetismo de la búsqueda de su
asesino prontamente se manifiesta y va en incremento, empezando toda la tensión
tras la secuencia de la fiesta, de la rumba, se intensifica ya el ritmo narrativo
y es además ese segmento de tratamiento diferente, bohemia, desfile frenético de
planos, música y bullicio, comienza ya a tejerse un ambiente demencial. Así,
tras haberse despejado ya a la media hora el principal meollo, cómo es que fue “asesinado”,
ciertamente puede sentirse por demás inútil e innecesaria la frenética búsqueda
que emprende, pues, todo el tiempo, sabemos que se trata de un muerto viviente,
un muerto dando pasos, esperar un milagro y que viva el desahuciado
protagonista es algo pues inocente e impensable. Y si relativo mérito tiene el
director, es lograr una narrativa que por lo menos mantiene cierto interés, en
la investigación, en un correctamente breve filme, pues no se debía abusar de
una situación cuyo inminente desenlace siempre estuvo cantado. Así, tras la carrera
contra el tiempo condenada al fracaso, se desenmaraña el final acertijo, la verdad
es sabida, ciertos elementos del cine negro están pues presentes, las intrigas,
las investigaciones, y algunos oscuros escenarios, los elementos están ahí,
aunque el filme acaba ahogándose en la inutilidad y sin sentido de una misión
que de arranque se siente sin mucha razón de ser. Todo un ejemplo de cine serie
B, barato ejercicio, breve, dentro de todo, es un decente ejemplar de su género,
que tiene el adecuado colofón afirmando el policía que se declare al finado como
Muerto al llegar, Dead on arrival,
D.O.A.
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